PORTUGAL
Y RUSIA
Por FLAVIO
MATEOS
La
historia, maestra de la vida, está plena de enseñanzas para nuestros días.
Cuando se piensa en todas las formas que ha utilizado Dios para salvarnos, para
instruirnos, para guiarnos y para advertirnos de los enemigos de la Iglesia y
de nuestras almas, en definitiva, para mostrarnos su amor, y en correspondencia
de ello se observa nuestra ingratitud, nuestra inconstancia, nuestra indiferencia
o nuestra traición a sus gracias, mandatos, pedidos y cuidados, no hay dudas de
que estamos viviendo un gran castigo que, cada día más, se aproxima a su máxima
expresión, a unas dimensiones inimaginables, teniendo en cuenta los medios y la
mentalidad diabólicos que poseen nuestros enemigos, los “reseteadores” que
quieren arrasar con absolutamente todo vestigio del orden cristiano y del orden
natural. ¿No son acaso el pecado y el crimen hoy la “nueva normalidad”?
Lo
anterior puede verificarse muy bien en la historia de lo que ha ocurrido luego
de las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús. Todo Jesús está representado
en su Corazón, toda su Misericordia, todo su Amor paternal por nosotros; es el
sol que asomó en 1673 para venir a re-enfervorizar a Francia y el mundo, en
tiempos de orgullo racionalista, de soberbia jansenista y de neo-paganismo
ilustrado. 1689 fue el año en que Nuestro Señor pediría directamente se le
consagrase el Rey de Francia con todo su reino. Se trataba de una Francia que
hacía muchos años venía incumpliendo sus deberes cristianos y se estaba
desviando cada vez más de la fe católica. Jesucristo sabía por supuesto lo que
se estaba preparando –las grandes conspiraciones del mundo moderno- y Él mismo
quería ser la respuesta, pero si y sólo si sus súbditos lo aceptaban libremente
como su Rey. Pero, ¡ay!, Él fue tristemente rechazado. ¿Puede imaginarse algo
más trágico que la criatura que rechaza a su Creador? ¿Recordamos lo ocurrido
con el pueblo judío, cuando rechazó a su Salvador en su Pasión y Crucifixión?
Poco
tiempo después, impotentes los cristianos, el diablo respondería: en 1717, se
fundaba oficialmente la Masonería en Londres, que iba a infiltrarse no sólo en
las monarquías cristianas sino hasta en la misma Santa Sede. En 1759, Portugal
fue el primer país que suspendió, persiguió y desterró a la Orden de los Jesuitas.
En 1762 sería el turno de Francia de disolver a la Compañía de Jesús. En 1767, la
España borbónica y afrancesada la expulsó de todos sus Reinos, incluida nuestra
América. Finalmente el 21 de julio de 1773, cien años después de la primera
aparición del Sagrado Corazón en Paray-le-Monial, el papa Clemente XIV,
instigado por liberales y masones, extinguía en el mundo entero a los jesuitas.
En 1776 llegaría la masonería a fundar los Estados Unidos. Y pocos años después,
el estallido final: la Revolución francesa de 1789, cien años después del
pedido de Nuestro Señor.
Ahora
bien, debe entenderse lo siguiente. Entre las varias características
sobresalientes de la Orden fundada por San Ignacio de Loyola, queremos destacar
dos muy importantes, por las cuales los jesuitas fueron ferozmente perseguidos
y expulsados: 1) ellos defendían la doctrina rigurosa de la Supremacía de la
Santa Sede, cosa que no se había visto desde los tiempos de Bonifacio VIII; 2)
Jesucristo había encomendado principalmente a los jesuitas ser apóstoles de su
Sagrado Corazón. Estaba claro que eran un gran estorbo para los enemigos de la
Iglesia, pues de seguir su labor, la doctrina del Reinado de Cristo, a través
de la Iglesia, seguiría cobrando fuerza y todos los enemigos serían vencidos. La
doctrina del Corazón de Jesús fue dada como una comunicación tan copiosa e
inusitada de gracias que mereció ser llamada “una segunda Redención”. Es por
eso que tenía tanta eficacia y poder de conversión, hay que recordar las
promesas de Nuestro Señor a quienes se le consagrasen. Sta. Margarita María dijo:
“Y a medida que ellos (los religiosos de
la Compañía) le procuraren tal placer, este divino Corazón, fuente de
bendiciones y de gracias, las derramará tan abundantemente sobre las funciones
de sus ministerios, que éstos producirán resultados que sobrepujen sus trabajos
y sus esperanzas; y lo mismo en lo tocante a la salud y perfección de cada uno
de ellos en particular.” Así fue, y tan extraordinarios frutos de santidad dio
esta devoción que pronto el diablo mostró los dientes. Decía Sta. Margarita
María: “(El enemigo)…revienta de despecho
por no haber podido estorbar esta amable devoción”. Cuando el Padre Croiset
escribió, concertado con la santa visitandina, el primer y gran libro sobre el
Sagrado Corazón, su éxito fue inmediato, pero el enemigo metió la cola y luego
de trece años de difusión, logró que fuese incluido –sin contener errores- en
el Index por el Santo Oficio, para no reaparecer sino doscientos años más tarde
(algo parecido sucedió con el Tratado de
la verdadera devoción a la Santísima Virgen, en aquellos mismos tiempos,
que permaneció escondido más de cien años y sólo fue dado a conocer en 1843).
