La Rusia de
Putin. El valor de la religión en la identidad de una Nación. Partes I y II.
Por PADRE
ALFREDO SÁENZ
Antes de
entrar en el tema, algunas palabras muy sintéticas sobre la historia de Rusia,
ya que no suele ser demasiado conocida. Los orígenes del cristianismo en dicha
nación se remontan al año 988 y coinciden con el bautismo del príncipe
Vladímir, acontecido en Constantinopla, al que siguió la evangelización del
principado de Rus’ con sede en Kiev. Todo ello aconteció antes de la separación
de Roma. Dicho nuevo reino comprendería, con el tiempo, un amplio espacio
geográfico, hoy ocupado por Rusia, Ucrania y Bielorrusia, primera forma
política organizada de las tribus eslavas orientales que adhirieron al
cristianismo, constituyéndose así el pueblo ruso. La escritura rusa, que
representa el quicio fundamental de una cultura, fue allí introducida por la
difusión del cristianismo entre las tribus eslavas a través de la creación de
los caracteres cirílicos. Ello, gracias a dos grandes santos, Cirilo y Metodio.
Tiempo más
adelante aconteció la invasión de los mogoles, que cubrieron el mapa de la
vieja Rus’. El pueblo ruso, un pueblo entonces acosado, encontró su sostén en
la Iglesia. En ese período, el centro religioso y político fue transferido de
Kiev a Vladímir en 1299 y luego a Moscú en 1322. Durante esos años los
príncipes se fueron capacitando para enfrentar a los mogoles, y bajo el mando
del príncipe Dimitri Donskoi, vencieron definitivamente al ejército mogol en la
batalla de Kulikovo.
En 1453
Constantinopla, a la que adhería la Iglesia rusa, fue conquistada por el
Imperio Otomano. El principado de Moscú, que no cayó en poder de los turcos,
realzó la importancia de esta ciudad que fue llamada Tercera Roma y
Constantinopla. Los zares consideraron a Rusia el heredero legítimo del Imperio
Romano de Oriente.
Bajo el
gobierno de Pedro el Grande y de Catalina la Grande, la Iglesia ortodoxa se vio
subordinada al ámbito político. Tras la caída del último zar, Nicolás II, el
bolchevismo llevó adelante una gigantesca obra de laicización del pueblo ruso.
1. LA FIGURA DE PUTIN
Vladímir
Putin nació en “Leningrado”, la antigua San Petersburgo, el 7 de octubre de
1952, en el seno de una familia muy modesta, su madre lo hizo bautizar en
la catedral de la Transfiguración de aquella ciudad, y ello en el mayor
secreto. El padre era militante del Partido Comunista. Sólo en 1996 Vladímir se enterará de que había sido
bautizado. Toda su juventud se desarrolló en Leningrado. En
esos años sintió deseos de servir a su país en el campo de la información, más
concretamente, en la KGB. En Leningrado funcionaba una de las más prestigiosas
universidades soviéticas, donde estudió Derecho. Ya miembro de la KGB fue
enviado en 1985 a Dresde, en Alemania del Este.
Tal destino
sería providencial porque le dio ocasión de asistir, en 1989, a los graves
acontecimientos que conmovieron a Alemania del Este. La KGB no sabía cómo
enfrentar la situación, esperando de Moscú instrucciones que nunca llegaron.
Pronto vendría la disolución del Pacto de Varsovia y el naufragio de la Unión
Soviética. “Con este asunto de ‘Moscú no responde’, tuve la sensación de que
el país no existía más. Había desaparecido. Era claro que la Unión Soviética
había entrado en agonía, en su fase terminal”, dirá Putin en el
2000. En enero de 1990, sin esperar el hundimiento de un sistema que ya se
mostraba inevitable, dejó el servicio activo de la KGB y volvió a Leningrado
para acabar su tesis de doctorado.
