Por PADRE
CUSTODIO BALLESTER
Estamos en guerra:
una guerra larga, que pretende por un lado apalancar el vigente orden mundial,
incluido el orden-desorden moral que padecemos unos y que gozan otros;
apalancarlo mediante la Agenda 2030, la globalización, el gran reseteo y demás
novedades. Y por el lado dominado, al que no le gusta esta paz tan onerosa y
sobre todo tan inmoral, el lado en que se ha colocado Putin (el único
gobernante que se ha atrevido contra el monstruo), se trata de rebelarse contra
ese orden y subvertirlo. Y como ocurre desde que se inventaron las guerras, el
arma más importante es la propaganda. Ahí están las famosas “armas de
destrucción masiva” para justificar la guerra contra Irak. ¿Cómo iba a soportar
Europa los duros sacrificios que le impone esta guerra (contra los que se están
rebelando ya algunas poblaciones) si no fuese por las imponentes divisiones
propagandísticas, que presentan un frente monolítico que no consigue romper la
propaganda enemiga?
Pero he aquí que aparece Putin, el malo de la película, que presenta en su discurso una auténtica arma de destrucción masiva: el arma de la reivindicación moral, nada menos que de la moral cristiana, con la defensa de la familia, el matrimonio y lo más sensible, la infancia. Acusando al enemigo de la más atroz inmoralidad. Eso no había ocurrido nunca. Y claro, a muchos de los que prefieren leer por sí mismos que aceptar que les cuenten los administradores de la verdad oficial, se les ha caído la venda de los ojos. Es que no es para menos.
En efecto, en su
reciente (¡y realmente histórico!) discurso a las dos cámaras del parlamento
nacional, a todas las instituciones de la nación, a todo el pueblo ruso y a
quien quisiera escucharle de la comunidad internacional, Putin hizo una
tremenda exhibición de su inmensa maldad (en este mundo traidor, nada es
verdad, nada es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira).
¿Una exhibición política? ¿Militar? ¿Económica? No ciertamente, en esas
cuestiones se despachó a gusto, es verdad, sin dejar hueco para la menor duda respecto
a cuál es su posición ante la hegemonía de Estados Unidos, seguidos por Europa
y sostenidos en la OTAN: no sólo ante esa hegemonía, sino explícitamente contra
ella. Pero eso quedó casi en segundo plano. La mayor exhibición de potencia y
determinación la hizo justamente en el plano moral: algo totalmente inaudito
cuando el próspero occidente da por liquidada la moral tradicional, la moral
cristiana sobre la que se construyó esta civilización.
Son significativas
también determinadas peculiaridades de su auditorio. Por los que estaban y
sobre todo por los que faltaban, por el que faltaba. Estaban los representantes
de todas las religiones presentes en Rusia. Todos, menos el representante de la
Iglesia Católica, que también tiene presencia en Rusia. Y es una lástima que se
autoexcluyera del discurso moral frontalmente contra la inmoralidad de los
gobiernos occidentales: se dirigió Putin a la especie de conglomerado de los
“con Dios” frente a la impiedad (sobre todo contra los más débiles, contra los
niños) sobre todo de los gobiernos europeos y los que promueven el Nuevo Orden
Mundial y el globalismo, que son unos cuantos más, explícitamente sin Dios (ahí
está el intento de constitución europea, que por evitar en su introducción
referirse al cristianismo, se saltó más de mil años de historia), y sin
disimular sus enormes esfuerzos por crear una sociedad occidental contra Dios,
que al final resulta que es tanto como crearla contra el hombre: es todo tan
explícito y tan sangrante, que no necesita demasiadas explicaciones.
En resumen, Putin, en
su discurso se enfrentó a las ambiciones del Occidente colectivo que no sabe
cómo hacer para debilitar y desmembrar la Federación Rusa con el fin de
controlar sus ingentes recursos naturales (no es eso lo que dice la propaganda
de nuestro bando). Y por lo que parece hasta el momento, con el flemático
Putin, Occidente se ha dado con un canto en los dientes, porque ahí sigue el
malvado defendiéndose como gato panza arriba… y declara que seguirá haciéndolo
porque puede hacerlo. Un discurso que obviamente enfureció todo él a la
poderosísima, a la omnipotente coalición militar y económica de Occidente.
Sin embargo, lo que
realmente enfurece y encabrona a los Estados Unidos, a la Unión Europea y a la
OTAN, brazo armado del globalismo, no es el discurso geopolítico y militar de
Vladimir Putin, sino su discurso moral e ideológico, en el que defiende los
valores de los que ha renegado Occidente.
