¿Quién es el
responsable de la guerra de Ucrania?
Por EDUARDO ARROYO
La reciente guerra de
Ucrania ha suscitado una opinión unánime en torno a la cual hay extraños
compañeros de viaje: desde el PSOE hasta la derecha nacionalista de VOX y
diversos “antisistema” ilustrados. Hay también opiniones extravangantes. Por
ejemplo, la CNT, cual pintor de brocha gorda, echa la culpa a todos por
“fascistas” y la pobre Ione Belarra -un personaje que sin la política
posiblemente estaría en el paro- se manifiesta “contra la guerra”. Poca luz
aportan estas ideas porque se basan, en realidad, en intereses personales:
filias y fobias varias, amistades diversas e intereses de partido. Para
algunos, la guerra tiene su raíz en el “imperialismo ruso”; otros creen que
Rusia es la nueva Unión Soviética y esgrimen como argumento vivir en Rusia, hablar
ruso o simplemente ser ruso, como si vivir en España o ser español garantizase
algún fundamento para hablar con criterio sobre España.
(…)
Pero vayamos al núcleo de la cuestión. Hay una guerra en Ucrania que ya no es civil: esta ya existía cuando, desde 2014, el ejército Ucraniano bombardeaba a los civiles étnicamente rusos del Donbass, sin que un solo medio de comunicación penase por ello. Ahora hay una guerra abierta entre una potencia nuclear y un país de tamaño medio muy inferior en lo militar. Esa guerra es un auténtico desastre para Occidente, primero, en vidas humanas y luego por dos razones: porque sea cual sea el resultado va a crear una zona de inestabilidad en la misma frontera de la Unión Europea (UE) y porque va a echar a Rusia en los brazos de China, verdadera potencia emergente y competidora de la UE y del Occidente en general. Nadie en su sano juicio debería querer esta guerra. Ni siquiera los que miran con animadversión a Rusia, de manera justificada o no: el Occidente democrático ha convivido medio siglo con la Unión Soviética y el mundo comunista, ¿por qué no podría encontrar un modus vivendi con Rusia? Se dice que Rusia intenta recrear la URSS pero este argumento es invendible. En los años 80 estuve suscrito a la revista Soviética “Tiempos Nuevos”. Se editaba en más de cincuenta idiomas, a la par que otra veintena de publicaciones, tal y como corresponde a una formidable maquina propagandística de nivel global. Al mismo tiempo la URSS tenía bases y “asesores” militares y comerciales por todo el globo, animados por una ideología que no admitía ningún “nacionalismo” inferior al globo terráqueo. A pesar de eso tuvo conatos de sublevación que exigieron respuestas militares, como Berlín en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 e innumerables problemas con Polonia y también respuestas políticas y/o de inteligencia, como es el caso de los propios partidos comunistas locales. No. La Rusia de hoy no es ni parecida a la URSS y aunque Putin en su interior añore los tiempos soviéticos la verdad es que sabe de sobra que carece de la capacidad -militar, económica, política- y del espíritu (marxista) para dominar el imperio soviético de antaño. Como dato significativo diremos que una búsqueda en herramientas de monitorización de internet, por ejemplo “Boardreader”, demuestran que los términos “agresión rusa” e “imperialismo ruso” han sido poco o nada comentados en medios de comunicación desde principios de 2019 hasta los días previos al pasado 24 de febrero, cuando las menciones de ambos términos se disparan. Otra cosa es que el mundo de hoy sea consecuencia de la victoria militar de 1945, cuyos vencedores pensaban que las personas adquieren la nacionalidad de manera voluntarista o por decisión política; de ahí que esos mismos vencedores se sacaran naciones de la chistera (como Yugoslavia o Checoslovaquia) o que, en el caso que nos ocupa, intentaran diluir identidades locales levantiscas a golpe de inmigración de nuevos “ciudadanos” soviéticos, étnicamente rusos. Ahora Rusia se encuentra con multitud de rusos fuera de sus fronteras, que miran al Kremlin como solución a sus problemas y que son rehenes a menudo de estados resentidos con la URSS y por consecuencia con Rusia, a la que juzgan su heredera. Como decíamos, este es el precio de la victoria de 1945.
Dicho todo esto,
¿quién es el responsable de la guerra actual? Este dato es muy importante
porque atribuye culpas. La tesis de este artículo es que la mayor
responsabilidad corresponde a los Estados Unidos de América y, en un sentido
general, a lo que se ha llamado Occidente. Los rusos solo están haciendo el
trabajo sucio de una guerra que era innecesaria y completamente evitable.
¿Por qué decimos
esto? Primero me gustaría que quedara claro que este no es un artículo
pro-ruso. Lo que voy a decir aquí tiene una dimensión eminentemente práctica.
No creo que la guerra que vivimos sea ni necesaria ni inevitable, se piense lo
que se piense de Rusia o de Ucrania. En lo personal, lamento infinito las
guerras entre europeos que es lo que ambos son. Pero incluso esto es secundario
con respecto a lo que de inútil y terrible hay en el actual derramamiento de
sangre.
Para entender el
actual asunto que nos ocupa hace falta algo -solo algo- de historia. En abril
de 2008, tuvo lugar una cumbre de a OTAN en Bucarest en el curso de la cual se
planteó una tercera ampliación de la Alianza Atlántica con la posible
incorporación de Georgia y Ucrania. Los rusos ya tragaron el engaño de las
ampliaciones de la OTAN de 1994 y 2004, un engaño evidente en las negociaciones
de Gorbachov con James Baker, tal y como demuestran las notas manuscritas de
los norteamericanos, recientemente desclasificadas. Pero incluso en 2008 los
rusos dejaron claro lo que pensaban: más expansiones serían inaceptables.
