Ha muerto
Federico Mihura Seeber, verdadero caballero cristiano, que
vivió «velando sus armas», en oración, hasta librar, con seguridad
victoriosamente, su batalla final. En su homenaje vayan estas líneas de su
autoría que bien transparentan su espíritu.
Por FEDERICO MIHURA
SEEBER (1939-2024)
Gladius
Spiritus: la espada que nos asistirá en el Último Combate, la tenemos.
Falta saber si tenemos el espíritu que se exige en nosotros para usarla.
Por eso:
«vela de armas». La vigilia del otrora destinado a la caballería tiene un
profundo sentido para nuestra situación actual, en la contienda actual, con las
armas actuales. La única arma que nos ha quedado, a partir de la derrota del
Estado cristiano, es la Palabra de la Verdad: «Gladius spiritus». He dicho, la
tenemos. Bruñida y filosa, cada día más efectiva a medida que las tinieblas del
error se hacen más espesas. A medida que la imbecilidad, que
acompaña a la Mentira, se hace más imbécil. A medida que la razón y el discurso
del Enemigo se hacen más obtusos, más «romos». De un solo tajo, la espada de la
Verdad puede descalabrar el balbuceo de la Mentira.
¿Sabremos
usarla, al llegar la hora del testimonio?
Dios nos
la ha puesto en las manos, las circunstancias la han ido afilando. Aún es
cierto, también, que nosotros mismos nos habremos ejercitado en la
peana. Guardémonos de usarla antes de tiempo, e imprudentemente, en
escaramuzas. El transcurso de estos últimos tiempos crepusculares va
embotando los machetes del error y va bruñendo y afilando más y más nuestra
espada. Apliquémonos a la «gimnasia del espíritu», más efectiva que la del
cuerpo, al decir del Apóstol.
Pero más
que eso todavía: «vela de armas». Y en esta vela de armas, oración.
La única fuente de nuestra eficacia guerrera de allí procede: del altar donde
nuestra espada descansa. Pedir esa eficacia, pedir insistentemente lo que es su
condición imprescindible, pedir coraje. Y pedirlo humildemente,
conscientes de nuestra propia y raigal cobardía para las batallas del espíritu.
Pedir coraje, porque sin él no hay espada bruñida, ni destreza física que
valgan.
Pedir el
coraje (la fuerza) del espíritu, pedir ese «resurgimiento», ese
«apresto» del alma que para nosotros, discípulos del Crucificado, pasa por
el anonadamiento. Exaltación del ánimo humillado –exaltación
de la Cruz–. La verdadera y definitiva preparación del
caballero no se hacía en el patio de armas, sino de rodillas frente al altar,
dejando descansar la espada.
Y esta
ofrenda del alma guerrera, y esta impetración del don de la Fortaleza,
hagámosla –como se hacía entonces– por mediación del ser más dulce y humilde –y
poderoso– de la creación de Dios: Nuestra Señora la Virgen María.
* En
«Revista Gladius», Año 13 - Nº38 - Abril de 1997 - Págs. 69-70.
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