¡Extraña,
vive Dios, la dinastía
que fundó
un pescador en Galilea!
Sin
armas, a las armas desafía,
y es
débil e inmortal como una idea.
A sus
pies, las catervas, a porfía
la
asaltan con el hacha y con la tea,
y ella de
noche reza; y luego el día
a
enterrar sus émulos emplea.
No hay
otra tal en todas las edades
que a
tanto golpe y tal furor se avece
con tanta
fuerza pertinaz e interna;
que
contraste tan duras tempestades
y tan
gallardamente se enderece,
tranquila,
intacta, inconmovible, eterna.
* * *
Como
aquellas pirámides triunfantes
clavadas
como líbicos peñones
ven pasar
a sus plantas, incesantes,
las
oleadas de mil generaciones.
Ramsés,
Cleopatra, Antonio, coruscantes
Cruzados,
Saladino, los Borbones,
Napoleón
con sus tropas fulgurantes
y Míster
Roosevelt, cazador de leones,
todo fue
y ellas son… así el Papado,
pirámide
de luz de bases dobles,
cuyo
ápice se yergue hasta la gloria
sobre
Pedro, que es Piedra, sustentado
ve
desfilar ante sus pies inmobles
la larga
caravana de la Historia…
Y cuando
de este siglo diamantino
queden
ruinas no más, y medios arcos,
y se
hable de Venecia y de San Marcos
como hoy
de Menfis y del Sesostrino.
Cuando el
turista zelandés o chino
venga a
mirar curioso los arcaicos
restos de
Londres, o a buscar mosaicos
del
Louvre, en el desierto parisino,
Aún habrá
Vaticano, todavía
en medio
de otros pueblos y otros nombres,
y sin
sombra de ruina ni desmedro,
levantará
la mano dulce y pía
bendiciendo
a los hijos de los hombres
el
sucesor milésimo de Pedro.
20-V-1924,
Colegio del Salvador, Buenos Aires.
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