Por el triunfo del Inmaculado Corazón de María

sábado, 28 de junio de 2025

SERMÓN DE MONS. ZENDEJAS, SAJM, EN EL CONVENTO DOMINICO DE AVRILLÉ - FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN - 27/06/25

 


Querido Monseñor, queridos Padres, Hermanos, Hermanas,

Queridos Amigos, el Sacerdote Católico es un otro Cristo, que transmite la gracia in persona Christi. Y Jesucristo nos ha hecho un reino, y sacerdotes para Dios y Su Padre, a Él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. (1)

En verdad, el Sagrado Corazón de Jesús debe ser honrado en gloria e imperio el día de hoy en Su Festividad Litúrgica, en particular con la ocasión de incrementar el número de sacerdotes para Dios. La Divina Providencia nos ha reunido en esta ceremonia para realizar un acto de reparación por los pecados cometidos contra Él. ¿Por qué? Porque Nuestro Señor también ha pedido honor y reparación a Santa María Margarita de Alacoque en Paray-le-Monial el día 16 de junio de 1675. Desde hace 350 años, Sus palabras todavía resuenan como un eco para el mundo moderno: “He ahí el Corazón que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte de ellos sino ingratitud, ya sea por sus irreverencias y sacrilegios…. Te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias del divino amor sobre los que le rindan, y los que procuren que le sea tributado.” (2)

Una vez más, el día 17 de junio de 1689, Nuestro Señor insistió en el hecho de ser honrado en reparación a Santa María Margarita por Su mandato hacia Luis XIV, Rey de Francia, quien habría debido consagrar Francia al Sagrado Corazón de Jesús, y debería haber colocado la imagen del Corazón de Jesús en el estandarte del Rey. Pero la respuesta del Rey fue una manifestación de ingratitud e irreverencia. La Revolución Francesa derrocó a la familia Real con la declaración de los derechos humanos. Luis XVI fue consecuentemente despojado de su Realeza siendo arrestado el día 13 de agosto de 1792; él en su soledad recitó una consagración personal al Corazón de Jesucristo detrás de las barras de la prisión en 1793, unos pocos días más tarde su cabeza fue cortada por sentencia de muerte a la guillotina. Por tanto, Dios inspiró en la región de La Vendée algunos clérigos y laicos quienes públicamente dieron honor portando sobre el escapulario la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, ofreciendo su sangre hasta la muerte. Ellos verdaderamente tributaron honor en testimonio al Divino Amor con su grito de batalla: Dieu le Roi! (Dios, el Rey)

Desde entonces, la Iglesia Católica ha transmitido a través de todo el mundo las cinco peticiones para rendir a Él honor y reparación, a saber: La proclamación de la festividad del Sagrado Corazón de Jesús; la devoción de los primeros viernes; la adoración nocturna del jueves al primer Viernes; la hora santa reparadora; y la entronización del Sagrado Corazón de Jesús, como soberano Rey, en nuestros hogares, centros de trabajo, y en nuestras naciones. 

Nosotros simplemente estamos aquí para continuar la misma Cruzada por Dieu le Roi. En el mismo espíritu, Monseñor Lefebvre inspiró una Cruzada de Sacerdotes por la Misa Tradicional en latín como una expresión de la realeza de Nuestro Señor Jesucristo, Gobernante y Juez de todas las Naciones en materia de fe y de moralidad de nuestras acciones. (3)

A mi parecer, después de su muerte de Monseñor, la posición doctrinal de la FSSPX se resumió solamente a los asuntos de la Misa Tradicional y a la regularización canónica con las autoridades romanas de la iglesia conciliar y ahora sinodal. Además, “por razones políticamente correctas,” prevalece una negligencia para predicar en público la doctrina de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo en el dominio social. Por eso, no nos encontramos en la misma línea doctrinal con la FSSPX para profesar públicamente el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo, tampoco por la aplicación de la jurisdicción, ya sea delegada o suplida, que concierne a los sacramentos de la Penitencia y del Matrimonio, ni por la cuestión de las consagraciones episcopales. 

A pesar de todo, debemos consagrar a estos candidatos a las Sagradas Ordenes, y a cada uno de nosotros con el ímpetu vandeano, como en un acto de reparación por la ingratitud y los sacrilegios perpetrados al presente en contra del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, Quien es la imagen de Dios Invisible (4), el Hijo de Dios Vivo. (5) También remarquemos el principio esencial de la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús, como Soberano Rey, que es el de restaurar el Estado Católico - como lo hizo el Presidente Gabriel García Moreno en Ecuador, así como también el Cardenal Pie se lo pidió al Emperador Napoleón III pero éste último no lo quiso hacer - por la profesión de fe en las familias católicas a través de la entronización para rendir a Él honor y gloria.

¿Bajo qué condiciones debemos rendir honor a Él?

jueves, 26 de junio de 2025

EL CORAZÓN DE JESÚS, FUENTE DE LA REDENCIÓN

 


Por R.P. JEAN-BAPTISTE AUBRY

 

¡Corazón de Jesús, nos habéis amado hasta el fin! Es decir, tanto como es posible amar, con los efectos más grandes que el amor puede producir, y dándonos la prueba suprema del amor: ¡morir por nosotros!

