Por FERNANDO DEL PINO CALVO-SOTELO
Tras
quince años estudiando y escribiendo sobre el cambio climático (antes,
calentamiento global), he llegado a varias conclusiones. Primero, la ciencia
actual no es aún capaz de comprender los entresijos del clima, un sistema
multifactorial, no lineal, complejo y caótico, por lo que la demonización del
CO2 y las afirmaciones y atribuciones rotundas no son más que
propaganda pseudocientífica. Segundo, económicamente estamos ante la mayor
estafa de la Historia y, políticamente, ante un intento de subvertir el orden
político-económico occidental mediante el miedo a unos apocalipsis inventados.
Tercero, más allá de esta agenda de poder subyace una ideología anti humanista
y ferozmente anticristiana. De ahí mi pesar al leer la exhortación
apostólica Laudate Deum del papa Francisco sobre una “crisis
climática” completamente inexistente donde se asegura que “ya no se puede dudar
del origen humano del cambio climático” (n.11). ¿Qué es este documento
magisterial de la Iglesia Católica, a la que pertenezco?
Laudate
Deum es
un breve texto complementario de la encíclica Laudato Si, publicada
en 2015, sobre la que escribí un capítulo en el libro-comentario de la
Biblioteca de Autores Cristianos en el que participaron varios cardenales
(entre ellos, Müller), obispos y sacerdotes[1].
En aquel capítulo, que titulé La Sombra de Galileo por razones obvias, no
oculté mi inquietud por varios aspectos de la encíclica. Pues bien, si Laudato
Si me produjo una viva inquietud, la lectura de Laudate
Deum me ha causado una gran alarma.
La
exhortación prácticamente no habla de Dios: de 73 puntos, sólo se le menciona
en siete, y las escasas cinco citas bíblicas parecen introducidas con calzador.
De hecho, podría decirse que se trata de una exhortación política más que
apostólica, con un lenguaje más próximo a un informe de la ONU que a un
documento magisterial de la Iglesia. Asimismo, de las 44 citas a pie de página,
27 corresponden al papa Francisco citándose a sí mismo y 9 a fuentes
científicas, casi todas de la agencia climática de la ONU (IPCC). De hecho, más
allá de una referencia a un discurso de Pablo VI sacado de contexto, no hay
citas de Magisterio precedente.
Finalmente,
se trata de un texto repleto de discutibles detalles técnicos que toma partido
en controversias científicas, repite de forma acrítica los eslóganes y letanías
catastrofistas de los profetas de calamidades y puede generar confusión sobre
el papel relativo del ser humano en la Creación. Por ello, como hijo de la
Iglesia, con lealtad filial y, por eso precisamente, con obediencia a la
verdad, me siento obligado a realizar una serie de consideraciones.
Cuestionables
afirmaciones científicas
Laudato Si
afirmaba que “sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué
proponer una palabra definitiva” (LS 61) ni “definir las cuestiones
científicas” (LS 188). En efecto, la Revelación divina “no implica en sí misma
una teoría científica particular, [puesto que] la asistencia del Espíritu Santo
en ningún caso se presta a garantizar explicaciones relativas a la constitución
física de la realidad”[2] .
Por eso, “la Iglesia, con su doctrina social, no entra en cuestiones técnicas”[3].
Entonces, ¿cómo puede afirmar categóricamente Laudate Deum que
“ya no se puede dudar del origen humano del cambio climático” (n.11)?
En
efecto, la primera parte de la exhortación (n.1-19) realiza un elevado número
de rotundas afirmaciones asumiendo un grado de certeza que no tienen ni los
propios científicos. Por ejemplo, cuando dice que “sabemos” que cada vez que
aumente la temperatura en 0,5°C aumentarán ciertos fenómenos extremos (n.5), da
categoría de certeza a meras predicciones de modelos de ordenador que tienen un
pobre historial de predicción y no están soportadas por la evidencia empírica.
Además,
la exhortación se basa casi únicamente en el IPCC de la ONU, “una de las
mayores fuentes de desinformación” de la “pseudociencia” del cambio climático,
en palabras del Premio Nobel de Física del 2022, John Clauser[4].
Como he explicado en otros lugares, esta institución es uno de los principales
símbolos de la corrupción de la ciencia, dominada por una agenda de poder
globalista que tanto Laudato Si como su continuación parecen
ignorar.