¿Qué haría
entonces en el campo político? Se le ocurrió ofrecerse a Boris Yeltsin, de
quien fue colaborador directo, pero éste renunció el 31 de diciembre. Dicha
circunstancia colocó a Vladímir Putin a la cabeza del Estado, antes de ser elegido triunfalmente, unos meses después, en marzo
de 2000, presidente de la Federación de Rusia. Extraordinario
ascenso de alguien que nunca quiso “hacer carrera”, y del que Solzhenitsyn diría, después de haberlo encontrado en
septiembre de 2000: “Tiene un espíritu penetrante,
comprende pronto y no tiene ninguna sed personal de poder. El Presidente
comprende todas las enormes dificultades que ha heredado. Hay que destacar su
extraordinaria prudencia y su juicio equilibrado”. Por lo que puede
preverse, tomaría otros caminos que los preferidos por las democracias
occidentales.
Basta
considerar el perfil de algunos miembros actuales de Gobierno, para apreciar la
competencia, la experiencia y el desinterés que exige Putin de los que lo
acompañan en su elevada gestión política. De los treinta y tres miembros con
que cuenta, todos son titulares de diplomas universitarios, en Derecho,
Economía, Ciencias, Ingeniería, etc., con amplia experiencia profesional. El
principal de ellos es Dimitri Medvedev, que estudió Derecho. En 2005 Putin lo
nombró Vicepresidente de su gobierno. En marzo de 2008, a los 42 años, fue
elegido Presidente de la Federación de Rusia en reemplazo de Putin, a quien la
Constitución le impedía tener un nuevo mandato, pero no el ejercer las funciones
de Primer Ministro, cargo que le dio Medvedev. Los dos hombres se entienden
perfectamente. Medvedev es una personalidad más conciliadora que la de Putin,
pero se ha mostrado tan enérgico como él, tan determinado como él a hacer
respetar la ley y restaurar la grandeza del país. En 2012, Medvedev terminó su
mandato presidencial. Entonces fue reelecto Putin, retomando el poder, y nombró
a Medvedev Primer Ministro, lo que da gran estabilidad a Rusia.
2. EL DESPERTAR DE RUSIA FRENTE A
UNA EUROPA VACILANTE
Putin
sostiene que Rusia ha pasado por un desierto espiritual, camino a un
reencuentro con sus raíces. Así, dice, “los rusos han vuelto a la
fe cristiana sin ninguna presión por parte del Estado ni tampoco de la
Iglesia. La gente se pregunta por qué. La gente de mi edad se acuerda del
Código de los constructores del comunismo… Cuando ese Código dejó de existir,
se hizo un vacío moral que no se podía colmar sino retornando a los valores
auténticos”.
Fue sobre
todo con ocasión de los Congresos que se realizan en Valdai donde Putin nos ha
dejado sus reflexiones más inteligentes. En dichos Congresos, que se efectúan
todos los años, participan unos doscientos expertos y periodistas, líderes
políticos y espirituales, filósofos y hombres de la cultura, de Rusia, Estados
Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y China. Putin ve todo un símbolo en el
hecho de que Valdai, el sitio elegido para esos Congresos, se encuentre
geográficamente en un lugar “fundacional” de la antigua Rus’.
Precisamente
en uno de esos Congresos, el de 19 de septiembre de 2013, destacó Putin la
conveniencia de haber elegido este lugar: “Estamos en el centro de Rusia,
no en un centro geográfico, sino espiritual”. Es justamente, señala,
en la región de Nóvgorod, a la que pertenece Valdai, la cuna donde nació la
primera Rusia, la Rusia cristiana. Putin ha asistido a varios de esos
Congresos, aprovechando la ocasión para pronunciar allí enjundiosos discursos.
En el del 10 de noviembre de 2014 aprovechó para decir que en esos actos él se
expresaba con total libertad: “Voy a hablar clara y
sinceramente. Algunas cosas pueden parecer duras. Pero si no hablamos
directa y sinceramente de lo que realmente pensamos no tendría sentido reunirse
en esta forma. Entonces habría que reunirse en alguna reunión diplomática,
donde nadie dice nada claro y, recordando las palabras de un conocido
diplomático, podemos indicar que la lengua se dio a los diplomáticos
para no decir la verdad”.
Pues bien,
en el discurso del 19 de septiembre al que acabamos de aludir, habló de su
propósito de restaurar la Rusia tradicional, que nació cristiana y patriótica.
Frente a la prensa reunida dedicó Putin una buena parte de su discurso al tema
de la identidad nacional rusa. Allí dijo: “Para nosotros, porque estoy
hablando sobre los rusos y acerca de Rusia, las preguntas; ‘¿Quiénes somos?
