¡Oh,
Virgen, tú, nimbada por los rayos del sol, ciñendo en tus sienes una corona de
doce estrellas, y teniendo a la luna por escabel de tus pies, resplandeces de
hermosura!
Tú,
la dominadora de la muerte y del castigo del infierno, estás sentada junto a
Cristo, para ser protectora nuestra, y la tierra y el cielo te aclaman Reina
poderosa.
Mas
la serpiente cruel continúa amenazando males a la humanidad que un día te fue
confiada; Tú, Madre, asístenos clemente, y quebranta la cabeza del maligno
enemigo.
Defiende
a los seguidores de la fe divina, conduce a los desertores al aprisco sagrado,
y atrae de todas partes a aquellos que las sombras de la muerte tiene envueltos
ya largo tiempo.
Tú,
propicia a pedir el perdón para los pecadores, única esperanza de salvación
para todos en las adversidades de la vida, ayuda a los afligidos, a los
indigentes y a los enfermos.
Alabanza
imperecedera sea dada a la Trinidad excelsa, que a ti, ¡oh Virgen!, te coronó,
y próvida te constituyó reina y madre nuestra. Amén.
(Himno de Laudes, Asunción de Santa María Virgen)