“No me
enseña la Escritura a ser capitalista; debo ser el eterno mendigo. En esto se
complace Dios, cuando ve la nada de su creatura: He aquí la esclava del Señor.
(Luc. I, 48). Nuestro trato con Dios es como una sociedad. Yo pongo lo malo y
lo poco o nada, y el capitalista, Dios, pone todo lo que falta, es decir, casi
todo Y se siente feliz de hacerlo así y premia luego los mismos dones y gracias
que El me ha concedido si los recibo. Sólo me pide que los reciba…como un niño
y los agradezca y pida siempre mayores dones y mayores gracias. Da según la
confianza que se pone en su bondad”.