Vuestro amor reclama el nuestro. También nosotros debemos amaros hasta el fin, en los dos mismos sentidos. Además, la primera necesidad de nuestro corazón —creado y renovado a imagen del vuestro— es también amar; y solo Vos podéis satisfacerlo. Pero, porque somos carnales, casi no podemos amar sino por medio de los sentidos; por eso, primero, estamos constantemente tentados de entregar nuestro corazón a las criaturas, y de malgastar, en torno a objetos indignos, nuestra capacidad de amar; segundo, nos cuesta mucho volvernos hacia Vos, apegarnos a Vos, amaros de verdad, Vos que no caéis bajo nuestros sentidos materiales. Por eso, ya en la Encarnación, os mostrasteis bajo forma humana, para que pudiéramos veros y amaros; por eso también nos proponéis vuestro Corazón como objeto de nuestra devoción. Concedednos la gracia de comprenderlo bien, de contemplarlo, de meditarlo; y llenadnos de vuestro amor hacia este Corazón tan amable, mediante una efusión sobrenatural de vuestra gracia: ¡Corazón de Jesús, abrasado de amor por nosotros, inflama nuestro corazón con vuestro amor!

 

I

 

El Corazón de Jesús no es solo el símbolo, sino también la sede y el órgano del amor que nos tiene.

1.     Todo hombre necesita ser amado; es nuestra primera y más imperiosa necesidad. Incluso, el corazón humano es tan carnal que necesita amar por los sentidos, y ser amado de igual modo, ser amado por un corazón humano. Las afecciones intelectuales, puramente espirituales y suprasensibles, aunque son las más elevadas, no le bastan; necesita ser amado por la carne, por un corazón humano.

Ahora bien, he aquí que Dios, conociendo nuestra naturaleza, halló el medio de adaptarse a esta necesidad de la naturaleza humana, y se hizo hombre para acercarse a nosotros, habitar entre nosotros, ser semejante a nosotros, ser visto por nuestros ojos, tocado por nuestras manos y percibido por nuestros sentidos, a fin de amarnos a nuestra manera y atraer nuestro amor.

2.    Además del amor que nos tuvo como Dios —que es una operación divina, infinita, suprasensible, a la cual somos casi incapaces de corresponder, y ciertamente incapaces de hacerlo dignamente—, como hombre y por las operaciones de su naturaleza humana, con su corazón humano divinizado por la unión hipostática pero conservado humano, carnal incluso, aunque infinitamente puro y noble, Jesucristo nos tuvo otro amor: un amor humano y físico, aunque sobrenaturalizado y divinizado, como todas las afecciones del Salvador por la unión hipostática. Es decir, que nos amó con su corazón de hombre, como sufrió con su cuerpo humano, como derramó su sangre humana, lloró lágrimas, padeció, como nosotros, con sus sentidos. Esta doctrina es la del Evangelio.

3.    En efecto, no solo Jesucristo es nuestro Dios, no solo nos creó, no solo nos ama como a sus criaturas; no solo nos ha perdonado como Dios; sino que también es nuestro Salvador, es hombre, es uno de los nuestros, y nos ha redimido por sus sufrimientos; por consiguiente:

4.    Ese amor físico y humano que nos tuvo, lo llevó hasta el fin, es decir:

1.º Tanto como puede un corazón humano amar, Jesucristo nos amó con su corazón humano; y a la potencia de afecto que el corazón humano ya posee por sí mismo, la unión hipostática añadía aún la potencia divina. El Verbo se encarnó por nosotros; por eso tomó una naturaleza humana soberanamente tierna y amante, para amarnos aún más.

2.º Nos amó con los efectos más grandes que el amor puede producir y mediante los cuales puede manifestarse: a saber, la Encarnación, la Pasión y la Eucaristía.

 

II

 

El Corazón de Jesús es también la fuente y el principal órgano de la Redención.

1.     Hemos sido salvados por la naturaleza humana unida a la naturaleza divina. La naturaleza humana fue el órgano total de nuestra Redención, proporcionando la materia de los méritos que fueron el precio de nuestra salvación. Cada parte de esta naturaleza divinizada fue órgano parcial de nuestra Redención; y la parte respectiva de cada uno de estos órganos está en proporción con su función y con su participación de sangre en la composición del hombre. Pues bien, el corazón tiene, entre los órganos, una función central, y por eso lo consideramos, ante todo, como la fuente y el órgano de este misterio.

2.    Además, fue al Corazón de Jesús, creado por nosotros y que solo nos amaba a nosotros, al que fue confiado el decreto de Dios para nuestra salvación; fue en este Corazón donde fue como depositado, el día de la Encarnación; allí fue conservado, preparado, elaborado y finalmente ejecutado el día de la Redención.

3.    La Redención se realizó mediante los sufrimientos meritorios de Jesucristo. Ahora bien, si Jesucristo sufrió en toda su naturaleza humana, fue sobre todo en su Corazón donde sufrió: sufrió por sus padecimientos físicos, sufrió por las decepciones causadas por los pecados de los hombres, por las injurias de los judíos, y en fin, por todos los sufrimientos morales que vemos especialmente presentes en su Pasión.

4.    Sobre todo, fue su Corazón la víctima de la caridad, herido por nuestro amor: Corazón víctima del amor, herido de amor por nosotros.

