Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

jueves, 13 de julio de 2023

“TUCHO” Y EL DIABLO


 



Por FLAVIO MATEOS

 

 

“El liberalismo posee las llaves de la muerte no sólo

para esta vida presente, sino también para la futura”.

 

Cardenal Billot

 

 

“El liberalismo resulta desfavorable a la libertad porque ignora las restricciones que la libertad debe imponerse para no destruirse a sí misma”.

 

Nicolás Gómez Dávila

 

 

“Si queremos localizar a Satanás, no hemos de buscarle en el desierto, sino metido en los centros y en los puntos neurálgicos y bien disfrazado como “ángel de la luz” (II Corintios 11, 14). Solamente así se explica el misterio de la apostasía bajo formas de piedad, de la cual habla San Pablo en II Tesalonicenses 2, 3 ss.”

 

Monseñor Juan Straubinger

 

 

Fue en el Jardín del Edén, allí donde nuestros primeros padres gozaban de la amistad íntima con el Creador, y eran libres de la enfermedad y la muerte, fue allí donde surgió la peste del Liberalismo, por obra del Padre de la Mentira. Con su característica y –para Eva- novedosa y desconocida insidia, la serpiente dio a entender a la mujer que no era del todo libre, pues tenía una limitación, una prohibición, una barrera que no podía infringir. Según la serpiente la libertad de que gozaban estaba restringida injustamente, y por eso no podía ser verdadera libertad. Así es como inició la serpiente el diálogo fatal con su víctima, y la curiosa mujer cayó en la trampa. Creyendo que entonces iba a ser de verdad libre, como si no lo fuera, mediante el dulce conocimiento “del bien y del mal” –aquí nació el gnosticismo, que desdeña la fe y abraza orgullosamente “el conocimiento”- comió del fruto prohibido, y luego tentó a Adán, que también comió. Se inició así la larga cadena de los “liberados” de los mandatos divinos. La Revolución iniciada con el “non serviam” ahora se trasladaba a los humanos.

Satanás ha sido pues el primer “Libertador”.

La libertad que pregonan los liberales viene de allí, es una libertad de hacer lo que fuere sin ningún tipo de coacción exterior, es una libertad que el hombre se da a sí mismo, no la recibe de nadie (y esto a pesar de que absolutamente todo lo ha recibido de su Creador, que lo sacó de la nada). Su tendencia a exaltarla como valor primero es en verdad una auto exaltación del hombre, libre de la tutela de su Creador. La libertad liberal es un ídolo, un fin en sí mismo. Es la diosa encumbrada en la Revolución francesa y representada en la Estatua de la Libertad de Nueva York (y antes que allí, en Buenos Aires). Es el fundamento del mundo moderno y de la Iglesia modernista que se ha reconciliado con ese mundo.

Pero la libertad sin barreras, sin restricciones, se anula a sí misma, pues es un absurdo en toda criatura que es limitada. Termina en la locura que hoy estamos viendo por doquier. Ya lo había anunciado hace un siglo el Cardenal Billot: “¿Ves cómo el principio del liberalismo, por una necesidad ineluctable de su naturaleza, termina en lo que es antinatural?” (El Error del Liberalismo). El grito de libertad de los liberales es en realidad un grito de rebeldía contra lo real, porque en esto debe admitir su limitada condición. Pero es además una orgullosa revuelta contra el misterio, ya que el hombre orgulloso quiere saberlo todo y no admite que algo se sustraiga a su conocimiento. Sin embargo, es aceptando las restricciones, y por lo tanto nuestra condición de criaturas, y por ende nuestra limitación, como gozamos de la verdadera libertad, porque, detalle importante, esos límites nos son trazados por el Amor de un Padre, a quien le debemos absolutamente todo (menos el pecado, lo único que nos pertenece). Decía Chesterton: “Es la idea del misterio la que conserva al hombre sano. El misterio es la salud del espíritu y su negación es la locura” (Ortodoxia).

