Por PROF. JUAN CARLOS
OSSANDÓN VALDÉS
Parece que un error de imprenta se deslizó en el
título de este artículo. Porque ¿quién no sabe que la virtud de la obediencia
se opone al vicio de la desobediencia? ¿Se puede desobedecer? No, nunca. Y, sin
embargo. . .
Hay un pero muy grave a esta afirmación, un pero
que habría que escribir con mayúscula: Nuestro Señor Jesucristo, ejemplo en
todos los actos de su vida. . . desobedeció; es decir, nos dio ejemplo de la
práctica de la virtud de la desobediencia.
¿Es o no una desobediencia que un niño de doce años
se fugue de su casa y se esconda durante tres días de modo que sus padres no lo
puedan encontrar? Podrá decirse que Jesús se limitó a no pedir permiso para
quedarse en Jerusalén, de lo que se siguió que sus padres anduviesen
angustiados buscándolo sin poderlo hallar (Cfr. Lc. II, 41-50). Pero todo niño
de doce años sabe perfectamente que debe pedir permiso, más aún la Infinita
Sabiduría que lo habitaba. Podrá insistirse aún y sostener que Jesús hizo esto
para probar a sus padres y purificarlos en su amor hacia El. Muy bien dicho,
pero no podía utilizar un medio ilícito y aquí parece que lo usó; por lo que
debe decirse que es ilícito desobedecer y, por lo tanto, hay una virtud que
debería llamarse así: la virtud de la desobediencia.
El diálogo padres-Hijo que viene al final de la narración nos lo explica todo.
María reprende al Niño, con toda la delicadeza con
que se puede reprender al Mesías: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Mira
que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote”. María sabía
perfectamente que Jesús no ignoraba cómo y cuánto lo habían buscado y cuán
grande había sido su dolor, pero deseaba saber la razón del comportamiento de
su Hijo. Este responde: “¿Por qué me buscabais?... Jesús
siempre exige más y más perfección de sus predilectos en su amor por El. Quiere
Incluso que sus predilectos amen sus imperfecciones porque, por ellas El
ejercerá su misericordia y perdonará sus faltas. Continúa el Redentor: “¿No
sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?”. Con lo
cual Jesús nos da la clave de toda su desobediencia legítima: la que obedece a
una autoridad más alta.
Toda autoridad humana, y en este mundo todas lo
son, incluida la eclesiástica, reciben su poder de Dios nuestro Señor y
Creador. Por lo que la obediencia a tales autoridades implica un límite pasado
el cual, se cae en el vicio del servilismo al que se opone lo que hemos
llamado, de modo hiperbólico, la virtud de la desobediencia. Pues, como dice
San Pedro: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Hechos
V, 29).
Jesús explica su proceder precisamente con esta
doctrina: tenía que ocuparse en las cosas de su Padre, por lo que tuvo que
desobedecer a sus padres legales. En otras palabras, estrictamente hablando no
existe ninguna virtud de desobediencia, sino que existen casos en los que hay
que desobedecer a la autoridad inferior para obedecer a la superior.
El problema está en saber cuándo se puede aplicar
esta doctrina y cuándo no. Porque a la hora de cumplir con cargas públicas, o
ser llamados al servicio militar ¡cuántos quisieran encontrar que tienen que
practicar esta virtud! Pero ninguno de nosotros ha recibido, ni recibirá, una
orden emanada de Dios Padre que le obligue a desobedecer a las autoridades
legítimamente constituidas, tanto civiles como eclesiásticas, que para el caso
obedecen a la misma doctrina. De modo que no podemos basarnos en una
inspiración interior para hacer tal y la famosa objeción de conciencia carece
de todo valor objetivo.
¿Queda, pues, en nada lo que hemos llamado la
virtud de la desobediencia? Por supuesto que no. El servilismo, y así
ha sido llamado por los grandes moralistas, sigue siendo un vicio y, como tal,
es necesario evitarlo si queremos salvar nuestra alma. Y podemos caer
en servilismo ante cualquier autoridad.
