Nuestro
pasado nos aguarda para crear el porvenir. El porvenir perdido lo volveremos a
hallar en el pasado. La historia señala el porvenir. En el pasado está la
huella de los ideales que íbamos a realizar dentro de diez mil años. El pasado
español es una procesión que abandonamos, los más de nosotros, para seguir con
los ojos las de países extranjeros o para soñar con un orden natural de
formaciones revolucionarias, en que los analfabetos y los desconocidos se
pusieran a guiar a los hombres de rango y de cultura. Pero la antigua procesión
no ha cesado del todo. Aún nos aguarda. Por su camino avanzan los muertos y los
vivos. Llevan por estandartes las glorias nacionales. Y nuestra vida verdadera,
en cuanto posible en este mundo, consiste en volver a entrar en fila. “¿Decíamos
ayer?...” Precisamente. De lo que se trata es de recordar con precisión lo que
decíamos ayer, cuando teníamos algo que decir. Esta precisión, en general, sólo
la alcanzan los poetas. Si tenemos razón los españoles historicistas, han de
venir en auxilio nuestro los poetas. Si la plenitud de la vida de los españoles
y de los hispánicos está en la Hispanidad y de la Hispanidad en el recobro de
su conciencia histórica, tendrán que surgir los poetas que nos orienten con sus
palabras mágicas.
¿Acaso no
fue un poeta el que asoció por vez primera las tres palabras de Dios, Patria y
Rey? La divisa fue, sin embargo, insuperable, aunque tampoco lo era inferior la
que decía: Dios, Patria, Fueros, Rey. Nuestros guerreros de la Edad Media
crearon otra que fue talismán de la victoria: «¡Santiago y cierra España!». En
el siglo XVI pudo crearse, como lema del esfuerzo hispánico, la de: «La fe y
las obras». Era la puerta del reino de los Cielos. ¿No podría fundarse en ella
el acceso a la ciudadanía, el día en que deje de creerse en los derechos
políticos del hombre natural? Los caballeros de la Hispanidad tendrían que
forjarse su propia divisa. Para ello pido el auxilio de los poetas. Las palabras
mágicas están todavía por decir. Los conceptos, en cambio, pueden darse ya por
conocidos: servicio, jerarquía y hermandad, el lema antagónico al
revolucionario de libertad, igualdad, fraternidad. Hemos de proponernos una
obra de servicio. Para hacerla efectiva nos hemos de insertar en alguna
organización jerárquica. Y la finalidad del servicio y de la jerarquía no ha de
consistir únicamente en acrecentar el valer de algunos hombres, sino que ha de
aumentar la caridad, la hermandad entre los humanos.
El
servicio es la virtud aristocrática por excelencia. Ich dien, yo sirvo, dice en tudesco el escudo de los reyes de
Inglaterra. El de los Papas dice más: Servus
servorum, siervo de los siervos. Es el lema de toda alma distinguida. Si se
le contrapone al de libertad se observará que el de servicio incluye la
libertad, porque libremente se adopta como lema, pero el de libertad no incluye
el de servicio: “Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”, dice el
Satán de Milton. La jerarquía es la condición de la eficacia, lo específico de
la civilización, lo genérico de la vida, que parece aborrecer toda igualdad.
Toda obra social implica división del trabajo: gobernantes y gobernados,
caudillos y secuaces. Disciplina y jerarquía son palabras sinónimas. La
jerarquía legítima es la que se funda en el servicio. Jerarquía y servicio son
los lemas de toda aristocracia. Una aristocracia hispánica ha de añadir a su
lema el de hermandad. Los grandes españoles fueron los paladines de la
hermandad humana. Frente a los judíos, que se consideraban el pueblo elegido,
frente a los pueblos nórdicos de Europa, que se juzgaban los predestinados para
la salvación, San Francisco Javier estaba cierto de que podían ir al Cielo los
hijos de la India, y no sólo los brahmanes orgullosos, sino también, y sobre
todo, los parias intocables.
Esta es
una idea que ningún otro pueblo ha sentido con tanta fuerza como el nuestro. Y
como creo en la Humanidad, como abrigo la fe de que todo el género humano debe
acabar por constituir una sola familia, estimo necesario que la Hispanidad
crezca y florezca y persevere en su ser y en sus caracteres esenciales, porque
sólo ella ha demostrado vocación para servir este ideal.
Defensa de la Hispanidad, Ramiro
de Maeztu.