Por PADRE LEONARDO
CASTELLANI
El sacerdote debe odiar el fariseísmo en todos
sus grados; es el primer deber de su ministerio celar la pureza de la virtud de
la religión, la primera entre las virtudes morales; y debe discernirlo en todos
sus repliegues con los ojos penetrantes del saber y del odio. Así lo odió
Cristo. Le costó la vida. Jesucristo parece haber tomado el fariseísmo como
empresa de su vida, como empresa personal de su poderosa personalidad viva.
Jesucristo bajó a evangelizar todos los pueblos de la tierra, él con sus
discípulos; pero él personalmente se reservó el pueblo de Israel y dejó los
demás a sus discípulos. Bajó a predicar toda la ley de Dios, él con sus
discípulos; pero él personalmente se reservó la prédica del mandato: “Amor a
Dios y al prójimo”, y dejó los demás a sus discípulos. Vino a luchar contra
todos los vicios, maldades y pecados; pero él personalmente luchó contra el
fariseísmo. Lo tomó por su cuenta. Ver los santos Evangelios.
Empezó a quebrantar el
farisaico Sábado, a olvidarse de las cuartas o quintas abluciones, a tratar con
los publicanos, perdonar a las prostitutas arrepentidas; a curar en día de
fiesta, a decir que escuchasen a los maestros legales pero no los imitasen, a
distinguir entre preceptos de Dios y preceptos de hombres de Dios, a poner la
misericordia y la justicia por encima de las ceremonias, aun de las ceremonias
del culto, y no del culto samaritano sino del verdadero; empezó a describir en
parábolas más hermosas que la aurora el hondo corazón vivo de la religiosidad,
del reino de Dios que está dentro de nosotros, y es espíritu, verdad, y vida.
Lo contradijeron, por
supuesto; lo denigraron, calumniaron, acusaron, tergiversaron, persiguieron,
espiaron, reprendieron. Y entonces el sereno recitador y magnífico poeta se
irguió, y vieron que era todo un hombre. Recusó las acusaciones, respondió a
los reproches, confundió a los sofisticantes con cinglantes réplicas. Y haciéndose
la polémica más viva cada vez, con unos enemigos que contra él lo podían todo,
se agigantó el joven Rabbí magníficamente hasta el cuerpo-a-cuerpo, la imprecación
y la fusta. Dos veces por lo menos, al principio y al fin de su heroica
campaña, hizo manifestación de violencia, no se detuvo ante las vías de hecho.
“Hijos de víbora”, “sepulcros blanqueados”, “raza adúltera”, y el fulgurante
recitado de las siete maldiciones (Mt., 23); “¡Ay a vos, escriba y fariseo
hipócrita!” repetidas con fuerza inconmensurable. “Vae vobis, hipocritae!”
¿Está eso en el Evangelio canónico? ¡Está incluso en el Sermón de la Montaña,
en el “dulce”, en el “místico”, en el “poético” Sermón de la Montaña (como
dicen los que no lo han leído) aunque Tolstoi lo ignore y no acaben jamás de
encontrarlo muchos católicos “bien”! Son los siete arbotantes de piedra de las
Ocho Bienaventuranzas, el esqueleto férreo sin el cual el Cristianismo se
vuelve gelatinoso, y el león de Judá deviene una especie de molusco, de esos
que como las ostras y los pulpos pueden tomar todas las formas que quieran.
Si Cristo hubiese sido
ostra, no lo hubieran matado. Lo mataron por eso y nada más: lo mató el
fariseísmo. Mas Él parece haber seguido reservándose ese enemigo personalmente.
Donde-quiera el fariseísmo ha empezado a mellar su Iglesia, la historia
muestra que ha habido efusión de sangre y cosas divinalmente terribles. Mueren
inocentes y culpados —o se salvan a veces los más culpados, reservados quizá
para la otra vuelta. Murió Cristo y Jacobo Menor y Esteban; y perecieron
después los triunfantes fariseos a filo de espada romana. “Cabeza de Jacques
de Molay en el Temple de París, cenizas de Savonarola en el Ponte d’Arno,
cuerpo de Juana de Arco en Ruán, cárcel dura de San Juan de la Cruz y amenaza
de muerte y veneno, vosotros sabéis cuan diabólicamente dañino y duro es el
fariseísmo. Las corrupciones del espíritu son peores que las corrupciones de la
carne”...
R. P. Leonardo Castellani, "Cristo y los Fariseos", Ediciones
Jauja, Págs. 163-165.
Fuente:
https://syllabus-errorum.blogspot.com/2013/04/fariseismo.html?m=0