Una grotesca sobreactuación puso de cabeza al mundo
entero bajo el paraguas de “la ciencia”.
Por AGUSTIN DE
BEITIA
A casi cinco
años de la aparición de los primeros casos de neumonía en China, que luego se
llamó covid y más tarde se declaró “pandemia”, la ocasión se presta para
revisar aquella grotesca sobreactuación que puso de cabeza al mundo
bajo el paraguas de “la ciencia”.
El tiempo
transcurrido desde fines de 2019 invita a analizar cómo una enfermedad que
muchos ni siquiera se hubiesen enterado de que tenían, o que nunca tuvieron,
llevó a confinar a la humanidad toda en sus hogares, con toques de queda y
vigilancia personalizada.
Volver la
vista atrás tiene, entonces, sentido para indagar hasta qué punto se están
reconsiderando las alevosas medidas adoptadas en aquel
momento. ¿Hay tal cosa como un revisionismo?
El interés
por reexaminar lo sucedido, en efecto, parece estar abriéndose paso a pesar de
la censura. Es posible incluso que la corriente revisionista sea más
amplia de lo que al sistema le gustaría admitir, aunque menos profunda de
lo que debería ser a esta altura.
¿Por qué más
amplia de lo que parece? Porque una rápida indagación sobre el tema confirma
que los grandes medios están reaccionando con preocupación al ver acumularse
los estudios críticos.
Lucas
Engelmann y Dora
Vargha, que se interesaron sobre este asunto, son de aquellos que tienden a
ver un reflujo en las investigaciones sobre el tema. Así lo reflejaron en una nota
publicada en la agencia Associated Press en febrero de este
año: “Covid: hay una fuerte corriente de revisionismo pandémico
en los grandes medios de comunicación y es peligrosa”.
Engelmann es
profesor asociado de Sociología e Historia de la Biomedicina en la Universidad
de Edimburgo, mientras que Vargha es profesora de Historia y Humanidades
Médicas en la Universidad Humboldt de Berlín.
En esa nota,
ambos profesores observan ahora una “fuerte corriente de miradas críticas”,
surgida a partir de “una proliferación de investigaciones públicas,
informes sobre lecciones aprendidas y análisis a posteriori”.
A juicio de
los autores, el efecto de todo esto es que se va abriendo paso a las opiniones
antes marginales hacia la corriente principal.
Como ejemplo de esa revisión dicen, por ejemplo, que “reevaluar cuán razonable fue el confinamiento es ahora una constante en los medios, particularmente en el Reino Unido”. Pero no son sólo los encierros porque también mencionan los pedidos de investigación sobre las muertes atribuibles a las “vacunas” del covid.
Engelmann y
Vargha reclaman ser más comprensivos con lo compleja que fue la gestión de
aquella crisis. Y la extraña tesis que plantean es que las revisiones de las
crisis sanitarias suelen prestarse a un uso político.
Como quiera
que sea, la alarma que muestran estos dos académicos está lejos de ser un caso
aislado. Similares intentos por clausurar el debate académico se pueden
encontrar también en notas publicadas por la agencia AFP, el New
York Times (“It’s Time to Talk About ‘Pandemic Revisionism’”), o L’Express,
por citar solo unos pocos casos.
Sin embargo
eso no logra sofocar el debate, que emerge igual en la comunidad médica. No se
trata ya sólo de la “Investigación covid-19 del Reino Unido”, esa revisión pública
en curso que tanto alarmó a Engelmann y Vargha y que para otros especialistas,
en cambio, resulta todavía muy limitada. Ahora es también la Universidad
de Stanford, en Estados Unidos, la que auspició hace pocos días un congreso
médico donde diferentes puntos de vista sobre la gestión de la crisis sanitaria
fueron aireados y debatidos.
EVALUAR EL
PASADO
Se tituló
“Política pandémica: planificar el futuro, evaluar el pasado”. Y entre otros
expositores contó con la presencia del profesor indoamericano de medicina Jay
Bhattacharya; de la epidemióloga Sunetra Gupta de Oxford
-ambos firmantes de la Declaración de Great Barrington, un manifiesto a favor
de la inmunidad colectiva-; del arquitecto de la política pandémica de
Suecia Anders Tegnell, y también de Scott Atlas, ex
profesor de la facultad de Medicina de Stanford que fue reclutado por Trump
como asesor de covid en 2020 hasta que fue desplazado por presiones.
