Prefacio
al libro EXPLICATION LITTÉRALE DU TEXTE DE L’APOCALYPSE (Explicación literal del texto del Apocalipsis),
en siete tomos, Editions Saint remi 2024, del Padre Pierre-Joseph Picot de
Cloriviere (1735-1820)
San
Jerónimo, en su epístola a San Paulino, ha hecho en pocas palabras el elogio
más completo del libro del Apocalipsis, cuando dijo que este libro contenía
tantos misterios como palabras; que estaba por encima de todo elogio, y que
incluso en cada una de sus palabras se encerraba una multitud de sentidos. Apocalypsis Joannis tot habet sacramenta, quot verba.
Parum dixi, et pro merito voluminis laus omnis inferior est. In verbis
singulis multiplices latent intelligentiae. [“El Apocalipsis de Juan contiene
tantos misterios como palabras. He dicho poco, y todo elogio queda por debajo
del mérito de este libro. En cada una de sus palabras se ocultan múltiples
inteligencias]. Todos los escritores católicos suscriben
unánimemente este elogio de San Jerónimo.
Me
parecería poco conveniente, después de esto, extenderme en alabanzas del
Apocalipsis. Nada de lo que pudiera decir añadiría algo al testimonio unánime
de los santos Doctores y de los intérpretes de los Libros Sagrados, sobre todo
desde que la Santa Iglesia ha colocado solemnemente este libro en el Canon de
las Escrituras.
No puede
dudarse de que San Juan, el Discípulo amado, sea su autor; el mismo libro lo
indica expresamente, y la Iglesia siempre lo ha reconocido como tal. Pero el
primero y principal autor de este libro divino es el mismo Jesucristo en su
estado glorioso; es el Espíritu Santo quien, mediante signos misteriosos, nos
habla en el Apocalipsis, y lo hace, me parece, de un modo tanto más inmediato
cuanto más santo y más estrechamente unido a Él era el órgano del que se
sirvió. Es el Discípulo amado del Salvador, el Apóstol del divino Amor, San
Juan, en su extrema vejez, cuando se hallaba en el más alto grado de santidad,
y cuando, después de haber salido aún más sano de la caldera de aceite
hirviendo en la que había sido arrojado por la causa de Jesucristo, podía
considerársele más bien como un ciudadano del Cielo que como un habitante de la
tierra.
San Juan
escribió su Apocalipsis en el decimocuarto y penúltimo año del imperio de
Domiciano, el año 97 de Jesucristo, según San Jerónimo, Eusebio, Baronio y
varios otros; veinticinco años después de la ruina total de Jerusalén por Tito,
y dos años antes de escribir su Evangelio. Lo compuso en griego, lengua natural
de los Obispos, a quienes el Apocalipsis está dirigido. No se puede, por lo
demás, dudar de ello cuando se considera el uso que hace el Apóstol del Alfa y
la Omega, la primera y la última letra del alfabeto griego.
En cuanto al objeto principal del libro del Apocalipsis, cualesquiera que hayan sido al respecto las opiniones de los comentaristas, el sentir de los Padres y de los Doctores, y el mismo de la Iglesia, es considerar este libro como la historia profética de la Iglesia de Jesucristo desde su establecimiento hasta el fin de los siglos. Son palabras mismas de San Agustín: Liber Apocalypsis totum hoc tempus complectitur, quod a primo adventu Christi usque ad finem, quo erit secundus ejus adventus, excurrit. [El libro del Apocalypsis abraza todo este período de tiempo, que va de la primera venida de Cristo hasta el fin, cuando será su segunda venida]. Este sentimiento es lo que me ha guiado en la explicación que doy de este libro; y aunque no ignoro que este libro misterioso pudo también haber tenido otros objetos en la intención del autor sagrado, me adhiero casi únicamente al sentido alegórico, que mira a la historia de la Iglesia, como al sentido literal que el autor tenía principalmente en vista. No es afirmar nada contrario a este sentir decir que el santo Apóstol se propuso al mismo tiempo corregir y perfeccionar las costumbres de los cristianos, y refutar los dogmas impíos que Ebión y Corinto sembraban entonces entre los fieles, e incluso todas las herejías que debían surgir con el correr de los siglos.



















