Por ANDRÉS DE ASBOTH
“He
aquí la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). Esta
contestación de María Santísima al anuncio del Arcángel San Gabriel encierra
toda la perfección y sabiduría humana, la absoluta conformación de la voluntad
con la de Dios. Nada más a propósito para los tiempos actuales, tan llenos
de “cristianismo adulto” y de “autonomías” que
meditar estas palabras. Nuestra Señora, que es la Inmaculada, la que nuca tuvo
pecado alguno, dijo en verdad ––pues de su boca no podía salir
mentira–– que era la esclava del Señor, es decir, éste era el estado
que le correspondía. No pretendió hablar como la más perfecta de las criaturas,
ni alegar méritos, si no tan sólo cumplir la voluntad del Altísimo. Por eso
mereció ser llamada Bienaventurada por todas las generaciones, ser Madre del
Redentor, Mediadora de todas las gracias y Reina de todo lo creado, lo que
significa Señora en el sentido más estricto de la palabra, es decir a la que
todo está sujeto en los cielos y tierra. Ella es un ejemplo viviente de la
palabra de Cristo: “Cualquiera que se ensalza será humillado y quien se
humilla será ensalzado” (Lucas 14, 11).
Para
santificarse es necesario hacer la voluntad de Dios. Hasta la mortificación, la
pobreza y las obras, si se hacen contra su voluntad, no sólo no sirven un ápice
para la salvación si no que son nefastos, pues el hombre ha sido creado
para conocer, amar y servir a Dios y después gozarlo eternamente y no para
realizar tal o cual acto heroico y vanagloriarse de él.
No
es con la constante afirmación de unos pretendidos derechos humanos que
se eleva el hombre sino siguiendo el camino de la Cruz. Jesucristo no
dijo: reclama derechos, sino: “si alguno quiere venir en pos
de Mí, niéguese a sí mismo y cargue su cruz y sígame” (Marcos 8, 34). No
predicó el orgullo ni la rebelión, sino la humildad y la pureza, virtudes
de María, contra las cuales mueve Satanás la guerra
religiosa de la revolución anticristiana, utilizando profundas transformaciones
sociales para crear un mundo ateo en que esas virtudes serían borradas de la
faz de la tierra.
Todas
las épocas cristianas han sido marianas, más la actual debe serlo, actualmente
Dios lo quiere de un modo manifiesto. Si es, como vimos más arriba,
condición indispensable para cualquier progreso espiritual cumplir con la
voluntad de Dios, ¿cómo podemos imaginarnos que sea posible conseguir algún
bien oponiéndose al deseo de Nuestro Señor que hizo bailar al sol delante de
cincuenta mil personas para confirmarnos que quiere establecer en el mundo la
devoción al Inmaculado Corazón de María, al que puso como piedra fundamental de
la historia contemporánea? Para conseguir la paz tan ansiada por las
naciones, necesitamos de poderosa intercesión. No sólo en FÁTIMA se
ha visto el poder de Dios desplegarse para mostrarnos el único camino, sino la
Virgen ––que siempre hace la voluntad del Señor–– ha hablado
en muchas oportunidades en los tiempos modernos desde su aparición en la rue
du Bac a Santa Catalina Labouré. El mismo desarrollo
dentro de la Iglesia del culto mariano, que tantos frutos excelentes ha dado,
se debe atribuir a la acción del Espíritu Santo.
Recordar
esto es más actual que nunca, en especial ahora en el cincuentenario
de FÁTIMA, donde la grandeza de Dios se puso
de manifiesto en alabanza de María, mostrándonos, por medio de Ella, el
único camino para construir la ciudad católica ––oración y penitencia.
En
el año 1917 se produjeron los dos acontecimientos de mayor significación
histórica de nuestro siglo: el mensaje del cielo que nos infunde
esperanza en el caos y la decadencia actual, y la tentativa
del infierno ––por medio de la Revolución de octubre–– de edificar una sociedad
comunista, tentativa condenada al fracaso, por más éxitos temporales que se
coseche, pues nadie puede vencer a Cristo Rey, quien en estos tiempos
reservó a su Madre la misión de triunfar sobre los enemigos.
Por
eso son locos ––sí, locos, no dudamos subrayarlo y repetirlo otra vez–– y
también instrumentos del Demonio, los que minimizan el culto
mariano y desalientan a la devoción popular, poniendo obstáculos en el
camino de la solución de la crisis iniciada por la Reforma, cuya
última consecuencia es el comunismo que nos amenaza tanto desde afuera
como desde adentro, infiltrado en todas nuestras instituciones, sin la
toma de conciencia de esa civilización moderna con la cual, como lo señala
el Syllabus, es imposible la reconciliación para la Iglesia.
La
solución única e irremplazable es Nuestra Señora. Por eso la devoción mariana
es tan actual y es una necesidad absoluta. Esto lo siente el pueblo fiel al
resistirse de abandonarla a pesar de tantos profetas que andan por el mundo
combatiéndola. La Virgen Santísima aplastará los errores modernos, para
que se haga realidad lo anunciado hace cincuenta años:
“AL FIN MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ”
Revista
“Roma”, n° 2, noviembre de 1967.
“Programa para la Tradición”, Editorial ICTION. Año
1981. Bs. As. Argentina.
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