Por SERGIO
FERNÁNDEZ RIQUELME
Acerca del filósofo y su influencia
Introducción.
El presidente de Rusia, Vladimir Putin,
en su famoso Mensaje anual del Estado de diciembre de 2014,
fundamentando la nueva doctrina nacional, citó al filósofo Iván Alexandrovich
Ilyin (Иван Александрович Ильин) [1883-1954] como uno de los grandes referentes
teóricos y espirituales para el tiempo histórico presente:
«Traigo a este respecto, una cita: el que
ama a Rusia debe desear para ella la libertad; ante todo, la libertad para la
propia Rusia, la independencia y la autonomía, la libertad para Rusia como
unidad de los rusos y de todas las demás culturas nacionales; y, por último, la
libertad para el pueblo ruso, la libertad para todos nosotros; la libertad de
fe, de búsqueda de la verdad, la creatividad, el trabajo y la propiedad (Iván
Ilyin). Es este un gran significado y un buen mandato en el tiempo de hoy»{1}.
Ilyin, protagonista doctrinal del
nacionalismo contrarrevolucionario de Rusia en el siglo XX, era recuperado
públicamente, y con una función histórica legitimadora, en el contexto de
reconstrucción de la euroasiática «idea imperial» rusa{2} (dixit Aleksander
Duguin, popularizado del emergente euroasianismo) en el contexto de
enfrentamiento geopolítico con el Occidente euroasiático en el antiguo «espacio
vital» del autodeclarado heredero del Imperio zarista y del Imperio soviético
(regresando a la palestra autores como Berdayev, Denikin, Leontyev o Solovyev){3},
hasta el punto de ser considerado como «el filósofo de Putin».
«Y así, como Putin se trasladó a rehacer Rusia, se volvió a Ilyin para la justificación de la promesa y la esperanza de la dirección en la que esforzaba por llevar al país. Ilyin fue probablemente elegido porque sus obras legitimaban la comprensión autoritaria de Putin sobre el poder, justificaban las limitaciones en la libertad, siempre como un antídoto para todos los criterios occidentales sobre las libertades, los derechos y los objetivos del Estado. En esencia, Ilyin dio una especie de legitimación para entregar el poder casi sin oposición al líder nacional Putin, cuyo objetivo sería fortalecer el Estado y lograr su renacimiento espiritual, promoviendo los valores y normas conservadoras» {4}.
En la centuria pasada Ilyin se había
intentado convertir, con poco éxito político, en ideólogo destacado del
movimiento monárquico del exilio (ROVS) frente a la Revolución comunista de los
bolcheviques, perseguido indistintamente por los totalitarismos ruso y alemán,
y criticado por los liberales occidentales. Y en el siglo XXI es reivindicado
como guía de este modernizado «nacionalismo imperial ruso» (Russkiy
Mir) frente a la que consideran como Revolución liberal que el
gobierno norteamericano pretende imponer, globalizadamente, a través de la
cultura de masas, la dependencia económica y la homogenización identitaria{5},
empezando por los considerados países occidentales colonizados y terminando en
la propia frontera rusa (Georgia, Moldavia y Ucrania){6}.
En ambas etapas aparece, pues, como una
pieza central para explicar la búsqueda pasada y presente de ese sistema
político y social en Rusia capaz de cumplir, aunando tradición y modernidad, la
misión histórica y espiritual de un Imperio eurasiático que, como reivindicaba
Aleksander Projanov, miraba siempre «hacía el cielo». Un Imperio no solo
geopolítico; era algo más, sobreviviendo al infortunio y al error, a la soledad
y a la invasión a lo largo de los siglos. Siempre una auténtica civilización
propia y diferenciada, en búsqueda de su identidad en el mundo globalizado,
permanentemente transformado, desde la inmensidad de su geografía y desde esa
trágica y creativa «alma rusa» de la que hablaba Dostoyevski{7}.
La «hermana» Ucrania{8},
la «aliada» Siria. Dos escenarios, entre otros, donde poner a prueba
geopolíticamente, la función movilizadora y legitimadora de esta idea desde la
construcción del discurso político-social en Rusia. Y que explica, a modo de
Historia de las Ideas (IdeenGeschichte) el «renacimiento» de un filósofo
tradicionalista (contrarrevolucionario) que volvía, pues, a la primera plana
del debate ideológico sobre la denominada como «democracia soberana» o
iliberal{9} (imbuida
del «principio de autoridad soberana» de Ilyin) impulsada por el mismo
presidente Putin; el cual, personalmente, participó en la vuelta de sus restos
mortales al país en 2005 y en la ceremonia pública de la consagración de su
tumba en el Monasterio Donskoy de Moscú.
1. Biografía. De la Rusia imperial a la
emigración forzada.
Iván Ilyin nació el 28 de marzo de 1883
en Moscú. De raigambre aristocrática, era heredero de la primigenia dinastía
ruríkida en la región de Riazán, a la que pertenecía su padre, Alexander
Ivanovich Ilyin [1851-1921] (secretario y jurado imperial). Fue bautizado en la
Iglesia de la Natividad de la Virgen de Moscú (área de Smolensk) siendo su
padrino el mismo emperador Alejandro II. Educado en la más pura tradición
aristocrática de la administración imperial, el joven Ilyin se graduó en 1901
en la Escuela secundaria del primer Gimnasio de Moscú, con medalla de oro en educación
clásica (en especial por su conocimiento en griego, latín y eslavo
eclesiástico).
