Por ANDRÉS DE ASBOTH
“La salvación del mundo comenzó por medio de
María, y por medio de Ella debe alcanzar su plenitud. María casi no se
manifestó en la primera venida de Jesucristo, a fin de que los hombres, poco
instruidos e iluminados aún acerca de la persona de su Hijo, no se alejaran de
la verdad, aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre, como
habría ocurrido seguramente si Ella hubiera sido conocida, a causa de los
admirables encantos que el Altísimo le había concedido aun en su exterior. Tan
cierto es esto, que San Dionisio Areopagita escribe que, cuando la vio, la
hubiera tomado por una divinidad, a causa de sus secretos encantos e
incomparable belleza, si la fe -en la que se hallaba bien cimentado- no le
hubiera enseñado lo contrario. Pero, en la segunda venida de Jesucristo, María
tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de
que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. Pues ya no valen los
motivos que movieron al Espíritu Santo a ocultar a su Esposa durante su vida y
manifestarla sólo parcialmente desde que se predica el Evangelio.
Dios
quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en
estos últimos tiempos:
1. porque Ella se ocultó en este mundo y se
colocó más baja que el polvo por su profunda humildad, habiendo alcanzado de
Dios, de los apóstoles y evangelistas que no la dieran a conocer;
2. porque Ella es la obra maestra de las
manos de Dios tanto en el orden de la gracia como en el de la gloria, y El
quiere a causa de Ella ser glorificado y
alabado en la tierra por los hombres;
3. porque Ella es la aurora que precede y
anuncia al Sol de justicia, Jesucristo, y, por lo mismo, debe ser conocida y
manifestada si queremos que Jesucristo lo sea;
4. porque Ella es el camino por donde vino
Jesucristo a nosotros la primera vez, y lo será también cuando venga la
segunda, aunque de modo diferente;
5. porque Ella es el medio seguro y el camino
directo e inmaculado para ir a Jesucristo y hallarle perfectamente. Por Ella
deben, pues, hallar a Jesucristo las personas santas que deben resplandecer en
santidad. Quien halla a María, halla la vida (ver Prov 8,35), es decir, a
Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Ahora bien, no se
puede hallar a María si no se la busca ni buscarla si no se la conoce, pues no
se busca ni desea lo que no se conoce. Es, por tanto, necesario que María sea
mejor conocida que nunca, para mayor conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad;
6. porque María debe resplandecer, más que
nunca, en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia: en misericordia,
para recoger y acoger amorosamente a los pobres pecadores y a los extraviados
que se convertirán y volverán a la Iglesia católica; en poder contra los
enemigos de Dios, los idólatras, cismáticos, mahometanos, judíos e impíos
endurecidos, que se rebelarán terriblemente para seducir y hacer caer, con
promesas y amenazas, a cuantos se les opongan; en gracia, finalmente, para
animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo,
que combatirán por los intereses del Señor;
7. por último, porque María debe ser terrible
al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden de batalla (Cant 6,3),
sobre todo en estos últimos tiempos, cuando el diablo, sabiendo que le queda
poco tiempo (Ap 12,17) -y mucho menos que nunca- para perder a las gentes,
redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve
crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y
verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los
demás.
A estas últimas y crueles persecuciones de
Satanás, que aumentarán de día en día hasta que llegue el anticristo, debe
referirse, sobre todo, aquella primera y célebre predicción y maldición lanzada
por Dios contra la serpiente en el paraíso terrestre. Nos parece oportuno
explicarla aquí, para gloria de la Santísima Virgen, salvación de sus hijos y
confusión de los demonios.
“Yo pondré enemistades entre tú y la mujer, y
tu raza y la suya; ella misma te aplastará la cabeza y tú pondrás asechanzas a
su talón” (Gén 3,15).
Dios ha hecho y preparado una sola e
irreconciliable enemistad, que durará y se intensificará hasta el fin. Y es
entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la
Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. De suerte que el enemigo
más terrible que Dios ha suscitado contra Satanás es María, su santísima Madre.
