Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

martes, 14 de enero de 2025

LA CONSAGRACIÓN DE RUSIA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA SERÁ EL SIGNO DE LA ADHESIÓN DE ROMA A LA VERDADERA FE

 


Breve extracto de libro de Gérard Mura Fátima-Roma-Moscú, la Consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María.

Este pasaje pone de relieve la incompatibilidad radical entre la petición de la Santísima Virgen y las falsas opiniones teológicas combinadas con la Ospolitik de la Roma conciliar actual.

La consagración de Rusia presupone el retorno de Roma. El día en que se cumpla exactamente como lo pidió la Virgen, podremos creer que Roma se ha convertido: «Simón, Simón, he aquí que Satanás te ha llamado para cribarte como el trigo. He rezado por ti, para que tu fe no desfallezca. Cuando hayas vuelto (conversus), confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31-32).

Le Sel de la terre Nº 36, Printemps 2001.


 

La consagración, entendida como una condena del comunismo

 y de la Ostpolitik

 

Mirando hacia atrás en el tiempo, es posible ver en la consagración solicitada una estigmatización de las falsas opiniones teológicas y de los errores de la diplomacia vaticana respecto a la actitud de los últimos Papas hacia el comunismo. Una medida tan universal y solemne por parte de la autoridad de la Iglesia contra el comunismo ruso, como implica la consagración solicitada, representa una condena inequívoca del comunismo. Este es ya el primer efecto de la consagración. El comunismo ateo ha sido señalado al mundo como el problema número uno a escala global, un problema que ya no puede ser resuelto por medios humanos. [Nota de Agenda Fátima: Si bien el comunismo ya no vige en Rusia, el acto de consagración en sí es una condenación del comunismo, que hoy puede ser llamado “Globalismo” o “Nuevo Orden Mundial anticristiano”, del cual vimos un ensayo estremecedor en los casi tres años de confinamiento “sanitario”. Pero todos los papas conciliares han promovido un gobierno mundial, que no es el de Cristo Rey y la preeminencia de su única Iglesia]

El Concilio Vaticano II rechazó tal condena. Este rechazo se hizo evidente cuando la petición de una condena formal del comunismo, firmada por 450 padres, desapareció en las mazmorras vaticanas. Esto explica por qué los papas, desde el Concilio, no han llevado a cabo la consagración. [Nota Agenda Fátima: Y caído el comunismo soviético, sólo una manera de llevar a cabo el comunismo, los conciliares encontraron un mayor motivo para negarse a realizar la consagración tal como la pidió Nuestra Señora]

La consagración de Rusia es incompatible con toda tentativa de Ostpolitik vaticana que se quisiera como una tentativa de resolución del problema comunista con medios diplomáticos.

La consagración es incompatible con cualquier intento puramente natural y humano de paz mundial. Se opone a las soluciones de los grandes problemas mundiales que se basarían únicamente en la buena voluntad de los hombres y en los medios diplomáticos ignorando a Nuestro Señor Jesucristo y la acción sobrenatural de Dios en el mundo. [Nota Agenda Fátima: Es por eso que se anuncia una paz entre Rusia y Ucrania mediada por el presidente USA Trump, que no dará resultado duradero, pues no hay otro camino a la paz sino regresar a Dios, y los hombres de hoy son todos, con sus variantes, liberales, por no hablar de las autoridades de la Iglesia].

 

La consagración presupone una teología de un verdadero

 retorno a la fe de la Iglesia

 

El alcance de la consagración, y lo que también la hace tan difícil, es el hecho de que presupone necesariamente ciertas opiniones teológicas y se opone a otras. En este caso, se trata del caballo de batalla de la teología progresista, a saber, el ecumenismo.

A. La consagración de Rusia y la conversión prometida presuponen una teología de unión con las Iglesias orientales. Esto significa que el objetivo de las relaciones con las Iglesias orientales es su retorno al redil de la Iglesia católica. Y aquí es donde radica el problema, ya que la política actual de la Iglesia, imbuida de un falso ecumenismo, es lo contrario de esta actitud. La unión ecuménica que se busca hoy reconoce en la Iglesia ortodoxa una «Iglesia hermana», no buscando su retorno a la Iglesia romana, [sino] que al contrario, anima a los uniatas a unirse a Moscú. Volveremos sobre eso más adelante.

El Papa Juan Pablo II abandonó a los católicos uniatas, especialmente a la Iglesia ucraniana. Esto está muy claro en el documento firmado en Balamand, que fue elogiado por el Papa.

B. La devoción al Inmaculado Corazón de María, tal como es pedida en la consagración de Rusia, es fundamentalmente antiecuménica. No agrada ni a los protestantes ni a los ortodoxos, porque sólo se ha desarrollado en la Iglesia en los últimos siglos. La unión que hoy se busca con los cismáticos y herejes se basa en unos pocos denominadores comunes, negando en el proceso todas las verdades específicamente católicas.

El Cielo prometió la unión con los ortodoxos, insinuando incluso el regreso de otros herejes (siempre mediante la consagración). Pero el medio designado por el Cielo presupone poner en evidencia estas verdades, que ninguna comunidad cismática o herética acepta, verdades que no son cláusulas accidentales de la fe, sino verdades importantes y sobrenaturalmente fecundas: la devoción al Corazón Inmaculado de María y al Sagrado Corazón de Jesús, el primado de jurisdicción del Papa, la Inmaculada Concepción, la mediación universal de gracias y la corredención de María; éstas son las verdades connotadas por el acto de consagración de Rusia. Este es también el catálogo de las verdades específicas de la Iglesia Católica Romana.

El pedido de consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María y sus presupuestos teológicos nos revelan el antídoto perfecto dado por el cielo contra el ecumenismo, antídoto al que van unidas muchas promesas, sobre todo la de una posible y rápida «reunificación» de la Iglesia.

Mientras la jerarquía eclesiástica siga impregnada de modernismo y no esté dispuesta a volver a la verdadera fe, es imposible que cumpla hasta el final las exigencias del Cielo.

[Fin del extracto del libro Fátima-Roma-Moscú, del Padre Mura, página VII].

  

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