Ingresó en la Facultad de Derecho de la
Universidad Imperial de Moscú ese mismo año. Las revueltas estudiantiles de la
Revolución de 1905, que rechazó, le hicieron profundizar en su vocación
académica y escorarse hacia el conservadurismo, si bien liberal en este
periodo. Así optó por la rama filosófica, de la mano de la línea
cristiano-ortodoxa del profesor Pavel Ivanovitch Novgorodtsev [1866-1924]. En
1906 se graduó, y el 27 de agosto se casó en la iglesia de la Natividad de
Cristo (aldea de Bykovo) con Natalia Bokac. Desde 1909 comenzó a trabajar en la
Universidad como privat dozent, en la Cátedra de Historia y
Enciclopedia del Derecho. Tras una estancia científica en Europa Occidental
(Alemania y Francia), en 1911 Ilyin inició su tesis doctoral, centrada en el
tema Crisis de la filosofía racionalista en Alemania en el siglo XIX a
partir del impacto de las tesis de Hegel y el desarrollo de la fenomenología,
las principales corrientes del momento. Con el apoyo del Príncipe Trubetskoy,
desde 1914 colaboró en las conferencias públicas sobre la ideología presente en
la recién comenzada Primera Guerra mundial, centrándose en el tema del Sentido
Espiritual de La Guerra (en defensa de la justa misión de Rusia en la
misma, pese a estar en contra de todo conflicto bélico).
Con el pensamiento de Hegel como
referente (en especial con el concepto de Volksgeist) que
comenzaría a marcar su posición respecto a la filosofía jurídico-política,
Ilyin comenzó a participar como conferenciante en el Instituto de Comercio de
Moscú sobre el tema «Introducción a la Filosofía de la Ley», bajo el amparo de
Novgorodtsev. En dichas conferencias se ilustraba la base de su tesis, centrada
en la dimensión espiritual del pensamiento hegeliano, que sería terminada en
1916 y defendida en 1918 como la Filosofía de Hegel en la doctrina de
la especificidad de Dios y del hombre{10}.
Ilyin, aún ligado en esta primera época
a los principios monárquico-liberales de su primera formación, advirtió en la
Revolución de febrero de 1917 (desde los social-revolucionarios de Kerenski, a
los Kadetes conservadores) la oportunidad de reformar el país siguiendo la
senda de la modernización occidental (alguna forma de monarquía socioliberal).
Pero la segunda fase, la Revolución de Octubre (con la eliminación de todas las
facciones reformistas, e incluso de los socialistas mencheviques) bajo la acción
directa de Troski desde el Soviet de Petrogrado, decepcionó totalmente sus
primeras expectativas, hasta el punto de tener que tomar partido ideológico y
político, dejando atrás especulaciones filosófico-jurídicas. Con la lucha de
liberales y comunistas, quienes se disputaban el poder a mano armada, había
comenzado la destrucción del país{11}.
Aun con el triunfo final de la facción
bolchevique, Ilyin decidió quedarse en Rusia, tras leer su Tesis doctoral y ser
nombrado profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad imperial; aunque
su pasado aristocrático y su posición crítica ante el «colapso del Estado»
provocado por los nuevos Soviets le llevaron en varias ocasiones a la cárcel
(junto a su maestro Novgorodtsev). Finalmente fue expulsado del país en 1922,
por orden directa de Vladimir Ilych Ulianov (Lenin), junto a los más de 160
intelectuales y profesores que formaban la llamada «Nave de los filósofos»
exiliados (Abrikosov, Berdyaev, Brutskus, Frank, Kagan, Karsavin, Lossky,
Sorokin o Stepun){12}.
Así arribó en 1923 a Berlín. En la
capital de la naciente República de Weimar trabajó (hasta 1934) como profesor
de ruso en el Instituto científico de la ciudad. Se convirtió en dicha ciudad
en el referente doctrinal de los contrarrevolucionarios rusos, tomando partido
por los emigrantes del Movimiento blanco por toda Europa Occidental o ROVS (Ру́сский
Обще-Во́инский сою́з, POBC), en especial del grupo liderado por el Barón y
general Pyotr Nikolayevich [1878-1928], siendo director del diario
promonárquico Русский колокол. Pero en 1930 el Instituto dejó de
recibir fondos públicos y Ilyin comenzó a colaborar con los círculos
intelectuales anticomunistas para ganarse la vida (reunidos en la
editorial Eckart), y en 1934 el nuevo gobierno nacionalsocialista
alemán lo expulsó del Instituto y le sometió a vigilancia por la Gestapo.
Gracias a la ayuda de Sergei Rachmaninoff consiguió escapar de nuevo, en esta
ocasión a Suiza, llegando a Ginebra en 1938 y finalmente residiendo en la
comarca de Zúrich, refugio donde escribió sus principales obras, dio entidad a
su doctrina, y falleció finalmente{13}.
2. Ideas. De la contrarrevolución a la
misión histórica.
El exilio convirtió a Ilyin doctrinario
líder entre los emigrados (especialmente zaristas). Asustado por las
consecuencias de la Revolución, que destruyó la herencia nacional y arruinó
toda posibilidad de transición política, Ilyin tomó partido por la causa
monárquica y conservadora de la contrarrevolución blanca. Destruidos los
ejércitos del general Kornilov (tras la derrota del neoimperial almirante
Kolchak) solo quedaba el activismo político y la construcción ideológica. Y en
ella se encontraba recuperar la verdadera «misión de Rusia»{14},
primero desde la unión contrarrevolucionaria, segundo desde la reconstrucción
de la autoridad soberana{15}.
a) La contrarrevolución.
Su posición contrarrevolucionaria había
ya quedado clara en 1923, recién llegado a las filas de la emigración blanca{16}.