En su
disertación, Bhattacharya refirió que “los grupos de expertos trataron
cuestiones como la evidencia en que se basaron los encierros, la
gestión de la información y la censura, el impacto de los confinamientos entre
los pobres, y la cuestión disputada sobre el origen del virus, si fue natural o
de laboratorio”, resaltando que en todas esas áreas el debate fue siempre
civilizado.
En un panel
titulado “La desinformación, la censura y la libertad académica”, el doctor
Atlas lamentó que la censura de aquel momento, y la que aún rige hoy, no solo
se traduce en una persecución personal sino que impide a otros escuchar voces
diferentes, creando la sensación de que existe un “consenso”. Atlas citó
abundantes estudios críticos, pero los medios masivos no vieron nada más
provechoso que salir a desprestigiar el simposio, como hizo Michael Hiltzik en Los
Angeles Times.
LIBROS
Sea cual
fuere el alcance de este revisionismo, lo cierto es que también se derrama por
el mundo editorial, aunque el resultado sea siempre el mismo: el ya desfachatado
silencio periodístico o la descarada desacreditación “in limine”.
En Francia,
por ejemplo, se abrió paso a principios del año pasado el libro Covid-19.
Lo que revelan las cifras oficiales: mortalidad, test, vacunas, hospitales, la
verdad emerge (L’Artiller, 2023), que está escrito por el estadístico
francés Pierre Chaillot.
El libro se
presenta como una investigación meticulosa sobre la información oficial en
Francia, en la que -al parecer- el autor constata anomalías “gigantescas” entre
lo que decía la prensa y la realidad.
Una de esas
revelaciones es que la mortalidad del año 2020 estandarizada (estudiada por
rango de edad), está lejos de haberse disparado y en cambio estuvo al mismo
nivel que en 2015, que fue el séptimo año menos mortal de toda la historia.
Pues bien,
bastó que tan desafiante perspectiva invitara a alguien a hacerse preguntas
para que el libro fuera tratado en un artículo de la periodista Stephanie
Benz, de L’Express, como otra muestra más de “desinformación” y
una puesta al día de la “teoría de la conspiración”.
Lo mismo
sucedió en abril de este año con una recopilación de ensayos del epidemiólogo
maltés Sandro Galea, decano de la Escuela de Salud Pública de la
Universidad de Boston.
En su
libro, Within Reason: A Liberal Public Health for an Illiberal Time,
Galea critica -al parecer- a sus pares de una manera audaz, y sugiere que la
salud pública durante la pandemia “se volvió política”, es decir, fue una
reacción exagerada a “una derecha empoderada”. Al menos así lo expresa en una
reseña del libro el biólogo Gregg Gonsalves, en The Nation,
donde se dedica a criticar, no la gestión de la pandemia, sino al autor del
libro. El título de la reseña lo dice todo: Los revisionistas del covid
nos ponen a todos en peligro.
Los títulos
revisionistas abundan. Pero la prensa mundial, siempre sesgada, está más
interesada, por ejemplo, en tratar con simpatía las recientes memorias
de Anthony Fauci (De guardia: el viaje de un doctor en el servicio
público), quien fue nada menos que la cara visible de las medidas que
pusieron de cabeza al mundo, y en ocultar reseñas negativas como la de
Bhattacharya.
Por todo
esto no puede extrañar que un valioso libro aparecido en nuestro país a fines
del año pasado, que propone una mirada honesta sobre el tema, no
haya merecido la debida atención.
Se trata
de La tiranía del bien común. Pandemia, relato y otras amenazas (Dunken,
2023), de Melina Bronfman et al.
