Por LUIS
ALVAREZ PRIMO
Las delegaciones rusa y ucraniana se
reunieron el lunes 2 de junio 2025 en Estambul para realizar una segunda ronda
de negociaciones que duró poco más que una hora. Se intercambiaron memorándums
de condiciones para la paz. Rusia exigiendo lo ya conocido: la neutralidad de
Ucrania, la desmilitarización y desnazificación del régimen de Zelensky, el
reconocimiento de las 4 regiones de raigambre rusa recuperadas, el respeto a la
identidad cultural de la población rusa en Ucrania y la realización de elecciones
que legitimen a un nuevo gobierno en Ucrania. La delegación de Ucrania presentó
una lista de 22 puntos, delirantes en tanto que niegan la realidad de su
derrota, el primero de todos, por ejemplo, un cese del fuego durante treinta
días, que servirían a la OTAN para rearmar a las Fuerzas Armadas de Ucrania,
hoy ya al borde del colapso. Rusia ofreció la repatriación de 6.000 cadáveres
congelados de soldados ucranianos y un cese del fuego de dos o tres días para
recoger y entregar a Zelensky cientos de soldados ucranianos muertos, en estado
de descomposición en el campo de batalla, para que tengan digna sepultura por
parte de sus deudos en Ucrania. También, nuevamente, se intercambiarían
prisioneros y heridos (muchos ucranianos a cambio de unos pocos rusos).
La distinción y elegancia de los
diplomáticos rusos liderados por el asesor del Kremlin, Vladimir Medinski,
mostraba un inocultable contraste con los ucranianos, algunos vestidos de
fajina militar o una camisola negra en el caso de Rustem Umérov, de origen
tártaro o, más bien, presumiblemente jázaro, a juzgar por su prominente nariz
aguileña.
A poco de terminar la reunión en Estambul se
conoció el sofisticado ataque militar ucraniano con cientos de drones en el
interior profundo de Rusia: sólo tuvo éxito en Murmansk y en Irkutsk, dos de
las cuatro bases de aviones estratégicos (es decir, con capacidad para
transportar cargas nucleares) atacadas. El golpe militar de marras, preparado
aparentemente durante más de un año con los agentes de la OTAN (MI6/CIA),
destruyó 10 aviones Tupolev. No cuarenta como declararon los ucranianos en su
afán de asestar un golpe propagandístico que les permita conseguir nuevos
fondos y pertrechos militares de los belicistas estadounidenses y de la Unión
Europea. Trump, aunque disimuladamente, dio a entender que estuvo al tanto del
operativo, tal como Biden en su momento, quien, no pudiendo con su
incontinencia verbal, anticipó el ataque al gasoducto North Stream II. Trump, el pacificador con aspiraciones al
premio Nobel de la Paz, para desilusión de muchos, ha sido cooptado por los
belicistas de la calaña del criminal senador Lindsey Graham, quienes buscan
continuar la guerra con Rusia sacrificando “hasta el último ucraniano”. Así, el
coronel MacGregor ha dicho que, a esta altura de su gestión de gobierno, Donald
J. Trump se ha vuelto “irrelevante”. Los diplomáticos rusos, y el mismo Putin
parece que quisieran rescatarlo para un proceso de negociación y entendimiento.
No obstante, el ejército de la Federación de Rusia acelera su avance de
estación seca hacia la importante ciudad de Sumy, siguiendo su implacable
estrategia de guerra de desgaste (attrition
war).
El gobierno de Putin, prolijo y puntilloso,
actuando siempre conforme a derecho, nunca ataca objetivos civiles ucranianos,
lo cual marca otro serio contraste con las fuerzas militares del cocainómano
Zelensky y sus compinches de la OTAN, quienes no cejan en sus ataques
terroristas a objetivos civiles rusos: por ejemplo, a pocas horas de comenzar
la negociación en Estambul, dinamitaron un puente en Bryansk, lo que provocó el
descarrilamiento de un convoy ferroviario, causando 7 muertos y 113 heridos
civiles.
Según la nueva doctrina nuclear rusa, el
ataque de la OTAN a las bases estratégicas rusas, habilita al gobierno ruso a
una respuesta nuclear, pero Rusia no entrará en ese juego, aunque, en efecto,
replicará duramente y avanzará en la consecución de sus objetivos. Mientras
tanto, la OTAN y Zelensky en su desesperación continúan con sus ataques
terroristas: hoy infructuosamente, por tercera vez, contra el puente de Crimea.
El colectivo occidental angloestadounidense
en particular, y el europeo en general, está dominado por la hybris, la desmesura, la sinrazón, el
frenesí del dinero, del poder y del placer. La decadencia cultural y social de
sus incultas clases dirigentes occidentales, infectadas por el virus
secularizante del liberalismo judeomasónico, les ha comido el cerebro y el
corazón. Ya nada saben ni quieren saber sobre la belleza del logos de la ley moral.
Todo en ellos es hipocresía, vulgaridad, y violencia totalitaria.
Contrariamente, Rusia renace y se manifiesta como un faro: de la mano de
Vladimir Putin, el estadista más importante de nuestro tiempo, muestra un
contraste que devuelve la esperanza cristiana. No será la “civitas caelestis” pero pareciera aspirar a serlo: el respeto por
el orden natural y sobrenatural se puede apreciar aún en los actos protocolares
más sencillos. Hace unos días la viuda de Shinzo Abe, el distinguido primer
ministro japonés asesinado vilmente hace unos años, fue recibida con una
calidez y, me atrevería a decir, con una caridad pocas veces vista. Akie,
típica mujer japonesa educada, aunque visiblemente emocionada, pudo contener
sus lágrimas. El automóvil del presidente Putin estuvo al servicio de la
visitante para llevarla entre otros lugares al Teatro Bolshoi.