Frente a los representantes militares y políticos de la diáspora, Ilyin les
habló del pronto renacer del poder y la gloria de Rusia gracias al movimiento
blanco, desde la fidelidad y el sufrimiento, y como guía para otros países. El
destino de la nación rusa partía del conocimiento de los hechos históricos y
del realismo político inscritos en la existencia histórica, humana y espiritual
de su pueblo. Entender dicho destino significaba, por ello, comprender ese
espíritu histórico, marcado por los designios divinos y los errores humanos en
la gran época de la transformación revolucionaria{17}.
La Revolución había triunfado, y todos
los pueblos de Rusia tuvieron que afrontar su infierno: «la blasfemia de los
impíos, el asalto de los bandidos, la desvergüenza del loco, los intentos de
asesinato»; y «todos tuvimos que mirar a los ojos de Satanás,
tentándonos con sus últimas seducciones y atemorizándonos con sus más recientes
terrores». Todo parecía perdido, pero la Revolución era una señal, el signo
espiritual de una época y de sus hombres. Ilyin descubría que «el secreto y
más profundo significado de la Revolución se sostiene en el hecho de que es más
que todo una gran seducción espiritual; una dura y cruel prueba que quema a
través de las almas». La conversión del mundo. «Con Dios o contra Dios»,
siendo humillado y castigado o sirviendo al enemigo contra tus propios amigos{18}.
«Elegir y decidir». Nadie en Rusia
había escapado a este juicio, recordaba Ilyin, «a esta prueba que superó a
cada hombre: desde el Zar al soldado, desde el más Santo Patriarca al último de
los ateos, de los ricos a los pobres». Una prueba que puso a todos ante el
rostro de Dios, testificando para la salvación o para la muerte; un juicio
aparentemente laico pero verdaderamente religioso, que nos recordaba la eterna
y trágica búsqueda humana del mundo espiritual. Y ante ese juicio, los blancos,
los patriotas, aquellos que fueron fieles a su mandamiento no podían perder;
habían sido vencidos en el campo de batalla, pero ganaron con su fidelidad, con
su sacrificio, con su elección. «El vencedor -defendía Ilyin- es
el que se alzaron contra el mal, se levantó en contra de la seducción, sin caer
en ella, y se levantó contra el terrorismo, no teniendo miedo»{19}.
La Historia hablaría de ello.
La señal era evidente para Ilyin. Solo
podría salir esta Rusia
hacia adelante «a partir de su profundidad religiosa, vigorosa». Frente
a las dudas de la intelectualidad sobre su futuro, desde esta realidad
ancestral Rusia podría renacer, fortalecerse y crecer. Y sobre ella debía
fundarse la forma estatal y la autoridad soberana{20}.
Para Ilyin la autoridad soberana, como fundamento contrarrevolucionario, se
realizaba en la figura del más fuerte, del noble que acepta y ejerce el poder
con la voluntad, que es el timón del pueblo, y de consecuente y formada
fidelidad patriótica de la nación. Autoridad que unía a dirigentes y población
más allá del territorio común o de la lógica subordinación; se unían en el
esfuerzo y en la acción conjunta los nobles líderes y los leales guardianes,
creando una unidad sagrada que merecía ser defendida con la propia vida, como
gobernantes o como soldados al servicio de la Patria y Cristo{21}.
El poder del Estado representaba, pues,
esa autoridad soberana destinada a defender con la vida y la muerte «la
existencia y la santidad de su pueblo». Por ello, para Ilyin quien toma el
poder, quien asume la autoridad tiene un deber fundamental, una responsabilidad
ante el peligro, ante la muerte. Dicha autoridad era, obligadamente, una
cuestión de voluntad, una vocación no sólo para ver y comprender (ya
existen los expertos), sino para «seleccionar, decidir, dirigir, conservar y obligar». Esta
es su causa, su naturaleza, su propósito, sentenciaba Ilyin{22};
y continuaba señalando los rasgos de esa autoridad soberana, a modo de axiomas,
sin los cuales llegaba al poder la mentira y el engaño, y con ello la «anarquía,
la decadencia y el abismo»{23}:
- La débil
voluntad de maestro era una interna contradicción, un absurdo de
la vida, y la ruina de toda una causa espiritual.
- Era
vital la capacidad de decidir, de centrarse en el
mejor resultado entre diferentes posibilidades.
- Una inquebrantable
autoridad, preparada para defender su posición y dispersar los
impedimentos, necesitaba un profundo diseño, de energía fuerte y de gran
tenacidad.
- La
irresolución de la autoridad que
se producía en las repúblicas parlamentarias de los Estados
democrático-formales ocultaba, dentro de sí misma, no sólo un peligro,
sino la absoluta desesperanza y la fatalidad.
- El mejor
de los hombres debía ascender a la autoridad
soberana, probando con sus palabras y sus hechos «que el poder del
estado no debe pertenecer a los ladrones, traidores, mentirosos, sobornar
a los audaces, a los violadores, y los oportunistas sin principios ni
ideales».
- El saludable
poder soberano significaba el énfasis en la voluntad de la
nobleza (aristos): patriotismo, conciencia, honor, lealtad y
servicio.
- A la
cabeza de la nación y como custodia de lo sagrado debía situarse
el más fuerte y el más noble de los hombres, sometido en todo momento a
una «inquebrantable regla de comportamiento» desde la ruta por la
cual ha llegado al poder, ya sea desde arriba (con designación) o desde
abajo (por las elecciones).
