Por JUAN MANUEL DE PRADA
En artículos
recientes hemos dejado sobradamente demostrado que el llamado (por las
derechitas valientes) ‘wokismo’ y la llamada (por las izquierdas caniches)
‘extrema derecha’ no son fuerzas antagónicas, aunque así lo finjan ante las
masas cretinizadas, sino plenamente simbióticas. La labor que han desarrollado
agencias mefíticas como USAID lo prueba plenamente, financiando al mismo tiempo
a los grupos antichavistas y a los movimientos indigenistas, a los lobis sionistas
y de la ‘diversidad sexual’. Izquierdas caniches y derechitas valientes son
todas ellas hijas del liberalismo (sin duda hijas mermadas ambas, fruto de las
escurrajas de la ideología predilecta de la plutocracia) que terminan, en
último término, actuando en beneficio de su progenitora, aunque se enzarcen en
ridículas luchas intestinas que disfrazan de ‘batalla cultural’, para hacer
creer a las masas cretinizadas que se hallan inmersas en una guerra de
magnitudes cósmicas. Pero lo cierto es que ambas sucursales o negociados
ideológicos comparten unas premisas comunes que ninguna pone en solfa.
Con el ‘wokismo’
las derechitas valientes hacen lo mismo que en fechas no tan alejadas el
catolicismo ‘pompier’ hizo con las bazofias nacidas a rebufo de Mayo del 68, bautizándolas
absurdamente como ‘marxismo cultural’. Pero aquel ‘marxismo cultural’ no era
otra cosa sino liberalismo consecuente, que en el ‘wokismo’ se desarrolla hasta
los finisterres más desquiciados y abracadabrantes. La exaltación de la
autonomía personal y una concepción errónea de la libertad, desembridada del
orden del ser aristotélico (según preconiza el liberalismo), tiene que
desembocar necesariamente en las aberraciones disolventes que defendió Mayo del
68 y ahora defienden sus epígonos ‘queer’ y ‘woke’. Las derechitas valientes
que se declaran paladines de la familia, o detractoras de las políticas de
género, a la vez que aplauden esta libertad envenenada son tan falaces como las
izquierdas caniches que claman contra el capitalismo, a la vez que se entregan
denodadamente a la destrucción de los vínculos comunitarios, favoreciendo las
‘políticas de la diversidad’. Todas ellas sirven al mismo amo, a la vez que
satisfacen los mecanismos de la demogresca, que necesita negociados de
izquierdas y derechas para mantener enzarzados a los pueblos (o a las masas
cretinizadas en que los pueblos degeneran, una vez destruidos los vínculos que
los hacían fuertes).
El ‘wokismo’, aun
en sus expresiones más radicales y dementes, no es otra cosa sino liberalismo sin
remilgos, liberalismo a calzón y braga quitados, liberalismo que lleva la
quimera de la autonomía personal hasta los lodazales húmedos del sopicaldo
penevulvar. Pero, como en toda empresa de destrucción de la comunidad, se
requiere que existan fuerzas aparentemente adversas que encaucen los
cataclismos antropológicos, haciendo creer a las masas cretinizadas que pueden
encontrar cobijo frente a una facción transgresora en una facción restauradora
que, sin embargo, comparte morigeradamente sus premisas; ese es el papel
asignado a las derechitas valientes, que no son otra cosa sino liberalismo con
faja y pololos. Ambas facciones se limitan a representar el papel que les
corresponde en el seno de las dinámicas liberales: las izquierdas caniches
constituyen la vanguardia que va abriendo brecha en la subversión
antropológica; las derechitas valientes generan antagonismos chirriantes que
distraen la atención de las masas cretinizadas, haciéndoles creer que defienden
premisas contrarias, cuando lo único que hacen es otorgar legitimidad a los
avances de la izquierda caniche; una legitimidad rezagada pero por ello mismo
mucho más dañina, porque hace creer a la gente atraída hacia sus rediles que
sólo se puede combatir al enemigo acatando a regañadientes algunas de sus
conquistas (lo que equivale a asumir sus premisas).
Tal componenda se
percibe claramente si analizamos la actuación de los campeones máximos de las
derechitas valientes a nivel planetario, que en estos momentos son Trump (en el
ámbito anglosajón) y Milei (en el ámbito hispánico). Observaremos que, a la vez
que ponen el grito en el cielo ante los delirios transgeneristas, callan o
remolonean ante el aborto o ante la degradación del derecho de familia, que ya
han asimilado como expresiones naturales de la autonomía personal. Recordemos
que hace ocho años, Trump hizo de la causa pro-vida uno de los ejes centrales
de su campaña presidencial; pero ahora calla llamativamente, a la vez que pone
alfombra roja a la fecundación ‘in vitro’ (y no olvidemos que entre sus
escuderos más ardorosos se halla un magnate que promueve el transhumanismo). En
cuanto a Milei, ya sabemos que todo lo que sea un ‘contrato entre partes’ le
parece excelente, incluso aunque una de las partes no tenga capacidad para
oponerse. Si ha llegado a defender el matrimonio con un elefante, ¿por qué
habría de oponerse a la postre al aborto, donde hay una parte que tampoco tiene
capacidad para oponerse?
Las derechitas
valientes que se presentan como debeladoras del ‘wokismo’ no son sino el camión
escoba al que se ha encomendado recoger a los rezagados, para conducirlos hasta
el redil de los principios liberales con farfollas confundidoras que se
disfrazan de restauración de una tradición que en realidad han venido a abolir.
Tristemente, estos embaucadores están engañando a la gente bienintencionada que
anhela una restauración de la tradición; en el fondo, son infinitamente más
peligrosos y nefastos que el ‘wokismo’, porque su papel no es otro sino engañar
a ese pequeño rebaño al que se dirigió aquella promesa evangélica: «Nolite
timere, pusillus grex, quia conplacuit Patri vestro dare vobis Regnum» (Lc 12,
32). Las derechitas valientes, con la excusa de combatir el wokismo, han venido
a arrebatar el Reino a los pocos que perseveran.
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