Recordemos que, si el Corazón de Jesús es el órgano del amor que nos tuvo, debe ser también el objeto del amor que le debemos. Pidamos a nuestro Salvador tanto que se haga amar por nosotros como que nos anime con su amor; y resumamos esta correlación entre el amor de Jesús, que merece y atrae el nuestro, con esta expresión que encontramos a menudo en nuestras oraciones:
¡Corazón de Jesús, abrasado de amor por nosotros, inflama nuestro corazón con vuestro amor!

 

LAS JACULATORIAS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 


Indulgenciadas

 

  • Sea amado en todo lugar el Sagrado Corazón de Jesús – 300 días de indulgencia.
  • Dulce Corazón de mi Jesús, haced que os ame cada vez más – 300 días; indulgencia plenaria una vez al mes.
  • Corazón de Jesús, abrasado de amor por nosotros, inflamad nuestros corazones de amor por Vos – 500 días; indulgencia plenaria una vez al mes.
  • Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío – 300 días; indulgencia plenaria una vez al mes.
  • Sagrado Corazón de Jesús, venga a nosotros vuestro Reino – 300 días.
  • Corazón divino de Jesús, convertid a los pecadores, salvad a los moribundos, liberad a las almas santas del Purgatorio – 300 días.
  • Sagrado Corazón de Jesús, creo en vuestro amor hacia mí – 300 días.
  • Gloria, amor y gratitud al Sagrado Corazón de Jesús – 300 días.
  • ¡Oh Corazón de amor!, pongo toda mi confianza en Vos, pues todo temo de mi debilidad, pero todo espero de vuestra bondad – 300 días; indulgencia plenaria una vez al mes.
  • Sagrado Corazón de Jesús, tened piedad de nosotros y de nuestros hermanos extraviados – 300 días.
  • Todo por Vos, Sacratísimo Corazón de Jesús – 300 días.
  • Sagrado Corazón de Jesús, sed conocido, sed amado, sed imitado – 300 días; una vez al día.
  • Sagrado Corazón de Jesús, proteged nuestras familias – 300 días; indulgencia plenaria una vez al mes.
  • Dulce Corazón de Jesús, sed mi amor – 300 días.
  • Sagrado Corazón de Jesús, me entrego todo a Vos por medio de María – 300 días; indulgencia plenaria una vez al mes.
  • Sagrado Corazón de Jesús, confortado en vuestra agonía por un Ángel, confortadnos en nuestras agonías – 300 días.
  • Corazón Eucarístico de Jesús, llama de la divina caridad, dad la paz al mundo – 300 días.
  • Os adoro, Sacratísimo Corazón Eucarístico de Jesús – 300 días.
  • Amor, honra y gloria al Corazón Eucarístico de Jesús – 300 días.
  • Alabanza, adoración, amor y gratitud en todo momento al Corazón Eucarístico de Jesús en todos los sagrarios del mundo, hasta la consumación de los siglos. Amén – 300 días.
  • Corazón Eucarístico de Jesús, haced que reine en el mundo la paz, fruto de la justicia y de la caridad (21-XII-1940) – 300 días.

IMPRIMI POTEST

Ex commissione Exmi, ac Revmi. Archiepisc. S. Sebastiani Flumi. Januarii, Aloysius Riou, S. J. Flumine Januario. 16 Junil 1944

EL CORAZÓN DE JESÚS, A PESAR DE SU INMOVILIDAD Y SILENCIO APARENTES EN EL SAGRARIO, NO ESTÁ OCIOSO NI CALLADO

 


Por D. FELIX SARDA Y SALVANY

 

 Y la virtud del Señor estaba allí para sanarlos (Lc. 5,17)

He aquí una pregunta que a no pocos cristianos y, diré más, piadosos, dejará perplejos: ¿Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús? ¡No habían parado mientes en que en el Sagrario hay quien pueda hablar y hable!, ¡quien pueda obrar en el Sagrario virtud! ¿Verdad que para muchos cristianos la idea del Sagrario es esto: Un lugar de mucho respeto, porque en él habita un Señor muy alto, muy grande, muy poderoso, todo majestad, pero muy callado y muy quieto? Y no es que no crean que Jesucristo en el Sagrario esté todo entero como en el Cielo. Creen ciertamente que está allí con divinidad y alma y cuerpo y por consiguiente con ojos que ven, con oídos que oyen, con manos que se pueden mover, con boca que puede hablar... Sí, la fe de todo esto la tienen, pero es una fe que se quedó sólo en la cabeza y no bajó al corazón y mucho menos a la sensibilidad. Es una fe que, por quedarse allí estancada, apenas se ha convertido en luz de aquella vida, en criterio, en calor, en amor, en persuasión íntima, en entusiasmo, en impulsor de acción y de acción decidida. Le pasa a esa fe lo que a las semillas de plantas grandes sembradas en macetas pequeñas. Por muy fecunda que sea la semilla, por mucha agua y luz con que la regaléis, si no dais a sus raíces tierra y lugar para su expansión, no conseguiréis sino una planta raquítica y encogida.

