La Rusia de Putin. Signos de resurrección espiritual. Parte III.
Por PADRE
ALFREDO SÁENZ
Rusia vive
un profundo renacer de la religión allí tradicional, la llamada Ortodoxia. Este
renacimiento parece un verdadero milagro luego de las más de siete décadas de
comunismo soviético en el curso del cual millones de cristianos, ortodoxos y
católicos han sido asesinados o apartados de practicar su religión. Actualmente
se asiste en Rusia a un admirable retorno, sobre todo a la liturgia. La Pascua
sigue siendo la más importante celebración de la Rusia moderna como lo prueban
las iglesias llenas de gente de todas condiciones que van allí a rezar y a
confesarse.
El mismo Putin, así como el Primer Ministro Dimitri Medvedev, en comunión con su pueblo asisten cada año al oficio pascual celebrado por el Patriarca en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. Pero ello no es todo. Si bien es cierto que la Constitución rusa de 1993 parece mostrar cierto carácter laicista, semejante a las Constituciones de varios países de Europa, sin embargo Putin ha hecho lo posible por favorecer a la Iglesia Ortodoxa, apoyándose en su doctrina. El 19 de noviembre de 2010, hizo votar por la Duma, es decir, el Congreso Nacional, una ley por la que se autorizaba la devolución a la Iglesia de todos los bienes que le habían sido arrebatados por el Estado y las municipalidades, a partir del triunfo de la Revolución bolchevique. El 8 de febrero de 2012, prometió el otorgamiento de subvenciones por cerca de 80 millones de euros para financiar diversos proyectos de renovación de la Iglesia Ortodoxa. Incluso creemos haber leído que dispuso que hubiera capellanes en las Fuerzas Armadas. Agreguemos el coraje que exhibió al ordenar el traslado de los restos de la familia imperial, vilmente asesinada por orden de Lenin, a San Petersburgo, donde les hizo dar una digna sepultura, confesando y comulgando en dicho día.
Una anécdota
esclarecedora. Hace unos años el rey de Arabia
Saudita visitó a Putin en Moscú. Antes de partir le dijo que
quería comprar un terreno grande, y allí edificar, con dinero
totalmente árabe, una gran mezquita en la capital rusa. “No hay problema -le respondió Putin- pero con una condición: que
autorice que se construya también en su capital una gran iglesia ortodoxa”. “No puede ser”, repuso el rey. “¿Por qué?”, preguntó Putin. “Porque su religión no es la verdadera y no podemos dejar que se
engañe al pueblo”. A lo que Putin replicó: “Yo pienso igual de su religión y sin embargo permitiría edificar
su templo si hubiera correspondencia. Así que hemos terminado el tema”.
De hecho la
Iglesia es considerada por el Kremlin un aliado fundamental del Estado,
destinada a custodiar la identidad espiritual y cultural de Rusia. Así como el
Kremlin promueve a la Iglesia como sociedad que representa los valores de la
nación, de manera semejante la Iglesia considera oportuno colaborar con las
autoridades políticas para promover medidas que protejan la familia y
salvaguarden la moralidad pública.
Consideremos
algunos casos de dicha colaboración. Uno de ellos es la ley anti-blasfemia que
fue votada por la Duma como consecuencia de un episodio deleznable. Tres
mujeres feministas se habían exhibido en el interior de la Catedral de Cristo
Salvador en Moscú, ubicándose en la parte más sagrada del presbiterio, con
música rock de fondo, de carácter irreverente. Las autoridades políticas lo
consideraron un gesto claramente vandálico, condenándolo categóricamente y
castigándolo como correspondía, mientras que para las autoridades eclesiásticas
fue una profanación blasfema. Los medios de comunicación occidentales mostraron
el episodio como una violación de los derechos humanos por parte de las
autoridades políticas y de persecución a artistas “creativos”. La Iglesia, por
su parte, ha apoyado las nuevas normas del Gobierno que limitan el acceso al
aborto y la ley introducida por Putin según la cual se prohíbe publicar cualquier material que fomente la homosexualidad,
el lesbianismo, la bisexualidad y la transexualidad, sobre todo si
busca influir en los menores de edad. Los manifestantes que en cierta ocasión
quisieron hacer pública en las calles su arrogancia “gay”, fueron hostigados al
grito de “¡Moscú no es Sodoma!”.
