Santiago
de Liniers hizo ante esta imagen, el 1° de julio de 1806, el voto solemne de
ofrecerle las banderas tomadas a los británicos si la reconquista tenía
éxito. Y cumplió su voto, naturalmente, por lo que las banderas tomadas a
los ingleses, aun hoy, permanecen en el camarín de la Virgen del Rosario.
Por ROBERTO HORACIO
MARFANY (1907-1989)
Este sábado
12 de agosto se cumple un nuevo aniversario de aquella magnífica y heroica
gesta en la cual el ejército y el pueblo de Buenos Aires, derrotaron al invasor
inglés. Vaya, pues, nuestro homenaje a quienes combatieron gallardamente y a
quienes ofrendaron generosamente sus vidas en defensa de nuestra fe y de
nuestro territorio.
La
Reconquista de la Ciudad de Buenos Aires en 1806 del dominio británico es un
hecho militar. Pero ese hecho militar no es la causa de la Reconquista. Es solamente
el medio que la hace posible. Por eso, no basta para comprender la Reconquista
con hacer un recuento, por minucioso que sea, de los recursos en hombres y
armamentos de cada combatiente.
Esos
recursos han sido prolijamente investigados. Sin embargo, la causa del triunfo
británico y su posterior e inmediata derrota, no ha entrado en el cómputo como
elemento eficiente y ha sido, cuando más, registrado como hecho secundario o
circunstancial.
Es
nuestro propósito dirigir la atención a la causa de la derrota de nuestro
ejército, primero, y de su triunfo, después. Esa causa fue la cuestión
religiosa que determinó uno y otro resultado. Por cierto, que ningún
historiador ha advertido su influencia determinante.
1.600
combatientes ingles se apoderaron de una Ciudad de 60.000 o 70.000 habitantes,
distribuidos en la planta urbana y sus aledaños, la cual poseía una fuerza
militar superior a la de los invasores. Las tropas regulares y voluntarias que
salieron a combatir a los intrusos apenas desembarcados en Quilmes, tenían
confianza en el triunfo. Pero el revés fue total. Y aunque la culpa del
desastre se atribuyó a la ineptitud del virrey Sobremonte y a la impericia de
los jefes militares que dirigieron las acciones, lo cierto es que la derrota no
se explicó por sus causas.
En la
hora de la tribulación de la cautiva Ciudad, los alardes militares de la
víspera se convirtieron en oraciones y plegarias, invocando la ayuda de Dios
para el buen suceso de las armas en justa causa. Y como aquellos hombres tenían
fe verdadera, podían arrodillarse sumisos ante la majestad de Dios, para
presentarse altivos y arrogantes frente a otros hombres en defensa de la
Verdad.
Nadie que
contemple con buena voluntad a ese atribulado pueblo en oración, dejará de
comprender que los ruegos eran sinceros y que ellos esperaban del cielo los
favores que no pudieron alcanzar con las solas fuerzas humanas.
El
historiador suele registrar los hechos humanos sin advertir la influencia que
en ellos tiene la Providencia. Pero en el complejo de circunstancias que hacen
posible la dominación inglesa y su posterior sacudimiento, esa fuerza
sobrenatural actúa con singular evidencia.
En
el Te Deum celebrado en la Catedral de Charcas (Bolivia) el 3
de septiembre de 1806, para dar gracias al Dios de los Ejércitos por la buena
nueva de la Reconquista, el canónigo Matías Terrazas predicó en estos
términos: «Por la correspondencia que salió de Buenos Aires el 26 de
junio, sabemos que los vecinos de Buenos Aires se explicaban con un valor y
generosidad que despreciaba al enemigo, que graduaba de delirio su empresa y
que inspiraba cierta seguridad en la victoria. Pero es que al día siguiente ya
el general inglés se apellidaba gobernador de Buenos Aires por el rey de la
Gran Bretaña. No busquemos la causa de esta desgracia sino en nuestras culpas.
Todos los medios de la prudencia humana no son bastantes para sustraernos de
las determinaciones de una providencia soberana, cuando ésta está resuelta a
castigarnos».
