MONSEÑOR
LEFEBVRE EN FÁTIMA
Homilía
pronunciada por Mons. Marcel Lefebvre en Fátima, el 22 de agosto de 1987,
momentos antes de realizar la consagración al Corazón Inmaculado de María.
Demos
gracias al Buen Dios y a la Santísima Virgen María por habernos permitido
reunirnos hoy, en esta fiesta de su Inmaculado Corazón, para cantar sus
alabanzas, y tratar, por unos momentos, por unos días, vivir por nuestra fe.
Porque si la Virgen María quiso venir a esta tierra de Portugal, a Fátima, si
quiso aparecerse a estos niños y darles un mensaje para el mundo, es porque
quiere que nuestras almas se eleven al cielo.
¿Por
qué estas apariciones de la Santísima Virgen María en Fátima?
Entonces tratemos, mis muy queridos hermanos,
de situarnos en ese contexto de esos pequeños pastores, y también de las
personas que los acompañaron el día 13 de cada mes en el año de 1917, hasta
octubre cuando tuvo lugar ese extraordinario milagro. Se dice que, aquí mismo,
ese milagro se observó a cuarenta kilómetros alrededor de Fátima, por lo tanto,
si hubiéramos estado presentes aquel 13 de octubre de 1917, habríamos visto ese
fenómeno extraordinario del sol dando vueltas, lanzando luces de todos los
colores, inundando la región con sus magníficos colores.
¡Y esto
sucedió tres veces seguidas durante diez minutos! Finalmente, el sol descendió,
como bajando del cielo, para acercarse a los fieles que estaban presentes, y
manifestar así la verdad de la aparición de la Santísima Virgen María a estos
hijos de Fátima. Repito, ¿por qué esta aparición de la Virgen María? Para que
nuestras almas se salven, para que un día nuestras almas se unan a Ella en el
cielo. En algunas visiones extraordinarias, la Virgen manifestó a los niños de
Fátima toda la realidad de nuestra fe. Los niños la admiraron de tal manera que
estaban como en éxtasis, maravillados, absortos, sin saber cómo expresar la
belleza de la Santísima Virgen María. No importa cuántas veces trataron de
proponerles comparaciones, no se podía hacer ninguna comparación con la belleza
de la Virgen María que habían visto.
Además,
no fue solo la Virgen María quien se apareció. Ella quiso mostrarles algo del
cielo: San José, cargando a Nuestro Señor en sus brazos y bendiciendo al mundo.
También quiso presentarse bajo la imagen de Nuestra Señora del Monte Carmelo y
de Nuestra Señora de los Dolores. En general, se presentó como Nuestra Señora
del Rosario. Esto fue porque quería inculcar en los niños la necesidad del
Rosario, la necesidad de sufrir con Nuestro Señor Jesucristo, con Nuestra Señora
de los Dolores. Así es como quiso expresar sus sentimientos internos para
comunicarlos a esos niños, y ellos, a su vez, comunicar estos sentimientos a
todos aquellos que tuvieran la oportunidad de escuchar su mensaje. Finalmente,
también el arcángel San Miguel se presentó ante ellos.
Nuestra Señora también les habló de las almas
del purgatorio. Cuando Lucía le preguntaba dónde estaba cierta alma, dónde se
encontraba cierta persona que había muerto: ¿está en el cielo, en el
purgatorio? La Virgen le respondía: "No, esa alma aún no está en el cielo,
está en el purgatorio". También quiso mostrarles la realidad del infierno.
Fue así que, aquí mismo, en estas regiones, la Santísima Virgen quiso mostrar
lo que es el infierno a esos niños horrorizados, para animarlos a hacer
penitencia, para alentarlos a rezar por la salvación de las almas, demostrando
así que el Inmaculado Corazón de María está completamente orientado a la gloria
de su divino Hijo y la salvación de las almas. Salvar a las almas, llevarlas al
cielo. En cierto modo, lo que estos niños vieron en esas imágenes, por gracia
de la Santísima Virgen María, fue todo nuestro catecismo.
Lo que sucedió en 1917 sigue siendo cierto
hoy
Tratemos,
entonces, de situarnos hoy, nosotros también, en ese contexto, porque lo que
sucedió en 1917 sigue siendo cierto hoy, y quizás aún más que entonces, debido
a que la situación en el mundo es todavía peor que en 1917. La fe está
desapareciendo, el ateísmo está progresando en todas partes, como la Santísima
Virgen lo anunció, porque aunque quiso mostrar una visión del cielo, también
habló sobre la tierra, y dijo a esos niños: "Hay que rezar y hacer
penitencia para detener los efectos nefastos de este terrible error que es el
comunismo, que dominará al mundo si no se reza y hace penitencia, y si no se
cumple mi petición", la petición era difundir los secretos que la
Santísima Virgen María le había dado a Lucía.
Por
desgracia, nos vemos obligados a observar que estos secretos no han sido
revelados, no han sido difundidos, mientras que el error del comunismo se
extiende por todos lados. Esforcémonos, entonces, mis muy queridos hermanos,
por situarnos en ese contexto, en esas mismas disposiciones para compartir las
convicciones de esos niños, para unirnos al Corazón de María, para que nuestro
corazón arda en los deseos que embargaban su Corazón, y que siguen estando
presentes hoy: los deseos del reinado de su Hijo. ¿Qué más puede querer Ella
que ver reinar a su divino Hijo sobre el mundo entero, en las almas, las
familias, las sociedades, como reina ya en el cielo? Este es su deseo, y por
esto ha venido a la tierra, para pedirnos, a cada uno de nosotros, que Jesús
reine sobre nosotros. Ella lo quiere, lo desea, y ha venido a darnos los
medios.
