Por FLAVIO MATEOS
“El liberalismo posee las llaves de la muerte no sólo
para esta vida presente, sino también para la futura”.
Cardenal Billot
“El liberalismo resulta desfavorable a la libertad
porque ignora las restricciones que la libertad debe imponerse para no
destruirse a sí misma”.
Nicolás Gómez Dávila
“Si
queremos localizar a Satanás, no hemos de buscarle en el desierto, sino metido
en los centros y en los puntos neurálgicos y bien disfrazado como “ángel de la
luz” (II Corintios 11, 14). Solamente así se explica el misterio de la
apostasía bajo formas de piedad, de la cual habla San Pablo en II
Tesalonicenses 2, 3 ss.”
Monseñor
Juan Straubinger
Fue en el Jardín del Edén, allí donde nuestros
primeros padres gozaban de la amistad íntima con el Creador, y eran libres de la
enfermedad y la muerte, fue allí donde
surgió la peste del Liberalismo, por obra del Padre de la Mentira. Con su
característica y –para Eva- novedosa y desconocida insidia, la serpiente dio a
entender a la mujer que no era del todo libre, pues tenía una limitación, una
prohibición, una barrera que no podía infringir. Según la serpiente la libertad
de que gozaban estaba restringida injustamente, y por eso no podía ser
verdadera libertad. Así es como inició la serpiente el diálogo fatal con su
víctima, y la curiosa mujer cayó en la trampa. Creyendo que entonces iba a ser
de verdad libre, como si no lo fuera, mediante el dulce conocimiento “del bien
y del mal” –aquí nació el gnosticismo, que desdeña la fe y abraza orgullosamente
“el conocimiento”- comió del fruto prohibido, y luego tentó a Adán, que también
comió. Se inició así la larga cadena de los “liberados” de los mandatos
divinos. La Revolución iniciada con el “non serviam” ahora se trasladaba a los
humanos.
Satanás ha sido pues el primer “Libertador”.
La libertad que pregonan los liberales viene de allí,
es una libertad de hacer lo que fuere sin ningún tipo de coacción exterior, es
una libertad que el hombre se da a sí mismo, no la recibe de nadie (y esto a
pesar de que absolutamente todo lo ha recibido de su Creador, que lo sacó de la
nada). Su tendencia a exaltarla como valor primero es en verdad una auto
exaltación del hombre, libre de la tutela de su Creador. La libertad liberal es
un ídolo, un fin en sí mismo. Es la diosa encumbrada en la Revolución francesa
y representada en la Estatua de la Libertad de Nueva York (y antes que allí, en
Buenos Aires). Es el fundamento del mundo moderno y de la Iglesia modernista
que se ha reconciliado con ese mundo.
Pero la libertad sin barreras, sin restricciones, se
anula a sí misma, pues es un absurdo en toda criatura que es limitada. Termina
en la locura que hoy estamos viendo por doquier. Ya lo había anunciado hace un
siglo el Cardenal Billot: “¿Ves cómo el principio del liberalismo, por una
necesidad ineluctable de su naturaleza, termina en lo que es antinatural?” (El Error
del Liberalismo). El grito de libertad de los liberales es en realidad un grito
de rebeldía contra lo real, porque en esto debe admitir su limitada condición. Pero
es además una orgullosa revuelta contra el misterio, ya que el hombre orgulloso
quiere saberlo todo y no admite que algo se sustraiga a su conocimiento. Sin
embargo, es aceptando las restricciones, y por lo tanto nuestra condición de
criaturas, y por ende nuestra limitación, como gozamos de la verdadera
libertad, porque, detalle importante, esos límites nos son trazados por el Amor
de un Padre, a quien le debemos absolutamente todo (menos el pecado, lo único
que nos pertenece). Decía Chesterton: “Es la idea del misterio la que conserva
al hombre sano. El misterio es la salud del espíritu y su negación es la locura”
(Ortodoxia).
Esa locura liberal y naturalista, con su evacuación
del misterio, particularmente desde la liturgia, penetró en la Iglesia con el concilio
Vaticano II, imponiendo la “libertad religiosa”, que nos ha llevado a esta
irrefrenable demencia en Occidente. El liberalismo ha infestado hasta lo más
profundo el clero, más allá de la centenaria y exitosa infiltración masónica, o
precisamente a raíz de ello, entre otros factores. El liberalismo se respira, se
huele, se siente en el ambiente. Todo lo invade y lo sofoca, todo lo falsea,
todo lo pervierte. Las modernas encíclicas papales parecen salidas de las
logias. El conservadorismo y la línea media están resabiados de liberalismo.