En su famoso
discurso en Valdai en septiembre de 2013, Putin incluyó una altiva respuesta a
los reiterados llamados de Occidente a boicotear los Juegos Olímpicos de
Invierno de Sochi, debido a la ley rusa que prohíbe la
promoción de la homosexualidad. Tras dicho discurso, los asistentes
al Congreso pasaron al comedor, donde se encontraba el ex presidente de la
Comisión Europea Romano Prodi. Allí Putin bromeó aludiendo a la larga amistad
que tenía con Prodi, y también con su enemigo, el ex presidente del Consejo de
Ministros italiano Silvio Berlusconi, afirmando que “Berlusconi estaba siendo juzgado por vivir con mujeres, pero si
fuera homosexual nadie le pondría un dedo encima”. Al mismo
tiempo, el Estado promueve abiertamente el carácter sacramental del matrimonio
tal como lo entiende la Iglesia. Se comprende la inquina del Occidente
post-cristiano.
Como puede
verse, Putin ha asumido expresamente la defensa de la familia tradicional.
El 11 de febrero de 2013, se realizó un encuentro entre el Gobierno y las
autoridades religiosas. Allí el jefe de Estado señaló la necesidad de reconocer
a la Iglesia Ortodoxa mayor espacio en las discusiones políticas tocantes a
cuestiones como la familia, la instrucción de los jóvenes y el espíritu
patriótico. Respecto a la defensa de tales valores, y en particular de la
familia, en varias ocasiones Putin ha querido mostrar su voluntad de que en
este campo Rusia retorne a los valores tradicionales de la sociedad. A tal fin
ha señalado el alto aprecio que tiene de la familia, entendida como elemento
fundante para el desarrollo del Estado y de la sociedad, y la actuación de una
estrategia política y social que la favorezca, contribuyendo así de un modo
decisivo a invertir la corriente demográfica fuertemente negativa que afligió a
Rusia en los últimos decenios. Si se tiene en cuenta el hecho de que “el
invierno demográfico” que ha golpeado a esa gran nación entre los años 1990 y
2005 manifiesta hoy una situación común a la de la mayor parte de los Estados
europeos, no hay duda de que en esta materia el actual modelo ruso constituye
un ejemplo a nivel internacional. Varias veces Putin se ha referido a los
ataques que se llevan a cabo contra la institución familiar. Esto explica por
qué Rusia está tan atenta a la cuestión demográfica. La protección de los
derechos y los intereses de la familia, de la maternidad y de la infancia son
una cuestión prioritaria para las autoridades públicas. Los actuales dirigentes
parecen entender que el problema de la reducción de la natalidad no es
atribuible sólo a motivos económicos, sino que tiene raíces más profundas, de
carácter cultural, lo que explica la necesidad de intervenir también en el
campo de la educación y de la información. El sistema de vida capitalista y
globalizado crea una peligrosa tendencia que atenta contra la sociedad. Putin
lo afirma sin vueltas: “La crisis de la sociedad
humana se expresa principalmente en la pérdida de su capacidad reproductiva”.
Gracias a las medidas del Gobierno, en Rusia se ha reducido drásticamente el
número de abortos y se ayuda a la mujer embarazada del segundo hijo, por el
equivalente de 10.000 dólares, y con terrenos para el tercer hijo.
En un
discurso en la Asamblea Federal el jefe de Estado, así se expresó: “Hoy, muchas naciones están revisando sus valores morales y normas
éticas, erosionando tradiciones étnicas y diferencias entre pueblos y culturas.
La sociedad es ahora requerida no solamente a reconocer el derecho de cada uno
a la libertad de conciencia, sino también a aceptar sin condicionamiento la
igualdad del bien y del mal, por extraño que ello parezca, conceptos que son
totalmente contrarios… Nosotros sabemos que cada vez
hay más pueblos en el mundo que sostienen nuestra posición de defender los
valores tradicionales, que han hecho las bases espirituales y morales de la
civilización de cada nación por miles de años: los valores de familia
tradicionales, la realidad de la vida humana, incluyendo la vida religiosa, y
no sólo de la existencia material sino también lo espiritual y los valores del
humanismo y de la diversidad global. Por supuesto que esta es una posición
conservadora. Pero en palabras de Nicolás Berdiaev, el punto de vista del
conservadorismo no es el de prevenir movimientos de hacia y para, sino
el de prevenir movimientos para atrás y para abajo, en una oscuridad caótica y
un retorno al estado primitivo”.
Gracias a
Dios, Putin se siente acompañado en la defensa de los valores tradicionales por
el Patriarca de Moscú, Monseñor Cirilo, hombre lúcido y valiente. De él hemos
tratado largamente en un comentario que hicimos a su libro “Libertad y
responsabilidad: en búsqueda de la armonía”, Moscú 2009. Ver nuestra reseña en
la revista Gladius, n° 80, año 2010, pp.
138-144.