Por FRANCESCA DE VILLASMUNDO
«Roma domina el arte de la
contradicción: bendice a los creyentes tradicionales mientras desmantela la fe
que los formó. Este espectáculo disimula la represión. El humo del incienso
puede elevarse de nuevo desde San Pedro, pero el humo que invade la Iglesia
sigue siendo el de la confusión.»
Después
de tres años de prohibición, el papa León XIV permitió al cardenal Burke
celebrar la misa tradicional en la basílica de San Pedro, el sábado 25 de
octubre de 2025. Al mismo tiempo, León
XIV presidía el Jubileo de los equipos sinodales y de los organismos
participativos, durante el cual negó que la Iglesia posea la Verdad.
Es
interesante observar que estos dos acontecimientos —el Jubileo de los equipos
sinodales y de los órganos participativos, y la peregrinación Summorum
Pontificum— ocurrieron al mismo tiempo en Roma. Durante la peregrinación,
el cardenal estadounidense Burke pudo celebrar, con la autorización de León
XIV, la misa tradicional dentro de la Basílica de San Pedro, tras los tres años
de prohibición bergogliana.
Esta misa
fue percibida en los ambientes conservadores como una victoria para el
movimiento Summorum Pontificum y como una apertura por parte del nuevo
Pontífice. Si bien no se puede negar esa apertura, existe sin embargo otra
lectura que va más allá de la apariencia inmediata: León XIV utiliza el
mecanismo habitual de los modernistas —dos pasos adelante, uno atrás—, lo que
permite que la Revolución, en este caso la Revolución modernista conciliar,
continúe su marcha progresista, conforme a la famosa doctrina hegeliana de la
tesis–antítesis–síntesis.
Chris
Jackson, periodista católico estadounidense y antiguo redactor de The
Remnant, analiza esta autorización en un artículo interesante, algo
irónico, calificándola como “una amable concesión de la iglesia sinodal que
sigue su propio camino”:
“Un espectáculo a la vez glorioso y vacío: el cardenal Raymond Burke, flanqueado por portadores de antorchas, en procesión con cientos de fieles desde la basílica de San Celso y San Julián hasta San Pedro. El incienso se eleva bajo las nubes de bronce del Bernini mientras el cardenal celebra la misa pontifical según el rito antiguo en el altar de la Cátedra: por primera vez en dos años, la peregrinación Summorum Pontificum está autorizada dentro de la basílica.
La
multitud aplaude. Las cámaras graban. Casi al mismo tiempo, León XIV preside el
“Jubileo de los equipos sinodales y de los organismos participativos”,
predicando que nadie “posee toda la verdad” y que la Iglesia debe “caminar
juntos”.”
“La yuxtaposición es perfecta: en un altar, la antigua fe expresada en latín y en el silencio; en otro, la nueva religión del diálogo proclamada en prosa bajo los aplausos.”
Desde el
Concilio Vaticano II, mezclar los géneros —tradición y modernismo— ha sido una
constante para hacer aceptar el progresismo neomodernista y neoprostestante. Ya
san Pío X evocaba este fenómeno resumiéndolo así, en sustancia: tal página de
su obra podría ser firmada por un católico; pasad la página, y leeréis a un
modernista.
Esto
mismo analiza Chris Jackson a la luz de la posmodernidad actual, inclusiva y
“arcoíris”, análisis que hacemos nuestro:
“El mensaje de Roma es claro. La misa antigua
puede volver, pero sólo con permiso, para sostener la unidad de una Iglesia que
ha redefinido la unidad misma. Lo que antes fue el culto cotidiano del
cristianismo es hoy una demostración ocasional, montada para exhibir la
inclusión.”
La misa
tradicional en San Pedro no fue el signo de una nueva era, sino un gesto para
sostener la inclusividad de la iglesia conciliar.
«Sí, el espectáculo era maravilloso»,
continúa Jackson. «Pero la belleza también puede ser utilizada como un arma. La
misa tradicional en San Pedro no fue el signo de una nueva era; fue la ocasión
de tomarle una instantánea. Un momento que no puede borrar un programa que
redefine la doctrina como “discernimiento”, la autoridad como “participación” y
el rito romano como una pieza de museo brevemente reanimada para los turistas.
El incienso se elevaba, pero el humo de la represión persistía».
