Por JORGE KAPLAN
De cara a
las próximas elecciones, hay un solo Partido en Argentina. Por lo menos desde
el regreso de la “Democracy” lo ha habido. Con su primera figura tutelar, el
masón Raúl Ricardo Alfonsín, y otros hermanos de las logias que lo han
continuado en la Casa Rosada. Y esas logias “discretas”, vaya si hay que
saberlo, trabajan para Ellos: los “peatones del Mar Rojo” o la “Bestia
escarlata” del Apocalipsis. La “Sinagoga de Satanás”.
Hay
diferencias de criterios, de puntos de vista, de intereses privados. Hay diferencias
gestuales, diferencias auténticas y diferencias artificiales. Porque debe haber
diferencias, en un mercado de oferta y demanda política. Unos son más
moderados, otros más extremos. Es lo que pasa en Israel entre la “izquierda” y
la “derecha”. Con Netanyahu ganó la derecha ultraliberal y belicista que quiere
apurar la supremacía mundial judía. En Argentina la izquierda kirchnerista
apoya pero siempre con alguna que otra reticencia, con alguna doblez o
inconformidad debido al mejunje que conforma su espacio político, verdadera
“bolsa de gatos”. Del otro lado aparece la derecha liberal, que triunfó antes
con Macri –quien fue el encargado de lograr que viniese por primera vez a la
Argentina un premier israelí, el mismo Netanyahu- y ahora jugó con dos
candidatos, del cual ha quedado para el match final Javier Milei. Pero, ¿Milei
o Mileikowsky?
Parece
que nadie lo ha notado, pero Mileikowsky
es el verdadero apellido de Benjamin Netanyahu. Y de Mileikowsky a llamarse
Milei, hay solo un paso. Eso parece ser lo que ha hecho el candidato de “La
Libertad avanza”, que tiene muchas cosas en común (además del apellido, de
comprobarse) con el actual genocida israelí (que no israelita).
Milei, el
“Peluca”, ha hecho siempre constar su explícito apoyo a Israel (y EE.UU.), ha
dicho que tiene su rabino que lo asesora, ha manifestado que estudia la Torá,
ha viajado a Nueva York a visitar la tumba del “Rebe” quien fue el máximo líder
de Jabad Lubavitch y, aunque fue bautizado católico, ha manifestado su
intención de apostatar para convertirse prontamente al judaísmo. Como si fuera
poco, ha elegido al león como emblema identificatorio, y el león es lo que
identifica en su escudo a la ciudad de Jerusalén. También ha afirmado Milei su
intención de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, en lugar de Tel
Aviv, lo que reafirmaría la condición absolutamente judía de la ciudad. Y ha
dicho que Israel sería el primer país que visitaría si fuese presidente. Pero
todavía Milei ha ido más allá, mostrando en una gran pantalla, en uno de sus
últimos actos de campaña, el toque de un sofar o trompeta ritual judía. Y ha
publicado en las redes sociales un afiche en hebreo. Y, todavía peor, ha
mostrado imágenes de destrucción horrorosas, a partir de terribles bombas, en
una filmación en su cierre de campaña. ¡Oh! Casualmente es lo que está haciendo
en estos momentos su pariente Netanyahu en Gaza: pura y absoluta destrucción (y
eso que Netanyahu es arquitecto, diría alguien en chanza).
Por si no
faltara más, Milei ha hecho públicamente apología de la usura, afirmando que los
usureros son héroes. Desde luego, muy lógico viniendo de alguien de su condición.
Ah, sí, pero
lo chistoso (digámoslo así) de todo esto es que hay supuestos nacionalistas,
católicos y “batalladores culturales” que han apoyado entusiastamente la
campaña de este personaje, y nos aseguran que caeremos en pecado si no vamos a
votarlo. ¡Zambomba!
Pero
llama a atención también -¿de verdad?- que los mesurados progres que abominan
de este personaje por su violencia declarativa y gestual, salen a apoyar a su
“pariente” que está llevando a cabo una destrucción horrorosa en la franja de
Gaza. O por lo menos callan sus bocas. Por supuesto, todos están preocupados en
combatir el “antisemitismo”, así que mejor obedecer y fermer la bouche.
Ainda mais, un detalle que cierra
toda esta paródica y monstruosa situación, que en nuestras tierras tiene un
tinte grotesco o cachivachesco, pero francamente vomitivo. Milei (o
Mileikowsky), que no es afecto al matrimonio ni la vida familiar, sino al “sexo
tántrico”, se ha emparejado recientemente con una hembra que es bailarina y vedette
la cual de por sí blasfema al entregarse a toda clase de impudicias y acciones
lascivas a través de mentores como Sofovich (en su época) o Tinelli, entre
tantos corruptores mediáticos, haciéndose llamar “artísticamente” como Fátima
(y explícitamente, sí, por la Virgen de Fátima). Nada menos. Y, para colmo, la
tal “artista” nació un día 3 de febrero, es decir, aniversario de la infausta Batalla
de Caseros donde la Patria fue derrotada por la masonería anglo-brasileña. País
paródico, si los hay, la tal “Fátima” Florez cobró notoriedad por imitar
cómicamente a Cristina Kirchner, que merced a sus incontables cirugías, tics y
guarangadas mediáticas, es en sí misma una parodia. Por lo tanto, esta otra
mujer, parodia de parodia, podría ser la parodiante “primera dama” de un país
convertido en parodia.
Aunque
todo indica que el ganador del show democrático resultará el corrupto Sergio Massa,
prototipo del político servil a los intereses globalistas, hombre de confianza
de Soros, que no incurre por el momento en los excesos y demencias que
protagoniza el ultra-sionista Mileikowsky. Habrá entonces menos pan y también
menos circo. Pero la destrucción ha de continuar, por supuesto, quizás menos
acelerada.
Cuando un
país deja de ser cristiano y se vuelve maradoniano, eso es lo que ocurre. Un “triste
y solitario final”, merecido, se avizora en el horizonte.
No sé a
Ud. amigo lector, pero a mí se me hace que si no es por el triunfo prometido
por Nuestra Señora de Fátima, esto no tiene remedio ni vuelta atrás. Por lo
menos que ese momento nos encuentre en actitud digna, resistiendo de pie, sin
una entrada al circo (o al Coliseo) en nuestra mano. Si tenemos que ir al
Coliseo, Dios permita que estemos en la arena, frente a los leones, y no en las
gradas, siendo “soberanos” espectadores del bochornoso show democrático,
producido por la masonería. Si van a destruir a la Argentina, que antes tengan
que destruirnos a quienes aún la amamos. Porque “Dios no nos pide que venzamos,
sino que no nos dejemos vencer”. Y no dejarse vencer, es ya haber vencido.