Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

miércoles, 26 de julio de 2023

¿QUÉ PUEDEN HACER LOS COMBATIENTES DEL REINO SOCIAL DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO?

 



Por CHRISTIAN LAGRAVE

 

Conclusión de “La acción política cristiana. Las fuerzas en presencia en el combate actual”, Action familiale et scolaire, Paris, 2007.

 

Una cuestión crucial se nos plantea ahora: el combate que lleva en este momento el enemigo ¿va a avanzar sin problemas y llevarnos al Anticristo, o el enemigo, como ha ocurrido a menudo en la historia, va a conocer una derrota tanto más espectacular como cierta parece su victoria? Dicho de otra manera, los dos siglos de derrotas sucesivas que sufrimos desde 1789, ¿van a terminar por el reino del Anticristo, o por el del Sagrado Corazón de Jesús?

¿Combate espiritual o combate temporal?

En la revista Le Sel de la terre n° 47, p. 212-213, encontramos un destacado análisis de una conferencia de Louis Jugnet titulada “El fin de una civilización”, pronunciada el 24 de febrero de 1959. Jugnet se hacía entonces la pregunta concreta: ¿qué hacer?

Es acá, respondía él, que las divergencias se manifiestan entre aquellos que han comprendido el colapso del famoso “mundo moderno”. Está en nosotros intentar comprender sus actitudes diversas, y a continuación ver si podemos armonizarlas.

Distinguía a continuación cinco posiciones entre los contrarrevolucionarios de la época. Pero la situación ha empeorado considerablemente desde entonces, y, si uno intenta adaptar el análisis de Louis Jugnet a nuestra situación actual, nos apercibimos que no hay más que tres posiciones razonablemente posibles, que se pueden resumir así:

1) El fin de los tiempos y la parusía están próximos (se encuentran cada vez más y más signos convergentes, como la apostasía generalizada, la subida del mundialismo, el carácter espantoso y múltiple del error y del mal, etc.) Consecuencia: la lucha temporal es inútil, todo va a ir de mal en peor, concentremos nuestros esfuerzos sobre lo espiritual.

2) El colapso global de la civilización moderna permitirá el nacimiento de una nueva civilización cristiana, gracias a los actuales islotes de resistencia.

3) Las fuerzas temporales de Francia y del Occidente son aun “salvables” como lo afirmaban Maurras y la escuela de la Acción francesa; una resistencia temporal, aun violenta, puede ser eficaz.

Ahora bien, esas tres posiciones no son contradictorias sino complementarias y las podemos armonizar. La obra de Jean Vaquié –en particular sus “Reflexiones sobre los enemigos y la maniobra”- nos va a ayudar.

Es muy posible que el fin de los tiempos y la parusía estén próximos, pero no es seguro. Jean Vaquié, por su parte, no lo creía. Él pensaba que el tiempo del Anticristo no era aún llegado, pero que la “Gran Obra” de la Babel moderna (establecimiento de un gobierno mundial inspirado por un espiritualismo luciferino) estaba destinado a colapsar lamentablemente después de haber alcanzado la victoria total.

En consecuencia, aun si todo continua yendo de mal en peor durante un cierto tiempo, nosotros no tenemos el derecho de decretar que la lucha temporal es inútil; pero, como es necesario que Dios sea el “primer servido”, nosotros debemos llevar prioritariamente nuestros esfuerzos sobre lo espiritual, es decir a la conversión personal, la oración y el combate en el dominio religioso. En efecto, si nuestro combate temporal no está fundado sobre la vida eucarística, si no nos lleva a la vida sobrenatural de Cristo en nosotros y por lo tanto a nuestra unión con Dios por la gracia santificante, entonces no tiene sentido. Vigilemos y oremos, para que todas nuestras acciones sean conducidas por la gracia divina y no tiendan sino a cumplir las reglas de la divina justicia.(1)

Las condiciones de la resistencia

Si la obra perversa de la Contra-Iglesia está destinada a un próximo colapso, este último se acompañará probablemente de otros dos: el de la civilización moderna (la que los papas han condenado constantemente hasta el Vaticano II) y la de la nueva religión salida del Vaticano II (la cual no es más que el ralliement de la Iglesia a la civilización moderna). Eso permitirá efectivamente el nacimiento de una nueva civilización cristiana, gracias a los actuales islotes de resistencia. Pero eso supone que esos islotes hayan sido mantenidos y aun reforzados, lo que entraña de nuestra parte dos tipos de combates:

1°en principio un incesante combate en el dominio intelectual para evitar la subversión de esos islotes por las doctrinas perversas que la Iglesia siempre ha condenado –doctrinas que renacen continuamente bajo máscaras diferentes, que son apoyadas por todos los poderes temporales y que son vehiculizadas por todos los agentes de la Contra-Iglesia infiltrados en nuestras filas; lo esencial es mantener la rectitud doctrinal: difundir la buena doctrina y combatir las malas;

2°un combate temporal si es necesario, no debe ser ofensivo (lo que sería una locura dada la desproporción de nuestros medios con los del adversario), sino defensivo cuando se trate de mantener las fuerzas temporales que permiten la existencia de los islotes de resistencia. Dicho de otra forma, cuando la persecución amenace destruir físicamente esos islotes, si las condiciones fijadas por la teología clásica para la legítima resistencia a la opresión son cumplidas, el combate temporal, aun violento, puede ser considerado.