Esa locura liberal y naturalista, con su evacuación del misterio, particularmente desde la liturgia, penetró en la Iglesia con el concilio Vaticano II, imponiendo la “libertad religiosa”, que nos ha llevado a esta irrefrenable demencia en Occidente. El liberalismo ha infestado hasta lo más profundo el clero, más allá de la centenaria y exitosa infiltración masónica, o precisamente a raíz de ello, entre otros factores. El liberalismo se respira, se huele, se siente en el ambiente. Todo lo invade y lo sofoca, todo lo falsea, todo lo pervierte. Las modernas encíclicas papales parecen salidas de las logias. El conservadorismo y la línea media están resabiados de liberalismo. Gran parte del “tradicionalismo” está impregnado de liberalismo. Ese es el motivo de la falta de reacción ante el avance de la Revolución.

Y ahora, la Iglesia conciliar surgida de la Revolución de octubre de 1962 se apresta  a llevar hasta sus últimas consecuencias el programa liberal judeo-masónico en la Revolución de octubre del 2023-2024, el Sínodo. El demoledor e infatigable Francisco –“lo que haz de hacer, hazlo rápido”- no da puntada sin hilo y ahora, antes de salir de escena –o de la escena del crimen, habría que decir-, para encabezar la demolición final ha traído al centro de la escena a su más obsecuente discípulo: Monseñor Víctor “Tucho” Fernández (conocido también como Monseñor “Besuqueiro”, en breve será Cardenal), el cual parece dispuesto a seguir las instrucciones para no dejar nada católico en pie. Es el non plus ultra en el terreno de la apostasía. La osadía de los enemigos de la Iglesia se anima cada vez más, y ya se atreven a decir las cosas claramente, como un obispo que próximamente vestirá la púrpura cardenalicia, Mons. Américo Aguiar, auxiliar del patriarcado de Lisboa y organizador de las JMJ: “Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada de eso, en absoluto”. Que un obispo diga esas palabras en la tierra donde se apareció la Santísima Virgen María en Fátima para pedir la conversión de los pecadores, mostrando incluso el infierno a donde iban las almas que se condenaban, ya es el colmo de los colmos, pues parece directamente un desafío del Diablo, y que los cardenales y obispos permanezcan callados –como ocurrió tras la Revolución conciliar- directamente lleva a concluir que estamos próximos a alguna grandísima catástrofe de proporciones bíblicas porque de no ser así la Iglesia de Cristo dejará de existir en un plazo muy próximo, convirtiéndose –ella sí- en una asamblea de afeminados protestantes.





Este desdichado personaje llamado “Tucho” Fernández, que parece surgido de una hórrida película de Pasolini o de un rancio programa cómico televisivo argentino de los años 1980 (televisión judaica, por supuesto), ha dicho unas palabras que sólo alguien inconsciente o audaz hasta el ridículo, ha podido proferir. Pero esas palabras, expelidas quizás con un hálito fétido en un ámbito por demás inconveniente para las mismas, pues fueron lanzadas al aire nada menos que dentro de la mayor catedral gótica de Hispanoamérica, han sido ya bastante difundidas, pero merecen ser consideradas atentamente. Porque sólo pueden denotar que surgen de la boca de un intruso, de un okupa, de un irresponsable y de un enemigo de la Iglesia. Un personaje digno de merecer ser juzgado con la mayor severidad por la Santa Inquisición, en su época de gloria. ¡Y es él quien está ahora a cargo de la antigua “Inquisición”!

Luego de afirmar en un sermón dominical (en la Catedral de La Plata, el 5 de marzo) que hay que aprender a mirar la belleza de las personas “más allá de su orientación sexual” (¡!), el ahora prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe  (será la “fe” de Palito Ortega, tal vez), se despacha con lo que sigue:

“Ustedes saben que durante muchos siglos la Iglesia fue en otra dirección. Sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones…clasificar a la gente para ponerle rótulos: éste es así, éste es asá, éste puede comulgar, éste no puede comulgar, a éste se le puede perdonar, a éste no. Terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia, ¿eh? Gracias a Dios el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”.

