Por R.P. JEAN-BAPTISTE AUBRY
¡Corazón de Jesús, nos habéis amado hasta el fin!
Es decir, tanto como es posible amar, con los efectos más grandes que el amor
puede producir, y dándonos la prueba suprema del amor: ¡morir por nosotros!
Vuestro amor reclama el nuestro. También nosotros
debemos amaros hasta el fin, en los dos mismos sentidos. Además, la primera
necesidad de nuestro corazón —creado y renovado a imagen del vuestro— es
también amar; y solo Vos podéis satisfacerlo. Pero, porque somos carnales, casi
no podemos amar sino por medio de los sentidos; por eso, primero, estamos
constantemente tentados de entregar nuestro corazón a las criaturas, y de
malgastar, en torno a objetos indignos, nuestra capacidad de amar; segundo, nos
cuesta mucho volvernos hacia Vos, apegarnos a Vos, amaros de verdad, Vos que no
caéis bajo nuestros sentidos materiales. Por eso, ya en la Encarnación, os
mostrasteis bajo forma humana, para que pudiéramos veros y amaros; por eso también
nos proponéis vuestro Corazón como objeto de nuestra devoción. Concedednos la
gracia de comprenderlo bien, de contemplarlo, de meditarlo; y llenadnos de
vuestro amor hacia este Corazón tan amable, mediante una efusión sobrenatural
de vuestra gracia: ¡Corazón de Jesús,
abrasado de amor por nosotros, inflama nuestro corazón con vuestro amor!
I
El Corazón de Jesús no es solo el símbolo, sino
también la sede y el órgano del amor que nos tiene.
1.
Todo hombre
necesita ser amado; es nuestra primera y más imperiosa necesidad. Incluso, el
corazón humano es tan carnal que necesita amar por los sentidos, y ser amado de
igual modo, ser amado por un corazón humano. Las afecciones intelectuales,
puramente espirituales y suprasensibles, aunque son las más elevadas, no le
bastan; necesita ser amado por la carne, por un corazón humano.
Ahora bien, he aquí que Dios, conociendo nuestra
naturaleza, halló el medio de adaptarse a esta necesidad de la naturaleza
humana, y se hizo hombre para acercarse a nosotros, habitar entre nosotros, ser
semejante a nosotros, ser visto por nuestros ojos, tocado por nuestras manos y
percibido por nuestros sentidos, a fin de amarnos a nuestra manera y atraer
nuestro amor.
2.
Además del
amor que nos tuvo como Dios —que es una operación divina, infinita,
suprasensible, a la cual somos casi incapaces de corresponder, y ciertamente
incapaces de hacerlo dignamente—, como hombre y por las operaciones de su
naturaleza humana, con su corazón humano divinizado por la unión hipostática
pero conservado humano, carnal incluso, aunque infinitamente puro y noble,
Jesucristo nos tuvo otro amor: un amor humano y físico, aunque
sobrenaturalizado y divinizado, como todas las afecciones del Salvador por la
unión hipostática. Es decir, que nos amó con su corazón de hombre, como sufrió
con su cuerpo humano, como derramó su sangre humana, lloró lágrimas, padeció,
como nosotros, con sus sentidos. Esta doctrina es la del Evangelio.
3.
En efecto,
no solo Jesucristo es nuestro Dios, no solo nos creó, no solo nos ama como a
sus criaturas; no solo nos ha perdonado como Dios; sino que también es nuestro
Salvador, es hombre, es uno de los nuestros, y nos ha redimido por sus
sufrimientos; por consiguiente:
4.
Ese amor
físico y humano que nos tuvo, lo llevó hasta el fin, es decir:
1.º Tanto como
puede un corazón humano amar, Jesucristo nos amó con su corazón humano; y a la
potencia de afecto que el corazón humano ya posee por sí mismo, la unión
hipostática añadía aún la potencia divina. El Verbo se encarnó por nosotros;
por eso tomó una naturaleza humana soberanamente tierna y amante, para amarnos
aún más.
2.º Nos amó con
los efectos más grandes que el amor puede producir y mediante los cuales puede
manifestarse: a saber, la Encarnación, la Pasión y la Eucaristía.
II
El Corazón de Jesús es también la fuente y el
principal órgano de la Redención.
1.
Hemos sido
salvados por la naturaleza humana unida a la naturaleza divina. La naturaleza
humana fue el órgano total de nuestra Redención, proporcionando la materia de
los méritos que fueron el precio de nuestra salvación. Cada parte de esta
naturaleza divinizada fue órgano parcial de nuestra Redención; y la parte
respectiva de cada uno de estos órganos está en proporción con su función y con
su participación de sangre en la composición del hombre. Pues bien, el corazón
tiene, entre los órganos, una función central, y por eso lo consideramos, ante
todo, como la fuente y el órgano de este misterio.
2.
Además, fue
al Corazón de Jesús, creado por nosotros y que solo nos amaba a nosotros, al
que fue confiado el decreto de Dios para nuestra salvación; fue en este Corazón
donde fue como depositado, el día de la Encarnación; allí fue conservado,
preparado, elaborado y finalmente ejecutado el día de la Redención.
3.
La Redención
se realizó mediante los sufrimientos meritorios de Jesucristo. Ahora bien, si
Jesucristo sufrió en toda su naturaleza humana, fue sobre todo en su Corazón
donde sufrió: sufrió por sus padecimientos físicos, sufrió por las decepciones
causadas por los pecados de los hombres, por las injurias de los judíos, y en
fin, por todos los sufrimientos morales que vemos especialmente presentes en su
Pasión.
4.
Sobre todo,
fue su Corazón la víctima de la caridad, herido por nuestro amor: Corazón víctima del amor, herido de amor por
nosotros.
Recordemos que, si el Corazón de Jesús es el órgano
del amor que nos tuvo, debe ser también el objeto del amor que le debemos.
Pidamos a nuestro Salvador tanto que se haga amar por nosotros como que nos
anime con su amor; y resumamos esta correlación entre el amor de Jesús, que
merece y atrae el nuestro, con esta expresión que encontramos a menudo en
nuestras oraciones:
¡Corazón de Jesús, abrasado de amor por
nosotros, inflama nuestro corazón con vuestro amor!