¡ CONTRAATAQUE !
sino
poderosas en Dios, para derribar fortalezas”
II
Corintios X, 4.
Por FLAVIO MATEOS
El reciente
motu proprio Traditionis custodes, fue
arrojado por Francisco como una bomba impiadosa sobre las ruinas de la Iglesia,
en el nombre de la “unidad”, aparentemente amenazada por un puñado de fieles
que sólo querían seguir rezando de una manera inequívocamente católica. Está
claro que lo que amenaza la Misa tradicional es la unidad de la neo-iglesia
modernista, una unidad en el objetivo de forjar una neo-religión universal apta
para el Reinado del Anticristo. El motu proprio se trata de uno más de los periódicos
cartuchos de dinamita marca “Vaticano II” con que Bergoglio –al parecer
siguiendo el guión de la mafia de Saint-Galo- está demoliendo la Iglesia desde
su arribo a la sede petrina. Muy bien podría Francisco ser tildado de
“empresario de demoliciones”, título que solía ostentar en una tarjeta personal
el herético blasfemador francés León Bloy (a quien por cierto Francisco se ha
complacido en citar en más de una ocasión, incluso en la primera homilía de su
proceloso pontificado).
Este
uno de los ataques más virulentos y menos disimulados hacia los católicos
fieles a la Misa tradicional, es decir, sobre los que quieren seguir siendo
católicos, desde el tiempo en que fue promulgado el Novus Ordo por Pablo VI.
De allí
que algunos ahora han debido reconocer las razones de sobra que tenía Monseñor Lefebvre,
allá lejos y hace tiempo, para lanzar su operación supervivencia de la
Tradición. Sin embargo, no han sido ni mucho menos sus sucesores lo que
volvieron a decir las cosas con la acerada claridad del gran Arzobispo. ¿Por
qué no recordar lo que Mons. Lefebvre escribía de su puño y letra, el 29 de
agosto de 1987, al inicio de su carta dirigida a los futuros obispos que iba a
consagrar? Empezaba con las palabras siguientes:
“Puesto que la Sede de Pedro y los
puestos de autoridad de Roma están ocupados por anticristos, la
destrucción del Reinado de Nuestro Señor prosigue rápidamente dentro mismo de
su Cuerpo Místico en esta tierra, especialmente por la corrupción de la
Santa Misa, manifestación espléndida del triunfo de Nuestro Señor en la cruz: “Regnavit a ligno Deus”, y fuente de
expansión de su Reino en las almas y en las sociedades”.
No
cuesta imaginar que sus palabras serían hoy más duras, y no más elusivas, como
las de sus sucesores. Y eso sin caer en el desvarío sedevacantista.
En
tanto que en el mundo extra eclesial, ajeno por completo a estas circunstancias
intra eclesiales, la diabólica ofensiva que se vive a nivel mundial contra el
orden natural, sobre el cual reposa el orden sobrenatural, nos recuerda la
ofensiva lanzada en la década del sesenta del pasado siglo, en el mismo sentido,
derribando lo poco que quedaba de la cultura tradicional, bajo la influencia
perversa y falsificadora del llamado “marxismo cultural”, que venía de Londres,
Washington y New York, antes que de Moscú.
Por entonces
todo el mundo parecía volverse loco: 1960 pareció marcar una etapa decisiva en
el asalto al control total de los enemigos de la Iglesia. El mundo post-segunda
guerra mundial, con la victoria de la alianza cosmopolita
anglo-yanqui-sionista-comunista (es decir, de los países en control de la
Sinagoga de Satanás), encontró el terreno abonado para expandir la Revolución
comunista incluso hasta el interior del Vaticano. El tercer secreto de Fátima,
que debía ser dado a conocer en 1960, fue cuidadosamente ocultado por la cúpula
vaticana. El terrible castigo para la misma Iglesia no se hizo esperar. Los
hechos iban confirmando lo que la Virgen había advertido.
Sin
embargo, ya consumado el desastre del Vaticano II, la Misericordia de Dios nos
envió la contraofensiva del Cielo: fue conducida por Monseñor Marcel Lefebvre,
formando una legión de verdaderos católicos resistentes, a partir del rescate
del sacerdocio y la misa auténticamente católicos. La Tradición no podía morir,
y no murió. Más aún, significó una verdadera y necesaria renovación,
permitiendo a los jóvenes que se fueron sumando el descubrimiento de la
Tradición católica, del tomismo y de la devoción mariana, descalabrados por la
revolución conciliar.
Con una
humildad tan arraigada como su firme determinación de continuar la obra de la
Iglesia, sin medios materiales poderosos, en medio de las críticas y sanciones
de Roma y de la prensa mundial que le era adicta, hasta el punto de llegar a
las “excomuniones” que sobre él y sus seguidores lanzaron los modernistas, la
obra de supervivencia, sin embargo, se fortaleció y continuó, conservando la
Misa de siempre y los medios de santificación de la Santa Iglesia. Dios no iba
a permitir que el Sacerdocio y la Misa desapareciesen. El nuevo Atanasio no
retrocedió. La idea del reinado social de Cristo perduraba.
Pero,
ya sabemos todos lo que a continuación lamentablemente sucedió: muerto el
Fundador, los hombres a la cabeza de su herencia empezaron a perder la cabeza,
por no tener el mismo espíritu de celo por la verdad (celo paulino, lo llamaría el Padre Grandmaison), la misma humildad
y el mismo coraje para enfrentar a un enemigo al que ya no reconocían por tal. Los
hombres decisivos dejaron de pensar que estaban en guerra y entraron en la
dialéctica marxista del enemigo, astuto como serpiente (diálogo y “cultura del
encuentro”). El espíritu liberal, el relajo y la abundancia de medios para
realizar la obra de apostolado, y probablemente también la infiltración del
enemigo, hicieron caer en gran medida –si bien no absolutamente a todos- a los
hasta entonces resistentes de la Tradición católica en el orgullo institucional
y el clericalismo, paso previo al fariseísmo. Como a Sansón, los astutos
peluqueros liberales le cortaron su frondosa cabellera y perdió la fuerza que
le venía del Cielo.
Pero la
herencia no estaba del todo dilapidada y los buenos resistentes al nuevo estado
de cosas surgieron. Por la misericordiosa iniciativa de Nuestro Señor, los
herederos de Monseñor Lefebvre, cuya vida fue un combate que debe ser
continuado, sin desviaciones ni a izquierda ni a derecha, han seguido
sosteniendo las banderas de la intransigencia católica y de Cristo Rey. Esto es
lo que transmiten los cuatro Obispos de la llamada “Resistencia”. Ni
liberalismo, ni sedevacantismo. No hay cancelación posible del combate de
Monseñor Lefebvre.
Pero hemos
dicho que la de Mons. Lefebvre y los defensores de la Tradición fue una
Contraofensiva del Cielo, porque Mons. Lefebvre actuó guiado providencialmente,
provisto de una claridad y valentía que no tuvieron par, en vistas del
cumplimiento de los planes divinos, cuando él personalmente parecía ya haber realizado
la misión de su vida y se aprestaba a procurarse un buen y calmo retiro.
La
contraofensiva de Lefebvre fue a manera de “Resistencia” a las reformas
liberales y modernistas salidas del Concilio, para conservar la idea del
Sacerdocio y de la Misa como verdaderamente debían ser y siempre habían sido.
En definitiva, fue un activo conservadorismo de la Tradición que conservó
multiplicando, en cuanto pudo, lo que quería conservar, única manera de que
el talento fructifique: no enterrándolo. Así se ha seguido transmitiendo. Y
parte de esa transmisión era transmitir la combatividad intransigente,
que le permitía a Lefebvre decir las cosas claramente, por su mismo nombre, de
allí la calificación de anticristos a los jerarcas romanos. No se trataba de
ínfulas de espadachines o justicieros veleidosos, sino del santo celo por el
honor de Cristo mancillado por quienes debían exaltarlo.