¿Y
dónde entra Rusia en esta historia? Portugal y Rusia, lo sabemos, están
vinculados –cada país en los dos extremos Oeste-Este de Europa- por las
apariciones de Fátima. La Virgen apareció en un Portugal que había sido el
refugio mayoritario de los cripto-judíos que salieron de España y luego
vinieron para América, país que en el siglo XX era víctima de constantes
trastornos por lo cual era conocido como el país de las revoluciones. Mientras que
en Rusia se dio la Revolución comunista, de donde se esparció a todo el mundo (todo no es acá una hipérbole). Pero
también estos dos países están vinculados por el Sagrado Corazón, puesto que,
como vimos, Portugal fue el primer sitio de donde fueron expulsados los grandes
propagadores de esta divina devoción. Pero sin embargo, a pesar de la
cancelación (palabra hoy de actualidad) de los jesuitas en todo el mundo, hubo
un país de donde no fueron expulsados, sino que, por el contrario, en el cual fueron
protegidos: Rusia.
En
efecto, allí asentados por sus grandes dotes educativas, particularmente en la
Rusia blanca (lo que hoy es Bielorrusia), la zarina Catalina II los protegió
aún de la misma Roma influida por liberales (casualmente Catalina había nacido
un 21 de abril, aniversario de la fundación de Roma). Pío VI, sucesor de
Clemente XIV (que murió arrepentido de haber disuelto a los jesuitas), se
mostraría pronto favorable y el 13 de enero de 1776 hizo que aquellos jesuitas
de Rusia fuesen aprobados y animados por un Cardenal y permitió que se les
uniesen los jesuitas que había dispersos en Polonia, llegando su formal aprobación
en 1783. Este hecho providencial posibilitó que más tarde la orden jesuítica
resurgiera “de las cenizas”.
En
1796, con la muerte de Catalina II, los jesuitas parecían perder su más
importante apoyo. Sin embargo, Dios suscitó un nuevo zar, Pablo I que fue aún
un mayor protector. El nuevo zar apoyaba los valores tradicionales y pretendía
unirse con Roma para luchar contra las ideas de la Revolución francesa. De
hecho le dijo al Padre Gruber, superior de los jesuitas en Rusia: “Yo soy
católico de corazón. Trate de persuadir a los obispos”. En 1811, elegido el
nuevo papa Pío VII, el zar le escribió pidiéndole la aprobación formal de los
jesuitas. Luego de examinado el asunto por algunos cardenales, que sugirieron
su aprobación solamente para Rusia, el papa Pío VII, mediante el Breve Catholicae fidei emitido el 7 de marzo
de 1801, restablecía la Compañía de Jesús, que había sido suprimida 28 años antes. Pocos días después, el 23 de
marzo, Pablo I fue asesinado. Recordemos, de paso, que una de las medidas que
tomó García Moreno para el restablecimiento del Ecuador católico fue hacer que
volviesen los jesuitas que habían sido expulsados. La otra medida que tomó fue
la consagración del país al Sagrado Corazón. García Moreno también murió
asesinado.
Así es como
la Compañía de Jesús, barrida por los liberales y masones de los países
católicos, tuvo su residencia oficial en Rusia. Allí moraba su Superior general
y allí le escribieron los jesuitas de Inglaterra y Estados Unidos para pedirle
su reconocimiento y ponerse a sus órdenes. Pablo I fue sucedido por su hijo
Alejandro I, quien había crecido en un ambiente impregnado de ideas iluministas
y teosóficas, con la masonería siempre acechante. Una alarma se encendió cuando
el príncipe Golitzin, hijo del ministro de cultos del Imperio, se convirtió al
catolicismo. Masones, protestantes y gnósticos que pululaban alrededor del
autócrata zar, iniciaron su campaña contra los jesuitas. Finalmente lograron
hacerle firmar al zar, el 13 de marzo de 1820, el decreto de expulsión de los
jesuitas de Rusia. Según una visión que tuvo la Beata Ana María Taigi (1769-1837), quien tenía milagroso conocimiento de
los principales sucesos de Europa, el zar Alejandro I había enviado a Roma al
Gral. Michaud para tratar con el papa León XII acerca de su conversión y de la
vuelta de Rusia al catolicismo, y antes de morir habría abjurado secretamente
del cisma y se habría convertido al catolicismo. Lamentablemente, allí se acabó
toda posibilidad de conversión de Rusia.
La
Compañía de Jesús sería restablecida en todo el mundo mediante una Bula papal
el 7 de agosto de 1814. Pese a las calumnias y demonización sufrida por esta Orden,
ya vimos particularmente por qué, desde sus inicios -y no por aquello execrable
en que se ha convertido en el siglo XX, sobre todo desde el Concilio, llegando
a brotar de allí el actual ocupante de la sede petrina Francisco-, vendrían
luego otros propagadores del Sagrado Corazón y de la doctrina católica de
siempre, de entre los jesuitas, continuadores de los Padres Claudio de la
Colombière, Bernardo de Hoyos, Jean Croiset, Agustín de Cardaveraz, etc.
Por
esas ironías de la historia, fue en un país no católico –e incluso competidor
de la hegemonía con Roma- donde fueron amparados los sostenedores de la Romanidad,
cuando el liberalismo masónico ocupaba las cortes y sedes religiosas del
Occidente. Lección que una vez más nos invita a no cuestionar los caminos
inescrutables de la Providencia, en vistas a cumplir su plan de salvación. Más
bien debemos secundarlos, esperando siempre, pero cumpliendo lo pedido. En este
caso, Rusia no ha terminado su papel histórico, a favor de la Iglesia católica.
Por eso debemos rezar por su consagración al Inmaculado Corazón de María.
¡Viva
el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María!