Y hay cristianos que hacen eso mismo con su fe, de tal modo la ahogan en su rutinario modo de ver y entender que, sin que se pueda negar que tienen fe, ésta apenas si da señales de vida y de influencia. Me he convencido hace tiempo de que el mal de muchísima gente no es no saber cosas buenas, sino no darse cuenta de las cosas buenas que saben. Mucha ignorancia hay, y de cosas religiosas es una ignorancia que espanta; pero con ser tan grande, es mucho más la que yo llamaría falta de darse cuenta. Y prácticamente, creo, que es causa más frecuente de la indiferencia religiosa y de tanta clase de pecados públicos y privados, como hoy lamentamos, la falta de darse cuenta, que la falta de saber. La mayor parte de los cristianos que viven sin cumplir con ninguno de los preceptos que su religión les impone, saben que tienen obligación de oír Misa los domingos y fiestas, de confesar y comulgar una vez al año, etcétera; todos esos tienen fe en la Misa, en la Confesión, en la Comunión, en la autoridad docente de la Iglesia, y, sin embargo, no practican, ni se inquietan por no practicar. Yo creo que su mal está en que han metido su fe en la maceta de sus rutinas, de sus comodismos, de sus idiosincrasias, de su egoísmo, ya dije la palabra, de su egoísmo, porque éste es el único interesado en tener encerrada y ahogada la fe en el alma. Así como la humildad y la caridad, si no son la sabiduría, son los elementos que mejor preparan para recibirla y fomentarla, la soberbia y el amor propio, que son los componentes del egoísmo, entorpecen, inutilizan y paralizan la ciencia adquirida. El remedio, por consiguiente, estará en tratar de hacer añicos esa maceta para que la fe, como las raíces de la planta cautiva, se extienda libre por toda su alma, y se convierta en amor, y en obras y en hábitos de vida recta cristiana. Y en nada se echa de ver tanto esa falta de darse cuenta, como en la conducta de los cristianos con respecto a la santa Eucaristía. Todos saben lo que allí hay, pero ¡qué pocos se dan por enterados! ¡Qué feliz sería yo si consiguiera con mis escritos despertar en algunos cristianos el sentido de darse cuenta de la Eucaristía! ¡Qué feliz si por resultado de estas lecturas algunos cristianos se levantaran decididos a ir al Sagrario para ver lo que allí se HACE y para oír lo que allí se DICE por el más bueno y más constante de nuestros amadores! Porque sabedlo, cristianos, el Corazón de Jesús no está en el Sagrario ni callado ni ocioso

 

"DE PUÑO Y LETRA PARA RESTAURAR LA CRISTIANDAD" (San Ignacio de Loyola)

 

EL ANTICRISTO FINAL Y EL PODER POLÍTICO DEGENERADO

 



Por DON CURZIO NITOGLIA

13 de junio de 2025

 

La bestia que sube del mar y la bestia que sube de la tierra

A / La bestia que sube del mar

El capítulo XIII del Apocalipsis comienza con la visión de la “bestia que sube del mar”, la cual —según la gran mayoría de los Padres, de los Doctores escolásticos, de los teólogos y exégetas aprobados— representa al Anticristo final (M. Sales, La Sacra Bibbia commentata, cit., p. 651, nota 1).

El Anticristo final

En lo que concierne específicamente a la cuestión del Anticristo, los Padres de la Iglesia, basándose en el Depósito de la fe revelada (San Pablo, 2.ª Tes., II, 3-12; San Juan, 1.ª Ep., II, 18-22; IV, 2; 2.ª Ep., VII; Apoc., XI, 7 ss.; XIII-XIV), enseñan unánimemente que el fin del mundo debe estar precedido por la venida del Anticristo (2 Tes.), quien es el “hombre del pecado”.

Según la interpretación común de los Padres (y de Santo Tomás de Aquino, el “Doctor Común” de la Iglesia), se trata de un hombre, no de un personaje metafórico ni de una entidad moral, ni de un diablo encarnado. Es cierto que existen anticristos iniciales (personas o fuerzas hostiles a la Iglesia, especialmente el judaísmo talmúdico o la masonería internacional a lo largo de la historia), pero también es igualmente cierto que hay un Anticristo final, quien será muerto por Cristo y precederá no de mucho al fin del mundo.

Mons. Salvatore Garofalo escribe:

«La interpretación común entre los escritores cristianos ve en el Anticristo un personaje distinto de Satanás, pero sostenido por él, que se manifestará en los últimos tiempos, antes del fin del mundo, para intentar un último ataque y un triunfo decisivo contra Jesús y su Iglesia […]. Lo que impide el desencadenamiento de esta formidable potencia es un misterioso “obstáculo/katéjon/quien detiene”, que es considerado tanto en abstracto como potencia [la Iglesia, nota del editor] como en concreto como una persona [el Papa, nota del editor]; el obstáculo impide la manifestación del Anticristo, no su acción. El Anticristo personal se revelará en la última fase de la lucha anticristiana, que se extiende a lo largo de los siglos y prepara lentamente la aparición del “hijo de la perdición” al final de los tiempos».

Desde el siglo II hasta hoy, la casi unanimidad de los Padres y escritores católicos ha visto al Anticristo como una persona individual; según Francisco Suárez, esta tesis “es cosa certísima y de fe revelada, aunque no definida”.

El profesor Enrico Norelli escribe que

«son anticristos aquellos que no confiesan a Cristo venido en la carne o bien niegan al Padre y al Hijo (2.ª de Juan, II, 2); se trata, por tanto, de herejes […], pero más allá de este rasgo vemos una predicación tradicional sobre el único Anticristo, que debe conciliarse con los muchos anticristos del presente […]. Juan (1.ª Ep., II, 18-22; IV, 1; 2.ª Ep., VII; 2.ª Ep., II, 18) muestra que la presencia del Anticristo valía como prenda de la “última hora”: ya en la tradición se trataba de una figura de los últimos tiempos».