Laudate
Deum trata
de la “crisis climática” dando por sentado que tal cosa existe. Sin embargo,
más de 1.800 científicos (entre ellos dos premios Nobel de Física) se han unido
a la Declaración del Clima Mundial, que niega la existencia de ninguna
emergencia climática y denuncia la evidente injerencia de la política en la
ciencia del clima[5] a
la vez que reconoce las enormes limitaciones de los imprecisos modelos de
predicción en los que se basan las predicciones climáticas, en abierto
contraste con la credulidad de Laudate Deum.
Por otro
lado, al contrastar una “abrumadora mayoría” de científicos con el “ínfimo porcentaje
de ellos que intenta negar esta evidencia” (¿desde cuándo la ciencia o la
verdad se decide por mayoría?) la exhortación toma partido despreciando a los
que cuestionan “la evidencia” (n.13). Idéntica actitud adoptó la Academia
Pontificia de Ciencias cuando se negó a escuchar a la multitud de científicos
escépticos antes de Laudato Si[6] a
pesar de que la propia encíclica defendía que “la Iglesia debe escuchar y
promover un debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de
opiniones” (LS 61). No lo ha hecho. Claro está, la propia Laudato Si se
contradecía al acusar de actitudes obstruccionistas a los que “niegan el
problema” (LS 14).
Laudate
Deum utiliza
asimismo un lenguaje alarmista y sensacionalista extraño al rigor y serenidad
al que nos tiene acostumbrado el Magisterio. Así, afirma que el mundo “se va
desmoronando y quizá acercándose a un punto de quiebre” (n.2) y que “la
posibilidad de llegar a un punto crítico es real (…). De allí no se regresa”
(n.17). Sin embargo, incluso científicos alejados de toda sospecha reconocen
que este supuesto punto de no retorno (tipping point) es especulativo o
no existe[7].
En realidad, se trata de un arma propagandística destinada a generar un
sentimiento de urgencia en la toma de medidas políticas. De hecho, dicho punto
“de no retorno” se va retrasando conforme las fechas pasan y el apocalipsis no
llega.
La
exhortación afirma que “los signos de cambio climático están ahí” y que “nadie
puede ignorar que en los últimos años hemos sido testigos de fenómenos
extremos” (n. 5). Sin embargo, no podemos notar los signos de un cambio
climático, que sigue escalas de tiempo de siglos o milenios, por lo que es
inentendible que afirme que “basta una sola generación” (n.6) para constatar
dichos cambios o considere “períodos largos” a “décadas” (n.8).
Así, Laudate
Deum defiende que el aumento del nivel del mar “puede ser fácilmente
percibido por una persona a lo largo de su vida, y probablemente en pocos años
muchas poblaciones deberán trasladar sus hogares” (n.6). En realidad, desde el
mínimo de la última glaciación hace 20.000 años, el nivel de los mares ha
aumentado cerca de 120 metros, pero en las últimas décadas aumenta entre 1-2 mm
por año (según los mareógrafos) y unos 3mm al año (según los satélites)[8].
En cualquier caso, el propio IPCC estima un rango inferior de crecimiento de 10
cm de aquí al 2050 y un aumento “más incierto” para después[9],
cifras irrisorias que no llevarán a nadie a trasladar sus hogares “en los
próximos años”. Baste recordar que la primera predicción de que los mares iban
a cubrir las Islas Maldivas data de 1988 y daba un plazo de 30 años para su
desaparición bajo las aguas[10].
El plazo se cumplió; la predicción, no. Quizá por ello los grandes promotores
de la ideología del cambio climático (Obama, etc.) han adquirido mansiones al
borde mismo del mar.
En
segundo lugar, tampoco han aumentado sensiblemente los fenómenos extremos. En
su Quinto Informe (AR5) el propio IPCC reconocía que “no hay una tendencia
significativa de la frecuencia de huracanes en el último siglo (…), ni
evidencia respecto al signo de la tendencia de las inundaciones a nivel global
(…), ni suficiente evidencia respecto a la tendencia observada en sequías a
nivel global desde mediados del s. XX”[11].
Las series históricas avalan estas afirmaciones[12].
