¿NADA
QUE HACER?
Digámoslo
sin vueltas: Todos estamos amenazados, todos corremos un gran peligro. Visto
desde todos los ángulos, el panorama no puede ser peor. Desde inicios del 2020
todo parece haberse coaligado para tejer una inmensa red donde todos los habitantes
de este mundo –salvo un pequeño grupo de poderosos sin escrúpulos- queden
atrapados. Una “pandemia” que, más allá de lo sanitario, todavía cuestionado,
ha llevado a los gobiernos del mundo a medidas policiales coercitivas de tipo
comunista, al cierre de las fronteras, al confinamiento masivo, al quiebre de
las economías, a la prohibición del culto religioso, a la permanente vigilancia,
a la imposición de un relato único e incuestionable. Vacunación forzada o experimentación
genética obligatoria (inyección venenosa), pases sanitarios, persecución de los
disidentes, censura contra la verdad, extensión de la diabólica ideología de
género, facilidades para el aborto y la corrupción de los niños, profanación de
iglesias católicas, desempleo, depresiones y suicidios, familias distanciadas y
divididas, poblaciones enfrentadas y en permanente conflicto con sus
gobernantes, crisis laboral, crisis energética, desabastecimiento de comida en
los países más industrializados, hambre en los países subdesarrollados en fin: “Nueva normalidad”, “Cultura de la
cancelación”. A todo esto, el apoyo explícito y cómplice del papa Francisco y
toda la jerarquía vaticana en lo que parece haberse constituido una especie de
nueva religión: el “covidismo”. Y la persecución a la Misa tradicional, el
ocultamiento de la religión recluida al ámbito sólo de lo privado, la
prohibición de asistir a los santuarios marianos, entre tantas aberraciones
nunca antes vistas. La abominación de la desolación en la Iglesia, el misterio
de iniquidad a toda marcha, el humo de Satanás que todo lo envuelve.
La
élite globalista tecnotrónica, precursora del reinado del Anticristo, quiere el
control total mediante la esclavización de la humanidad. El esclavo perfecto es
aquel que ni siquiera puede controlar o ser dueño de su propio pensamiento. Es
lo que buscan los nuevos Dr. Frankenstein, mediante las nuevas tecnologías de
interfaz cerebro-computadora, la nanotecnología, los métodos de digitalización
ultrasofisticados, la optogenética, los electrodos implantados, la estimulación
electromagnética transcraneal, el transhumanismo: obtener seres humanos sin
libre albedrío, infrahumanos al servicio absoluto de los nuevos “dioses”, ese
pequeño grupo de desquiciados plutócratas –masones y satanistas- que han fabricado
o se han apoderado de los gobiernos liberales, democráticos y comunistas de casi
todo el planeta gracias al poder de fabricar dinero “de la nada”, a sus grandes
negocios de especulación y la imposición de impagables deudas a todos los
países. A la vez se impone una ideología monstruosa que pretende acabar con la
identidad biológica de hombres y mujeres, creando unos híbridos ajenos a toda
realidad, fluctuantes en pos de sus deseos más depravados, que finalmente serán
el descarte y el deshecho de un mundo donde casi no existirá la familia según
Dios la creó. Sin dudas los peores criminales de la historia se han adueñado
del mundo y un exterminio en ciernes se avizora. Hasta los perros oliendo el
horizonte pueden sentir que lo que está llegando no huele nada bien. El mundo
moderno es un fraude que está llegando a su nada glamoroso ni hollywoodense “The
End”.
El
diablo les ha inoculado a tan demenciales conspiradores (cuyos rostros visibles
son los “filántropos” Schwab, Gates, Soros, etc.) la utopía de rehacer el
Génesis, y para eso, hacer un hombre nuevo “a su imagen y semejanza”. Dios hizo
al hombre libre, el diablo quiere hacerlo esclavo, sin libre albedrío, para que
no pueda amar a Dios. En definitiva, quiere borrar todo rastro de la Redención
de Nuestro Señor. Cosa que, va de suyo, Dios no permitirá.