No dejó
esas culpas en el terreno de las suposiciones. Hizo de ellas una prolija
enumeración, sobre la que nosotros debemos reflexionar, porque son actuales y
operantes en los males que actualmente nos afligen. Para el canónico
Terrazas ésta fueron las causas de la derrota porteña: «Tanta
afeminación en los hombres; tanta falta de pudor en las mujeres; tantas
omisiones culpables en los magistrados; tantos descuidos en los padres de
familia; tantas desobediencias en los hijos; tanta tibieza aún en los ministros
del santuario».
En el
mismo orden de ideas predicó Fray José Ignacio Grela en la ceremonia religiosa
celebrada en la Iglesia de Santo Domingo, el 24 de agosto de 1806, al rendir
Liniers a la Virgen del Rosario las banderas inglesas capturadas en la
Reconquista. «Es necesario confesar que la toma de Buenos Aires por las
tropas inglesas –dijo– fue un rayo de la Divina Justicia que quiso castigar por
este medio nuestros delitos; pero castigo al mismo tiempo en que se admira la
Divina misericordia, que preparó por este medio a sus fieles hijos y habitantes
la ocasión más oportuna para acreditar su religiosidad y patriotismo».
El
ejército inglés dominó la ciudad por la fuerza, pero no pudo someter las almas.
Pues aunque el general Beresford prometió públicamente respetar la libertad de
culto a la Religión Católica, prohibió por conducto privado la administración
de los sacramentos y la exposición del Santísimo en las Iglesias. Y no parezca
extraño que esta ofensa a nuestra Santa Religión tuviera más efecto que la
posible prosperidad económica que prometió con la proclamada libertad de
comercio.
Un rudo
soldado porteño, contemporáneo de aquel tiempo, hizo esta descripción: «En
los 47 días que duró la ocupación inglesa, el pueblo estuvo oprimido sin que
ningún oficio trabajase y ninguna tienda vendiese nada; parecía plaga».
Un vecino
de Buenos Aires, que soportó el dominio inglés, describió así de los
captores: «No solamente son enemigos del Estado y la Nación sino, lo
que es más, de Dios, su Iglesia, su fe, su Religión, sus leyes, sus ministros,
sus templos y todo lo más sagrado». Y recuerda que mientras duró la
ocupación en las Iglesias no se administraban los sacramentos «por
evitar la profanación, el sarcasmo, la irreligión y ultraje del protestante».
Al Obispo
de Santiago de Chile le escribe un amigo desde Buenos Aires, el 16 de noviembre
de 1806, en estos términos: «Qué bien ha penetrado Vuestra Señoría
Ilustrísima nuestra opresión en medio de unos tiranos sin religión, sin
humanidad, y unos piratas declarados del género humano, cual miraban esta
Capital los hombres sensatos; todo expuesto a la mayor ruina y lo principal la
religión; pero Dios Nuestro Señor dio fin a tanta miseria en vista de las
súplicas y ruegos de tantas buenas almas como hay en esta Capital y
especialmente este relicario de Capuchinos».
La
Reconquista se opera el 12 de agosto de 1806. Aparentemente una fecha
cualquiera del almanaque. Pero el 12 de agosto es el día de la festividad de
Santa Clara, discípula de San Francisco, que ahuyentó a los sarracenos que
atacaron con intenciones de saqueo el pueblo de Asís, con sólo mostrarles una
hostia consagrada. Y los ingleses, que habían impedido la exposición del
Santísimo en las Iglesias de Buenos Aires, quedaron derrotados el día de Santa
Clara. Por ese favor, el Cabildo la juró por patrona de la Ciudad. Hoy ya nadie
recuerda este patronazgo, porque no tenemos memoria de las cosas trascendentes.
Esperamos, sin embargo, que ocurra otra Reconquista de la Fe.
La
expulsión de los ingleses fue festejada con enorme regocijo y en distintos
actos, religiosos y profanos, porque fue una verdadera resurrección. Y
circularon, entre otros, estos versos que encarecen la liberación:
Por lo cual debemos todos,
con devoción la más tierna,
tributar a Dios las gracias,
con alabanzas eternas.
* En «Revista Cabildo», 2ª
época – Año I – N°9 – 13 de agosto de 1977.
Fuente:
https://blogdeciamosayer.blogspot.com/2023/08/la-reconquista-roberto-horacio-marfany.html