En su último informe (AR6), el IPCC ha intentado acentuar su alarmismo, pero
sigue manteniendo, por ejemplo, su “baja confianza” en la atribución de sequías
a la acción humana en la inmensa mayoría de las regiones del globo citando
estudios que “muestran su desacuerdo con la atribución antrópica” de las mismas[13],
al contrario de lo que hace Laudate Deum repetidas veces.
Esta
exhortación menciona el típico alarmismo del “derretimiento de los polos”
(n.16) aludiendo a un posible escenario de “total” derretimiento del hielo de
Groenlandia y de buena parte de la Antártida (n.5), aunque el propio párrafo
del IPCC que cita Laudate Deum otorga a este escenario una
“evidencia limitada” (el grado más bajo de evidencia), dato que la exhortación
omite. En realidad, el hielo de Groenlandia (10% del total del planeta) es hoy
superior a la media histórica[14] y
parece que su ligera disminución en la década anterior se habría debido a
causas naturales[15].
El hielo continental de la Antártida, reservorio del 90% del hielo del planeta,
se mantiene bastante estable[16] al
igual que el hielo flotante que rodea el continente antártico[17],
que, tras su máximo de los últimos 40 años alcanzado en 2014, es hoy similar al
que había en 1966[18].
La NASA estima que, como mucho, la Antártida está perdiendo un 0,0005% de hielo
cada año[19] con
lo que tardaría unos 200.000 años en derretirse, aunque con una temperatura
media de -57°C y sin haber sufrido calentamiento alguno en los últimos 70 años[20] dudo
que tengamos que preocuparnos. Finalmente, el hielo del Ártico supone menos de
una milésima parte del hielo del planeta y además flota, por lo que su
derretimiento no afectaría al nivel de los mares (principio de Arquímedes),
mientras los glaciares, mencionados dos veces en esta exhortación, sólo suponen
cuatro milésimas del hielo del planeta.
La
exigencia de rigor del Magisterio
El rigor
exigible a un documento magisterial no resulta compatible con afirmaciones
imprecisas y carentes de toda evidencia factual. Es el caso de Laudate
Deum cuando defiende que “millones de personas pierden su empleo
debido al cambio climático” y que “el aumento del nivel del mar, las sequías y
muchos otros fenómenos han dejado a mucha gente a la deriva” (n.10). En sentido
opuesto, y sin aportar ningún dato, el documento defiende que la transición
hacia formas renovables de energía es capaz de generar “innumerables puestos de
trabajo”. Más bien ocurrirá lo contrario, pues las energías renovables son ineficientes,
caras e intermitentes y encarecen enormemente la factura eléctrica al exigir
una duplicación del sistema de generación con fuentes térmicas tradicionales
para suplir las horas del día en que no sopla el viento y no luce el sol.
Aunque no
deje de causar perplejidad la naturaleza político-científica de Laudate
Deum, la misma forma atropellada de dar datos apunta a que este documento
se ha realizado con precipitación y sin las debidas correcciones, probablemente
por querer adelantarse a la próxima cumbre climática (COP 28) en noviembre. No
sería la primera vez, pues el momento elegido para publicar Laudato Si fue
pocos meses antes de la Cumbre del Clima de París.
Por
ejemplo, Laudate Deum afirma que “la concentración de gases
invernadero (…) se mantuvo estable hasta el s. XIX, por debajo de las 300 ppm”
(n.11). No se trata de los gases invernadero en general, sino sólo del CO2 (el
mayor gas de efecto invernadero, con gran diferencia, es el vapor de agua). En
cuanto a su estabilidad, en los últimos 800.000 años y hasta 1960 osciló
aproximadamente entre 180 y 300 ppm. Hoy es de alrededor de 400 ppm o sólo el
0,04% de la atmósfera (por eso se denomina gas residual), pero hace 500
millones de años se estima que era hasta 20 veces superior al nivel de hoy[21].
Otro ejemplo es que, tras afirmar que el calentamiento en el último medio siglo
ha sido de 0,15 grados centígrados por década (¿cómo van a
notarse lo cambios en una generación?), dice que “a este ritmo” en posible que
en diez años suba 0,4 grados centígrados más (n.12). Asimismo, la afirmación de
que las erupciones volcánicas suelen provocar calentamiento (n.14) resulta
chocante, pues suelen provocar un enfriamiento de la atmósfera,[22] como
lo es la acientífica alusión a “poblaciones arrasadas por maremotos” también
causados, según Laudate Deum, por el calentamiento global y no por
el movimiento de placas tectónicas (n.7).