Pero dos virtudes son necesarias para llevar eficazmente ese combate: la prudencia y la humildad. Ellas han sido siempre indispensables y desgraciadamente ellas no han sido –no lo son siempre- muy raramente practicadas por los combatientes antisubversivos.

Contra-Revolución y prudencia

La prudencia consiste siempre en practicar una justa estimación de nuestras fuerzas y de las del adversario, por lo que es necesario siempre tener informaciones para conocer –tanto como se pueda- los hombres y las tácticas empleadas por el enemigo; porque esas tácticas no varían; ellas se resumen esencialmente en tres -primo: la infiltración del enemigo en nuestras filas por agentes diestros y astutos (a menudo masones), secundo: la corrupción de nuestras ideas por una hábil propaganda (a menudo gnóstico-ocultista), tertio: el agotamiento de nuestras fuerzas en acciones dedicadas al fracaso desde su misma concepción (ejemplo: el combate electoral).

He aquí lo que escribía la RISS de Mons. Jouin en 1930:

“La […] masonería siempre ha batido a sus adversarios por el mismo medio: la introducción de elementos de desorden hábilmente camuflados en los organismos creados contra ella, esos elementos secretos actúan poderosamente y secretamente para destruir el poder de acción anti-masónico. Por lo tanto ¡prudencia! No es necesario agregar más que elementos seguros y no lanzarse en una obra nueva sino después de haber pedido consejo y conservando un contacto estrecho con aquellos que ya han hecho sus pruebas y están por encima de toda sospecha. (2)

Este consejo será muy particularmente útil a los jóvenes militantes.

Contra-Revolución y humildad

De una manera general la Contra-Revolución debe proceder con discreción en el dominio político; debe llevar el combate del débil contra el fuerte, es decir un combate de guerrilla: ser a los ojos del enemigo lo menos visible que se pueda; comprometerse sabiamente y a un golpe seguro después de una cuidadosa preparación; no combatir sino en el terreno que uno ha elegido y no en aquel al cual el enemigo nos quiere atraer. Haría falta tener siempre en el espíritu el consejo del estratega chino Sun Tzu en su “Arte de la guerra”:

“La suprema táctica consiste en no presentar una forma que pueda ser definida claramente. En ese caso, usted escapará a las indiscreciones de los espías más perspicaces, y los espíritus más sagaces no podrán establecer un plan contra usted. (3)

Esta voluntad de oscuridad será igualmente un excelente ejercicio de humildad; esta virtud nos recordará siempre que nosotros no somos, delante de Dios, más que servidores inútiles. Que la omnipotencia de Dios es sola capaz de derrocar los planes del demonio y sus servidores, y que si Él quiere que nosotros combatamos, es en principio para nuestra propia santificación.

El combate que nosotros llevamos debe siempre tener a Dios como principio y como fin -¡Dios primer servido!- y no nuestra vanidad, nuestro orgullo primer servido, o nuestra voluntad de poder. La obra de Dios debe hacerse en principio en nuestras almas; ahora bien si estamos llenos de nosotros mismos, ¡no quedará lugar para Dios!

Y si nosotros somos tentados, a veces, de perder ánimo, acordémonos siempre de la promesa de Nuestro Señor Jesucristo en Paray-le-Monial en 1689 “Yo reinaré a pesar de mis enemigos” y del anuncio de la Santísima Virgen en Fátima en 1917 “Al fin mi corazón inmaculado triunfará”; esas promesas no han sido hechas en vano. A nosotros nos toca, apoyados sobre la Fe, animados por la Esperanza e inspirados por la Caridad, combatir para hacer avanzar su realización.

 

Notas:

(1)Se leerá, o releerá con provecho El alma de todo apostolado, de Dom Chautard, Jesucristo vida del alma de Dom Marmion e Historia de un alma de Santa Teresa del Niño Jesús.

(2)Revue Internationale fdes Sociétés Secrètes, tome XIX, année 1930, n° 37, 14 septembre 1930, p. 878.

(3)Sun Tzu, L’Art de la guerre, article VI, “Du plein et du vide”.

 


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