Fausto Sbaffoni escribe que

«el Anticristo […] aparece como un personaje escatológico; es decir, como el adversario extremo de Cristo y de su Iglesia, en el tiempo del fin. En este punto el acuerdo de los autores parece unánime […]. El Anticristo final debe aún venir como antagonista de Cristo al final de los tiempos, pero ya está en acción en todos los anticristos que ya se oponen a ese Reino que ya ha sido inaugurado por Cristo».

“La bestia tenía siete cabezas y diez cuernos” (v. 1): siete y diez son números que indican plenitud, perfección. Aquí el Autor sagrado quiere significar que el Anticristo ha recibido del “dragón rojo”, es decir, de Satanás, la plenitud del poder material para perseguir a los justos.

De hecho, el Anticristo es el instrumento primero y privilegiado de Satanás o del “dragón rojo”, que acaba de ser vencido por la “mujer vestida de sol” (cap. XII). El “dragón” se ha detenido sobre “la arena del mar” (cap. XII, 18) y justo desde el mar surge de inmediato (cap. XIII, v. 1) el Anticristo.

LA GUERRA CONTRA DIOS: CLAVE HERMENÉUTICA DE LA HISTORIA

 


“Quien no comprende esta guerra; quien no percibe que toda la historia humana es, en el fondo, un campo de batalla donde se enfrentan la descendencia de la Mujer y la de la Serpiente, quien no advierte que cada acontecimiento ─cada caída, cada ascenso, cada catástrofe política o social─ forma parte de una contienda que se libra desde lo invisible y se manifiesta en lo visible, está condenado a extraviarse en las marañas de un relato inmediatista, hueco, vacío de sentido”.

 

 

Por RICARDO ZORNOSA SALAZAR                                                                                                                                     

La historia, cuando se la priva de una clave hermenéutica, cuando se la separa de una vara trascendente con la que medir sus pulsos y sus convulsiones, no es sino un caleidoscopio de confusiones, un vertedero de especulaciones ideológicas en las que el historiador chapotea, engañándose a sí mismo con ínfulas de objetividad.

Desde los albores del tiempo, sin embargo, la Sagrada Escritura nos ha legado una clave ─hoy con frecuencia olvidada─: la rebelión de Lucifer contra Dios y su corolario histórico, la guerra entre dos estirpes: una, enemiga de Dios y maldecida por Él; la otra, bendecida y asistida por su favor. Esta guerra atraviesa la historia como una vena invisible pero vital, y sin ella todo lo demás es ruido.

El Génesis lo enuncia desde el principio: «Pondré enemistad entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya: ella te aplastará la cabeza, y tú acecharás su talón». A partir de esa profecía —llamada Protoevangelio— se desenvuelve toda la historia humana como conflicto entre la descendencia de la Mujer y la de la Serpiente, entre quienes reciben la gracia y quienes rechazan a Dios. En esta guerra, desde entonces, el hombre no puede ser indiferente: se ve obligado a afiliarse a un bando.

Más tarde, Cristo ratifica la coexistencia de estas descendencias en la parábola del trigo y la cizaña, que crecerán entremezcladas hasta el fin de los tiempos. Reconoce de modo particular a la estirpe de la serpiente en los escribas y fariseos, a quienes denuncia con severidad: ¡Serpientes! ¡Raza de víboras!  […] «Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él fue homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay nada de verdad en él».

Además, Cristo advierte a sus discípulos sobre las dos ramas de esta estirpe diabólica: la religiosa (los fariseos) y la política (los herodianos). Les dice: «¡Cuidado! Guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.» Y es que ambas «levaduras» ─dos fuerzas en continuo y creciente odio─, aunque opuestas en apariencia, se alían para atacar, traman en secreto y actúan en las sombras, por la espalda. Tal como describe el salmista: «Se aferran a su plan perverso, trazan cuidadosamente sus trampas, diciendo: “¿Quién lo verá?Trazan injusticias: traman con astucia lo que han pensado en lo íntimo

Esta clave hermenéutica ─la Guerra contra Dios que, en el drama de la historia enfrenta estas dos estirpes— no se limita al episodio del Edén, sino que atraviesa todas las épocas con múltiples manifestaciones. Dicha guerra se manifiesta alegóricamente con especial claridad en el conflicto entre los hijos de Abraham, que engendran dos descendencias enfrentadas: la de la Serpiente, que agrede a la otra para no dejarla vivir en paz. Así lo explica San Pablo: «Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava [Ismael] y otro de la libre. [Isaac] Mas el de la esclava nació según la carne, mientras que el de la libre, por la promesa. […]  Mas así como entonces el que nació según la carne perseguía al que nació según el Espíritu, así es también ahora. »

Esta misma guerra contra Dios se reflejó en el conflicto entre los hijos del patriarca Isaac y de su esposa Rebeca: Jacob y Esaú, quienes a su vez dieron origen a dos linajes enfrentados: los israelitas, descendientes de Jacob, fieles a Dios, y los edomitas o idumeos, descendientes de Esaú que rechazaron a Dios, quienes, siglos más tarde, —encarnados en la dinastía edomita e histórica de los Herodes— volverían a presentarse con agresividad como enemigos de Cristo . Las Escrituras dicen que, estando Jacob y Esaú en el vientre materno, Dios anunció a Rebeca la rivalidad prenatal, diciéndole: «Dos naciones hay en tu seno, dos pueblos se dividirán desde tus entrañas».