Y bien,
las explicaciones sobre la conspiración covídica, sobre los planes del “Nuevo
Orden Mundial”, sobre la “Agenda 2030”, etc., abundan. Hay algunos pocos libros
e informes muy serios y valiosos, en medio de tanto palabrerío ignaro. Ahora,
cuando se trata de responder a la pregunta ¿Cómo luchar contra todo esto?, ¿Qué
hacer?, ahí se pierde toda claridad y se cae en declaraciones de optimismo
humanista, en resistencias que sólo piden “Libertad” o “Democracia” a sus
carceleros o…se cae en la desesperación. Mientras tanto una gran parte de la
población –sobre todo católico-liberal- permanece en su propio mundo de
fantasía, pensando que pronto todo ha de volver a ser igual que antes. El
Liberalismo nos ha conducido al Comunismo, hay que entenderlo de una buena vez.
Y no se trata sólo de entenderlo para dar una “batalla cultural”: esto va más
allá, esto es un problema necesariamente religioso. ¿Conferencias, charlas y
videos van a cambiar la situación? No. Se van a esclarecer algunos pocos, pero
todavía no estamos haciendo lo que hay que hacer. Al enemigo no lo va a frenar
un puñado de personas intelectualmente esclarecidas, ni otro grupo de personas
protestando, luego de muchos años de participación liberal-democrática que han
consolidado el sistema. Cierto, puede haber resistencias que demoren sus planes,
que obstaculicen sus plazos, que estorben sus proyectos. Pero en el fondo, esto
no va a cambiar si no cambia la causa que lo ha provocado.
Para
saber qué hacer hay que saber cuál es realmente el problema y cómo se llegó a esto. La primera
medicina es saber la enfermedad.
Estamos
en medio de la más grande Revolución de la historia. Ha comenzado instigada por
aquel que dijo “No serviré” y ha sido
vehiculizada por quienes luego dijeron “No
queremos que éste reine sobre nosotros”. Finalmente, llegó el Concilio
fatal, donde a Cristo “lo destronaron”.
Y la Iglesia quedó cautiva de sus enemigos, que, aunque no lo lograrán, sólo
piensan en aplastarla. Sí han tenido estupendo éxito en neutralizarla.
“¿Quién
se ha parado a considerar la cantidad de bienes que otorgó en su bondad a los
hombres Aquel que tantas maldades soportó de ellos? ¿Quién considera cuántas
maldades soporta todavía, incluso ahora que desde el cielo reina sobre el
corazón de los fieles? A diario padece todo lo que sus elegidos sufren de parte
de los réprobos. Y, aunque la Cabeza de este cuerpo que somos nosotros, se
encuentra ya libre por encima de todo, sin embargo, siente todavía las heridas
por medio del cuerpo que mantiene aquí abajo” (S. Gregorio Magno, Moralia)
Lo peor
de esta situación es que nosotros los fieles pensamos demasiado y únicamente en
nosotros mismos, en nuestra propia situación personal, en nuestra estadía en
este mundo de pecado y exilio, y parece no importarnos demasiado las ofensas
que se hacen a Dios, el desprecio por el Corazón de Jesús, las blasfemias y
pecados contra el Inmaculado Corazón, los ataques a la Iglesia, las almas de
hermanos nuestros que se pierden… “He
aquí ese Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha ahorrado, hasta
agotarse y consumirse, para testimoniarles su amor” (palabras de N. S.
Jesucristo a Sta. Margarita María, mostrándole Su Sagrado Corazón), pero “Él vino a lo suyo, y los suyos no lo
recibieron” (Jn. 1,11). Peor aún, una vez recibido, luego ¡lo expulsaron!
