ENCÍCLICA
DE FRANCISCO DILEXIT NOS:
¿El
Sagrado Corazón al servicio de la fraternidad universal masónica?
P. FLAVIO MATEOS
“El
tentador es el enemigo de nuestra alma y el amigo de nuestro corazón”.
Nicolás Gómez Dávila
“El corazón que
sigue dos caminos, no tendrá buen suceso”.
Eclesiástico 3, 28.
Si uno lee por encima la nueva encíclica de Francisco,
Dilexit nos, dedicada al Sagrado
Corazón de Jesús[1],
se encontrará sorprendido con una ristra de citaciones perfectamente católicas,
muy bien escogidas, encomiables. Citas de grandes santos, y de los papas León
XIII, Pío XI y Pío XII, que sin dudas son dignas de resaltar. Hay párrafos
verdaderamente destacables. ¡Bravo! ¿Entonces, como afirman algunos católicos
conservadores desde los medios de comunicación, Francisco ha vuelto al corazón? ¿Estamos pues ante una encíclica católica,
que debemos elogiar, y que nos puede servir de guía para amar más y mejor al
Sagrado Corazón de Nuestro Señor?[2] No, en absoluto. Hay que leerla entera, atentamente.
Hasta el final. Porque, precisamente, aunque poco a poco se descubre para dónde
rumbea el documento, en el final se descubre claramente el veneno. In cauda venenum.
Más bien hay que darse cuenta una vez más de la
astucia de los modernistas, ya que “no dan puntada sin hilo”.
Recuérdese que ya San Pío X había alertado acerca de
su modus operandi: “Muchos de sus escritos y de sus dichos parecen contradictorios,
de modo que podría pensarse que vacilan inseguros. Pero se trata de una actitud
deliberada, por el concepto que tienen de separación entre fe y ciencia. Por
eso encontramos en sus escritos una página que un católico puede aprobar sin
reservas, a la cual sigue otra que sólo cabe pensar que ha sido dictada por un
racionalista. Cuando escriben sobre la historia, no hacen mención de la
divinidad de Cristo, pero cuando predican la confiesan con toda claridad. En
sus exposiciones históricas no tienen lugar ni los Concilios ni los Santos
Padres, pero cuando explican el Catecismo los citan con todos los honores”.[3]
Desde entonces los modernistas (hoy denominados
progresistas, conciliares y sinodales) han refinado mucho su sinuosidad para
enredar sus pretensiones demoledoras en una argamasa de verbosidad interminable,
de modo tal de cansar al lector sencillo, o enredar en una nube de palabras
huecas, sonoras y retumbantes, al que bien intencionado espera lo mejor de
quien debería hablar como “Vicario de Cristo”.
El pastel tiene buenos ingredientes, agradable
aspecto, pero unas gotas de veneno lo hacen prohibitivo para nosotros. Pero,
¿podíamos esperar otra cosa de Francisco, el implacable demoledor de la Iglesia
católica? ¿El impiadoso perseguidor de la Misa tradicional, ahora nos llama a
amar según el Corazón de Jesús?
Desde luego, nuestro juicio intenta ser objetivo y en
consonancia no sólo con lo que es todo el pontificado de Francisco, dentro del
cual hay que inscribir esta encíclica, sino de la nueva teología y la nueva
iglesia surgidas del Vaticano II. En esa nueva eclesiología, la encíclica
bergogliana encuentra su justificación. Mientras que la causa final de la
Iglesia católica es la gloria de Dios por la salvación de las almas, la causa
final de la Iglesia conciliar es la unidad del género humano, obtenido por el
diálogo interreligioso. A ello también apunta esta mirada sobre la devoción al
Sagrado Corazón. Vamos a verlo.
