Indiferente
al sufrimiento, irritable e insensible, inmisericordemente duro, teólogo
inmisericorde, burlón e irrespetuoso con la pobre madre, protagonista de una
caída de tono, de estilo y de humanidad, cegado por el nacionalismo y el
rigorismo teológico, rígido, confuso y necesitado de conversión, enfermo y
prisionero de la rigidez y de los elementos teológicos, políticos y culturales
dominantes de su tiempo, alabador de la fe pagana. Este es el retrato de Jesús
que hace el padre Antonio Spadaro, jesuita, director de Civiltà
Cattolica, en su columna “El Evangelio del domingo” para Il
Fatto Quotidiano, comentando el pasaje evangélico de la curación de la
hija de una mujer cananea (Mt 15, 21-28).
Sobre las palabras del padre Antonio Spadaro, presentamos a continuación la
postura de monseñor Carlo Maria Viganò.
***
Por MONSEÑOR CARLO MARIA VIGANÒ
En las palabras de Spadaro aflora, como revolviéndose en un charco de aguas
residuales, la escoria del peor Modernismo que durante más de un siglo infesta
a la Iglesia. Ese Modernismo nunca fue extirpado definitivamente de los
seminarios y de los ateneos autodenominados católicos, al que una secta de
herejes y extraviados ha erigido el tótem del Concilio, sustituyendo dos mil
años de Tradición.
Hasta hace algún tiempo, esta “síntesis de
todas las herejías” intentaba hacerse presentable, omitiendo manifestar la
índole anticristiana, que sin embargo le era consustancial: todavía existía el
riesgo de que algún prelado vagamente conservador y aún no plenamente
comprometido con la causa pudiera darse cuenta de su peligrosidad intrínseca.
Ciertamente, la divinidad de Cristo era
considerada un deseo surgido de la exigencia de lo sagrado por parte de la “comunidad
primitiva”, Sus milagros eran exageraciones, Sus palabras metáforas; por otra
parte, “no había grabadores”, como dijo Arturo Sosa, el prepósito general de la
Compañía de Satanás.
Hoy, protegidos por un jesuita que violando
la Regla de San Ignacio ocupa el Trono de Pedro, los peores
seguidores de esta secta se sienten libres de dar rienda suelta a sus alaridos
y llegan, en un delirio, a blasfemar a Jesucristo, ya convertido en objeto de
inquietantes epítetos por parte de Bergoglio. “Jesús se hizo serpiente, se hizo
diablo”, dijo hace un tiempo el argentino. [Un
mal argentino que detesta su patria. Por eso cuando tiene oportunidad habla mal
de los argentinos y nunca ha visitado la Argentina en todo su pontificado. ¡A
Dios gracias, que no necesitamos más desgracias! Nota de Agenda Fátima]
Se hace eco de él Spadaro, quien con la
arrogancia de quien se cree impune se atreve a definir a Nuestro Señor como
“enfermo y prisionero de la rigidez y de los elementos teológicos, políticos y
culturales dominantes de su tiempo”, “indiferente al sufrimiento, enojado e
insensible; inquebrantablemente duro; teólogo sin misericordia; burlón e
irrespetuoso; cegado por el nacionalismo y por el rigorismo teológico”. Es
inútil explicar a estas mentes enredadas lo que los Santos Padres han enseñado
sobre el pasaje evangélico de la cananea: solo les interesa mantener en alto
sobre su pedestal el ídolo del Vaticano II; y poco importa si para defender sus
errores tienen que pisotear al Hijo de Dios, ofendiéndolo y blasfemándolo como
ni siquiera los peores heresiarcas del pasado se habían atrevido a hacerlo.
La de Spadaro no es una simple provocación
-algo ya de por sí inaudito-, sino la manifestación, la epifanía, como la
llamaría algún “teólogo” de Santa Marta, de una “Iglesia” contra natura con sus
falsos dogmas, sus preceptos mendaces, su predicación engañosa, sus ministros
corruptos y corruptores. Una “Iglesia contra natura” proclive al Anticristo, a
todo lo que represente la negación y el desafío al Señorío de Dios sobre el
hombre. Orgullo. Orgullo luciferino. Orgullo que no conoce límites ni frenos.
La secta que eclipsa a la Iglesia de Cristo
ya no se esconde: se muestra y pretende sustituir definitivamente a la
verdadera Iglesia, muestra sus ídolos y exige que sean adorados, al precio de
renegar del Salvador mismo, refutar su divinidad, juzgar su acciones y criticar
sus palabras.
Pero si los simples y sencillos ya han
comprendido que el precio de esta ὕβρις es la νέμεσις, la casi totalidad de los
Pastores – cardenales, obispos, sacerdotes – se dan vuelta y miran hacia otro
lado. Saben bien que su cobardía, su conformismo, su deseo de no parecer
retrógrados los han hecho corresponsables de esta revolución infernal, que
podrían haber detenido en su momento; pero como también ellos participaron
durante sesenta años en el culto del Concilio, prefieren continuar el camino
emprendido hacia la ruina de la Iglesia y de las almas, antes que detenerse y
volver al punto en el que se desviaron del camino.
De este modo, terminan prefiriendo el triunfo
de los malvados -y con ello la difamación blasfema de Jesucristo- a la humilde
admisión de estar equivocados. Prefieren dejar que se diga que Nuestro Señor se
equivocó, “cegado por el rigorismo teológico”, antes que reconocerse
prisioneros de los errores y herejías del Modernismo.
La medida está colmada y ha llegado el
momento de elegir de qué lado estar. Con Bergoglio y Spadaro, con el Sínodo
sobre la Sinodalidad, con una Iglesia humana y falsa esclavizada al Nuevo Orden
Mundial, o con Dios, Su Iglesia y Sus Santos. Y si miramos más de cerca, ya
resulta inaudito tener que plantear la hipótesis de que los católicos –no me
refiero a sacerdotes o prelados– puedan considerar posible tener una opción.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
27 de agosto de 2023
Dominica XIII Post Pentecosten
Publicado originalmente en italiano el 27 de agosto de 2023 en Carlo
Maria Viganò: “Dopo le parole di Spadaro la misura è colma. Scegliere da che
parte stare”. - Aldo Maria Valli
Traducción al español por: José
Arturo Quarracino
Fuente: https://gloria.tv/post/ymFCg8LpBtjx1twgptaGPYcTJ