Mientras
tanto la Iglesia conciliar ha seguido avanzando sin obstáculos en sus
demoledoras reformas, tratando de no dejar en pie nada que fuese católico, en
pos del sincretismo mundialista que requiere el Nuevo Orden Mundial. Esta
“iglesia” o secta modernista que ocupó los puestos de mando de la Iglesia, se
mostró inexpugnable a todo asalto verdaderamente católico. Por ello luego de
los intentos estériles de acercarse a Roma para intentar cambiar algo desde
dentro mismo, Mons. Lefebvre comprendió cabalmente el espíritu perverso que
guiaba a los conciliares, con los cuales había que poner distancia y evitar
al fin los contactos pues se trataba simple y sencillamente de una guerra entre
el catolicismo y el anticatolicismo o su falsificación modernista, ecumenista y
mundana. No había ninguna posibilidad de acuerdo práctico sin acuerdo
doctrinal, y lo que menos le interesaba a la Roma modernista era la doctrina
católica. Roma, definitivamente, estaba ocupada por el enemigo.
¿Podía
hacerse algo más contra los enemigos que mediante el Caballo de Troya llamado
Vaticano II, habían invadido y se habían apoderado de la Ciudadela? ¿Había
posibilidades de combatirlos, desde el otro lado de la muralla? Podía hacerse
algo y se hizo, hasta que dejó de usarse la gran arma de combate que Dios nos
ha otorgado.
Para
entendernos: durante algunos años la Fraternidad San Pío X (FSSPX) comprendió
la importancia del mensaje de Fátima, por eso lanzó varias cruzadas de
Rosarios, con la finalidad especial de pedir la consagración de Rusia al
Corazón Inmaculado de María. Era esta la forma de combatir al modernismo
conciliar con todas sus malas enseñanzas. Como explica un editorial de Le Sel de la terre (Dominicos de
Avrillé), respecto de la consagración de Rusia: “Un acto tal sería ya un primer
paso en el retorno a la Tradición: el acto de consagración de Rusia es un acto
que debe ser impuesto por el papa personalmente (contra la colegialidad), que afirma su autoridad sobre Rusia (contra el cisma ortodoxo), que
valoriza la mediación de la Santa Virgen (contra el falso ecumenismo con los protestantes), al cual está
ligado la conversión de un país en tanto que país (contra la libertad religiosa); la devoción reparadora de los
cinco primeros sábados de mes recuerda que el pecado ofende a Dios y que
debemos rezar y sacrificarnos para impedir que caigan las almas al infierno (contra la nueva teología)”.
Un acto
de tal envergadura y con todas sus implicancias, sólo puede ser cumplido
milagrosamente y en circunstancias excepcionales, las cuales Dios puede
suscitarlas de manera totalmente sorprendente para nosotros. Pero Él quiere nuestra
cooperación y la manifestación de nuestro deseo de que tales cosas ocurran.
Como
hemos podido señalar en varios otros artículos, el Santo Rosario ha obtenido
resonantes victorias pues la Santísima Virgen es poderosa “como un ejército
ordenado para la batalla” y siendo la destructora de todas las herejías,
luchará contra todo lo que ofenda a Dios, lo que deshonre a su Hijo, lo que
atente contra su Reinado universal.
Pues
bien, desde la penosa defección institucional de la exitosa FSSPX, quienes
estamos en la llamada “Resistencia” hemos de comprender que nuestro papel tan
pequeño y subordinado, sin embargo, tiene un alcance asombroso, en la medida en
que recurramos a las armas sobrenaturales con que contamos y que siempre tienen
su eficacia poderosísima pues dependen de la voluntad salvífica de Dios,
a quien hemos de recurrir con absoluta confianza. Nos parece oportuno recordar ahora
la hazaña del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, liderado por Josué,
cuando luego de haber pasado milagrosamente el Jordán, tomó la ciudad de
Jericó. La ciudad, que tenía un perímetro poco más grande que el Vaticano, era
un baluarte inexpugnable, pues contaba con gruesas murallas dobles y bien
protegidas. Los israelitas además no tenían armas. ¿Cómo iban a tomarla? Humanamente
hablando, era absolutamente imposible. Pues bien, lo lograron. Ese asombroso
triunfo fue obra de la fe, donde Dios manifestó que nada es más fuerte que su
Verdad. Dios le dio órdenes a Josué de que hiciese dar vueltas a la ciudad con
el Arca de la Alianza, durante seis días, a todos los hombres y siete
sacerdotes con siete trompetas. Al séptimo día darían vuelta a la ciudad siete
veces, los sacerdotes tocarían las trompetas y el pueblo gritaría, entonces se
derrumbarían las murallas. Así sucedió. Hay un alto sentido simbólico en todo
ello: el Arca es imagen de María, Arca que ha contenido al Santísimo Redentor;
el total de vueltas a las murallas resulta en trece, número simbólico del
combate entre la Mujer y el Dragón que Dios nos ha mostrado en Fátima –pero no
sólo allí. El sonido de las trompetas es la predicación de la Palabra de Dios. En
síntesis: el pueblo fiel de Dios, creyendo a la Palabra de Dios, siguiendo a
María, logró el milagro de la victoria, cuando todo la hacía imposible. Esto se
repetiría en una nueva circunstancia histórica.