La
encíclica
Se percibe fácilmente que hay dos estilos en la
encíclica. La primera parte y el final, descubren el estilo de redacción de
Francisco, sentimental, berreta (si
se nos permite el argentinismo) y con citas de autores nada ortodoxos ni
católicos, como Martin Heidegger o el filósofo coreano-germano de moda. Una
especie de lenguaje de “autoayuda” para abrirles las puertas a los lectores
acostumbrados a la literatura de moda, condimentado con filosofía
existencialista y algún guiño a doña Rosa.
El cuerpo central de la encíclica, en cambio, parece
redactado por algún sacerdote conservador, que se tomó el trabajo de indagar a
fondo en las diversas manifestaciones de almas privilegiadas, santas y santos
que recibieron confidencias del Sagrado Corazón. Allí se encuentra lo más
especioso y nutritivo de la encíclica. Pero a medida que uno lee, no puede
menos que pensar que todos esos testimonios, que provienen de la historia y tradición
de la Iglesia, son anteriores todos al concilio Vaticano II. Es decir, si por
sus frutos se conoce el árbol, claramente aquellas almas santas se nutrieron de
una Iglesia, de una misa y de unos sacramentos que ya no son los que
proporciona hoy la neo Iglesia. Es algo que por lo menos da para pensar.
Pero entonces parece que se inmiscuye la pluma de
Francisco nuevamente, para volvernos a la realidad de sus pretensiones
“globalizantes”.
Así concluye la encíclica:
“217. Lo expresado en este documento nos
permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que
bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de
reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común”.
Podemos, según creemos, circunscribir el problema de
esta encíclica en tres puntos:
1- Una manipulación de la devoción al Sagrado Corazón para
cumplir la agenda “universalista” –no católica- de las mencionadas encíclicas
“sociales”, de sabor masónico.
2- Entronca eso con la pregonada “Civilización del amor”
de Juan Pablo II.
3- Y se permite hacerlo mediante un recurso sutilísimo:
darle un nuevo sentido a la “reparación”. Esto va en consonancia con la nueva
teología del Vaticano II.
1-La devoción al Sagrado Corazón, nos
lleva a cumplir mejor las encíclicas de la fraternidad bergoglianas.
Volvemos a la conclusión de la encíclica, donde habla
claramente de su propósito:
“… lo escrito en las encíclicas sociales
Laudato si’ y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de
Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos
fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos
nuestra casa común”.
Respecto de Laudato
si, se ubica privilegiadamente en la agenda globalista que se opera desde
los centros del poder mundial. Como decía el periódico The Remnant en unas líneas contundentes:
“Es el último mamotreto verborreico del Papa,
una encíclica que abraza el alarmismo en torno al «calentamiento global», hace
un llamamiento a organismos internacionales para que vigilen el cambio
climático y expresa líricamente la idea de que los humanos reconduzcan a los
animales a Dios. En resumidas cuentas, es como si Al Gore, Carlos Marx y
Teilhard de Chardin hubieran escrito una encíclica. Pero lo peor es que, como
es obra de un papa, personas habitualmente cuerdas y racionales se la tomarán
en serio. Por ejemplo, muchos neocatólicos que se habrían tomado a risa
la Laudato Si si la hubiera escrito un Al Gore o un Joe Biden,
hablan elogiosamente de ella. Pregonan a los cuatro vientos sus genialidades
ocultas y citan frases de ella como si fueran valiosos dones de Dios. Hay
momentos en que uno no puede menos que preguntarse si esas personas están en su
sano juicio o tienen alguna convicción. No exagero si digo que está encíclica
da vergüenza y que como católico me da bochorno que mi papa la haya promulgado”.
Vergonzante
encíclica, sin dudas, que en la neo-iglesia se la toma como rectora de la nueva
actitud “ecológica” que deben adoptar los católicos para ser buenos católicos,
o sea, católicos-sustentables. Hasta se ha visto interpretar la encíclica
mediante una danza, dentro de una iglesia de la vieja Europa (vieja, o más bien
ga-gá).
En cuanto a Fratelli tutti, hasta la masonería perdió toda prevención y lanzó entusiasta su público reconocimiento: