«Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas
las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo, enseñándoles a observar todas las cosas que os he mandado. Yo estaré con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Mt. 28, 18-20
Amados hermanos:
El
misterio de la Santísima Trinidad es base, centro y sublime cumbre de toda la
vida cristiana. La subsistencia de tres personas, en la unidad de la naturaleza
divina, es el fundamento del orden sobrenatural.
“Hay tres que dan testimonio en el Cielo, dice el
apóstol S. Juan, el Padre, el Verbo y el Espíritu
Santo; y estos tres son una misma cosa. (I. 7.)
Como
vemos, los Evangelios son por demás explícitos al manifestar este sublime
misterio. Y en este Evangelio de hoy, el final de san Mateo, Nuestro Señor
expone claramente varias cosas importantes, en pocas palabras: Él es Dios
puesto que todo poder le ha sido dado en el cielo y en la tierra. Investido de
ese poder lo comunica a sus Apóstoles, como sus únicos representantes. Luego,
les comunica esa autoridad para que cumplan lo que les manda, para que enseñen
a todo el mundo todo lo que Él les enseñó, su palabra, su ley, la doctrina del
Padre. Y así enseñadas las gentes, habrán de ser bautizadas en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Allí tenemos el fundamento de nuestra fe,
el misterio más sublime, y la misión de la Iglesia, su razón de ser: hacer
hijos de Dios, del Dios uno en tres personas, para que le den gloria
eternamente.
Poco
ecuménico o democrático resultó ser Nuestro Señor Jesucristo: no dice “id y
dialogad con todo el mundo, da lo mismo creer o no creer”. No les dice que enseñen
la libertad religiosa puesto que es bueno que haya una diversidad de
religiones. No les dice, como dice el nuevo Catecismo promulgado por Juan Pablo
II, que "El designio de salvación comprende también a los que reconocen al
Creador. Entre ellos están, ante todo, los musulmanes, que profesan tener la fe
de Abraham y adoran con nosotros al Dios
único y misericordioso que juzgará a los hombres al fin del mundo"
(CIC 841). Pero, ¿acaso los musulmanes adoran a la Trinidad? Y, sin embargo, el
mismo Catecismo había citado antes al perfectamente ortodoxo Símbolo "Quicumque"
atanasiano, que dice: "La fe católica es ésta: que veneremos un
Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas,
ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo,
otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una
es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad". Con lo cual vemos la típica contradicción
liberal, que genera confusión, y luego de haber proclamado una verdad,
astutamente introduce un error, destruyendo así la verdadera enseñanza divina
que no puede ser contradictoria.
Nuestro
Señor no podía ser más claro en sus palabras. Él no es liberal ni ecumenista,
como dijo una vez Monseñor Lefebvre. Y sin embargo, como acabamos de ver, los
herejes, liberales, modernistas dentro de la Iglesia han torcido sus palabras, las
han desvirtuado o mejor dicho, las han “cancelado”, volviendo a los bautizados
indiferentes a su fe y al destino eterno de sus almas y de sus prójimos. ¿Qué
reacción ha habido, luego del Vaticano II? Casi nula, apenas la encabezada por
Mons. Lefebvre y otros preclaros varones de Dios. Pero es con ellos, con los
que continúan enseñando su palabra, su doctrina, rectamente, sin temor a
denunciar los errores y a quienes los difunden, es con ellos con quienes Él
sigue estando, como lo dice al final de este Evangelio: “Estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Con los otros, por lo
tanto, no está. Pero porque ellos se han alejado de Él, lo abandonaron y
enseñan una nueva religión que llaman “cristiana” pero que es más bien
“mundana”.
Y bien,
al mundo no le interesa la Santísima Trinidad, qué más da, ¡por eso es mundo!
Pero, lo que nos ha llevado hasta esta situación gravísima en la Iglesia y el
mundo entero, es ese abandono de los principios, de los fundamentos, esa
traición a la doctrina, a la verdad y por lo tanto a la Trinidad, de los
propios católicos. A los católicos les tiene sin cuidado la Santísima Trinidad,
¡por eso se han vuelto en masa liberales!
“El deber
y la necesidad de la Iglesia es de confesar a Dios primero que nada –decía el
cardenal Pie-. Es su deber. Como Cristo que la fundó y mandó, la Iglesia nació
y no vive sino para dar testimonio de la verdad, y en primer lugar, de aquella
en la cual todas las otras tienen su origen y su apoyo”. Y esto está condensado
en el Credo o Símbolo de los Apóstoles.
Decía Pío
XII: “La raíz de los males presentes y de sus funestas consecuencias no está,
como en los tiempos anteriores al cristianismo o en las regiones paganas, en la
invencible ignorancia de los destinos eternos del hombre o de los caminos
reales para conseguirlos, sino más bien en la insensibilidad del espíritu, en
la dejadez de la voluntad y en la frialdad de los corazones… El origen y
persistencia de un estado general que no dudamos en llamar explosivo a cada instante,
debe buscarse en la tibieza religiosa de tantos, en el bajo nivel moral de la
vida pública y privada, en la sistemática obra de intoxicación llevada a cabo
en las almas sencillas, a las que se propina el veneno después de haberlas
narcotizado el sentido de la verdadera libertad”.
Este
enemigo de la fe católica es el que ha suprimido a Dios de la sociedad, ya sea negándolo
abiertamente, ya deformándolo, en todo caso, colocando al hombre en su lugar. ¡De
eso se trata la nueva misa ecuménica, de reunirse en asamblea democrática y
profana, evacuando el misterio de la cruz! Y hacemos mención de esto porque
para muchos parece un tema menor, de poca importancia. Pero se equivocan. No hay nada que dé tanta gloria, una gloria
infinita a la Santísima Trinidad, como el santo Sacrificio de la Misa. Es
el acto supremo de amor de Nuestro Señor, derramando hasta la última gota de su
sangre, acto al cual se une toda la Iglesia. Por eso haber inventado otra misa
que no manifiesta claramente esta gloria debida a la Trinidad por el sacrificio
propiciatorio y de alabanza, sino que lo diluye para acomodarse a los heréticos
protestantes, ha sido la mayor afrenta posible contra Dios y contra el mandato
que dio Nuestro Señor a sus discípulos. “El
demonio no se engaña –dice Mons. Lefebvre- cuando lucha encarnizadamente por hacer desaparecer el sacrificio, pues
sabe que ataca la obra de Nuestro Señor en su centro vital, y que toda forma de
subestimar este sacrificio acarrea la ruina de todo el catolicismo en todos sus
aspectos”. Y decía luego el gran
arzobispo: “La Santísima Trinidad corona todo el año litúrgico. Es, en efecto
el gran misterio por el que se realizan todos los designios de Dios. De Ella
procede todo y todo vuelve a Ella. Nada se explica, se comprende ni subsiste si
la Santísima Trinidad, fuente inagotable y eterna de caridad en la Trinidad
misma y fuera de ella”.
Y bien, entre tantas cosas desfiguradas o suprimidas en el Novus Ordo Missae, se encuentra también la palabra Trinidad. Las dos oraciones del Ordo Missae tradicional, “Suscipe Sancta Trinitas” y “Placeat tibi Sancta Trinitas” desaparecieron en el nuevo misal, al igual que el Prefacio, que fue conservado solamente para el día de la fiesta de la Santísima Trinidad, en lugar de rezarlo, como se hacía hasta la reforma y seguimos haciendo nosotros, todos los domingos del tiempo “durante el año”.
Así pues,
constatamos que a medida que desde dentro de la Iglesia los enemigos derribaban
las barreras contra el poder de las tinieblas e iba cediendo ante los poderes
mundanos, el mundo anticristiano, orgullosamente “libre”, fue esparciendo a su
alrededor la destrucción de las familias y de las patrias, la perdición de las
almas por la entronización del pecado, y finalmente lo estamos viendo ahora, la
ruina total de las sociedades que apostataron de la fe y abrazan la
contranatura. Todo se derrumba. Decía el cardenal Pie: “Dios reinará, pese al
orgulloso estremecimiento de los pueblos. Él reinará; y si no reina por los
beneficios inseparables de su presencia, reinará por las calamidades
inseparables de su ausencia”. “Donde
reinan los impíos, no hay que esperar sino ruinas”, dice el Espíritu Santo,
en los Proverbios, 28,12. ¿No es eso lo que se ve en Roma tras sesenta años de
la nueva teología conciliar?