- Estar
cerca del poder significaba estar cerca de la muerte, como
Pedro el Grande en Poltava; la lucha hasta la muerte estaba
contenida, para Ilyin, en el principio de autoridad soberana.
- Quién
recibía la autoridad (sea cual fuese la cantidad) tiene a su disposición
la oportunidad de crear y proteger, organizar y construir el país a través
de los órdenes de autoridad. Posee en sus manos el tesoro de la nación
entera, el fruto de muchos sufrimientos y de la herencia cultural. Este es
un «bien público» que los fieles centinelas deben guardar incluso
con el precio de su vida, manteniendo la autoridad soberana confiada,
y evitando la corrupción y el despilfarro. Ilyin recordaba que «la
historia hace cuentas de un descuido del centinela».
- Quien
ejerce la autoridad, a quien ha sido confiado el poder en una sección del
Estado, no tiene derecho a extinguir esta obligación por la renuncia unilateral.
«El centinela no puede sustituirse a sí mismo en su puesto; el
gobernante no puede arbitrariamente dejar el campo de juego o preferir la
inacción».
- La
autoridad soberana poseía el significado de destino para
aquellos que la acepten.
- La
autoridad soberana era una auténtica representación en vivo,
en la cual la decisión de líder y la acción del gobernado definía el
destino de todo un pueblo.
Estos axiomas eran, para Ilyin, el
drama de la voluntad, de la nobleza, de la vida y la muerte, los cuales había
que preservar para que las futuras generaciones de Rusia considerasen esta
verdad en profundidad{24}.
La contrarrevolución de Ilyin nacía de
la trágica experiencia vivida de primera mano. En ella se interrelacionaban su
visión hegeliana de la Historia{25} y
la más pura tradición de la Eslavofilia ortodoxa. Pero la consolidación de la
Revolución comunista y la creciente debilidad de la oposición monárquica
hicieron a Ilyin concretar su filosofía histórica en una doctrina
jurídico-política para el futuro de Rusia. Así fue rechazando la figura de
Nicolás II, dubitativo Zar que tomó partido y permitió el fin de la Rusia
imperial, y se alejó del Gran Duque Kiril Vladimirovich, autoproclamado nuevo
Zar en el exilio sin el apoyo de toda la diáspora.
Llegaba la hora de dejar atrás la mera
contrarrevolución monárquica. La autoridad soberana tenía que fundamentarse en
un proyecto de largo recorrido, más allá de los nombres y de las coyunturas,
recuperando la esencia histórica y espiritual de la misión de Rusia. Por ello,
la explicación del triunfo de la Revolución se focalizaba ahora en la pérdida
de la verdadera identidad espiritual rusa y de su destino en el mundo{26}.
La importación radical del Estado absolutista occidental y unas masas populares
imbuidas por ideologías radicales foráneas habían socavado la unidad y
convivencia nacional en 1917. Y ante la misma, la autoridad soberana debía
separarse del destino de los Romanov, y alentar una monarquía nacional y
espiritual, como ascendente patriótico y no como linaje dinástico, como unidad
histórica y no como memoria amarga{27}.
Toda unidad residía en el equilibrio
entre poder y obediencia, entre elites y gobernados. En Rusia existían claros
ejemplos de un camino común, de un destino compartido a lo largo de su
historia. Pero la primera Organización comunal del Principado de Novgorod había
desaparecido del imaginario colectivo; los tradicionales Zemski Sobor de
la antigua Moscovia era un recuerdo lejano; el gobierno tradicional de los
Zares se había corrompido al aceptar el veneno occidental. Y en 1917 la ruptura
se hizo patente, brutal, casi definitiva. En los estertores del Imperio la
necesaria y justa desigualdad que cifraba toda sociedad se había convertido en
animadversión; la labor espiritual y rectora de las elites hacia el pueblo
había desaparecido (por la corrupción y la ociosidad) y los derechos ciudadanos
habían hecho deslegitimar las obligaciones respecto a la patria y la fe. Y la
propiedad se había convertido en caballo de batalla entre clases, leitmotiv del
marxismo leninista triunfante en el octubre revolucionario, al verla los
primeros como el medio para vivir de las rentas sin trabajo arduo, y los
segundos como una forma de opresión de burócratas y terratenientes holgazanes.
El igualitarismo revolucionario había
ganado en la nueva Petrogrado, y con ello se había desvanecido el orden
heredado. Frente al mismo, que dominaba las mentes y controlaba las almas, solo
cabía desarrollar una nueva «conciencia de la ley» (правосознание)
adaptada en cada momento al desafío histórico, y sobre todo a ese Geist ruso,
a esa alma transcendental de la vieja Rus. Este concepto hacía
referencia al fundamento de la auténtica y verdadera obediencia ciudadana,
basada en la moralidad y la religiosidad, y centrada en la correcta comprensión
individual de la ley y de su cumplimiento. Sin esa conciencia, construida y
difundida nacionalmente, no había orden duradero y justo posible ni ley
aceptada socialmente (idea publicada en su obra póstuma О сущности
правосознания).
La Ley y el Poder, tradicionalmente
fundados y jurídicamente legitimados, eran la única base para el porvenir de
esa autoridad soberana, pilar colectivo de la «misión histórica» de una
Rusia eslava pero «madre» de diferentes etnias y culturas bajo su seno
(lo que le hacía rechazar el fascismo y el antisemitismo). Por ello escribió en О
главном (Sobre lo importante) sobre la necesidad de construir una gran
y poderosa Rusia superando los odios de clase, de raza y de partido.
b) El alma rusa.
