“La
mediocridad es una afección que nunca ha dejado en plena paz al género humano.
La traidora enfermedad se apodera, desde que aparece el hombre en este mundo,
de buena parte de sus miembros y extiende sus brazos con anhelos de abarcarlo
todo a través de las capas sociales y de las fronteras que dividirían a la
sociedad humana en el curso de su crecimiento. Su reinado no es nuevo,
ciertamente; pero también es cierto que en ninguna época había, como ahora,
adquirido caracteres endémicos y moralmente universales, reinando, como ahora,
con trágica normalidad. Porque jamás, había tampoco adquirido como ahora
preponderancia tan abierta el elemento material de nuestro ser a costa del
espíritu; en ninguna época se había manifestado como ahora tan apremiante la
inclinación a descender que ha dejado en nosotros el pecado original; nunca
había sido tan pleno el triunfo del individuo sobre la persona; nunca había
sido tan poderosa, tan irresistible, la tendencia niveladora que aparece ya en
el Paraíso terrenal representada en la serpiente envidiosa de la felicidad del
hombre, que es la confluencia, el remate, el coronamiento, la síntesis de la
mediocridad y que quiere suprimir cuanto de noble y de excelso hay en este
mundo.
Las
ansias niveladoras lo abarcan todo.
Se
manifiestan en el orden religioso por la revolución luterano-calvinista que
abomina de la infalibilidad doctrinal de la iglesia -superioridad teórica- y
desconoce su jerarquía divinamente constituida -superioridad práctica- afirmando
que cada cual puede interpretar a su manera, con igual fundamento, los libros
sagrados, y que todos los hombres son, o pueden ser, igualmente, sacerdotes.
En
el orden filosófico-científico, el heraldo nivelador es Descartes cuando coloca
como base de su construcción el cogito
ergo sum, receta al alcance de todos los intelectos, y cuando sostiene el derecho
individual de cualquier hombre a construir sobre esa base su edificio
filosófico, ayudado del método nivelador, sin tomar en cuenta para nada las conquistas
de la tradición.
Al
último, para coronar la obra, aparece el Liberalismo trasladando al orden
práctico el nivelamiento que había realizado ya su obra funesta en los dominios
de lo sobrenatural y de la especulación científica; desconoce las jerarquías
sociales y los derechos de los hombres a formar sociedades profesionales
-diversificadoras necesariamente- y establece el monstruoso sufragio universal
con el cual queda establecido el patrón único para los miembros de la sociedad:
todos serán unidades numéricas de igual valor que no tendrán el más mínimo
derecho a hacer valer sus excelencias cualitativas, capaces de diferenciar
-¡horror!- a los hombres entre sí.
Nivelación
aplastante, no atrayente, y por eso mediocridad pura. Y porque el mundo moderno
o es protestante, o cartesiano, o liberal, es un mundo esencialmente mediocre,
es el mundo de la mediocridad”.
Padre Osvaldo Lira