Tal vez sea
este un libro único en su tipo dentro de esta corriente
germinal de revisionismo. Y esto por la ambición del análisis, por lo incisivo
de sus observaciones y por la cantidad de autores que intervienen desde los
ámbitos más diversos: de la medicina a la psicología, de la ingeniería a la
lingüística, de la docencia y la filosofía a la virología. Es, por lejos, el
más ambicioso de los aquí mencionados.
PERIODO
SINIESTRO
No dudan los
autores, por ejemplo, en tratar a aquella época como un periodo
siniestro y alienante, y a la pandemia como un experimento atroz,
instrumentado a escala mundial.
Pero, ¿por
qué un experimento? ¿Experimento de quién? ¿Cómo se logró instalar? ¿Con qué
fin? Estas son algunas de las cuestiones centrales que responden en una
veintena de artículos agrupados en seis capítulos, en los cuales dejan
al descubierto una tras otra las inconsistencias de un relato pandémico que se
va deshaciendo con el paso de las páginas.
Como señalan
en la introducción Ana María Gómez y Mariana Morales,
uno de los rasgos más salientes de toda aquella experiencia vivida fue el hecho
de que “el planeta en su conjunto estuvo bajo un comando único, por encima de
las autoridades nacionales”, y que esto fue hecho bajo el pretexto del
bien común.
Haber
reconocido este mecanismo es un acierto. Porque el bien común es algo
indiscutible, y por lo tanto “indiscutibles” pasarían a ser también las
disposiciones adoptadas.
Sobre la
pandemia como un ensayo para avanzar hacia la gobernanza mundial, precisamente,
trata en ese libro el abogado Nicolás Martínez Lage.
En su
artículo, Martínez Lage pone lo sucedido en la perspectiva correcta de una
brutal transferencia de soberanía que hay en marcha desde hace años desde los
Estados hacia organismos supranacionales, como la OMS, la ONU, la Unesco y
otros, todos ellos controlados por una élite mundial capaz de influir en la
vida de millones de personas. Una élite plutocrática, que no fue
elegida, no tiene responsabilidades y sin embargo hace que sus
“recomendaciones” sean convertidas en legislación por una dirigencia política
sumisa.
Su tesis es
que la pandemia sirvió a esa élite para dar un paso más hacia la
tecnocracia, el gobierno a través de la ciencia, que sería un grado
superior de intervención.
Esa
tecnocracia, explica Martínez Lage, tiene como ambición última planificar
y determinar cuántos bienes y servicios se van a producir y luego a distribuir
a la humanidad, después de vigilar a cada individuo, registrar su perfil y
todos sus consumos, para controlarlo y gestionarlo.
La pandemia
habría sido, según esta certera interpretación, “una forma de testear el grado
de consentimiento” que prestarían las personas a la pérdida de libertades y
derechos. Es por eso que lo llama el “mayor experimento social de la
historia”.
Otros que se
abocan a desvelar este hilo que conduce de la pandemia al Nuevo Orden Mundial
son el doctor e ingeniero industrial Alfonso Longo, con su artículo
“Un mundo de dueños”, y el periodista Nicolás Morás con
“Agenda 2030: el control definitivo”.
EL GUION
Ambos
apuntan a lo que tuvo de guionado este experimento y recuerdan el llamado
“Evento 201”, que tuvo lugar apenas cuarenta días antes de que estallara el
covid y que consistió en un simulacro de pandemia organizado por el Foro
Económico Mundial, la fundación Bill y Melinda Gates y la Universidad Johns
Hopkins, aquella que, como se recordará, después se dedicaría a crear pánico
mediante el insólito “conteo” en tiempo real de contagiados de gripe en todo el
mundo. En ese simulacro “predijeron” lo que iba a ocurrir.
Morás, en
particular, pone el dedo en la llaga al exponer cómo fue creada en aquella
época una crisis de hambre mundial, mientras los tecnócratas del
Foro de Davos, con Gates a la cabeza, y otros millonarios del ámbito de la
tecnología -desde Mark Zuckerberg (Facebook) hasta Jeff Bezos (Amazon)-
multiplicaban por dos su patrimonio en un mundo que había sido “virtualizado”.
