Editorial Le Sel de la terre N° 38, Otoño 2001.
Las
“semillas del Verbo”
En su primera encíclica, Redemptor hominis, el papa Juan
Pablo II se expresaba así:
Con razón, los Padres de la Iglesia veían
en las diversas religiones como otros tantos reflejos de una única verdad, como
“semillas del Verbo” [1] que testimonian que la aspiración más profunda del
espíritu humano está orientada, a pesar de la diversidad de caminos, hacia una
dirección única, expresándose en la búsqueda de Dios y, al mismo tiempo, por
medio de la tensión hacia Dios, en la búsqueda de la dimensión total de la
humanidad, es decir, del sentido pleno de la vida humana [2].
Esta frase es un intento de justificar el
diálogo interreligioso: unas “semillas del Verbo” estarían contenidas en las
diversas religiones, y las convertirían en “reflejos de una única verdad”.
El papa pretende apoyarse en los Padres de
la Iglesia. Y, en nota, se refiere a san Justino y a Clemente de Alejandría.
En realidad, Clemente no es un Padre de la
Iglesia en sentido estricto. Para serlo, se requiere, entre otras cosas, la
ortodoxia de la doctrina y la santidad de vida [3]. Ahora bien, nos dice el
padre Cayré:
[La obra de Clemente] no está, sin embargo,
exenta de todo reproche: a) su mística era un poco idealista; en los últimos Stromatas, hizo a veces descripciones
hiperbólicas del estado de los perfectos (ausencia de pasiones, contemplación
perpetua); insistió más de la cuenta sobre el sacerdocio (metafórico) del
gnóstico; b) en su ascesis misma, que es verdaderamente cristiana por el lugar
que en ella ocupa Cristo como revelador y como maestro, descuida quizá un poco
el papel del sufrimiento y de la oración (esta última es señalada sobre todo al
final, en el gnóstico), mientras exalta en exceso el de la filosofía; c) por
último, practica cierto esoterismo, tomando algunas doctrinas de tradiciones
secretas, más bien que de los órganos oficiales de la fe [4].
Además, la Iglesia romana ha rehusado
inscribirlo (como santo) en su martirologio:
Por consejo de Baronio, Clemente no fue
admitido en el martirologio romano revisado por Clemente VIII, y Benedicto XIV
mantuvo esta decisión, sin zanjar absolutamente la cuestión de doctrina y de
virtud, […] por razones de oportunidad, que son las siguientes: su vida
demasiado poco conocida, ninguna huella de culto público rendido en la Iglesia,
doctrina por lo menos dudosa y sospechada por diversos historiadores o teólogos
[5].
Pero hay algo más grave: cuando se van a
verificar los textos de san Justino y de Clemente, se ve que no dicen en
absoluto lo mismo que el papa.
San Justino no habla de las “diversas
religiones”, sino que habla de los filósofos y de los poetas. Y esa “semilla”
que está difundida por todas partes es la de la razón, no la de una revelación
sobrenatural.
San Justino distingue incluso muy
claramente el “germen” plantado en todo hombre (la razón), de la participación
en el Verbo que se da por la gracia. Citemos su segunda Apología, a la que se refiere
Juan Pablo II:
13, 2: Cristiano, reconozco que lo soy. […]
No que la doctrina de Platón sea ajena a la de Cristo, pero no le es
absolutamente idéntica, como tampoco la de los otros, estoicos, o poetas y
prosistas. 3. Pues cada uno de ellos ha visto, parcialmente, de lo que ha
recibido del Verbo divino difundido [spermatikou,
literalmente: difundido como una semilla] en el mundo, aquello que le es afín,
y de ello ha hablado bien; pero aquellos que se han contradicho a sí mismos en
puntos más importantes muestran con evidencia que no poseen la ciencia
infalible y el conocimiento irrefutable. 4. Lo que todos ellos han enseñado de
bueno nos pertenece, pues, a nosotros, los cristianos, porque, después de Dios,
adoramos y amamos al Verbo nacido del Dios inengendrado e inefable, ya que
incluso se hizo hombre por nosotros, a fin de venir a participar en nuestras
miserias para curarnos de ellas. 5. De hecho, todos los escritores podían, de
manera indistinta, ver la realidad gracias al germen del Verbo que ha sido
plantado en ellos. 6. Pero una cosa es un germen (sperma) y una semejanza dados a los hombres en
proporción a sus facultades, y otra cosa es el objeto mismo cuya participación
e imitación les es concedida en proporción a la gracia de la que es fuente [6].
En cuanto a Clemente de Alejandría, él
habla también no de las “diversas religiones”, sino de los filósofos (y aún
así, no de cualquier filósofo, sino solamente de Platón y Aristóteles) y de los
poetas que han tenido “algunas teorías justas”. Da como ejemplo a Arato, poeta
griego citado por san Pablo en su discurso en el Areópago (Hch 17, 22-28). “De
donde resulta claramente que, utilizando ejemplos poéticos tomados de los Fenómenos de Arato [7], [san
Pablo] aprueba lo que los griegos han dicho de bueno [8].”
Este intento de Juan Pablo II de querer
apoyar su “extraña teología” en “los Padres de la Iglesia” es, por tanto, vano.
Los Padres de la Iglesia siempre han considerado, junto con el Espíritu Santo,
que los dioses de los paganos eran demonios [9]. Nunca han dicho que las
religiones paganas eran “reflejos de una única verdad”. Para ellos, esas
religiones eran simplemente falsas, y había que apartarse de ellas para hacerse
cristiano.
Si en el mundo pagano había algunas
“piedras de espera” de la verdadera religión, era debido al “milagro griego”,
es decir, al trabajo de esos filósofos que, con la ayuda de la razón natural,
habían logrado reencontrar una parte de las verdades que el hombre puede saber
sobre Dios sin la revelación [10].