San Pablo verá en Esaú al hijo según la carne y en Jacob al hijo según la promesa, anticipando así el misterio de la elección divina y la lucha entre la fidelidad y la rebelión. Jacob y Esaú representan, pues, dos modos de vivir en el mundo: el uno, abierto a la gracia; el otro, cerrado en su soberbia. Y así, desde los orígenes, la historia humana se revela como el escenario de una contienda espiritual entre el amor que se entrega y el orgullo que rechaza la filiación divina.

Esta oposición no es meramente étnica o tribal: es teológica, como lo entendió san Agustín al hablar de las dos ciudades—la de Dios y la terrena—, nacidas de dos amores opuestos: «Dos amores fundaron dos ciudades: el amor de Dios hasta el desprecio de sí, la ciudad de Dios; y el amor de sí hasta el desprecio de Dios, la ciudad del hombre». 

En el siglo XIX, León XIII reiteraba este mismo principio en su encíclica Humanum genus, al describir el conflicto entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, entre la Iglesia de Cristo y la masonería, su enemigo estructurado: «El humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para su mayor desgracia, separado de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: uno de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. »

Quien no comprende esta guerra; quien no percibe que toda la historia humana es, en el fondo, un campo de batalla donde se enfrentan la descendencia de la Mujer y la de la Serpiente, quien no advierte que cada acontecimiento ─cada caída, cada ascenso, cada catástrofe política o social─ forma parte de una contienda que se libra desde lo invisible y se manifiesta en lo visible, está condenado a extraviarse en las marañas de un relato inmediatista, hueco, vacío de sentido.

No se trata, por tanto, únicamente de analizar los hechos históricos desde una perspectiva política, económica o cultural, sino de reconocer que en ellos se juega un drama más profundo: la rebelión contra Dios o la fidelidad al Reino. El beato John Henry Newman vio con lucidez las dos levaduras enemigas ─la política y la religiosa─ anunciadas por Cristo: «El cristianismo tiene dos enemigos constantes: el espíritu del mundo y el espíritu del Anticristo».

Por ello, antes de adentrarnos en el examen histórico del ascenso humano impulsado por la Iglesia a través de la fe católica, así como de su posterior caída, provocada por lo que bien podríamos denominar la anti-Iglesia y su contra-evangelio, es indispensable recuperar una perspectiva más alta: aquella que sabe mirar más allá de las causas inmediatas, que penetra hasta las raíces espirituales de los acontecimientos y contempla, al final de los tiempos, el triunfo glorioso del Cordero.

Desde esta perspectiva —donde el amor libra su combate a muerte contra el rechazo del amor—, el ascenso del hombre se halla marcado por la aceptación de Cristo y de su redención en la Cruz; mientras que su descenso comienza con la soberbia: el intento de suplantar a Dios y de erigir un mundo sin Él. Porque el amor cristiano —como puede comprobarse en los momentos más fecundos de la historia— da frutos excelsos: ennoblece las relaciones humanas, las armoniza, les otorga un sentido trascendente y duradero, y reduce las tensiones familiares, sociales y políticas.

Así ocurrió en el esplendor del Medievo cristiano, cuando la Iglesia, lejos de ser obstáculo al progreso, impulsó el surgimiento de universidades, hospitales y catedrales que aún hoy asombran por su belleza y profundidad simbólica. Y así también, en sentido inverso, desde la Revolución Francesa en adelante asistimos a la sistemática demolición del orden cristiano, sustituido por ideologías que, en nombre de una libertad sin verdad, degradaron al hombre, reduciéndolo a engranaje económico.

El eclipse del amor cristiano —aunque venga acompañado de prodigios técnicos o conquistas científicas— siempre va de la mano con la proliferación de conflictos, desigualdades y desórdenes cada vez más inhumanos. No es casual que los siglos que más han renegado de Dios sean también los más sangrientos y crueles.

Basta recordar el sufrimiento humano sin precedentes en el siglo XX: los desplazamientos forzados, la aniquilación de ciudades enteras, las enfermedades, las hambrunas, los traumas psicosociales… y, por encima de todo, más de cien millones de víctimas inocentes —en su mayoría población civil inerme— sepultadas bajo los bombardeos y las matanzas de las guerras mundiales. Todo ello sirvió, en última instancia, para consolidar el pensamiento moderno sobre las cenizas humeantes de la fe católica.