Durante su exilio, Ilyin y los
contrarrevolucionarios padecieron por su Rusia perdida y por su misma condición
de rusos sin patria que defender. Los europeos, los occidentales no los
entendían, no llegaban a comprender esa «alma rusa» que mantenía la
llama de la resistencia, que llamaba por una misión y proclamaba el martirio en
las estepas. A excepción de los hermanos serbios (a los que les unían lazos
culturales y religiosos, y a los que ayudaron a superar la dominación turca en
el siglo XIX), Ilyin solo encontraba incomprensión ante las desdichas del
pueblo ruso. Aunque reconocía que no era un fenómeno desconocido, simplemente
aún no lo había vivido en primera persona:
«Este no es un fenómeno nuevo. Tiene su
historia propia. M. V. Lomonosov y A. S. Pushkin fueron los primeros en
comprender de Rusia el carácter distintivo, su peculiaridad respecto a Europa,
su no-europeismo. F. M. Dostoievski y N. Danilevsky fueron los primeros en
entender que en Europa no nos conocen, no nos entienden, no como nosotros. Han
pasado muchos años desde entonces y lo hemos experimentado y confirmado por
nosotros mismos» {28}.
La razón primera nacía, a juicio de
Ilyin, del idioma. Los alemanes, que conquistaron y germanizaron a los eslavos
occidentales (Austria, Bohemia y el norte de los Balcanes), y los Turcos, que
dominaron a los Eslavos del sur, se crearon una gran frontera que convirtió a
la lengua eslava en «extranjera y difícil» para Occidente. La segunda
razón residía en la religión. La Ortodoxia era extraña para la Europa heredera
del latín universal de la Iglesia católica, por el carácter nacional que
conllevaba la tradición griega adoptada por los rusos. Y el tercer motivo de la
incomprensión aparecía en su rechazo a la contemplación eslavo-rusa del mundo,
de la naturaleza y del hombre, de su alma{29}.
Y este «alma rusa» siempre sería
diferente a la occidental, nacida de Roma. El ruso «se impulsaba por su
corazón y la imaginación» (y sólo después por la voluntad y la razón,
dogmas en Occidente); esperaba sobre todo «la bondad, la conciencia y la
sinceridad de la gente» (y no el cálculo y el raciocinio); gozaba de la
libertad natural de expansión de su país, de la libertad de los apátridas, de
la naturaleza dispersa de su población; se «sorprendía» y aprendía de
otros pueblos «y sólo odia a los invasores que vienen a esclavizar»;
valoraba más la libertad espiritual que la libertad jurídica formal; y nunca
tomaba las armas contra los pueblos que no le habían molestado ni pretendía
dominarles (a diferencia de Occidente, que despreciaba a sus vecinos y quería
conquistarles){30}.
«Desde tiempo inmemorial, Rusia ha sido
una nación perteneciente a la Cristiandad Ortodoxa. Su núcleo
nacional-lingüístico, director y creativo, siempre confesó la fe Ortodoxa. Al
comienzo del siglo XX, Rusia contaba con alrededor del 66% de la población
Ortodoxa, alrededor del 17% de Cristianos no Ortodoxos, y alrededor de 17% en
las religiones no Cristianas - unos 5 millones de Judíos y del pueblo
Turco-tártaro. He aquí por qué el espíritu de la Ortodoxia se ha definido
siempre, y todavía se define tanto y tan profundamente, en el tejido creativo
de la federación de Rusia. Por los dones de la Ortodoxia, todas las personas de
Rusia han vivido, han sido educados, y han encontrado la salvación en el
transcurso de los siglos. Todos ellos eran ciudadanos del Imperio ruso - tanto
los que se olvidaron de estos dones y aquellos que no se dan cuenta,
renunciando y aun blasfemando; los ciudadanos pertenecientes a otras
confesiones Cristianas; y otros pueblos europeos más allá de las fronteras de
Rusia»{31}.
Así, el alma oriental fundaba una
cultura peculiar, porque su espíritu era propio, diferente al de Occidente.
Distintas Iglesias, divergentes estilos de vida familiar, diferentes
literaturas, danzas, músicas, ciencias, incluso contrarios «en las
mismas actitudes hacia el crimen, en el mismo sentido de la autoridad, no las
mismas actitudes para nuestros héroes, genios, y en los zares». Aunque
siempre, para Ilyin, «nuestra alma está abierta a la cultura Occidental; lo
vemos, lo estudiamos, lo sabemos y, si hay algo, lo hacemos nuestro; nos hablan
sus idiomas y el valor del trabajo de sus mejores artistas, ya que tenemos el
don de la simpatía y la transformación». Los rusos admiraban e integraban
lo mejor de los occidentales, pero estos, siempre orgullosos, rechazaban todo
lo ruso, toda su tradición nacional-religiosa; era extraña, inquietante,
extranjera. Solo admiraban el marxismo triunfante; era creación suya{32}.
En Europa Occidental, durante
centurias, el pueblo ruso había sido visto, y caricaturizado, como nación de
desconocidos, enigmáticos o «semi-bárbaros» que necesitaban ser
colonizados y evangelizados. Pero debido al tamaño de su población, a sus
enormes territorios y recursos naturales, y especialmente a sus grandes
victorias militares en el siglo XIX y XX, Rusia comenzó a ser vista como «una
amenaza existencial» al dominio mundial del Occidente, al presentar una
identidad nacional y espiritual propia y alternativa. Por ello comenzó una gran
campaña para la dominación del país por las potencias europeas occidentales,
con diferentes estrategias bélicas, con la difusión por agentes de las formas
republicanas y democráticas extranjeras, con la financiación de diferentes
formas internas de subversión política y cultural, con pactos para su aislamiento
internacional, y sobre todo, con la difusión mediática de un «imaginario»
sobre Rusia centrado en su «naturaleza reaccionaria, su falta de cultura y
su agresividad innata»{33}.