Y menciona de paso que ninguno de estos magnates -o “filantropófagos”, como
alguien los definió-, oculta sus intenciones de reducir la población del
planeta, la propiedad privada y el empleo. El famoso “No tendrás
privacidad, no poseerás nada y será feliz”, que denunció la política danesa
Ida Auken. [Nota de Agenda Fátima: Morás
es, a pesar de tales aciertos, un recalcitrante liberal anticatólico que en ese
orden no suele aportar información fidedigna. Es bueno retener el dato]
Longo, por
su parte, abunda en detalles sobre cómo fue planificado, cómo se usó la psicología
conductual, en base al miedo, la presión social y la natural tendencia
gregaria del hombre, que lo lleva a no desentonar de lo que dice su grupo de
referencia, todo lo cual permitió poner en marcha la ingeniería social en pos
de ese nuevo sistema de economía planificada. El Gran Reinicio tan mentado.
Si ese es el
experimento, si ese es el contexto y el horizonte de este primer ensayo que fue
el covid, y si esos son los responsables, otros autores de este libro que
venimos comentando arrojan luz sobre por qué se debe considerar que hubo, en el
mejor de los casos, una sobreactuación con el virus, o más
bien un engaño o un acto de ilusionismo.
ILUSIONISMO
El virólogo
argentino Pablo Goldschmidt, quien tuvo el mérito de alertar
tempranamente sobre lo desproporcionado del pánico y de los confinamientos,
habla de un “malentendido”.
Ese
“malentendido”, según su interpretación, habría partido de cálculos teóricos y
modelos estadísticos erróneos (“el Imperial College London predecía 200
millones de muertos”) que generaron un pánico infundado, seguido de un eclipse
masivo de las facultades críticas, médicos incluidos.
Goldschimdt
no se queda allí. Califica de “dudosas” también las cifras de muertos (¿“por”
covid o “con” covid’?), y de contagiados (explica que el PCR a más de 32 ciclos
tiende a dar positivo). Y recuerda que -aun así- la cantidad de muertos por
covid en todo el mundo estuvo alineada con la cifra que es habitual esperar
para las dolencias respiratorias. ¿Entonces? Goldschmidt no da el siguiente
paso, que sería admitir que hubo una malignidad orquestada. Ahora, si uno se
pregunta junto a él, ¿cómo es posible que con solo 6.500 personas fallecidas en
el mundo se confinara a la humanidad toda?, la respuesta parece estar menos en
un error de cálculo que en un cálculo muy bien planificado.
ESTAFA
Quien sí
habla de una “estafa lisa y llana”, de una “alucinación” y de un
“montaje mediático”, es el médico de familia español Enric Costa
Vercher, quien dirige la atención hacia los intereses económicos de la
“medicina moderna”, a la que trata de “medicina comercial”, sometida -según
dice- a las multinacionales farmacéuticas.
Costa
Vercher es otro que desmiente el exceso de mortalidad por covid, una
inconsistencia que -dice- fue silenciada “con descaro” por la prensa.
Con
una lógica aplastante, a la que vale la pena asomarse, el médico
español explica por qué todo fue una “ficción”. Una ficción acompañada de un
“paquete de abusos y violaciones” para “obligarnos a vacunarnos” -como no
permitir a los díscolos viajar, entrar en bancos, comercios, restaurantes,
eventos culturales o deportivos-, seguida de un ocultamiento sobre los efectos
secundarios de esas inoculaciones, entre los cuales menciona coágulos,
trombosis, ictus o miocarditis inflamatorias, a las que llama “epidemia de
repentinitis”.
Igual que
con estos dos médicos, merece la pena hacer una excursión por los artículos
de Ana María Gómez o de la psicóloga Lourdes Relloso para
ver “cómo se construyó la psicosis colectiva” a partir del aislamiento y el
acceso a una única fuente de información. Como también resultan valiosos los
aportes de Jordi Pigem, Carmen Jiménez Huertas o Aldo
Mazzucchelli sobre “el poder del discurso”.