Solo con esta vara de medir podremos comenzar a comprender lo que verdaderamente ha ocurrido. Solo así dejaremos de balbucir banalidades sobre «progresos inevitables» o «leyes del desarrollo». Solo así podremos escudriñar el misterio de un derrumbe: el de la civilización católica en Occidente. Un derrumbe que, más que político o económico, ha sido teológico. Porque desde el principio, esta guerra no es entre culturas ni economías, sino entre dos descendencias: la de la Mujer y la de la Serpiente. Sí: la guerra no ha terminado… ¿sabemos cómo están organizadas y actuando hoy?

martes, 24 de junio de 2025

UN LEMA DE CABALLEROS – RAMIRO DE MAEZTU

 


Nuestro pasado nos aguarda para crear el porvenir. El porvenir perdido lo volveremos a hallar en el pasado. La historia señala el porvenir. En el pasado está la huella de los ideales que íbamos a realizar dentro de diez mil años. El pasado español es una procesión que abandonamos, los más de nosotros, para seguir con los ojos las de países extranjeros o para soñar con un orden natural de formaciones revolucionarias, en que los analfabetos y los desconocidos se pusieran a guiar a los hombres de rango y de cultura. Pero la antigua procesión no ha cesado del todo. Aún nos aguarda. Por su camino avanzan los muertos y los vivos. Llevan por estandartes las glorias nacionales. Y nuestra vida verdadera, en cuanto posible en este mundo, consiste en volver a entrar en fila. “¿Decíamos ayer?...” Precisamente. De lo que se trata es de recordar con precisión lo que decíamos ayer, cuando teníamos algo que decir. Esta precisión, en general, sólo la alcanzan los poetas. Si tenemos razón los españoles historicistas, han de venir en auxilio nuestro los poetas. Si la plenitud de la vida de los españoles y de los hispánicos está en la Hispanidad y de la Hispanidad en el recobro de su conciencia histórica, tendrán que surgir los poetas que nos orienten con sus palabras mágicas.

¿Acaso no fue un poeta el que asoció por vez primera las tres palabras de Dios, Patria y Rey? La divisa fue, sin embargo, insuperable, aunque tampoco lo era inferior la que decía: Dios, Patria, Fueros, Rey. Nuestros guerreros de la Edad Media crearon otra que fue talismán de la victoria: «¡Santiago y cierra España!». En el siglo XVI pudo crearse, como lema del esfuerzo hispánico, la de: «La fe y las obras». Era la puerta del reino de los Cielos. ¿No podría fundarse en ella el acceso a la ciudadanía, el día en que deje de creerse en los derechos políticos del hombre natural? Los caballeros de la Hispanidad tendrían que forjarse su propia divisa. Para ello pido el auxilio de los poetas. Las palabras mágicas están todavía por decir. Los conceptos, en cambio, pueden darse ya por conocidos: servicio, jerarquía y hermandad, el lema antagónico al revolucionario de libertad, igualdad, fraternidad. Hemos de proponernos una obra de servicio. Para hacerla efectiva nos hemos de insertar en alguna organización jerárquica. Y la finalidad del servicio y de la jerarquía no ha de consistir únicamente en acrecentar el valer de algunos hombres, sino que ha de aumentar la caridad, la hermandad entre los humanos.

El servicio es la virtud aristocrática por excelencia. Ich dien, yo sirvo, dice en tudesco el escudo de los reyes de Inglaterra. El de los Papas dice más: Servus servorum, siervo de los siervos. Es el lema de toda alma distinguida. Si se le contrapone al de libertad se observará que el de servicio incluye la libertad, porque libremente se adopta como lema, pero el de libertad no incluye el de servicio: “Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”, dice el Satán de Milton. La jerarquía es la condición de la eficacia, lo específico de la civilización, lo genérico de la vida, que parece aborrecer toda igualdad. Toda obra social implica división del trabajo: gobernantes y gobernados, caudillos y secuaces. Disciplina y jerarquía son palabras sinónimas. La jerarquía legítima es la que se funda en el servicio. Jerarquía y servicio son los lemas de toda aristocracia. Una aristocracia hispánica ha de añadir a su lema el de hermandad. Los grandes españoles fueron los paladines de la hermandad humana. Frente a los judíos, que se consideraban el pueblo elegido, frente a los pueblos nórdicos de Europa, que se juzgaban los predestinados para la salvación, San Francisco Javier estaba cierto de que podían ir al Cielo los hijos de la India, y no sólo los brahmanes orgullosos, sino también, y sobre todo, los parias intocables.

Esta es una idea que ningún otro pueblo ha sentido con tanta fuerza como el nuestro. Y como creo en la Humanidad, como abrigo la fe de que todo el género humano debe acabar por constituir una sola familia, estimo necesario que la Hispanidad crezca y florezca y persevere en su ser y en sus caracteres esenciales, porque sólo ella ha demostrado vocación para servir este ideal.

 

Defensa de la Hispanidad, Ramiro de Maeztu.

 

ALTA TRAICION A LA PATRIA ARGENTINA


 


NOTAS SOBRE LA GUERRA DE LA OTAN EN UCRANIA Y OTROS ESCENARIOS DE LA GEOPOLÍTICA MUNDIAL – 22 DE JUNIO DE 2025

 


Por LUIS ALVAREZ PRIMO

 

“Cualquier país que confíe en (el gobierno de) los Estados Unidos es un necio

John J. Mearsheimer, autor de “The Israel lobby y la política exterior de los EE.UU.”

 

En mi nota anterior escribí que la naturaleza, esencia o principio de operaciones del imperio judeo-masónico anglo estadounidense es el engaño (deception). John Mearsheimer, el politólogo más importante de los EE.UU., con la frase que encabeza esta nota a modo de epígrafe, expresada en una entrevista reciente, avala lo que modestamente afirmamos el 16/06/25. Los hechos de la historia lo demuestran. Y de nuevo lo pudimos comprobar en estos días cuando Donald Trump, el pacificador devenido belicista, confabulado con el criminal de guerra Benjamín Netanyahu, hacía creer a propios y ajenos que estaba comprometido en la búsqueda de una solución diplomática al conflicto con Irán. Por entonces Abbas Araghchi, el templado y fino ministro de Relaciones Exteriores de la República Islámica de Irán, a quien Israel intentó asesinar, viajó infatigable a Ginebra y Estambul para lograr un acuerdo, sentándose impertérrito frente a la repugnante cara de quienes intentaron matarlo. Como se sabe, esta práctica gansteril de asesinatos “ad hoc” es el “abc” del manual de operaciones del Mossad, la CIA y el MI6: inútil, por otra parte, ya que, con frecuencia, el funcionario enemigo asesinado es reemplazado por otro igual o más capaz. Lo cual también resulta una manifestación de “la astucia de la razón” en la historia.

A esta disposición para el engaño, grotesca en el caso de Trump, algunos la llaman “impredecibilidad estratégica” (strategic unpredictability). Al respecto se debe decir, como mínimo, que dicha práctica es una espada de doble filo, ya que en toda negociación en general, y en las relaciones internacionales en especial, es decisivo poder despertar la confianza en la otra parte. He ahí el problema de un inculto negociador inmobiliario metido a navegar en los mares procelosos de la alta política.

Lo cierto es que al día siguiente de declarar que sus embajadores estaban cerca de alcanzar un acuerdo con Irán, Trump descargó su feroz bombardeo a los establecimientos de uranio enriquecido de Fordo, Natanz e Isfahan en Irán. Además de violar todas las normas del derecho internacional, de la Carta de las Naciones Unidas y del Tratado de No Proliferación Nuclear, Trump violó la propia Constitución de los EE.UU. que, reservando para el Congreso el derecho a declarar la guerra, prohíbe que lo haga el presidente unilateralmente. Con lo cual, si el sistema funcionara, se debería realizar un juicio político (impeachment) a Trump, tal como lo ha propuesto el solitario y valiente legislador republicano por Kentucky Thomas Maissie. 

Un hombre con las limitaciones intelectuales y morales de Trump, en este contexto crítico de gravísimas tensiones, lejos de encontrar soluciones a problemas que él mismo ha generado y agravado con sus defecciones, ambigüedades y contradicciones, no puede sino empeorar las cosas, y aún llevar al colapso de su propia salud mental. Por cierto, el ataque criminal no provocado, de Trump para destruir unas armas nucleares que no existen ni real ni virtualmente en Irán (tal como le dijo su propia directora de inteligencia, Tulsi Gabbard), ha merecido el repudio unánime de todos los países vinculados a Irán en los BRICS+. En primer lugar, China y Rusia, para quienes el país persa es un aliado estratégico fundamental.

Unos días antes del ataque estadounidense-israelí con los furtivos bombarderos B2, Irán retiró al personal de sus instalaciones nucleares en los establecimientos mencionados y con 16 camiones trasladó el uranio enriquecido almacenado y otros elementos críticos.

Luego del criminal ataque, Irán respondió a Israel con una nueva oleada de drones y misiles, aún más sofisticados que los lanzados al principio de su operación Promesa Verdadera, que la famosa cúpula de hierro israelí ya no puede ni pudo interceptar ni en Tel Aviv ni en Haifa. A Netanyahu se lo ha visto inspeccionar las ruinas con palidez cadavérica, quizá premonitoria del fin del belicoso y criminal estado sionista. El alcalde de Haifa no pudo contener las lágrimas frente a las ruinas de su ciudad. En Irán hay hasta el momento más de 800 víctimas fatales y más de 1300 heridos según Red Crescent. El cerrojo informativo y la censura militar en Israel no permiten conocer el número real de víctimas y destrozos.

La cultura iraní considera mártires a sus muertos, pues tiene una visión trascendente de la vida que le permite afrontar su destino con coraje y entrega, comprendiendo, además, que, ante la amenaza existencial de la nación iraní, el gobierno del ayatollah Alí Khamenei defiende una causa justa. Esto marca un severo contraste con la población israelí en el estado sionista, que huye a Chipre y a otros destinos para volver a la diáspora que nunca debería haber abandonado, cuando la milenaria doctrina de la Iglesia, “Sicut Iudeis non” (no se deber hacer daño a los judíos, pero tampoco permitir que hagan daño al orden social cristiano) todavía los protegía.

La sinrazón del “Deep State” judeo-masónico anglo-estadounidense, a cuyo servicio está el contrariado Donald J. Trump, ha perdido de vista una lección militar básica contemporánea: no se gana ninguna guerra con el poder naval y aéreo solamente. Más tarde o más temprano es necesario poner tropas en el terreno o, como se dice con estúpido eufemismo en la jerga militar y periodística norteamericana, “boots on the ground”. Nadie, ni en los EE.UU. ni en el colectivo occidental, sueña hoy con este desafío. ¿Sueñan acaso los judíos, en su afiebrado belicismo, con un nuevo Masada?

 

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  “ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL”           Por FLAVIO MATEOS   El Padre Nicholas Gruner, tenaz apóstol hasta su muerte del mensaje ...