¿Y qué es
lo peor, sino que los cristianos ni siquiera saben de qué deben tener
nostalgia, puesto que, en medio de su angustia cotidiana, desconocen aquellos
tesoros de los cuales los han privado?
Monseñor
Straubinger explica de este modo sencillo lo que él llamaba “el dulcísimo poema del Amor infinito”, o sea el
misterio de la Trinidad: “El Padre lo hace todo para la gloria de su Hijo, así
como el Hijo todo lo hace siempre (y lo hizo cuando, “habitó entre nosotros”),
para la gloria de su Padre, en virtud del amor que los une a Ambos y que es el
Espíritu Santo”. Pero agrega algo sumamente importante, porque así dicho nos
parecería algo abstracto y lejano: A él, a ese misterio del Amor infinito, a
esa dulce compañía, “somos convocados, no sólo para conocerlo, sino también
para tomar participación, mediante la invitación al banquete de la Sabiduría”.
En definitiva, la Santísima Trinidad es nuestro Dios, Él
es nuestro y nosotros somos suyos, pero nuestro Dios, como es Amor sustancial,
quiere derramar ese amor en sus hijos, quiere hacernos partícipes mediante la
gracia de esa mutua relación de amor que hay entre las tres divinas personas.
Quiere salvarnos, quiere salvar a su Iglesia, y no va a dejar de hacerlo. Y por
eso, y vistas las cosas como se desarrollan actualmente, su intervención
milagrosa se hace esperar, se desea y se avizora. Porque, si repasamos un poco
la historia santa del pueblo elegido, y la historia de la santa Iglesia,
veremos que siempre y cada vez más las intervenciones del Cielo han rescatado su
herencia, de lo que parecía una segura derrota. Porque la Iglesia oficial ya no
aparece ante el mundo corrupto y satánico como un faro que en la noche dirige
el curso de los barcos, sino que, como se ha postulado en las apariciones y
mensajes de la Santísima Virgen en Fátima, y antes en La Sallete, vivimos un
eclipse, un ocultamiento de esa luz de la verdad. Y por eso estos días
presentan en el horizonte nos las luces iluminan, sino las que queman y
destruyen, de los mortíferos explosivos en la guerra que se expande y amenaza
incendiar al mundo entero.
Y por eso hemos podido recordar una vez más y muy a
propósito la formidable y solemne teofanía trinitaria contemplada por la
hermana Lucía de Fátima, el 13 de junio de 1929. Varias coincidencias notables
conciernen a esta fecha, que no vamos a desarrollar acá (aunque de eso nos
ocupamos en un librito nuestro). Pero sí es de notar que, precisamente, es en
esa fecha reciente que Israel acaba de lanzar su ataque a Irán, en una ofensiva
bélica que parece va a incendiar el mundo entero, con sus mesiánicas pretensiones
de construir el “Gran Israel” en Medio Oriente, a fin de disponerle el terreno propicio
a la llegada de su “Mesías”, es decir, el Anticristo. Y no queremos dejar de
llamar la atención que, si todo esto está ocurriendo, es porque se están
cumpliendo las profecías que nos dio Nuestra Señora en Fátima, y esto debido a
que no se cumplieron sus pedidos. No sólo en lo concerniente a lo que hizo
explicito como voluntad de Dios de establecer en todo el mundo la devoción a su
Corazón Inmaculado con la comunión reparadora de los cinco primeros sábados, y
el rezo del santo rosario. Además, otro 13 de junio, en 1929, el Cielo dio a
conocer, en una solemne teofanía trinitaria, su voluntad de que Rusia fuese
consagrada al Corazón Inmaculado de María. Recordemos que este pedido había
sido anticipado por la Virgen el 13 de julio de 1917. Un autor asemeja esta
formidable aparición –nada menos que de la Trinidad- con la aparición
que derribó a Saulo en el camino de Damasco para hacerlo, desde ese día, el Pablo
Apóstol de las naciones. Y puede decirse que Rusia, de perseguidora que fue de
la Iglesia, pasaría a ocupar ese papel de
Apóstol para rescatar a Europa de su actual mortal agonía.
Veamos
cómo relata la hermana Lucía este hecho extraordinario, único en la historia de
la Iglesia, y de alcance universal:
Rusia 1929. Nuestro Señor pide la consagración.
El R. P. Gonçalves vino varias veces a confesar en
nuestra capilla. Me confesé con él y, como me entendía bien con él, continué
haciéndolo durante todos los años que permaneció aquí como superior.
Fue en esa época cuando Nuestro Señor me avisó que
había llegado el momento en que debía dar a conocer a la santa Iglesia su deseo
de la consagración de Rusia y su promesa de convertirla... La comunicación se
produjo así:
(13 de junio de 1929) Había pedido y obtenido permiso de mis superioras
y de mi confesor para hacer una hora santa de 11 a 12 de la noche, en la noche
del jueves al viernes de cada semana.
Estando sola una noche, me arrodillé cerca de la
balaustrada, en medio de la capilla, para recitar, postrada, las oraciones del
Ángel. Sintiéndome cansada, me incorporé y comencé a recitarlas con los brazos
en cruz. La única luz era la de la lámpara. De pronto, toda la capilla se
iluminó con una luz sobrenatural.
Sobre el altar apareció una cruz de luz que se
elevaba hasta el techo. En una luz más clara, en la parte superior de la cruz,
se veía una figura de un Hombre con el cuerpo transparente como cristal, que
parecía una luz. En su pecho había una paloma, también luminosa, y clavado en
la cruz, el cuerpo de otro Hombre. Un poco más abajo de la cintura de este
último, suspendida en el aire, se encontraba una gran Hostia sobre la cual
caían algunas gotas de sangre del rostro del Crucificado y de una herida en el
pecho. Esas gotas resbalaban sobre la Hostia y caían en un Cáliz. Bajo el brazo
derecho de la cruz se hallaba la Virgen María, con su Corazón Inmaculado en la
mano (era Nuestra Señora de Fátima, con su Corazón Inmaculado... en la mano
izquierda, sin espada ni rosas, pero con una corona de espinas). Bajo el brazo
izquierdo de la cruz, grandes letras, como si fueran de cristal que fluyera
sobre el altar, formaban estas palabras: «Gracia y Misericordia»
Se me mostró el misterio de la Santísima Trinidad,
y recibí luces sobre este misterio que no me es permitido revelar.
Después, la Virgen me dijo:
Ha llegado el momento en que Dios pide al Santo
Padre, en unión con todos los obispos del mundo, la consagración de Rusia a mi
Corazón Inmaculado, prometiendo salvarla por este medio. Son tan numerosas las
almas que la justicia de Dios condena por los pecados cometidos contra mí, que
vengo a pedir reparación. Sacrifícate por esta intención y ora.
Informé de esto a mi
confesor, quien me ordenó escribir lo que Nuestro Señor quería que se hiciera.
En las dos cartas que dirigió en mayo de 1930 al P.
Gonçalves, su confesor, la vidente expresó las peticiones del Cielo uniendo
estrechamente la devoción reparadora de los primeros cinco sábados con la
consagración de Rusia:
Dios promete poner fin a la persecución en Rusia si
el Santo Padre se digna, y ordena a los obispos del mundo católico realizar
también un acto solemne y público de reparación y de consagración de Rusia a
los santísimos Corazones de Jesús y de María, y si Su Santidad promete, a
cambio del fin de esta persecución, aprobar y recomendar la práctica de la
devoción reparadora mencionada anteriormente.
Un
estudio sobre Fátima nos proporciona la esencial enseñanza vertida en esta
aparición: Esta teofanía nos presenta el
encadenamiento en cascada de todas las mediaciones dispuestas por nuestro Padre
del Cielo para comunicarnos su Gracia y su Misericordia:1) Mediación de Cristo,
nuestro Salvador crucificado por nuestra redención;2) Mediación eucarística de
su Cuerpo y de su Sangre, ofrecidos en sacrificio sobre el altar y propuestos
como alimento y bebida de comunión salvífica;3) Mediación de esta Agua cristalina
del Espíritu Santo comunicada, que por el bautismo nos santifica y nos limpia
del pecado;4) Mediación, por tanto, de la Iglesia, que nos prodiga estos bienes
por el ministerio de los sacerdotes, actuando en nombre de Cristo y ejerciendo
sus poderes.