Campaña que permitió el triunfo comunista en 1917 y hacía imposible la empresa
contrarrevolucionaria décadas después.
Pero el alma rusa sobrevivió, para
Ilyin, pese a su tendencia a las ilusiones sentimentales, tan propia, tan
trágica. Lo hizo porque comenzó a entender el nuevo mundo, a reconocer a sus
verdaderos enemigos, a no olvidar los errores pasados y a predecir con
precisión los eventos futuros.
c) El futuro de Rusia.
Su tercera vía rusa, tradicional y
conservadora, auténticamente nacional aparecía ya planteada en 1949. Una
experiencia histórica ajena a las exigencias extranjeras, aunando lo mejor del
pasado y lo mejor del presente, y donde esa autoridad soberana diese explicación
a cada acto del devenir. En uno de sus textos capitales, El futuro de
Rusia, lo explicó meridianamente claro{34}.
El camino de Rusia no podía ser la democracia liberal occidental, ni el
totalitarismo de izquierda o derecha. «Nosotros insistimos en el tercer
camino para Rusia y consideramos que es el único correcto» defendía Ilyin{35}.
En primer lugar, la democracia liberal
reducía al Estado a una simple Corporación, voluntaria y liberal, que «se
construye de abajo hacia arriba» a partir de interés del individuo y la
votación puntual («todo por el pueblo» era el ideal de la democracia formal).
Todo era libre, nadie era responsable, desapareciendo «la medida de la
libertad». Por ello esta Corporación estaba pasando por «un gran y
prolongado período de la crisis», que «sólo podía tener dos resultados:
o el triunfo de las dictaduras y la tiranía totalitaria de la dirección (¡lo
que Dios no quiera!), o una actualización completa del principio democrático en
el lado de la selección de los mejores y de la política de la educación».
Pero en segundo lugar, el totalitarismo
convertía la vida del Estado era una mera Institución (por ejemplo, hospitales,
institutos de enseñanza secundaria) que se construía siempre de arriba hacia
abajo (incluso cuando la propia institución era establecida por voto popular);
en ella «las personas interesadas en la vida de la institución, recibirán de
él el beneficio y el uso, pero no mostraban su interés ni
participan en su objetivo general. Aceptaban pasivamente a una institución
-cuidado, servicios, beneficios y orden- que decide que se toma y que no; y, si
acepta, en qué condiciones y hasta cuándo». La institución se basaba en el
principio de la tutela de personas interesadas, y las autoridades no son
elegidas sino designadas. «Y puesto que el Estado es una institución, en la
medida de que el pueblo no la controla, no se decreta, sino que se educa y
obedece» concluía Ilyin.
Ante dichas posiciones dominantes,
Ilyin subrayaba esta especie de tercera vía: un modelo jurídico-político
genuinamente ruso que asumía lo verdaderamente valioso tanto de lo corporativo
como de lo institucional. La Corporación permitía a los ciudadanos participar
del objetivo común y controlar a sus gobernantes, colaborando al Imperio de la
ley; mientras la Institución sostenía la vida en común, más allá de vaivenes
partidistas y bajo la gestión de los mejores, asegurando un Estado fuerte y
neutral. Lo corporativo ayudaba a fiscalizar como una empresa al Estado,
impregnándose de la solidaridad del autogobierno; lo institucional consolidaba
la permanencia de la nación («el estado nunca dejará de basarse según un
tipo de institución, especialmente en aquellos aspectos que requieren una única
autoridad y disciplina: a saber, en los asuntos públicos de la educación, el
orden, la corte, de control, de defensa, la diplomacia»).
Para Ilyin, la próxima «solución rusa»
erradicaba de raíz los excesos de ambos sistemas: la tiranía de los de abajo
(que llevaba a la incapacidad del gobierno) y la de los de arriba (que conducía
al nepotismo y a la parálisis del poder).
«El Estado en su sano ejercicio siempre
combina rasgos de la corporación con los rasgos de la institución: se basa
-desde arriba y desde abajo- sobre el principio de la autoridad pública de la
tutela, y según el principio de la autogestión. Hay asuntos estatales en las
que es relevante y útil el autogobierno corporativo; y hay algunos casos en los
cuales es decididamente inapropiado e inaceptable»{36}.
Pero el nuevo Estado ruso debía
establecer la mejor y más adecuada combinación de instituciones y corporaciones
«para las condiciones de vida» de la nación: en función del territorio y
sus dimensiones (efectividad del poder), la densidad de población (tipo de
organización), las tareas del Estado (Imperio de la ley), la economía nacional
(grado de desarrollo), la composición étnica (gestión de masas), la religión
del pueblo (fidelidad y unidad), la composición social (tipo de solidaridad),
el nivel cultural del pueblo (participación ciudadana) y la vida popular
(carácter nacional){37}.
Sobre el análisis de estas condiciones
se podía comenzar a construir el sistema jurídico-político futuro de Rusia, que
permitiese la creatividad de la libertad y consolidase la unidad de la
autoridad; que uniese, en suma, a los de arriba con los de abajo en una empresa
histórica común:
«La próxima Rusia tiene que encontrar
para sí mismo -de forma especial, original y pública- esta combinación de la
institución y la corporación, que sería el modelo ruso, el nacional de los
registros históricos, desde el imperio de la ley ante el dominio territorial de
la Rusia revolucionaria. Frente a semejante tarea creativa, los llamamientos de
los partidos extranjeros a la democracia formal se quedan ingenuos, frívolos e
irresponsables»{38}.
