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La
democracia no es procedimiento electoral, como lo imaginan católicos cándidos;
ni régimen político, como lo pensó la burguesía hegemónica del siglo pasado; ni
estructura social, como lo enseña la doctrina norteamericana; ni organización
económica, como lo exige la tesis comunista. La democracia es una religión
antropoteísta. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el
cual el hombre asume al hombre como Dios. Su doctrina es una teología del
hombre Dios, su práctica es la realización del principio en comportamientos, en
instituciones, y en obras.
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La
democracia pretende secularizar la sociedad y el mundo. Su fervor irreligioso,
y su recato laico, proyectan limpiar las almas de todo excremento místico.
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El
ateísmo democrático es teología de un Dios inmanente.
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Para la
democracia individualista y liberal, la volición del hombre es libre de
obligaciones internas, pero sin derecho de apelar a instancias superiores
contra las normas populares, contra la ley formalmente promulgada, o contra el
precio impersonalmente establecido. El demócrata individualista no puede declarar
que una norma es falsa, sino que anhela otra; ni que una ley no es justa, sino
que quiere otra; ni que un precio es absurdo, sino que otro le conviene. La
justicia, en una democracia individualista y liberal, es lo que existe en
cualquier momento.
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El demócrata
rechaza el peso del pasado, y no acepta el riesgo del futuro. Su voluntad pretende
borrar la historia pretérita, y labrar, sin trabas, la historia venidera.
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Pero la
transformación de la democracia liberal e individualista en democracia colectiva
y despótica, no quebranta el propósito democrático, ni adultera los fines
prometidos. La primera forma contiene y lleva la segunda, como una prolongación
histórica posible, y como una consecuencia teórica necesaria.
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Se
acostumbra pregonar derechos para poder violar deberes.
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Ningún
político puede decir la verdad donde un electorado escucha atento.
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La
libertad embriaga al hombre como símbolo de independencia de Dios.
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Es tan
sólo mientras predominan en la conducta del individuo los elementos anti-democráticos
que las democracias no culminan en despotismo.
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Entre los
elegidos por el sufragio popular sólo son respetables los imbéciles, porque el
hombre inteligente tuvo que mentir para ser elegido.
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Cuando
los elegidos en una elección popular no pertenecen a los estratos
intelectuales, morales, sociales, más bajos de la nación, podemos asegurar que
subrepticios mecanismos anti-democráticos han interferido el funcionamiento
normal del sufragio.
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Aun los gobernantes
más austeros acaban asistiendo al circo para complacer a la muchedumbre.
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Soberanía
del pueblo no significa consenso popular, sino atropello por una mayoría.
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El
político nunca dice lo que cree cierto, sino lo que juzga eficaz.
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Cambiar
un gobierno democrático por otro gobierno democrático se reduce a cambiar los
beneficiarios del saqueo.
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Hay que
repetirlo y repetirlo: la esencia de la democracia es la creencia en la
soberanía de la voluntad humana.
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El
gobernante en mangas de camisa primero entusiasma al pueblo, después hasta al
populacho asquea.
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La
democracia ignora la diferencia entre verdades y errores; sólo distingue entre
opiniones populares y opiniones impopulares.
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La
desigualdad injusta no se cura con igualdad, sino con desigualdad justa.
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Sometido
a la prédica democrática, el pueblo pierde sus virtudes propias, sin adquirir
las de la clase que envidia.
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Esencialmente,
la democracia es relativismo axiológico; la reacción, objetivismo axiológico.
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La
popularidad de un gobernante, en una democracia, es proporcional a su
vulgaridad.
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El estado
democrático es la herramienta por medio de la cual las mayorías primero oprimen
a las minorías, y después se oprimen a sí mismas.
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Un
sufragio electoral severamente restringido es el único compatible con la
civilización.
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Hasta la
práctica democrática se soporta mejor que el “espíritu democrático”.
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Una
burocracia le resulta al pueblo siempre finalmente más costosa que una clase
alta.
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Si no se
quiere ser conformista no se debe ser progresista.
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No sólo
el precio del progreso es excesivo: la mayoría de los progresos son
desagradables o pueriles.
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Las
democracias tiranizan preferentemente por medio del poder judicial.
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Un
sistema electoral decente sería aquel que declarase sólo elegibles a los que se
niegan a solicitar que los elijan.
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En las
democracias, los partidos políticos, al principio, son la consecuencia de un
programa: los programas después son pretextos del partido.
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El
elector ni siquiera vota por lo que quiere, tan sólo vota por lo que cree
querer.
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Los
panegíricos de la democracia son apologías de la envidia.
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Mientras
más graves sean los problemas, mayor es el número de ineptos que la democracia
llama a resolverlos.
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La causa
de las estupideces democráticas es la confianza en el ciudadano anónimo; y la
causa de sus crímenes es la confianza del ciudadano anónimo en sí mismo.
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Demagogia
es el vocablo que emplean los demócratas cuando la democracia los asusta.
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Las
matanzas democráticas pertenecen a la lógica del sistema. Las antiguas matanzas
al ilogismo del hombre.
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Liberté, égalité, fraternité. El programa
democrático se cumple en tres etapas: etapa liberal: que fundó la sociedad
burguesa, sobre cuya índole nos remitimos a los socialistas; etapa igualitaria:
que funda la sociedad soviética, sobre cuya índole nos remitimos a la nueva
izquierda; etapa fraternal: a la cual preludian los drogados que copulan en
hacinamientos colectivos.
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El
demócrata, en busca de igualdad, pasa el rasero sobre la humanidad, para
recortar lo que rebasa: la cabeza. Decapitar es el rito central de la misa
democrática.
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La
democracia es el régimen político donde el ciudadano confía los intereses
públicos a quienes no confiaría jamás sus intereses privados.
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Democracia
liberal es el régimen donde la democracia envilece a la libertad antes de
estrangularla.
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El
sufragio popular es hoy menos absurdo que ayer: no porque las mayorías sean más
cultas, sino porque las minorías lo son menos.
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Ser de
«derecho divino» limitaba al monarca; el «mandatario del pueblo» es el
representante del Absolutismo absoluto.
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Donde las
costumbres y las leyes les permiten a todos aspirar a todo, todos viven
frustrados cualquiera que sea el sitio que lleguen a ocupar.
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Entre los
vicios de la democracia hay que contar la imposibilidad de que alguien ocupe
allí un puesto importante que no ambicione.
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El
político en una democracia, se convierte en un bufón del pueblo soberano.
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La
compasión con la muchedumbre es cristiana: pero la adulación de la muchedumbre
es meramente democrática.
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En la
teoría democrática “pueblo” significa populus,
en la práctica democrática “pueblo” significa plebs.
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El
sentimentalismo, la benevolencia, la filantropía son las incubadoras de las
grandes matanzas democráticas.
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Las ideas
del demócrata son más tolerables que sus modales.
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El
capitalismo es deformación monstruosa de la propiedad privada por la democracia
liberal.
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La
democracia bautizó sana emulación la envidia.
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El
socialismo se vale de la codicia y de la miseria; el capitalismo se vale de la
codicia y de los vicios.
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Mientras
no lo tomen en serio, el que dice la verdad puede vivir un tiempo en una
democracia. Después, la cicuta.
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La
democracia sería una inocentada sino fuese el disfraz de una blasfemia.
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La
providencia resolvió entregar al demócrata la victoria y al reaccionario la
verdad.
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La
democracia celebra el culto de la humanidad sobre una pirámide de cadáveres.