Gran parte del “tradicionalismo” está impregnado de liberalismo. Ese es el
motivo de la falta de reacción ante el avance de la Revolución.
Y ahora, la Iglesia conciliar surgida de la Revolución
de octubre de 1962 se apresta a llevar
hasta sus últimas consecuencias el programa liberal judeo-masónico en la
Revolución de octubre del 2023-2024, el Sínodo. El demoledor e infatigable
Francisco –“lo que haz de hacer, hazlo rápido”- no da puntada sin hilo y ahora,
antes de salir de escena –o de la escena del crimen, habría que decir-, para
encabezar la demolición final ha traído al centro de la escena a su más
obsecuente discípulo: Monseñor Víctor “Tucho” Fernández (conocido también como Monseñor
“Besuqueiro”, en breve será Cardenal), el cual parece dispuesto a seguir las
instrucciones para no dejar nada católico en pie. Es el non plus ultra en el terreno de la apostasía. La osadía de los
enemigos de la Iglesia se anima cada vez más, y ya se atreven a decir las cosas
claramente, como un obispo que próximamente vestirá la púrpura cardenalicia, Mons.
Américo Aguiar, auxiliar del patriarcado de Lisboa y organizador de las JMJ: “Nosotros
no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada
de eso, en absoluto”. Que un obispo diga esas palabras en la tierra
donde se apareció la Santísima Virgen María en Fátima para pedir la conversión
de los pecadores, mostrando incluso el infierno a donde iban las almas que se
condenaban, ya es el colmo de los colmos, pues parece directamente un desafío
del Diablo, y que los cardenales y obispos permanezcan callados –como ocurrió
tras la Revolución conciliar- directamente lleva a concluir que estamos
próximos a alguna grandísima catástrofe de proporciones bíblicas porque de no
ser así la Iglesia de Cristo dejará de existir en un plazo muy próximo, convirtiéndose
–ella sí- en una asamblea de afeminados protestantes.
Este desdichado personaje llamado “Tucho” Fernández, que
parece surgido de una hórrida película de Pasolini o de un rancio programa
cómico televisivo argentino de los años 1980 (televisión judaica, por supuesto),
ha dicho unas palabras que sólo alguien inconsciente o audaz hasta el ridículo,
ha podido proferir. Pero esas palabras, expelidas quizás con un hálito fétido
en un ámbito por demás inconveniente para las mismas, pues fueron lanzadas al
aire nada menos que dentro de la mayor catedral gótica de Hispanoamérica, han
sido ya bastante difundidas, pero merecen ser consideradas atentamente. Porque
sólo pueden denotar que surgen de la boca de un intruso, de un okupa, de un
irresponsable y de un enemigo de la Iglesia. Un personaje digno de merecer ser
juzgado con la mayor severidad por la Santa Inquisición, en su época de gloria.
¡Y es él quien está ahora a cargo de la antigua “Inquisición”!
Luego de afirmar en un sermón dominical (en la
Catedral de La Plata, el 5 de marzo) que hay que aprender a mirar la belleza de
las personas “más allá de su orientación sexual” (¡!), el ahora prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (será
la “fe” de Palito Ortega, tal vez), se despacha con lo que sigue:
“Ustedes
saben que durante muchos siglos la Iglesia fue en otra dirección. Sin darse
cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de
clasificaciones…clasificar a la gente para ponerle rótulos: éste es así, éste
es asá, éste puede comulgar, éste no puede comulgar, a éste se le puede perdonar,
a éste no. Terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia, ¿eh? Gracias a Dios
el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”.