Finalmente,
la exhortación también alerta sobre “la deforestación en las selvas tropicales”
(n.17) a pesar de que los datos desmienten todo alarmismo. La masa forestal del
planeta parece haber aumentado en los últimos 40 años[23] en
parte gracias al aumento de CO2, alimento por antonomasia de plantas
y árboles, fuente de vida en el planeta que, lamentablemente, Laudate
Deum (como hiciera Laudato Si) tilda de contaminante
(n.9). El CO2, ¿contaminante? Esto es, en palabras de un científico,
“un abuso del lenguaje, de la lógica y de la ciencia”.[24] En
cuanto a los bosques “tropicales”, la deforestación es inferior al 0,5% anual[25] y
en parte se debe al loable objetivo de abrir espacios para la agricultura.
El
paradigma tecnocrático y la política en Laudate Deum
Tras los
primeros 19 puntos realizando alarmistas afirmaciones que se limitan a hacer
eco de la agenda climática de la ONU, la mayor parte de Laudate Deum (n.20–60)
habla de política en dos partes diferentes.
La
primera (n.20–33) menciona lo que la exhortación, en línea con Laudato
Si, denomina “paradigma tecnocrático”, y previene acertadamente del peligro
de un ser humano convertido en dios y ensoberbecido por su poder. Esta
necesaria llamada de atención, sin embargo, queda eclipsada por su dificultad
para comprender que precisamente el mayor exponente del paradigma tecnocrático
lo tenemos en el IPCC de la ONU, en la Agenda 2030 y en las ateas élites
globalistas de Davos. Cabe preguntarse a quién se refiere la exhortación cuando
habla de “grandes poderes económicos” o de las “élites del poder”, si no son
ésas.
En este
sentido, creo que debería ser objeto de reflexión el paralelismo de ciertas
posturas con la de personajes como Alexander King, fundador del Club de Roma y
gran antinatalista del s. XX, cuando escribía que “el enemigo común de la
humanidad es el hombre”, añadiendo: “Al buscar un nuevo enemigo que nos una
hemos encontrado que la idea de la amenaza del calentamiento global (…)
encajaría perfectamente” [26].
Lo mismo podría decirse de Maurice Strong, millonario canadiense y secretario
general de la Conferencia de la ONU para el Medioambiente y Desarrollo en 1991,
cuando afirmaba que “los actuales estilos de vida y los modelos de consumo de
la clase media – incluyendo el elevado consumo de carne, el uso de combustibles
fósiles, etc. – no son sostenibles”. Según James Dellingpole, lo que más
interesaba a Strong era “la idea de un gobierno mundial dirigido por una élite
autonombrada”, y muy pronto detectó que la mejor manera de lograrlo era
“manipulando y explotando la preocupación internacional sobre el medio
ambiente” [27].
Los intereses económicos de la agenda verde nunca se mencionan, al contrario
que los de la industria de combustibles fósiles. Sin embargo, sólo en los
primeros seis meses de 2023 se han superado los 360.000 millones de dólares en
inversiones en energías renovables que dependen del mantenimiento del alarmismo
climático.
La
segunda parte (n. 34-60) se subdivide a su vez en tres epígrafes: unas
reflexiones sobre política internacional, una somera historia de las cumbres
del clima y unas propuestas para la cumbre del clima COP 28 que se celebrará
dentro de un mes en Dubai y que, como hemos comentado, parece ser el motivo
principal de esta exhortación. En este largo apartado, perteneciente al ámbito
de la política y extraño al contenido de un documento magisterial, destacan
tres puntos controvertidos. El primero es la sorprendente justificación de los
grupos ecologistas “radicalizados” (n.58). El segundo es la
insistencia en la creación de “organizaciones mundiales más eficaces (…)
dotadas de autoridad real” (n. 35), lo que supondría la génesis de un gobierno
mundial no muy distinto del promovido por las “élites del poder” de la ONU y
Davos. El tercero es la propuesta de que la cumbre del clima COP28 “sea
histórica” con “formas vinculantes de transición energética que sean
eficientes, obligatorias y se puedan monitorear”, de modo que el proceso que se
inicie sea “drástico e intenso” (n. 59). Primero, las energías renovables jamás
podrán ser eficientes, por las leyes inexorables de la Física. Segundo, su
obligatoriedad y su recomendado carácter drástico garantizan una pérdida de
libertad y un desastre económico posiblemente sin precedentes.