Y, nueva maravilla: a esta doble mediación del Hijo
de Dios Salvador y de su Espíritu Santo obrando por la Iglesia, se añade
misteriosamente la mediación universal
de María, Madre de Gracia y de Misericordia.
Si la Santísima Trinidad quiere que el país más grande
del mundo sea consagrado expresamente por el papa y los obispos a la Santísima
Virgen, a su Corazón Doloroso e Inmaculado, es porque por un lado a la Madre de
Dios le está destinada un reconocimiento público y glorioso como nunca se vio
antes, y luego porque el suyo es un corazón de madre y es Madre de Cristo-Dios, pero por eso y porque
es Corredentora y Mediadora de toda la gracias, y nos fue dada como Madre en el
Calvario, pues es ella quien, en el dolor, da a luz a la vida divina, y
esto lo vemos en el Apocalipsis, entonces Dios quiere que quede absolutamente
patente este papel de Nuestra Señora. Y de ningún modo mejor puede quedar claro
que con la milagrosa conversión de toda una nación al catolicismo.
Esta teofanía nos muestra que María es verdaderamente nuestra Madre del
Cielo, de la cual tenemos nuestra vida en el orden sobrenatural, pues es
por Ella, y nunca sin Ella, que el Padre del
Cielo, que es la fuente, y Jesús nuestro Salvador, que nos la ha querido dar,
desean comunicarnos Su gracia.
Veamos lo que dijo San Pío X: "¿No es María la
Madre de Dios? Entonces es también nuestra Madre. En el seno de la Virgen,
Jesús tomó una carne mortal; y ahí mismo se unió un cuerpo espiritual, formado
por todos aquellos que debían creer en Él. De tal manera que, llevándonos en su
seno, María llevaba también a todos aquellos cuya vida iba a ser regenerada por
el Salvador. Todos nosotros, pues, que unidos a Cristo somos, como dice el
Apóstol, miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos, salimos del seno
de María, unidos a nuestra Cabeza. Si, entonces, la bienaventurada Virgen es a
la vez Madre de Dios y de los hombres, ¿no tiene fuerza junto a su Hijo, Cabeza
del Cuerpo de la Iglesia, para derramar sobre todos sus miembros los dones de
su gracia, especialmente el de conocerle y vivir en Él?".
Para no adelantarse a las
declaraciones solemnes del Magisterio, la Virgen
María nunca se declaró en Fátima como
“la Mediadora de todas las gracias”, pero todo su mensaje lo implica claramente. Ha llegado la hora en que corresponde a la Iglesia jerárquica,
que ha recibido en depósito el tesoro de la divina Revelación, de proclamar la gloria de la Virgen Inmaculada,
y presentarla al mundo con autoridad, en nombre de Cristo, como Mediadora de la Gracia y de la Misericordia,
para todas las almas y todas las naciones, para la Iglesia y para la
cristiandad.
Dios quiere establecer en el mundo la devoción al
Corazón Inmaculado de María; es sólo
por Ella que podemos ser
salvados de los terribles peligros que nos amenazan, tanto del infierno
eterno, como del infierno temporal del globalismo y su Agenda 2030, de la cual
tuvimos un anticipo con los confinamientos sanitarios que se nos impusieron. Es
a la luz de este horizonte tiránico, horroroso, anticrístico, que se avizora, que
debe entenderse la gran promesa divina de presentar a la Santísima Virgen María como el último recurso, la última tabla de salvación.
Nos corresponde a nosotros obedecer a sus
peticiones, honrarla con la más tierna, profunda y esclarecida veneración, y
luchar por el pronto triunfo de su Inmaculado Corazón. Esa es la forma también
de, junto con Ella, en Cristo, con Cristo y por Cristo, servir y adorar a la
Santísima Trinidad.
¡Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo!
Ave María Purísima, sin pecado concebida.
P. FLAVIO MATEOS, SAJM.