Eso ha dicho el grotesco obispo Tucho. Veamos: “…durante muchos siglos la Iglesia fue en otra
dirección”, el Monseñor tiene la osadía de afirmar que durante muchos
siglos la Iglesia estuvo equivocada, fue “rígida”, como diría su mentor
Bergoglio. Confesión de que su mandamás está llevando la Iglesia en una
dirección distinta hacia la cual se dirigió durante “muchos siglos” (en verdad esa
nueva eclesiología surgió en el Vaticano II, ahora estamos recogiendo sus
frutos). Por lo que sigue después, está hablando prácticamente de la Iglesia
desde que la fundó Nuestro Señor Jesucristo. Y sigue: “Sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena
de clasificaciones”, acá no acusa a la Iglesia de maldad, sino de
inadvertencia, de falta de seso para ver que se estaba volviendo rígida y
discriminadora, y la acusación no va hacia tal o cual tendencia o escuela
dentro de la Iglesia, sino a la Iglesia misma, nada menos. Continúa: “…clasificar a la gente para ponerle
rótulos: éste es así, éste es asá,”. Además de ser esto un disparate,
cuando quiere Tucho rotula. En una reciente entrevista a la revista progresista
“Vida Nueva”, dice: “Especialmente me molestaba que se prestara
mucha atención a ciertos problemas doctrinales y menos a otros. Por ejemplo, a
quienes, sin ser lefebvristas, se distanciaban del Concilio Vaticano II, no se
les cuestionaba demasiado”. Está diciendo allí que debió
cuestionarse más a los que se distanciaban del sacrosanto e intocable e
infalible Vaticano II. Y que está bien cuestionar a los “lefebvristas”. ¿No
está allí clasificando a la gente, poniéndole rótulos? Sigue: “… éste puede comulgar, éste no puede
comulgar, a éste se le puede perdonar, a éste no”. Con estas palabras Mons. Tucho acusa directamente a
N. S. Jesucristo, quien dio a los Apóstoles el poder de atar o desatar, puesto
que no se entra al Banquete celestial sin el vestido de bodas de la gracia.
Pero Tucho no hace otra cosa que seguir a su maestro Francisco que afirma
siempre que quiere una Iglesia para todos, sin importar la condición o disposiciones
de la persona. Se trata de la Iglesia=Humanidad, una entidad meramente terrenal
y un espectáculo apto para todo público, cuya finalidad es la unidad del género
humano y la paz en este mundo. Jesucristo puede ser puesto al margen por
algunos, pues no es estrictamente necesario. Somos todos hermanos, “Fratelli tutti”.
En esa misma línea decía otro pérfido personaje de la misma escuela de
demolición anticristiana, al nuevo Arzobispo de Buenos Aires García Cuerva, que
quisiera que en la puerta de las iglesias hubiese un cartel que dijese “Entrada
libre”. Y en estos días otro heresiarca el alemán Marx –otro amigo de la
sodomía- dice que una Iglesia sólo para cristianos es una herejía…
Remata Tucho su orgullosa exposición, con estas
palabras que suponen un alivio, diríase el canto a una nueva primavera de la
Iglesia: “Terrible que nos haya pasado
eso en la Iglesia, ¿eh? Gracias a Dios el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos
de esos esquemas”. De modo tal que, sí, debemos entenderlo de una buena
vez, Francisco es un “Libertador”, es el
hombre a quien Dios eligió para ayudarnos a liberarnos de la opresión que
durante siglos los fieles hemos sufrido por parte de la Iglesia, con sus rígidos
esquemas, sus prohibiciones, sus preceptos y sus mandatos.
“Libertador” fue también Lutero, por supuesto. Todos
los herejes han surgido para ser “libres” y “liberar” a los cristianos de la
tiranía de Roma. Santo Tomás de Aquino explicaba que el ideal propuesto por el
jefe de la Contra-Iglesia, Satanás, es la “libertad”. Nada nuevo bajo el sol
ahora, a no ser que estos enviciados enemigos de la Iglesia ocupan todos los
puestos de la misma y están decididos a hacer de ella una Iglesia “trans”,
dispuesta a desfilar orgullosamente desnuda ante los ojos del mundo, luego de
haber fornicado con los poderes de la tierra.
Pero si Francisco ama las sorpresas, Dios va a
complacer esa ansia de sorpresas. Por supuesto que no será agradable para él ni
para los “Nefarious” que se han enseñoreado de Roma. No será nada agradable
para ellos, claro que no.
Los hijos de la Virgen no podemos sorprendernos del
todo, porque creemos en su promesa y esperamos: “Al fin mi Inmaculado Corazón
triunfará”.