Con el futuro e inevitable colapso de
la Unión soviética (con los peligros asociados a su colapso y disolución),
Rusia tenía que volver a construirse como un auténtico «baluarte eurasiático»,
universal y pacífico, desde la originalidad de su cultura, su geografía y su
mentalidad. Una misión necesaria ya que, para Ilyin, Occidente siempre ha sido
y seguiría siendo hostil hacia Rusia, al «no comprender y tolerar la
singularidad de su pueblo», aprovechado su división para conquistar sus
tierras y colonizar a sus gentes{39}.
Pero las críticas no tardaron en llegar.
Sus tesis fueron despreciadas por los liberales occidentales y los comunistas
bolcheviques. E Ilyin llegó a la conclusión de que ambos bandos querían la
destrucción de la nación rusa. En 1950 escribió en Lo que promete el
mundo con la desmembración de Rusia, cómo ese «mundo moderno»
buscaba acabar con la independiente y soberana identidad rusa (monárquica y
ortodoxa) ridiculizándola públicamente, como paso previo para desmembrar el
país, repartírselo comercialmente y culturizarlo a la manera occidental. Anunciaba,
además, que la futura caída de la bolcheviques, si no se construía un poder
autoritario fuerte y unido alternativo y soberano, daría paso al «separatismo,
al caos en los desplazamientos, a la vuelta a las matanzas, al desempleo, al
hambre, al frío, al desgobierno..». Ante esta situación futura,
Ilyin proclamaba que:
«Esto no es inteligente. No es una
visión de futuro. Apresuradamente en el odio y desesperada en este siglo.
Rusia- el polvo humano y el caos. Ella es ante todo una gran nación, sin desperdiciar
sus fuerzas y sin desesperar en su vocación. Este pueblo necesita un orden libre,
de paz, de trabajo, de la propiedad y de la cultura nacional. ¡No lo entierren
antes de tiempo! Vendrá la hora de la historia dónde el pueblo ruso se
levantará desde el imaginario del sepulcro y reclamará sus derechos!»{40}.
3. Bibliografía.
Una gran parte de su trabajo vio la luz
tras su muerte. La censura soviética y el rechazo liberal lo hicieron casi
invisible, como a la generación que buscó desde el exilio y la cárcel la
liberación del comunismo desde ese «alma rusa» (desde Berdiayev hasta
Denikin). En el año 2005 se publicaron los 23 volúmenes de sus obras completas,
y además se publicó el documental «El Testamento del filósofo Ilyin» (de Alexei
Denisov). Con la vuelta de sus restos mortales ese mismo año, fue objeto de una
amplia recuperación de la mano del cineasta Nikita Mikhalkov, del jurista
Vladimir Ustinov, del literato Alexander Solzhenitsyn, del erudito Nikolai
Poltoratzky y del Ministerio de cultura ruso, que acogió en el Fondo de cultura
rusa sus manuscritos de Suiza (tras ser recopilados desde 1966 en la
Universidad de Michigan por Poltoratzky); fondo que recoge su biblioteca
personal con más de 630 títulos, entre libros, folletos y revistas, la mayoría
escritos en su exilio helvético, siendo los más significativos:
- La
doctrina sobre el Derecho y el Estado (Общее учение о праве и
государстве), 1915){41}.
- Filosofía
de Hegel como la doctrina acerca de la especificidad de Dios y del hombre
(Философия Гегеля как учение о конкретности Бога и человека, 1918).
- Sobre
la entidad del Imperio de la Ley (О сущности правосознания, 1919).
- Sobre
la resistencia al Mal por la Fuerza (О сопротивлениии злу силою, 1925).
- La base
de la Cultura Cristiana (Основы христианской культуры, 1938).
- Sobre
el futuro de Rusia. ¿Qué es el Estado, una corporación o una institución?
(О грядущей России. Что есть государство - корпорация или учреждение?,
1949).
- Sobre
el Fascismo (О фашизме, 1948).
- El
Camino hacia el conocimiento (Путь к очевидности, 1957).
- Axiomas
de la Experiencia Religiosa (Аксиомы религиозного опыта, 2 tomos, 1953).
- Sobre
la Monarquía y la República (О монархии и республики, 1978).
- Nuestros
objetivos (Наши задачи, 1991).
Esta última obra, que compilaba sus
escritos confidenciales entre 1948 y 1955 dirigidos a los miembros más
incondicionales y cercanos de la ROVS, fue señalado como uno de los tres libros
que debían ser distribuidos por el Kremlin como lectura recomendada para los
gobernadores regionales y miembros de alto rango del partido Rusia Unida en
2014{42}.
Estado fuerte, Imperio de la Ley, nacionalismo imperial; Ilyin se consagraba,
política e ideológicamente, como ese bastión doctrinal que Putin citó como
maestro ante la agresión, ante la ofensiva occidental que significaba otra
prueba para la misión histórica de Rusia:
«Necesitamos la sobriedad y la
vigilancia. Hay pueblos, estados, gobiernos, iglesias, organizaciones secretas
y personas que son hostiles a Rusia, en particular, a la Rusia Ortodoxa, y aún
más a la indivisible Rusia Imperial (…) El mundo tiene una abundancia de
Rusófobos, los enemigos de la nación rusa, que se prometieron a sí mismos
aplastarla, humillarla y debilitarla. Nunca debemos olvidar esto (...). No hay
que esperar ninguna salvación del conquistador, ninguna ayuda desde el invasor,
ninguna simpatía y comprensión por parte de los seductores religiosos, ninguna
buena voluntad del destructor, o ninguna verdad desde el calumniador. La
política es el arte de conocer a tu enemigo y hacerlo inofensivo. Quien no es
capaz de hacer esto debe permanecer fuera de la política» (Ilyin, 1948){43}.