El
inquietante trasfondo antropológico
El
brevísimo contenido espiritual de Laudate Deum ocupa sólo 5
puntos de los 73 de la exhortación (n.61-65) y se limita fundamentalmente a extensas
citas de Laudato Si con escaso texto nuevo, lo que refuerza la
teoría de una exhortación escrita a toda prisa. Finalmente, los últimos puntos
(66-73) son una breve mención a diversas cuestiones unida a una llamada a la
cooperación internacional.
Lo más
preocupante de Laudate Deum es que subyace una opinión
negativa del ser humano, algo que aplaude el ecologismo radical. Por ejemplo,
Leonardo Boff, sacerdote secularizado que defiende la “eco-teología de la
liberación”, denomina la especie humana “un parásito, un cáncer de la Tierra”,
acusando a las religiones “abrahámicas” de ser “las más violentas” hacia la
“Madre Tierra”[28].
Pues bien, si Laudato Si denunciaba “los constantes desastres
que el ser humano ocasiona” (LS 34), Laudate Deum va más allá
al describir a los seres humanos como “seres altamente peligrosos” (n.28).
Pero el
hombre no es una criatura más, sino la “única criatura terrestre a la que Dios
ha amado por sí mismo” (GS 24), por lo que resulta desconcertante que la
exhortación pueda generar confusión sobre el papel relativo del ser humano en
la Creación. “Las demás criaturas de este mundo han dejado de ser compañeros de
camino para convertirse en nuestras víctimas” (n. 15). En efecto, a algunas nos
las comemos, como ellas se comen entre sí, y a otras las evitamos, como ellas
se evitan entre sí, pero cuesta comprender que sean “compañeros de camino” del
hombre hacia la vida eterna. La misma tónica tiene la afirmación sobre la
“estrecha relación de la vida humana con la de otros seres vivientes” que,
según Laudate Deum, ha constatado la pandemia (n.19).
Más
preocupante es su afirmación de que “la cosmovisión judeocristiana defiende el
valor peculiar y central del ser humano (…), pero hoy nos vemos obligados a
reconocer que sólo es posible sostener un antropocentrismo situado” (n.67).
¿Cosmovisión o Revelación? Y ese “pero hoy”, ¿qué significa exactamente?
Finalmente, al afirmar que “Dios nos ha unido a todas sus criaturas” y que todo
el mundo es una “zona de contacto” (n.66), cita un libro de Donna Haraway,
autora que en esas mismas páginas se burla del Génesis, habla sin respeto de
Dios y critica la “excepcionalidad humana” propuesta por el “monoteísmo judío y
cristiano”[29].
Laudate
Deum no
contribuirá precisamente al prestigio del Magisterio de la Iglesia. Plagada de
desiderata de carácter político y cuestionables afirmaciones científicas,
defiende a las mismas “elites de poder” que denuncia y convierte a la Santa
Sede en mero portavoz y propagandista de los intereses políticos de la ONU.
Asimismo, en un mundo carente de Dios y saturado de propaganda climática, esta
exhortación apenas habla de Dios y no para de repetir consignas climáticas.
Entonces, ¿qué palabra da la Iglesia distinta a la del mundo? Aunque esto sea
desafortunado, lo más preocupante es que plantea una opinión negativa del
hombre y una falta de claridad sobre su papel superior en la Creación. Tampoco
hay una sola referencia a la confianza en la Divina Providencia, o a Dios como
Señor de la Historia, ni ofrece una luz de esperanza a un mundo cada vez más
cubierto por las tinieblas.
Rezo para
que la Iglesia descubra que detrás del resplandeciente y seductor manto de
bondad con que se viste la desesperanzadora ideología ecologista climática se
oculta una gran mentira, base de esa religión global que las élites del poder
quieren introducir como un caballo de Troya en la Iglesia Católica[30].