En ese memorable
discurso, valiente y sin complejos, entra a saco contra la pervertida sexualización
de la infancia a cargo de los estados europeos, la alienante ideología de
género, la propaganda LGTBI, la destrucción de la familia con el divorcio, el
aborto y la eutanasia, e incluso la destrucción de la misma naturaleza humana
con mutilaciones amparadas por las leyes trans. Con todo eso, afirma
valientemente Putin, Occidente ha perdido cualquier autoridad moral para juzgar
a nadie. Y esa bandera de la moralidad tirada en el fango y pisoteada por
Occidente, la recoge y la enarbola Putin como el mayor valor del pueblo ruso.
Lo que verdaderamente
irrita a Von der Leyen, a Borrell, a Schwab, a Stoltenberg y a Biden no es la
arremetida de Rusia contra la soberanía de Ucrania y contra la libertad y
democracia de Occidente. Lo que exaspera a la decadente Europa corrompida por
esta gente, son las palabras con las que Putin puso en evidencia la pretendida
superioridad moral de Occidente. Y les puso a todos ante su inmundicia moral.
Eso sí que escuece. Porque son millones los occidentales que saben que el rey
está desnudo exhibiendo sus vergüenzas con la mayor desvergüenza. Para un
cristiano, ésas son las principales cuestiones del discurso que pronunció Putin
hace diez días ante las dos cámaras del Parlamento ruso. Ahí van algunas de las
frases del discurso…
Miren -enfatizó
Vladimir Putin- lo que están haciendo (en Occidente) con sus propios pueblos:
la destrucción de la familia, la identidad cultural y nacional, la perversión,
el abuso de niños, hasta la pedofilia, se declaran la norma, la norma de su vida,
y el clero, los sacerdotes, son obligados a bendecir los matrimonios entre
personas del mismo sexo. Que hagan lo que quieran. ¿Qué quiero decir con esto?
Los adultos tienen derecho a vivir como quieran, esto lo hemos tratado en Rusia
y siempre lo trataremos así: nadie se entromete en la vida privada, y no lo
vamos a hacer.
Pero también quiero
decirles: ¡Pero miren!, disculpen, las Sagradas Escrituras, los libros
principales de todas las demás religiones del mundo. Allí se dice todo, incluso
que la familia es únicamente la unión de un hombre y una mujer. Sin embargo,
estos textos sagrados ahora están siendo cuestionados, afirmó el presidente
ruso. Se ha informado que la Iglesia Anglicana, por ejemplo, está planeando
(planeando, todavía) explorar la idea de un dios neutral en cuanto al género. ¿Qué
puedes decir? Dios me perdone, no saben lo que hacen.
Y concluye: Millones
de personas en Occidente entienden que están siendo conducidos a una verdadera
catástrofe espiritual. Las élites, francamente, se están volviendo locas y
parece que no hay cura. Pero estos son sus problemas, como dije, y nosotros
estamos obligados a proteger a nuestros hijos, y lo haremos: protegeremos a
nuestros hijos de la degradación y la degeneración.
Mientras en la Unión
Europea a nuestros gobernantes se les llena la boca con la defensa de los
débiles, el pluralismo y la tolerancia para afear la conducta agresiva de
Vladimir Putin, justificando así el mayor trasiego armamentístico desde la
Segunda Guerra Mundial, éste afirma lo que no se atreven ya a proclamar ni
Abascal, ni la Meloni, ni la mayoría de los populistas europeos: los
fundamentos morales que hicieron de nuestro continente el faro de la
civilización cristiana. Putin, en cambio, no habla por hablar. Sus
disposiciones legislativas implementan con eficacia sus afirmaciones: Nuestros
niños -los de Rusia, claro- no se tocan. Los españoles en cambio, son de Irene
Montero. Hasta con “derecho”, los niños, de consentir relaciones sexuales con
adultos. Es la moral contra la que se alzó Putin.
Ante esto no le queda
más defensa al enemigo, que afirmar que Putin es un falso y un desvergonzado
que instrumentaliza los valores más sagrados para respaldar su belicosa
política. Sin embargo, son las élites occidentales las que, hasta ahora, han demostrado
el mayor grado de abyección, ruindad y servilismo a intereses espurios. La
indignidad y vileza con la que se legisla en la UE cada día, la inmoralidad
desenfrenada con la que se construye la Europa del futuro, convierte al
dirigente ruso no en la figura depravada que promociona la propaganda
atlantista, sino en el único líder occidental capaz de ofrecer, al menos, una
tenue esperanza de sobrevivir a un mundo que se dirige hacia su propia
destrucción a pasos agigantados.
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