Eso ha dicho el grotesco obispo Tucho. Veamos: “…durante muchos siglos la Iglesia fue en otra dirección”, el Monseñor tiene la osadía de afirmar que durante muchos siglos la Iglesia estuvo equivocada, fue “rígida”, como diría su mentor Bergoglio. Confesión de que su mandamás está llevando la Iglesia en una dirección distinta hacia la cual se dirigió durante “muchos siglos” (en verdad esa nueva eclesiología surgió en el Vaticano II, ahora estamos recogiendo sus frutos). Por lo que sigue después, está hablando prácticamente de la Iglesia desde que la fundó Nuestro Señor Jesucristo. Y sigue: “Sin darse cuenta fue desarrollando toda una filosofía y una moral llena de clasificaciones”, acá no acusa a la Iglesia de maldad, sino de inadvertencia, de falta de seso para ver que se estaba volviendo rígida y discriminadora, y la acusación no va hacia tal o cual tendencia o escuela dentro de la Iglesia, sino a la Iglesia misma, nada menos. Continúa: “…clasificar a la gente para ponerle rótulos: éste es así, éste es asá,”. Además de ser esto un disparate, cuando quiere Tucho rotula. En una reciente entrevista a la revista progresista “Vida Nueva”, dice: “Especialmente me molestaba que se prestara mucha atención a ciertos problemas doctrinales y menos a otros. Por ejemplo, a quienes, sin ser lefebvristas, se distanciaban del Concilio Vaticano II, no se les cuestionaba demasiado”. Está diciendo allí que debió cuestionarse más a los que se distanciaban del sacrosanto e intocable e infalible Vaticano II. Y que está bien cuestionar a los “lefebvristas”. ¿No está allí clasificando a la gente, poniéndole rótulos? Sigue: “ éste puede comulgar, éste no puede comulgar, a éste se le puede perdonar, a éste no”. Con estas palabras Mons. Tucho acusa directamente a N. S. Jesucristo, quien dio a los Apóstoles el poder de atar o desatar, puesto que no se entra al Banquete celestial sin el vestido de bodas de la gracia. Pero Tucho no hace otra cosa que seguir a su maestro Francisco que afirma siempre que quiere una Iglesia para todos, sin importar la condición o disposiciones de la persona. Se trata de la Iglesia=Humanidad, una entidad meramente terrenal y un espectáculo apto para todo público, cuya finalidad es la unidad del género humano y la paz en este mundo. Jesucristo puede ser puesto al margen por algunos, pues no es estrictamente necesario. Somos todos hermanos, “Fratelli tutti”. En esa misma línea decía otro pérfido personaje de la misma escuela de demolición anticristiana, al nuevo Arzobispo de Buenos Aires García Cuerva, que quisiera que en la puerta de las iglesias hubiese un cartel que dijese “Entrada libre”. Y en estos días otro heresiarca el alemán Marx –otro amigo de la sodomía- dice que una Iglesia sólo para cristianos es una herejía…

Remata Tucho su orgullosa exposición, con estas palabras que suponen un alivio, diríase el canto a una nueva primavera de la Iglesia: “Terrible que nos haya pasado eso en la Iglesia, ¿eh? Gracias a Dios el Papa Francisco nos ayuda a liberarnos de esos esquemas”. De modo tal que, sí, debemos entenderlo de una buena vez,  Francisco es un “Libertador”, es el hombre a quien Dios eligió para ayudarnos a liberarnos de la opresión que durante siglos los fieles hemos sufrido por parte de la Iglesia, con sus rígidos esquemas, sus prohibiciones, sus preceptos y sus mandatos.

“Libertador” fue también Lutero, por supuesto. Todos los herejes han surgido para ser “libres” y “liberar” a los cristianos de la tiranía de Roma. Santo Tomás de Aquino explicaba que el ideal propuesto por el jefe de la Contra-Iglesia, Satanás, es la “libertad”. Nada nuevo bajo el sol ahora, a no ser que estos enviciados enemigos de la Iglesia ocupan todos los puestos de la misma y están decididos a hacer de ella una Iglesia “trans”, dispuesta a desfilar orgullosamente desnuda ante los ojos del mundo, luego de haber fornicado con los poderes de la tierra.

Pero si Francisco ama las sorpresas, Dios va a complacer esa ansia de sorpresas. Por supuesto que no será agradable para él ni para los “Nefarious” que se han enseñoreado de Roma. No será nada agradable para ellos, claro que no.

Los hijos de la Virgen no podemos sorprendernos del todo, porque creemos en su promesa y esperamos: “Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”.   

 

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