El 1° de noviembre de 1628, la ciudad francesa de Rochelle, sostenida por Inglaterra,
amenazaba extender el protestantismo a toda Francia. Por orden del rey Luis
XIII, el Rosario fue rezado solemnemente en el convento dominico de Faubourg
Saint-Honoré en Paris, en presencia de toda la corte. El rey asimismo demandó a
un célebre predicador dominico, predicar una misión a las fuerzas armadas. Se
distribuyeron 15.000 rosarios entre las tropas, las cuales cada noche llevaron
en triunfo una estatua de la Virgen alrededor de la ciudad, portando antorchas,
mientras rezaban el rosario (cual si fuese un nuevo Josué con el Arca de la
Alianza, alrededor de los muros de Jericó). La ciudad fue finalmente tomada,
entrando los dominicos en primer lugar. En acción de gracias el rey hizo
construir la famosa iglesia de Nuestra Señora de las Victorias en Paris. Fue
una absoluta victoria del Santo Rosario.
Rusia
debe convertirse, pero el enemigo de hoy no es Rusia, sino la Iglesia conciliar,
porque es quien impide esta consagración, porque es quien coadyuva a la
construcción exitosa del Nuevo Orden Mundial anticristiano que persigue a los
católicos, porque es quien atenta contra el Reinado de Cristo, es quien
desobedece los pedidos de la Virgen en sus apariciones de Fátima, es quien
apoya a los gobernantes que imponen la contranatura y la tiranía sanitaria
covídica. No podemos quedarnos sin reaccionar, cuando el enemigo no deja de
avanzar sobre los católicos, siendo que nosotros contamos con la ayuda del
Cielo, con Dios todopoderoso y la Inmaculada que ha demostrado ser el terror de
los demonios. El enemigo avanza porque nosotros no reaccionamos. Pero ¡ya es
hora!
De nada
sirven los entibiados lamentos de los miembros de las congregaciones afectadas
por el Traditionis custodes, de nada
el llanto que confesó haber derramado el obispo conciliar que reside dentro de
la FSSPX en Suiza, de nada la jactancia enarbolada por los jerarcas de esta
última congregación porque se sienten “a salvo”, de nada seguir mirando la
ofensiva de los anticristos romanos, sin lanzar nuestro contraataque. ¡Hay que
responderles! ¡Hay que hacerles frente!
Hay que
pedir a Dios el derrumbe de las murallas de la nueva Jericó. No somos poderosos
ni somos numerosos. En realidad, no podemos nada. Pero Dios escoge lo débil
del mundo para confundir a lo fuerte. Dios lo puede todo. El Arca está con
nosotros. Marchemos detrás de ella, en actitud combativa. Contraataquemos.
Pidamos la consagración de Rusia, recemos por la necesaria derrota de los
modernistas que ocupan la Ciudad Santa, pongamos en acción el programa completo
de Fátima, ese que los conciliares descartaron y que ahora los tradicionalistas
han olvidado. ¡Levantemos nuestros Rosarios para pedir la caída de la Roma
apóstata y el regreso de la Roma eterna! DELENDA EST NOVUS ORDO ECCLESIAE.
¡Viva
el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María!