Un 11
de octubre de 1962 se inauguraba el fatídico Concilio Vaticano II, la mayor
calamidad en la larga historia de la Iglesia, una revolución que inició su “autodemolición”
a través de sus nuevos ocupantes. Octubre es un mes revolucionario, pero además
cabe preguntarse: ¿la fecha fue elegida al azar, o no será casualidad que
coincide con la fecha de la muerte del papa Bonifacio VIII en 1303, el último
papa de la Cristiandad, que con todo coraje hizo valer los derechos de la
Iglesia ante los poderes seculares, cosa que vino a repudiar enteramente el
nuevo Concilio?
Como
homenaje a este papa, publicamos debajo el texto de su famosa bula Unam
Sanctam, del 18 de noviembre de 1302.
LA
BULA UNAM SANCTAM DE BONIFACIO VIII
Texto de
la Bula
«Por
apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa
Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente lo creemos y
simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los
pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una sola es
mi paloma, una sola es mi perfecta. Unica es ella de su madre, la preferida de
la que la dio a luz [Cant. 6,8]. Ella representa un solo cuerpo
místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo [Ef. 4,5]. Una sola, en
efecto, fue el arca de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la
única Iglesia, y, con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo
rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto
existía sobre la tierra. Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues
dice el señor en el Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y
del poder de los canes a mi única [Sal. 21,21]. Oró, en efecto,
juntamente por su alma, es decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su
cuerpo, y a este cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del
esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Esta es aquella túnica del
Señor, inconsútil [Jn. 19,23], que no fue rasgada, sino que se
echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene un solo cuerpo, una
sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y el vicario de Cristo,
Pedro, y su sucesor, puesto que dice el señor al mismo Pedro: Apacienta
a mis ovejas [Jn. 21,17]. Mis ovejas, dijo, y de modo
general, no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las
encomendó a todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido
encomendados a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de las
ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay un solo
rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16].
Por las
palabras del Evangelio somos instruidos de que, en ésta y en su potestad, hay
dos espadas: la espiritual y la temporal...Una y otra espada, pues, están en la
potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de esgrimirse
en favor de la Iglesia; aquella por la Iglesia misma. Una por mano del
sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y
consentimiento del sacerdote. Pero es menester que la espada esté bajo la
espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual... Que la potestad
espiritual aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos
de confesarlo con tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo
temporal... Porque, según atestigua la Verdad, la potestad espiritual tiene que
instituir a la temporal, y juzgarla si no fuere buena... Luego si la potestad
terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la
espiritual menor, por su superior; mas si la suprema, por Dios solo, no por el
hombre podrá ser juzgada. Pues atestigua el Apóstol: El hombre
espiritual lo juzga todo, pero él por nadie es juzgado [I Cor. 2,15].
Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un hombre y se ejerce por un
hombre, no es humana, sino antes bien divina, por boca divina dada a Pedro, y a
él y a sus sucesores confirmada en Aquel mismo a quien confesó, y por ello fue
piedra, cuando dijo el Señor al mismo Pedro: Cuanto ligares etc. [Mt.
16,19]. Quienquiera, pues, resista a este poder
así ordenado por Dios, a la ordenación de Dios resiste [Rom.
13,2], a no ser que, como Maniqueo, imagine que hay dos principios, cosa que
juzgamos falsa y herética, pues atestigua Moisés no que "en los
principios", sin en el principio creó Dios el cielo y la tierra [Gn.
1,1]. Ahora bien, declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que
someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de toda
humana criatura.»