Por
AUGUSTO ESPINDOLA
Si hay
algo que estos tiempos nos pueden dejar de enseñanza dentro de lo terrible de
la situación que vivimos, es que, tanto en la plandemia como en el circo
democrático actual, quedó absolutamente claro que había muchos de los que
estaban entre nosotros pero no eran de los nuestros.
No es
ningún descubrimiento el acertado dicho popular que reza que “todos son machos
hasta que suena el primer disparo”. Pero los otroras cruzados de las redes
sociales y de tertulias de salón, lejos de quedarse solamente agazapados bajo
la mesa, salen a justificar su nuevo status con argumentos que el peor de los
sofistas en la época de Platón se hubiera sentido avergonzado de utilizar.
Si la
desesperación es mala consejera en cuestiones políticas, mucho peor es el miedo
exacerbado. Y si hay dos características que podemos señalar como distintivas
en estos tiempos, son la hipocresía y la cobardía. Y los cobardes ahora son más
hipócritas que nunca, y si ahora usan pañales para evitar que se haga patente
la consecuencia de sus actitudes eunucas, sabrán argumentar “científicamente”
los beneficios prácticos que brindan dichas “prendas” en tiempos en los que es
preferible estar prevenidos, resaltando las virtudes del “hombre prudente
y precavido”.
Y los
justificadores que se rejustifican y contrajustifican cambiando sus discursos
originales sin retractarse de los primigenios, no solo omiten mencionar dichas
posturas anteriores sino que aspiran a que sus oyentes pretendan no haber
escuchado algo diferente de sus propias bocas no mucho tiempo atrás.
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