El primer
medio es la oración: "Hay que rezar", la Santísima Virgen no dejaba
de repetir esto cada vez que Lucía le preguntaba: "Señora, ¿qué quieres de
mí, que quieres que haga?" ¡Hermosa pregunta!, como la de San Pablo a
Nuestro Señor en el camino de Damasco: "¿Qué quieres que haga?" No
puede haber mejores disposiciones. ¿Es esta también nuestra disposición?
"Oh María, ¿qué quieres que hagamos?" Y entonces Ella responde:
"Recen, tomen su rosario, recen cada día su rosario, para santificarse y
para salvar las almas de los pecadores". Lo repitió en cada una de sus
apariciones. También los animó a recibir la santa comunión; incluso permitió
que el Ángel les diera la comunión a los niños. María no puede querer otra cosa
que darnos a su Hijo, poner a Jesús en nuestros corazones.
Y ¿por
qué tantos secretos? La Santísima Virgen, en su amor y condescendencia por
nosotros, que somos pobres pecadores, quiso advertirnos, quiso anunciarnos los
acontecimientos futuros, para preservar nuestra fe y la gracia en nuestras
almas. Por eso vino, por eso nos entregó estos secretos. Si la Santísima Virgen
María pidió a Lucía que el tercer secreto se difundiera a partir de 1960, y que
fuera dado a conocer por el Papa, no fue sin motivos, sino porque Ella sabía
que después de 1960 la historia de la Santa Iglesia atravesaría acontecimientos
gravísimos, y quiso advertir a las autoridades de la Iglesia, para evitar estas
desgracias, que la fe y las almas se perdieran. Ahora nosotros estamos
prevenidos, sabemos que a partir de 1960 la Iglesia empezó a atravesar acontecimientos
graves, especialmente en sus autoridades. Desgraciadamente, es posible que
ellas no hayan querido difundir el secreto por pensar que no era oportuna su
difusión. ¡Qué gran misterio, mis queridos hermanos! Así pues, la Santísima
Virgen María quiere que nosotros tengamos en nuestras almas disposiciones
celestiales, de amar a Dios, de rezar, de unirnos a Nuestro Señor en la sagrada
Eucaristía, de sacrificarnos por los pecadores de este mundo. Pidamos hoy estas
gracias.
La
gracia de conservar la fe
Ustedes,
que han venido de todos los rincones del mundo, y están reunidos aquí ante
Nuestra Señora de Fátima, tengan en sus corazones las mismas disposiciones que
estos pastorcitos que recibieron a la Santísima Virgen María, y que la vieron.
Pidan a la Santísima Virgen María que desvele este Secreto, y que venga en
nuestro socorro. ¡Qué gran misterio es Roma y la situación actual del papado!
(...) Para nosotros, que queremos conservar celosamente toda la fe, por nada en
el mundo quisiéramos quitar ni un ápice, ni la parte más diminuta de nuestra
fe. Queremos mantenerla intacta, absolutamente intacta. Y es porque queremos
mantener esta unidad de la fe que quienes la están perdiendo nos persiguen.
Esta es la situación actual real en la que nos encontramos, una situación
misteriosa, probablemente anunciada por Nuestra Señora de Fátima, tal vez en su
tercer secreto: aquellos que deseen seguir siendo católicos, serán perseguidos
por los que, teniendo autoridad en la Iglesia, se apartan de la fe; se desvían
de la fe, y quisieran arrastrarnos con ellos; y porque los desobedecemos al no
querer perder la fe como ellos, nos persiguen. Pero Nuestro Señor lo dijo, Él
predijo que habría malos pastores y que no deberíamos seguir a los malos
pastores, sino a los buenos pastores. Este es el misterio que estamos
experimentando hoy.
Pidamos, pues, a la Santísima Virgen que nos
desvele este misterio. Para nosotros, y para todos los que viven en esta época,
es un verdadero martirio moral, quizás peor que el de sangre, comprobar que los
que debieran predicar y defender la fe católica en pro de la unidad de la
Iglesia, la abandonan y buscan estar acordes con el mundo, con los principios
modernos de esta sociedad que está dirigida más por el demonio que por Dios.
Tomemos la resolución, aquí, ante la Santísima Virgen María, de guardar la fe,
y pidámosle la gracia de mantenernos católicos hasta el fin de nuestros días,
de tener la perseverancia final en la fe católica.
¿Por qué
derramaron su sangre todos los mártires? Para guardar la fe. Tenemos que ser
mártires, si no de sangre, sí en nuestras almas, en nuestros corazones. Tenemos
que ser mártires, y herederos de los que han derramado su sangre para no
renegar de su fe. Eso es lo que debemos prometer a la Santísima Virgen María, y
lo que debemos tratar de hacer comprender a todos los que nos rodean, para que
no pierdan la fe, porque, si la pierden, pierden sus almas (...) Pidamos
también la renovación de la Santa Iglesia Católica. Que vuelva a recobrar su
esplendor, su unidad en la fe, y vuelva a suscitar, como antes, millares y
millares de vocaciones religiosas.
Monseñor Marcel Lefebvre, Fátima,
22 de agosto de 1987.