Por JEAN OUSSET
De su libro «Patria, Nación, Estado»
Hay
patrias (patrimonios) mediocres, sin grandes bienes materiales y espirituales;
con historia humilde, pasado oscuro: sin esplendor en las artes, la literatura
o la Filosofía; sin grandes jefes militares o políticos, etc. En resumen, una
herencia muy pobre. Pero, en cambio, una altiva nación ardientemente adherida a
este patrimonio, por pequeño que sea, valerosamente decidida a hacer rendir
ciento por uno a lo que los antepasados le han transmitido, así es como
empiezan los grandes destinos colectivos.
Dicho de
otro modo, hay patrias pobres, pero servidas, defendidas, explotadas por
naciones generosas. Es sin duda pensando en ellas que Tucídides escribió: «La
fuerza de la ciudad no está en sus murallas ni en sus navíos, sino en el
carácter de sus hombres.»
Debe
insistirse en el dualismo entre la noción de herencia y la noción de heredero,
dualismo indispensable para comprender las variedades de lo real en semejante
dominio. Hay herencias pobres, pero si el heredero es sabio y valiente, existe
la promesa de un gran porvenir.
Pero, por
desgracia, hay también magníficas herencias que Dios permite que caigan en
manos de herederos indignos. En este caso es cuando la Historia registra los
mayores desastres. Patrias hay a las que Dios ha colmado de ricas tierras,
ciudades y monumentos sagrados y profanos; que tienen un patrimonio rebosante
del oro puro de mil bienes humanos y divinos, de las obras maestras de la
literatura y de las artes; que patrocinan descubrimientos admirables y gozan de
innumerables testimonios de santos… Sin embargo, todo esto puede caer en manos
de una generación enervada, muelle; en manos de un rebaño de imbéciles o de
puercos encenagados en un oro que ya no pueden hacer fructificar. Tal es el
caso de todas las naciones que no han sido dignas de una patria magnífica, o,
si se prefiere, es el caso de una patria (patrimonio) admirable, pero
perjudicada y arruinada por una nación que perdió el sentido de su herencia.
Naciones que desperdician el patrimonio, que queman las reliquias de sus santos
y transportan al Panteón una turbamulta de imbéciles, perturbados y canallas.
En fin,
el último ejemplo posible de las relaciones entre el elemento patria y el
elemento nación es el caso de las patrias (patrimonios) olvidadas, que son como
una suntuosa herencia que, más o menos culpablemente, los herederos olvidaron y
abandonaron progresivamente. Un tesoro existe allí, pero los vivos se agitan
alrededor de él sin verlo, sin utilizarlo. Y, de pronto, alguien advierte el
valor de esas riquezas que se pisotean o se olvidan, y gracias a él los vivos
se sobresaltan y la nación vuelve a encontrar a la patria, haciéndose posible
otra vez un gran destino.
Esto es
lo que viene a decir Alphonse Daudet, en Cartas desde mi molino, cuando habla
de la restauración provenzal llevada a cabo por Federico Mistral: «Mientras
Mistral me decía sus versos en esta bella lengua, latina en más de sus tres
cuartas partes, que antaño hablaron las reinas y hoy sólo comprenden nuestros
pastores, yo admiraba interiormente a este hombre, y al pensar en el estado de
ruina en que encontró a su lengua materna y lo que él ha hecho de ella, me
figuraba a uno de esos viejos palacios de los príncipes de Baux, como los vemos
en los Alpilles : sin techos, sin balaustradas en las escalinatas, sin
cristales en las ventanas…» El patrimonio está puesto en pública subasta,
dispersado, despreciado. Los herederos lo pisotean sin apreciarlo, prestos a
abandonarlo. Pero he aquí que un buen día uno de sus hijos se enamora
profundamente de estas grandes cosas y se indigna al verlas profanadas.
«Rápidamente expulsa al ganado del patio principal…» Restituye cada cosa a su
sitio y le devuelve el esplendor, restaurando la patria.
Tal es la
estrecha relación que une a la patria (patrimonio) con la nación. Sin apego a
su patria (patrimonio), las naciones se hunden, no tardan en dispersarse, y
hasta la misma patria desaparece en ruinas. Podemos decir, pues, que la
fidelidad a la patria es el sostén de las naciones. Y asimismo, que el amor y
el celo de una generación pueden bastar para restablecer el esplendor del
patrimonio heredado de los antepasados: la patria.