Notas
{1}е Президента Федеральному Собранию. 4 декабря 2014 года.
{2} Vid. Aleksander Duguin, La
cuarta teoría política. Arktos, 2012.
{3} Sergio Fernández Riquelme, «Rusia
y Oriente en Konstantin Leontyev», La Razón histórica, nº 30, 2015.
{4} Anton Barbashin and Hannah
Thoburn, «Putin's Philosopher». Foreing Affairs, September 20,
2015.
{5} Para Zgustova, Ilyin era el gurú
ideológico del imperialismo nacionalista de Putin, al fundamentar una «mano
de Hierro» que una a todos los sectores conservadores del país en defensa
de sus intereses, dentro de un régimen autoritario pero formalmente democrático
«donde la Iglesia, los medios de comunicación y los partidos políticos se
pueden tolerar siempre y cuando demuestren lealtad». Véase Monika
Zgustova, Las rosas rojas de Putin. El País, 14/06/2014.
{6} « Это дивное слово -
Россия". Izvestia, 1/12/2014.
{7} Ídem.
{8} El presidente Putin, en el
Congreso anual de Valdai en 2016, volvía a reivindicar que «Rusia y Ucrania
eran naciones hermanas». Vid. Radio Liberty, 27/10/2016.
{9} Sergio Fernández Riquelme, «Rusia
como imperio. Análisis histórico y doctrinal». La razón histórica,
nº 25, 2014, págs. 128-148
{10}Евлампиев И. И., Феноменология
божественного и человеческого в философии Ивана Ильина, 1998.
{11} N.V.Rabotyazhev, «Historical
philosophy and geopolitics of the russian conservatism: the analisis
experience». En The Russian political science Yearbook, 2007-2008.
{12} Томсинов В. А., Тюренков М. А.
Ильин Иван Александрович // Императорский Московский университет: 1755—1917:
энциклопедический словарь. М., Российская политическая энциклопедия, 2010
{13} N. O. Lossky, History of
Russian Philosophy. Allen & Unwin Ed.,. Londres, International
Universities Press, 1951.
{14} Киселев А. Ф, Иван Ильин и его
поющее сердце. М., Университетская книга, 2006.
{15} S. G. Rumin, "The importance
of the unity and morality for a state governed by the rule of law and civil
society as reflected in I.A. Ilyin’s philosophy". En Bulletin of
Ryazan State University named for S.A. Yessenin, nº3, 2013, pp. 48-58.
{16} Discurso pronunciado por Iván
Ilyin en Berlín, el 19 de noviembre de 1923, durante el VI Aniversario de la
Federación de Voluntarios de Ejército Blanco. Extraído de la traducción al
inglés de Mark Hackard de la obra de Ilyin en http://souloftheeast.org/
(2013-2014).
{17} Томсинов В. А., Мыслитель с
поющим сердцем. Иван Александрович Ильин: русский идеолог эпохи революций. М.,
Зерцало, 2012
{18} Discurso, op.cit.
{19} Ídem.
{20} "Sobre el Poder y la
Muerte" (1928). Véase I.A. Ilyin, Nashi zadachi.T. 1.
- M, 1992.
{21} Христиане на службе //
Возрождение. Париж, 1928.
{22} Ídem.
{23} Ídem.
{24} Ídem.
{25} Pierre Pascal y René Palacios
More, Las grandes corrientes del pensamiento ruso contemporáneo. Madrid,
Ediciones Encuentro, 1979.
{26} Зернов И. Иван Ильин. Монархия и
будущее России. М., Алгоритм, 2007.
{27}Sobre la esencia espiritual de la
Monarquía rusa y su posible organización corporativa véase a Георгий Титов,
КОРПОРАТИВНЫЙ ПРИНЦИП И ПРАВОСЛАВНАЯ ГОСУДАРСТВЕННОСТЬ. La Razón
histórica, nº27, 2014, pp. 250-258.
{28} "Against Russia". Trad.
de Paul Robinson. En Russia-Insider, 11/01/2015.
{29} Ídem.
{30} Ídem.
{31} «Orthodoxy». Trad. de Mark
Hackard. En The Soul of the East, 7/08/2015.
{32} "Against Russia". Op.cit.
{33} Ídem.
{34} «О грядущей России. Что есть
государство - корпорация или учреждение?». Hronos, 2009 (Viacheslav
Rumiantsev ed.).
{35} En su texto Sobre el
Fascismo (1948), Ilyin señalaba cómo este movimiento surgió como
reacción directa al bolchevismo totalitario y a la democracia liberal «sin
salida» en el seno del pensamiento conservador; pudo ser una alternativa
viable de organización nacional-patriótica en la Historia, pero fracasó como
movimiento político-social al ligarse al mismo anticristianismo de sus
supuestos enemigos ideológicos.
{36} Ídem.
{37} Ídem.
{38} Ídem.
{39} I.A. Ilyin, op.cit,
pp. 255-256.
{40} Ídem.
{41} Publicada en 1956.
{42} Andrew Stuttaford, «The (Re)birth
of Ivan Ilyin», National Review, 19/04/2014.
{43} "Against Russia", op.cit.
Fuente:
https://www.nodulo.org/ec/2016/n176p10.htm