Todos sabemos que Santo Tomás de Aquino es el
Doctor cuya doctrina más ha recomendado el magisterio pontificio en estos
últimos siglos. Pues bien, él dice que los religiosos, que tienen voto de
obediencia, como sabemos, no deben obedecer a su superior en aquellas órdenes
que sean contrarias a la ley de Dios o a la regla de la Orden. Pero el Santo va
más lejos y extiende el mismo criterio a los obispos (prelados) (3. Th. II - II
q. 104 a. 4-5-6). Los obispos son el medio, el puente (pontífice), entre Dios y
el hombre; por lo que parece que siempre debemos obedecerlos, so pena de que se
corte el puente y no podamos llegar a Dios. Santo Tomás responde que ellos
también son enseñados por la ley natural y por la Revelación, por lo que deben
ser fieles a ellas, y si lo son, entonces son verdaderamente puentes entre Dios
y el hombre; en caso contrario dejan de serlo. Como todo el mundo sabe, cada autoridad
tiene su esfera de poder delimitada por la ley: si se sale de ella carece de
poder, lo que nos autoriza a desobedecerlo.
Resumiendo. La obediencia rige siempre y no admite
excepciones cuando se trata de obedecer a Dios. Si se trata de cualquier otra
autoridad, pública o privada, civil o religiosa, debe evitarse el vicio del
servilismo por lo que la obediencia encuentra un límite; o como diría Aristóteles,
consistirá en un justo medio. Este límite puede ser determinado atendiendo a
dos factores:
a) Que la orden esté dentro de la jurisdicción del
que manda: autoridad que se extralimita deja de ser autoridad.
b) Que no se oponga a una orden de una autoridad
superior. Dios, autoridad superior a todas, con su ley determina inmediatamente
qué orden la viola, y, por lo mismo, no debe ser obedecida.
El primer punto creemos que no necesita mayor
explicación, pues dependerá de lo que la ley determine como el campo de
atribuciones propio de cada autoridad. Esto suele estar claro en la legislación
misma y bastará referirse a ella.
El segundo punto sí que requiere una mayor
explicación. Veamos el caso más simple y que sirve de modelo a cualquier otro.
No podemos obedecer al alcalde que obra contra una orden emanada del ministerio
del interior, ni al cura que actúa contra las determinaciones episcopales;
porque cada autoridad subalterna se rige por lo que la autoridad superior
ordene. Llegamos así a dos autoridades supremas, cada una de las cuales no
reconoce autoridad superior su orden propio: el jefe del Estado y el Sumo
Pontífice. ¿Carecerán, pues, de límite?
La ley de Dios obliga a todos. Nadie escapa
a su imperio, incluido el Papa. Por lo mismo, cualquier orden emanada de
una autoridad humana que se oponga a la ley divina debe ser desobedecida.
Nuevamente Jesús nos da el ejemplo. Puede consultarse a Mt. XV, 1-9 o bien a
Mc. XVI, 5-12, etc., en que Jesús nos dice que hay que obedecer a los fariseos
y escribas, autoridades en Israel, pero no hacer las cosas como ellos las hacen
y precaverse de sus doctrinas, además de acusar a los mismos de inventar leyes
contrarias a la ley de Dios y defender ciertas desobediencias cometidas por sus
discípulos, porque las órdenes y tradiciones de las autoridades de entonces
evacuaban el sentido de la ley mosaica.
En otras palabras, si un superior me ordena realizar
un acto pecaminoso y me consta que no hay motivo dirimente, debo
desobedecerle. Incluso tal desobediencia me parece debe extenderse a aquellos
actos que podrían justificarse en sí, pero que traerán, como directa consecuencia,
actos contrarios a la ley moral o a la santa religión, o provocarán un
escándalo que es mi deber evitar.
En algunos países, por encima del jefe de Estado
está la constitución escrita, e, incluso, hay un tribunal que puede anular una
ley por ser contraria a ella. En la Iglesia, por encima del Sumo Pontífice está
la Tradición, por lo que Suárez no duda en acusar de cisma al Papa que
osara abolir todas las ceremonias eclesiásticas afirmadas por la tradición
apostólica y cita en su apoyo al Cardenal Cayetano y a Torquemada (De
Caritate disp. 12, sec. I n? 2).
Es que la obediencia no es ciega ni propia de
robots: es humana, es inteligente y libre. Y todo hombre culto y versado es
capaz de juzgar la conducta de su Presidente a la luz de la constitución
política de la Nación y de la ley moral; como asimismo, juzgar la actitud de su
obispo a la luz de las Sagradas Escrituras y la Tradición.
Cada autoridad puede mandar en la medida en que se
somete a la autoridad de que depende. Y cualquier súbdito tiene derecho a
invocar una autoridad superior para negar su obediencia. El punto es importante
y delicado. En ello va nuestra salvación eterna.
Revista Roma N° 74, Julio 1982.
Fuente:
http://syllabus-errorum.blogspot.com/2021/07/la-virtud-de-la-desobediencia.html#more