Por CHRISTIAN LAGRAVE
Conclusión
de “La acción política cristiana. Las
fuerzas en presencia en el combate actual”, Action familiale et scolaire,
Paris, 2007.
Una
cuestión crucial se nos plantea ahora: el combate que lleva en este momento el
enemigo ¿va a avanzar sin problemas y llevarnos al Anticristo, o el enemigo,
como ha ocurrido a menudo en la historia, va a conocer una derrota tanto más
espectacular como cierta parece su victoria? Dicho de otra manera, los dos
siglos de derrotas sucesivas que sufrimos desde 1789, ¿van a terminar por el
reino del Anticristo, o por el del Sagrado Corazón de Jesús?
¿Combate espiritual o combate temporal?
En
la revista Le Sel de la terre n° 47, p. 212-213, encontramos
un destacado análisis de una conferencia de Louis Jugnet titulada “El fin de
una civilización”, pronunciada el 24 de febrero de 1959. Jugnet se hacía
entonces la pregunta concreta: ¿qué hacer?
Es
acá, respondía él, que las divergencias se manifiestan entre aquellos que han
comprendido el colapso del famoso “mundo moderno”. Está en nosotros intentar
comprender sus actitudes diversas, y a continuación ver si podemos
armonizarlas.
Distinguía
a continuación cinco posiciones entre los contrarrevolucionarios de la época.
Pero la situación ha empeorado considerablemente desde entonces, y, si uno
intenta adaptar el análisis de Louis Jugnet a nuestra situación actual, nos
apercibimos que no hay más que tres posiciones razonablemente posibles, que se
pueden resumir así:
1)
El fin de los tiempos y la parusía están próximos (se encuentran cada vez más y
más signos convergentes, como la apostasía generalizada, la subida del
mundialismo, el carácter espantoso y múltiple del error y del mal, etc.)
Consecuencia: la lucha temporal es inútil, todo va a ir de mal en peor,
concentremos nuestros esfuerzos sobre lo espiritual.
2)
El colapso global de la civilización moderna permitirá el nacimiento de una
nueva civilización cristiana, gracias a los actuales islotes de resistencia.
3)
Las fuerzas temporales de Francia y del Occidente son aun “salvables” como lo
afirmaban Maurras y la escuela de la Acción francesa; una resistencia temporal,
aun violenta, puede ser eficaz.
Ahora
bien, esas tres posiciones no son contradictorias sino complementarias y las
podemos armonizar. La obra de Jean Vaquié –en particular sus “Reflexiones sobre
los enemigos y la maniobra”- nos va a ayudar.
Es
muy posible que el fin de los tiempos y la parusía estén próximos, pero no es
seguro. Jean Vaquié, por su parte, no lo creía. Él pensaba que el tiempo del
Anticristo no era aún llegado, pero que la “Gran Obra” de la Babel moderna
(establecimiento de un gobierno mundial inspirado por un espiritualismo
luciferino) estaba destinado a colapsar lamentablemente después de haber
alcanzado la victoria total.
En
consecuencia, aun si todo continua yendo de mal en peor durante un cierto
tiempo, nosotros no tenemos el derecho de decretar que la lucha temporal es
inútil; pero, como es necesario que Dios sea el “primer servido”, nosotros
debemos llevar prioritariamente nuestros esfuerzos sobre lo espiritual, es
decir a la conversión personal, la oración y el combate en el dominio
religioso. En efecto, si nuestro combate temporal no está fundado sobre la vida
eucarística, si no nos lleva a la vida sobrenatural de Cristo en nosotros y por
lo tanto a nuestra unión con Dios por la gracia santificante, entonces no tiene
sentido. Vigilemos y oremos, para que todas nuestras acciones sean conducidas
por la gracia divina y no tiendan sino a cumplir las reglas de la divina
justicia.(1)
Las condiciones de la resistencia
Si
la obra perversa de la Contra-Iglesia está destinada a un próximo colapso, este
último se acompañará probablemente de otros dos: el de la civilización moderna
(la que los papas han condenado constantemente hasta el Vaticano II) y la de la
nueva religión salida del Vaticano II (la cual no es más que el ralliement de
la Iglesia a la civilización moderna). Eso permitirá efectivamente el
nacimiento de una nueva civilización cristiana, gracias a los actuales islotes
de resistencia. Pero eso supone que esos islotes hayan sido mantenidos y aun
reforzados, lo que entraña de nuestra parte dos tipos de combates:
1°en
principio un incesante combate en el dominio intelectual para evitar la
subversión de esos islotes por las doctrinas perversas que la Iglesia siempre
ha condenado –doctrinas que renacen continuamente bajo máscaras diferentes, que
son apoyadas por todos los poderes temporales y que son vehiculizadas por todos
los agentes de la Contra-Iglesia infiltrados en nuestras filas; lo esencial es
mantener la rectitud doctrinal: difundir la buena doctrina y combatir las
malas;
2°un
combate temporal si es necesario, no debe ser ofensivo (lo que sería una locura
dada la desproporción de nuestros medios con los del adversario), sino
defensivo cuando se trate de mantener las fuerzas temporales que permiten la
existencia de los islotes de resistencia. Dicho de otra forma, cuando la
persecución amenace destruir físicamente esos islotes, si las condiciones
fijadas por la teología clásica para la legítima resistencia a la opresión son
cumplidas, el combate temporal, aun violento, puede ser considerado.
Pero
dos virtudes son necesarias para llevar eficazmente ese combate: la prudencia y
la humildad. Ellas han sido siempre indispensables y desgraciadamente ellas no
han sido –no lo son siempre- muy raramente practicadas por los combatientes
antisubversivos.
Contra-Revolución y prudencia
La
prudencia consiste siempre en practicar una justa estimación de nuestras
fuerzas y de las del adversario, por lo que es necesario siempre tener
informaciones para conocer –tanto como se pueda- los hombres y las tácticas
empleadas por el enemigo; porque esas tácticas no varían; ellas se resumen
esencialmente en tres -primo: la infiltración del enemigo en nuestras filas por
agentes diestros y astutos (a menudo masones), secundo: la corrupción de
nuestras ideas por una hábil propaganda (a menudo gnóstico-ocultista), tertio:
el agotamiento de nuestras fuerzas en acciones dedicadas al fracaso desde su
misma concepción (ejemplo: el combate electoral).
He
aquí lo que escribía la RISS de Mons. Jouin en 1930:
“La
[…] masonería siempre ha batido a sus adversarios por el mismo medio: la
introducción de elementos de desorden hábilmente camuflados en los organismos
creados contra ella, esos elementos secretos actúan poderosamente y
secretamente para destruir el poder de acción anti-masónico. Por lo tanto
¡prudencia! No es necesario agregar más que elementos seguros y no lanzarse en
una obra nueva sino después de haber pedido consejo y conservando un contacto
estrecho con aquellos que ya han hecho sus pruebas y están por encima de toda
sospecha. (2)
Este
consejo será muy particularmente útil a los jóvenes militantes.
Contra-Revolución y humildad
De
una manera general la Contra-Revolución debe proceder con discreción en el
dominio político; debe llevar el combate del débil contra el fuerte, es decir
un combate de guerrilla: ser a los ojos del enemigo lo menos visible que se
pueda; comprometerse sabiamente y a un golpe seguro después de una cuidadosa
preparación; no combatir sino en el terreno que uno ha elegido y no en aquel al
cual el enemigo nos quiere atraer. Haría falta tener siempre en el espíritu el
consejo del estratega chino Sun Tzu en su “Arte de la guerra”:
“La
suprema táctica consiste en no presentar una forma que pueda ser definida
claramente. En ese caso, usted escapará a las indiscreciones de los espías más
perspicaces, y los espíritus más sagaces no podrán establecer un plan contra
usted. (3)
Esta
voluntad de oscuridad será igualmente un excelente ejercicio de humildad; esta
virtud nos recordará siempre que nosotros no somos, delante de Dios, más que
servidores inútiles. Que la omnipotencia de Dios es sola capaz de derrocar los
planes del demonio y sus servidores, y que si Él quiere que nosotros
combatamos, es en principio para nuestra propia santificación.
El
combate que nosotros llevamos debe siempre tener a Dios como principio y como
fin -¡Dios primer servido!- y no nuestra vanidad, nuestro orgullo primer
servido, o nuestra voluntad de poder. La obra de Dios debe hacerse en principio
en nuestras almas; ahora bien si estamos llenos de nosotros mismos, ¡no quedará
lugar para Dios!
Y
si nosotros somos tentados, a veces, de perder ánimo, acordémonos siempre de la
promesa de Nuestro Señor Jesucristo en Paray-le-Monial en 1689 “Yo
reinaré a pesar de mis enemigos” y del anuncio de la Santísima Virgen
en Fátima en 1917 “Al fin mi corazón inmaculado triunfará”; esas
promesas no han sido hechas en vano. A nosotros nos toca, apoyados sobre la Fe,
animados por la Esperanza e inspirados por la Caridad, combatir para hacer
avanzar su realización.
Notas:
(1)Se
leerá, o releerá con provecho El alma de todo apostolado, de Dom
Chautard, Jesucristo vida del alma de Dom Marmion e Historia
de un alma de Santa Teresa del Niño Jesús.
(2)Revue
Internationale fdes Sociétés Secrètes, tome XIX, année 1930, n° 37, 14
septembre 1930, p. 878.
(3)Sun
Tzu, L’Art de la guerre, article VI, “Du plein et du vide”.