(Vaticano II y laicización de los Estados). Para entender la magnitud del
castigo que atravesamos y que aún puede desatarse con mayor violencia, por
parte de la justísima mano de Dios, pensemos en lo que fue el rechazo de su
propio pueblo, los judíos, al Mesías, conduciéndolo a la humillación, el
vilipendio, el desprecio, y la afrenta de morir crucificado como un vulgar
ladrón. El castigo fue uno de los hechos más atroces de la historia, la
destrucción de Jerusalén y su magnífico templo, más la dispersión de los
judíos, cargando sobre sí su propia maldición. Hoy el pueblo de Dios, la
Iglesia católica, ha rechazado una y otra vez los reclamos amorosos de su
Corazón y hasta se ha atrevido a desdeñar el Mensaje de la Sma. Virgen de Fátima.
El resultado es una degradación, envilecimiento y podredumbre sin comparación
dentro de la Iglesia oficial, infestada del pecado nefando y contranatura, la
apostasía desoladora y la fornicación con los poderes de este mundo cuyo
príncipe es Satanás.
Entonces,
¿todo está perdido? ¡No! Por el contrario, tenemos las armas más poderosas con las que podemos contar.
Si bien
en la esfera pública, ya nada puede hacerse, visto el poder político, económico
y mass-mediático de los enemigos, que poseen el dinero, las armas, la prensa,
las universidades, las escuelas y la tecnología, por no decir también las
mentes de las multitudes, en esta guerra de la Serpiente contra la Mujer, es
decir, de Satanás contra la Virgen María, debemos dar nuestro contraataque pues contamos con la Fe, la
Esperanza y la Caridad que deben ser llevadas al trono del Rey a través de una
incesante actitud de reparación y confianza, de penitencia y oración, con las armas poderosísimas que el mismo
Cielo nos ha dado: “Los últimos
remedios dados al mundo son: el santo rosario y la devoción al Corazón
Inmaculado de María. ‘Últimos’ significa que no habrá otros” (Hermana
Lucía de Fátima al padre Fuentes). En cada aparición de Fátima, Ntra. Sra.
pidió el rezo del rosario, al cual le ha dado un poder temible contra las
fuerzas infernales y una eficacia mayor que nunca. El Rosario es un arma victoriosa y quien lo reza
cuenta con esa garantía: se vuelve imbatible. Eso está históricamente probado. Por
eso el Padre Pío decía: “Con el rosario
se ganan batallas”. Y decía el Padre Calmel: “La Virgen del rosario no ha terminado de obtener victorias. Ella espera
para eso, de nuestra parte, un fervor redoblado, una confianza más filial, un
coraje sin tacha”. Con el santo rosario aplastamos la cabeza de la
serpiente infernal; los demonios lo han confesado a través de los posesos, por
orden de diversos exorcistas. Con la meditación del rosario nos santificamos y
somos de verdad útiles a la santa Iglesia. Rezando el santo rosario vencemos al
pecado y salvamos almas.
El
Santo Rosario es, luego del Santo Sacrificio de la Misa, la mayor arma de
destrucción masiva de enemigos de Dios con que contamos, pues es la
intervención de la Santísima Virgen alrededor de sus hijos. La devoción al
Corazón Inmaculado de María debe ser el remedio, la “vacuna” que debemos
aplicar y aplicarnos en constantes dosis que aumenten nuestra confianza y
nuestro coraje en la batalla.
Hemos
de pedir a Dios, humillados y esperanzados:
“Levántate, Dios, defiende tu causa;
recuerda
cómo el insensato te insulta continuamente.
No
te olvides del vocerío de tus adversarios,
porque
crece el tumulto
de
los que se levantan contra Ti”
(Salmo 73, 22-23)
San Luis María Grignion de
Montfort nos convoca a la gran batalla:
“¡A las armas! ¡Tomad con una
mano la Cruz y el Rosario con la otra y combatid con valor por la más noble de
las causas: por el honor de Dios y la gloria de su Madre”.
¡Viva el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón
Inmaculado de María!