Gómez,
doctora en Letras, reflexiona sobre la apropiación discursiva del “bien común”,
los abusos de la “biopolítica” y otras cuestiones, como la desopilante cadena
de excusas que se dieron para ocultar la ineficacia de las “mal llamadas
vacunas” (que primero evitaban el contagio, luego no lo evitaban pero sí
impedían contraer la enfermedad, luego tampoco eso pero sí evitaban los cuadros
graves, para terminar maquillando los mortales “efectos secundarios”).
En su
reflexión sobre las claves de la pandemia, la doctora alude entre otras cosas a
los famosos “protocolos” médicos indicados por la OMS que
resultaron ser mortales. No dice, sin embargo, lo que parece obvio: que también
allí el terreno había sido abonado previamente por la industria del juicio. De
seguro que el miedo a los juicios por mala praxis predispuso a los médicos a
atenerse a lo que indicaran las autoridades internacionales, tal y como señala
Goldschmidt que sucedió con los gobiernos de todo el mundo: en este último
caso, el de los gobiernos, seguir los dictados de la OMS también los eximía de
responsabilidad penal, y en cambio adoptar un criterio propio los exponía a un
juicio.
Siendo esto
así: ¿qué se espera que ocurra en la próxima crisis sanitaria?
No menos
elocuente es el acertado enlace que propone Gómez entre los ensayos para
desterrar el dinero en papel, o para digitalizar la identidad de las personas o
imponer un carnet sanitario, y los proyectos de microchip implantable que
contendrán la identidad digital de las personas. Un plan del que se viene
hablando ya y que sería un requisito para acceder a la educación, la salud, los
beneficios sociales, los derechos políticos y las transacciones comerciales
en un futuro no tan lejano que luce cada vez más tenebroso.
PROTOCOLOS
Pero, de
atenerse a lo que explica la médica Matelda Lisdero, tampoco la
sujeción a los protocolos fue algo nuevo. Según ella, esa práctica se deriva de
la forma de ejercer la profesión que plantea la medicina moderna,
donde el médico no tiene tiempo para cuestionar ni para repensar las cosas. La
de Lisdero es una crítica profunda sobre un paradigma de medicina que, a todas
luces, fue parte del problema y que tiende a transformar a los médicos en meros
administradores de fármacos.
A ese
influjo que tienen los laboratorios sobre los médicos, sobre la forma de
ejercer la profesión y sobre la literatura científica, vuelve el doctor en
Filosofía español Jordi Pigem, quien coincide en que el escenario
estaba planteado desde hace años y que la ciencia ha dado un giro hacia
la oscuridad. Para él, la consigna "Follow the science" (sigan a
la ciencia), que pretendía hacernos observar medidas contra la buena ciencia y
contra el sentido común, se trataba más bien de "Follow the
propaganda" o "Follow the darkness" (sigan a la oscuridad).
El filósofo
sostiene que lo ocurrido con la pandemia fue un ataque a nuestra salud física y
mental, una demolición de nuestro sentido de la realidad y una robotización de
las personas.
SIGNO
OMINOSO
Está claro
que, en nombre del presunto “bien común”, muchos aceptaron las imposiciones de
la OMS. Incluso no fueron pocos los católicos que pensaron en esos términos,
pasando por alto que, en el camino, el viejo proyecto de una única autoridad
mundial se reforzaba, un signo que debería haber sido claro y ominoso
para todo creyente.
Juan Manuel
de Prada fue uno de los pocos que advirtió tempranamente la inspiración
demoníaca de cuanto estaba sucediendo y lo dejó plasmado en una serie de
artículos satíricos, recogidos luego en un volumen titulado Cartas del
sobrino a su diablo (HomoLegens, 2020).
La pandemia,
según De Prada, vino a demostrar que estábamos preparados para el reino de la
mentira. Fue una ocasión ideal para el intento demoníaco de presentar el mal de
un modo rampante y desinhibido, porque la población ya ha asimilado hace tiempo
el mal como bien.
Apenas por
debajo de estas alturas sobrenaturales se alza este meritorio volumen colectivo
titulado La tiranía del bien común. Un libro indispensable, que
servirá para reflexionar, abrir los ojos y estar preparados para lo que -de
seguro- vendrá.
Fuente: