Por LUIS
ALVAREZ PRIMO
“Cualquier país que confíe en (el gobierno
de) los Estados Unidos es un necio”
John J.
Mearsheimer, autor de “The Israel lobby y la política exterior de los EE.UU.”
En mi
nota anterior escribí que la naturaleza, esencia o principio de operaciones del
imperio judeo-masónico anglo estadounidense es el engaño (deception). John Mearsheimer,
el politólogo más importante de los EE.UU., con la frase que encabeza esta nota
a modo de epígrafe, expresada en una entrevista reciente, avala lo que
modestamente afirmamos el 16/06/25. Los hechos de la historia lo demuestran. Y
de nuevo lo pudimos comprobar en estos días cuando Donald Trump, el pacificador
devenido belicista, confabulado con el criminal de guerra Benjamín Netanyahu,
hacía creer a propios y ajenos que estaba comprometido en la búsqueda de una
solución diplomática al conflicto con Irán. Por entonces Abbas Araghchi, el
templado y fino ministro de Relaciones Exteriores de la República Islámica de
Irán, a quien Israel intentó asesinar, viajó infatigable a Ginebra y Estambul
para lograr un acuerdo, sentándose impertérrito frente a la repugnante cara de
quienes intentaron matarlo. Como se sabe, esta práctica gansteril de asesinatos
“ad hoc” es el “abc” del manual de operaciones del Mossad, la CIA y el MI6:
inútil, por otra parte, ya que, con frecuencia, el funcionario enemigo
asesinado es reemplazado por otro igual o más capaz. Lo cual también resulta
una manifestación de “la astucia de la razón” en la historia.
A esta
disposición para el engaño, grotesca en el caso de Trump, algunos la llaman
“impredecibilidad estratégica” (strategic unpredictability). Al respecto se
debe decir, como mínimo, que dicha práctica es una espada de doble filo, ya que
en toda negociación en general, y en las relaciones internacionales en
especial, es decisivo poder despertar la confianza en la otra parte. He ahí el
problema de un inculto negociador inmobiliario metido a navegar en los mares
procelosos de la alta política.
Lo cierto
es que al día siguiente de declarar que sus embajadores estaban cerca de
alcanzar un acuerdo con Irán, Trump descargó su feroz bombardeo a los
establecimientos de uranio enriquecido de Fordo, Natanz e Isfahan en Irán.
Además de violar todas las normas del derecho internacional, de la Carta de las
Naciones Unidas y del Tratado de No Proliferación Nuclear, Trump violó la
propia Constitución de los EE.UU. que, reservando para el Congreso el derecho a
declarar la guerra, prohíbe que lo haga el presidente unilateralmente. Con lo
cual, si el sistema funcionara, se debería realizar un juicio político
(impeachment) a Trump, tal como lo ha propuesto el solitario y valiente
legislador republicano por Kentucky Thomas Maissie.
Un hombre
con las limitaciones intelectuales y morales de Trump, en este contexto crítico
de gravísimas tensiones, lejos de encontrar soluciones a problemas que él mismo
ha generado y agravado con sus defecciones, ambigüedades y contradicciones, no
puede sino empeorar las cosas, y aún llevar al colapso de su propia salud
mental. Por cierto, el ataque criminal no provocado, de Trump para destruir
unas armas nucleares que no existen ni real ni virtualmente en Irán (tal como
le dijo su propia directora de inteligencia, Tulsi Gabbard), ha merecido el
repudio unánime de todos los países vinculados a Irán en los BRICS+. En primer
lugar, China y Rusia, para quienes el país persa es un aliado estratégico
fundamental.
Unos días
antes del ataque estadounidense-israelí con los furtivos bombarderos B2, Irán
retiró al personal de sus instalaciones nucleares en los establecimientos
mencionados y con 16 camiones trasladó el uranio enriquecido almacenado y otros
elementos críticos.
Luego del
criminal ataque, Irán respondió a Israel con una nueva oleada de drones y
misiles, aún más sofisticados que los lanzados al principio de su operación
Promesa Verdadera, que la famosa cúpula de hierro israelí ya no puede ni pudo
interceptar ni en Tel Aviv ni en Haifa. A Netanyahu se lo ha visto inspeccionar
las ruinas con palidez cadavérica, quizá premonitoria del fin del belicoso y
criminal estado sionista. El alcalde de Haifa no pudo contener las lágrimas
frente a las ruinas de su ciudad. En Irán hay hasta el momento más de 800
víctimas fatales y más de 1300 heridos según Red Crescent. El cerrojo
informativo y la censura militar en Israel no permiten conocer el número real
de víctimas y destrozos.
La
cultura iraní considera mártires a sus muertos, pues tiene una visión
trascendente de la vida que le permite afrontar su destino con coraje y
entrega, comprendiendo, además, que, ante la amenaza existencial de la nación
iraní, el gobierno del ayatollah Alí Khamenei defiende una causa justa. Esto
marca un severo contraste con la población israelí en el estado sionista, que
huye a Chipre y a otros destinos para volver a la diáspora que nunca debería
haber abandonado, cuando la milenaria doctrina de la Iglesia, “Sicut Iudeis
non” (no se deber hacer daño a los judíos, pero tampoco permitir que hagan daño
al orden social cristiano) todavía los protegía.
La
sinrazón del “Deep State” judeo-masónico anglo-estadounidense, a cuyo servicio
está el contrariado Donald J. Trump, ha perdido de vista una lección militar
básica contemporánea: no se gana ninguna guerra con el poder naval y aéreo
solamente. Más tarde o más temprano es necesario poner tropas en el terreno o,
como se dice con estúpido eufemismo en la jerga militar y periodística
norteamericana, “boots on the ground”. Nadie, ni en los EE.UU. ni en el
colectivo occidental, sueña hoy con este desafío. ¿Sueñan acaso los judíos, en
su afiebrado belicismo, con un nuevo Masada?