Por GIL DE LA
PISA
La degeneración de las razas es algo evidente, con
un poco de conocimiento de la Historia, simplemente: pueblos que en otro tiempo
la movieron y fueron sus principales actores, hoy no pesan gran cosa en el
momento presente. Pensemos en los egipcios de los faraones, en los griegos de
Alejandro Magno o en los persas de Ciro. O recordemos la España hegemónica
durante varios siglos, de la que se ríen hoy hasta los descendientes
de nuestros súbditos de Flandes, amparando a ese gran pelele
catalán que huyó en el maletero de un coche, para vergüenza de unos gobernantes
asexuados y marxistas incapaces de reaccionar virilmente ante los unos y el
otro.
La raza española de nuestros días tiene, sin duda,
muy poco de la que dominó el mundo y se permitió el lujo de llamar al Océano
Pacífico, “lago de España” pues sus orillas eran
mayormente suelo de nuestro Imperio. Llevamos años consintiendo que unos
payasos y zascandiles vascos y catalanes, mequetrefes de la política e
inventores de gobiernos de naciones inexistentes, tratar de tú al
Gobierno de España. Peor aún resulta ver a ese irresponsable y
descerebrado que ocupa la Moncloa, recibirlos en calidad de tales.
Cuando en España nacían hombres –y, no como ahora, “seres moderados” –tanto los mequetrefes vascos y catalanes como su interlocutor habrían recibido su merecido en tiempo record. Ahora, sin embargo, la piel de toro es “piel de borrego”, sobre la que se mueve gente como Feijoo, o los líderes “peperos” y las clases dirigentes en general, ¡tan “ecuánimes y centradas”! que –como los maridos engañados conscientemente–, no sienten el peso de sus cuernos.
Como español me siento humillado, desprestigiado y
furioso. Más aún, rabioso, ante la impotencia, especialmente
por la edad que ya no me permite armar escándalos. Recuerdo con
nostalgia tiempos pasados como cuando me llamó el rector de la Universidad
Católica de la Habana, –el recordado y querido P. Kelly, para
decirme: “Gil, no me revoluciones la Universidad” y hube de
responderle,-“Todo lo contrario, Padre, la estoy defendiendo porque intento
que no se forme en nuestra Universidad la ‘FEU’ (Federación
Estudiantil Universitaria)”. Conocía yo muy los efectos
de la FEU en la otra universidad en la que estudiaba ingeniería –la Nacional–,
dominada por “estudiantes mafiosos”, como Fidel Castro. Y no estaba
haciendo nada especialmente revolucionario. Solo me había enfrentado a un profesor
que abusaba de su poder... Lo dejé plantado y abandoné a mitad de curso, su
clase y la asignatura sacrificando mi expediente –que era
brillante–, lo que produjo
una reacción general entre los estudiantes pues era suficientemente
conocido. Eso alarmó al Rector,… (No cuajó la FEU, al demostrar que no
era necesario y por el contrario al siguiente curso prescindieron de ese
profesor).
Decimos en mi tierra que hay muchas maneras de
“matar pulgas”…
Para hacer una revolución no hacen falta
armas, si hay inteligencia que, al parecer escasea hoy en Iberia…
Entre los líderes en la política española, no parece brillar y el “elegir
la moderación” para luchar contra los hijos de Satanás es la
mejor prueba. La “Sinagoga” demuestra lo contrario al apoyar la moderación de
sus enemigos con todas sus fuerzas porque sabe que así los reduce a la
impotencia.
Ya vimos el “exitazo” del moderado Rajoy engañando
a la gente de bien que le dio “mayoría absoluta” para que reparase los
desastres de Zapatero y no movió un dedo… Exactamente eso mismo cabe esperar
del “moderado” Feijoo, y sus promesas de anular las leyes de Sánchez serán
papel mojado cuando los ingenuos de buen a fe, vuelvan a votar al
“PP”.
Desde que la “moderación” castró a la
raza hispana, –lo mismo en la Península que allende el
Océano, –desde que españoles e hispanos recibieron el “bautismo
democrático”—asimilando los postulados de la Revolución francesa a
principios del siglo XIX, ha sido incapaz de hacer nada grande y se ha dedicado
a destruir la obra de las generaciones anteriores.
Resucitó, ciertamente, durante cuarenta
años gracias al Alzamiento del pueblo en 1936, pero la Sinagoga
de Satanás no se durmió – ¡nunca se duerme!– y, al morir el
Caudillo aniquiló su obra. Claro que Franco tuvo gran culpa por
creer en los que le rodeaban, — muchos de los cuales eran agentes de la Sinagoga–
y olvidó “organizar a fondo la defensa de la Victoria”. Fue uno de
los grandes errores del Generalísimo.
Pero el “nuestro”, el gran fallo de quienes
decimos amar a España –y creemos estar haciéndolo– es el no lograr entender una
teoría muy simple que yo la llamo “ley del tren” y se reduce a
comprender que “no hay tren sin locomotora”. Esta perogrullada la
ignoramos por completo y no sacamos las consecuencias de saber que por muchos
vagones que tengamos, aunque estén cargados de oro, si no tenemos “locomotora”,
no tenemos tren… Sin un motor que “jale duro” no
funciona ningún movimiento político.
Pudimos en su momento –¡y lo desperdiciaron los
españoles aborregados por los medios y “la intelectualidad”!– tener
una formidable locomotora con Blas Piñar, pero el mismísimo
Satanás se encargó de hacer imposible ese logro y consiguió que la gente buena
e ingenua que integraba el llamado “franquismo sociológico” siguiera a
un traidor, que odiaba a Blas y a Fuerza Nueva. No les permitió ver
que éramos nosotros y no Alianza Popular, los únicos
defensores leales y verdaderos del Régimen del 18 de julio y, menos aún el
renegado ex-ministro franquista que la dirigía e invirtió toda su capacidad de
maniobra en destruir el movimiento creado por Blas.
Dos siglos largos de “moderación” han esterilizado
la capacidad de reacción de España, ante el peligro de su desaparición
como nación libre y se halla inconsciente y drogada.
P. S. Aclaro que el Rector, el Decano y los
compañeros, después de algún tiempo me convencieron finalmente de que
debía volver a clase por respeto a ellos.