Una
represión casi encarnada en la iglesia sinodal, que debe avanzar su plan
destructor del principio de Verdad. Chris Jackson lo explica así:
«En su homilía para el jubileo sinodal, León XIV declaró que la Iglesia “no es
simplemente una institución religiosa… Es el signo visible de la unión entre
Dios y la humanidad”. Los equipos sinodales —afirmó— encarnan esta unión, pues
“las relaciones no responden a la lógica del poder, sino a la del amor”.
«En esta teología, el “amor” se convierte en un disolvente. La jerarquía se
disuelve en favor del sentimiento; la definición es reemplazada por el diálogo.
León XIV advierte contra el “poder mundano”, al mismo tiempo que pide que
“nadie imponga sus ideas” y que “nadie sea excluido”. Esta propuesta parece
benigna, hasta que se comprende que los únicos excluidos son aquellos que aún
creen que la fe debe excluir el error».
León XIV: «Ser una Iglesia sinodal es
reconocer que la verdad no se posee»
Durante
este Jubileo sinodal, León XIV afirmó además: «Ser una Iglesia sinodal es
reconocer que la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándose guiar
por un corazón inquieto, enamorado del Amor».
El hombre sinodal —comenta el
periodista estadounidense— prefiere, por
tanto, «estar equivocado juntos que tener razón solo».
Al dar con una mano la autorización para
celebrar una misa tradicional en la basílica de San Pedro de Roma, y con la
otra la autorización para la destrucción de la Iglesia católica —reemplazando
la jerarquía por los equipos sinodales, relativizando la verdad, ya que no
saber se convierte en una virtud, buscando la unidad mediante la inclusividad
doctrinal y no por la doctrina, arruinando el sacerdocio por medio del servicio
común, transformando “el Arca de la Salvación en una balsa de viajeros
inciertos sobre la dirección del río”—, León XIV «corona la revolución
conciliar», continúa Jackson, quien añade:
«El fin
de semana del 25 y 26 de octubre de 2025 ilustra perfectamente las
contradicciones de la Iglesia posconciliar. En un extremo de la basílica, el
cardenal Burke celebraba la misa tradicional ante una multitud de fieles,
mientras el incienso subía bajo las bóvedas. En el otro extremo, León XIV
predicaba que “nadie posee toda la verdad” y que “la autoridad debe ceder el
paso a la participación”. (…) El corazón de la revolución permanece intacto.
(…) La misa antigua sigue, luminosa, pero sólo como una reliquia autorizada a
brillar un fin de semana al año, mientras la nueva Iglesia se felicita por
haberlo permitido.»
Y Chris
Jackson concluye su artículo sin concesiones:
«Roma domina el arte de la contradicción:
bendice a los creyentes tradicionales mientras desmantela la fe que los formó.
Este espectáculo disimula la represión. El humo del incienso puede elevarse de
nuevo desde San Pedro, pero el humo que invade la Iglesia sigue siendo el de la
confusión.»
Nuestros mayores, con Mons. Lefebvre, tenían
razón desde el principio: esa falsa iglesia no es la Iglesia católica.
Podemos
preguntarnos hasta qué punto tendremos que seguir hundiéndonos antes de que los
obispos y cardenales, mudos desde hace 60 años, abran los ojos y ladren para
proteger el rebaño del Señor. Es evidente que nuestros mayores, con Mons.
Lefebvre, tenían razón desde el principio: esa falsa iglesia no es la Iglesia
católica; es “una secta”, como la calificó Mons. Tissier de Mallerais,
sostenida por “hombres de Iglesia que no son en absoluto católicos”, como decía
Mons. Williamson. Estos herejes se apoderaron de los puestos clave en medio de
un silencio cómplice ensordecedor. Y aquellos que ven pero no hablan
públicamente ya no pueden ser considerados buenos pastores, porque dejan que el
lobo devore todo el redil.
Sin
embargo, para conservar la esperanza en estos tiempos de apostasía, tiempos de
inclusividad, en los que los malos pastores se disfrazan de buenos pastores
ante los “tradicionalistas” para engañarlos mejor, mantengamos presente que la
Iglesia católica —ella, y sólo ella— posee la Verdad, y de manera infalible,
porque le fue dada por el Espíritu Santo, es decir, por Dios.