Ya desde el paraíso terrenal –aunque María sólo estaba entonces en la mente
divina– le inspiró tanto odio contra ese maldito enemigo de Dios, le dio tanta
sagacidad para descubrir la malicia de esa antigua serpiente y tanta fuerza
para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que el diablo la teme no
sólo más que a todos los ángeles y hombres, sino, en cierto modo, más que al
mismo Dios. No ya porque la ira, odio y poder divinos no sean infinitamente
mayores que los de la Santísima Virgen, cuyas perfecciones son limitadas, sino:
1. porque Satanás, que es tan orgulloso, sufre infinitamente más al verse
vencido y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios, y la humildad
de la Virgen lo humilla más que el poder divino; 2. porque Dios ha concedido a
María un poder tan grande contra los demonios, que -como, a pesar suyo, se han
visto muchas veces obligados a confesarlo por boca de los posesos- tienen más
miedo a un solo suspiro de María en favor de una persona que a las oraciones de
todos los santos, y a una sola amenaza suya contra ellos más que a todos los
demás tormentos.
Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó
María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia lo salvó
María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de
perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al
permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para
sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor.
Dios no puso solamente una hostilidad, sino
hostilidades, y no sólo entre María y Lucifer, sino también entre la
descendencia de la Virgen y la del demonio. Es decir, Dios puso hostilidades,
antipatías y odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la
Santísima Virgen y los hijos y esclavos del diablo: no pueden amarse ni
entenderse unos a otros. Los hijos de Belial, los esclavos de Satanás, los
amigos de este mundo de pecado –¡todo viene a ser lo mismo!– han perseguido
siempre, y perseguirán más que nunca de hoy en adelante, a quienes pertenezcan
a la Santísima Virgen, como en otro tiempo Caín y Esaú –figuras de los
réprobos– perseguían a sus hermanos Abel y Jacob, figuras de los predestinados.
Pero la humilde María triunfará siempre sobre aquel orgulloso, y con victoria
tan completa que llegará a aplastarle la cabeza, donde reside su orgullo. María
descubrirá siempre su malicia de serpiente, manifestará sus tramas infernales,
desvanecerá sus planes diabólicos y defenderá hasta al fin a sus servidores de
aquellas garras mortíferas”.
Las inspiradas páginas que anteceden, y que tomamos
del magnífico libro de San Luis María Grignion de Montfort, titulado “Tratado
de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”, prueban con superabundancia la
importancia realmente grandiosa y totalmente excepcional de Nuestra Señora,
Corredentora del género humano, en los acontecimientos históricos y muestran
que su papel es siempre creciente en el decurso de los siglos.
Confirmando estas mismas verdades, la Madre de Dios en
persona se dignó aparecer en 1917 a tres pastorcitos en Fátima, anunciando
acontecimientos que iban a suceder, pidió la consagración de Rusia a su
Inmaculado Corazón, la comunión reparadora de los primeros sábados. Dijo: “Si
atendieran a mi pedido, Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, Rusia esparcirá
sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los
buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias
naciones serán aniquiladas”.
La Santísima Virgen pidió oración y penitencia y se
quejó amargamente de las costumbres, las modas que iban a venir y que tanto ofenden
a Dios Nuestro Señor. Es decir, señaló, como flagelos del mundo, al comunismo y
a la inmoralidad.
También se oyó de boca de María, confirmando su papel
creciente en la historia de salvación: “Dios
quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”.
Por lo tanto, parafraseando el dogma católico, fuera
de la Iglesia no hay salvación, “autem Ecclesiam nulla salus”, podemos decir
con seguridad: FUERA DE MARÍA NO HAY SALVACIÓN.
Nuestra Señora nos señaló el camino, nos dio los
remedios, y también nos aseguró la esperanza. “Finalmente…mi Corazón Inmaculado triunfará”.
Andrés de
Asboth, Combate por Roma, Editorial
Iction, Buenos Aires, 1981.