Recientemente la revista “Newsweek” (Sergei Lavrov warns that what NATO promised
at 2008 Bucharest summit would create a new crisis, 6.12.2021) informaba sobre
la reunión del titular de exteriores ruso Sergei Lavrov con la Organización
para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) el pasado 2 de diciembre.
Lavrov se manifestó en los siguientes términos: “quiero ser muy claro: la
transformación de nuestros vecinos en nuevos trampolines para la confrontación
con Rusia y el despliegue de fuerzas de la OTAN en la vecindad inmediata de
áreas de importancia estratégica para nuestra seguridad es definitivamente
inaceptable”. El mensaje es clarísimo y los rusos han dejado muy establecida su
credibilidad. La cosa venía de largo. No es un secreto para nadie que en
febrero de 2014 los Estados Unidos emplearon 500 millones de dólares en fomentar
un golpe de Estado en Ucrania, con la colaboración especial de Victoria Nuland,
actual portavoz del Departamento de Estado. El “golpe” – retransmitido en
Occidente como la “revolución naranja”- tuvo éxito y a partir de entonces los
occidentales comenzaron a armar a Ucrania convirtiéndola en un miembro, no de
derecho pero sí de hecho, de la OTAN. Rusia reaccionó apoyando a las regiones
étnicamente rusas de Ucrania (el Donbass) y anexionándose Crimea que está
habitada, en más del 90%, por rusos. En 2008 actuaron de manera similar con
Georgia, también “candidato” a la OTAN, reconociendo la independencia de partes
del territorio georgiano.
Pero las presiones
occidentales no cesaron. Ya en el mismo 2014 la administración Obama aprobó la
“Ukraine Freedom Support Act”, explícitamente concebida para “disuadir” (deter)
a Rusia. En diciembre de 2017 la administración Trump aprobó la mayor venta de
armas a Ucrania si bien Trump resistió las presiones para vender los misiles
anti-taque “Javelin”. Pero la tendencia continuó en el mismo sentido y desde el
verano de 2021 Ucrania fue dotada con drones occidentales, destructores
británicos navegaron por el Mar Negro e incluso bombarderos estadounidenses
sobrevolaron a 13 millas de las costas de Rusia. ¿Era todo esto necesario?
Decididamente no. En los peores tiempos de la URSS Finlandia, país fronterizo
con el imperio soviético, acordó un estatus de neutralidad que permitió la
prosperidad del país hasta las cotas que hoy conocemos. Ucrania podía haber
encontrado fácilmente un modus vivendi con su vecino ruso, declarándose neutral
y constituyéndose en una especie de “Estado tampón”. De hecho, la guerra con
las regiones separatistas del Donbass deriva directamente del golpe de Estado
patrocinado por Victoria Nuland y sus amigos del Pentágono, pero entre 1991 y
2014 no existía esa guerra a la que nunca prestaron atención los Occidentales
como hacen hoy con Ucrania.
Bien, ¿y todo esto
por qué? Es difícil no ver aquí por razones ideológicas. Algo en Rusia no gusta
a los poderosos del mundo. De otro modo es imposible explicar la acción
concertada de países, organizaciones transnacionales, medios de comunicación
opinando simultáneamente en el mismo sentido, empresas multinacionales y
grandes bancos (Apple, Microsoft, etc). Las bravatas de las “Open Society
Foundations” de George Soros contra Rusia también deben dar que pensar. Todo esto muestra bien a las claras el
fraude que supone la utilización exclusiva de criterios geopolíticos para
explicar los acontecimientos de nuestro tiempo; más bien, criterios ideológicos
transnacionales utilizan la geopolítica como herramienta a la hora de imponer
sus decisiones.
Y ahora, ¿qué va a
pasar? El rechazo de los EEUU a imponer una zona de exclusión aérea y su
negativa a suministrar los cazas polacos a Ucrania cuadra bastante bien con los
desesperados llamamientos de Zelensky para que la OTAN se involucre, algo que
significaría bien a las claras la III Guerra Mundial. Sin duda los EEUU van a
combatir… hasta el último ucraniano. Es todo su interés. Rusia, por el
contrario, ha activado su arsenal estratégico compuesto de armas convencionales
y nucleares: es un mensaje bien claro de hasta qué punto se toma en serio lo
que está sucediendo. En la balanza la determinación e implicación de Rusia pesa
más que las agresiones económicas de los Occidentales. Además, resulta muy
peligroso -peligrosísimo- poner contra las cuerdas a una potencia nuclear, como
ya se vio en la crisis de los misiles en Cuba de 1962. Así que para evitar un
mal mayor que absolutamente nadie en su juicio desea, creo que vamos a asistir
a la reducción de Ucrania a escombros. Es la consecuencia de un presidente
estúpido que se ha dejado embaucar por los cantos de sirena de la OTAN, animada
por los mismos neoconservadores que diseñaron la guerra de Iraq y que no se
sabe por qué siguen pontificando (con éxito) en Washington. Allí la guerra
ideológica prima sobre el realismo político.
Por todo ello, como
queríamos demostrar, es bastante evidente que la responsabilidad de cuanto
sucede es de los Estados Unidos de América. Rusia simplemente ha actuado tal y
como lleva diciendo que iba a actuar desde 2008.