¿Qué queremos ser?’ suenan en nuestra sociedad cada vez más fuerte. Hemos
dejado atrás la ideología soviética y no hay retorno. Está claro
que el progreso es imposible sin lo espiritual, cultural y la autodeterminación
nacional. De otra manera no seremos capaces de soportar los desafíos
internos y externos, y no podremos tener éxito en la competencia global”.
El
acercamiento de la Iglesia y el Estado se intensificó por dos hechos: la
elección en 2009 de Cirilo, obispo de Smolensk, como Patriarca de Moscú y de
toda Rusia, y el retorno al poder de Putin en 2012. En el famoso discurso del
19 de septiembre de 2013, donde con su alocución cerró el Congreso dedicado al
tema “La diversidad de Rusia para el mundo moderno”, no
temió afirmar su convicción de la necesidad de volver a la fe. Allí dijo: “Mucha gente de los países europeos están avergonzados y tienen
miedo de hablar de estas convicciones religiosas. Las fiestas religiosas se
están eliminando o se les está cambiando el nombre, escondiendo la esencia de
la celebración”. En esa misma alocución hizo un llamado a la
población rusa para fortalecer una nueva identidad nacional basada en los
valores tradicionales, como los que posee la Iglesia Ortodoxa, advirtiendo que
el lado oeste del país estaba enfrentando una crisis moral. Al hablar del “lado oeste del país” ¿no se estaría refiriendo a
la zona rusa colindante con la Europa que va perdiendo la fe?
Al parecer,
lo que quería Putin era impulsar a su pueblo –ruski mir– a retornar a la fe de sus padres, sobre todo ante el
espectáculo de una Europa que parecía querer olvidar sus raíces católicas. No
deja de resultar sugerente que en el año 2012 Putin haya pedido ser bendecido
con la imagen de la Virgen de Tiflin, costumbre que tenían los
zares de Rusia a partir de Iván el Temible. En el mismo
discurso en Valdai al que acabamos de aludir, se animó a decir: “Rusia es uno de los últimos guardianes de la cultura europea,
de los valores cristianos y de la verdadera civilización europea”.
Fustigó a continuación a esa Europa que renuncia a sus raíces.
De
hecho, Rusia ha conocido un reflorecimiento religioso tras
la caída del comunismo. Si en 1988, antes del derrumbe de la Unión Soviética,
la Iglesia Ortodoxa contaba con 67 diócesis, 21 monasterios, 6893 parroquias, 2
academias y seminarios, en 2008 contaba con 133 diócesis, más de 23.000
parroquias, 620 monasterios, 32 seminarios, 1 instituto teológico, 2
universidades ortodoxas. Entre 1991 y 2008, la cuota de
adultos rusos que se consideraban ortodoxos creció del 31% al 72%, mientras que
la cuota de la población rusa que no se consideraba de ninguna religión bajó
del 61% al 18%.
La posición
de Putin es clara, como lo deja traslucir con toda contundencia la misma
alocución pronunciada en Valdai. Extractemos algunos párrafos. “Cada país tiene que tener fortaleza militar, tecnológica y
económica, pero sin embargo lo principal que determinará el
éxito, la calidad de los ciudadanos, de la sociedad, es su fortaleza
espiritual y moral”. Por eso, agregará, el país deberá considerarse como una nación con su propia
identidad, con su propia historia, con sus propias tradiciones. Solo
así sus miembros podrán unirse para un fin común. “En ese sentido, la cuestión del encuentro y el fortalecimiento de
la identidad nacional es realmente fundamental para Rusia”. Las
diversas catástrofes del siglo XX, agregó, tuvieron como consecuencia un golpe
devastador a la cultura nacional rusa y sus códigos espirituales, así como la
consiguiente desmoralización de la sociedad.
Insistió
Putin durante el mismo discurso en la gravedad de la apostasía de Europa: “Otro desafío serio para la identidad de Rusia está relacionado
con algunos eventos que se produjeron en el mundo. Son dos temas: la política
extranjera y el aspecto moral. Podemos apreciar cómo muchas de las
naciones euro-atlánticas están rechazando actualmente sus raíces, incluyendo
los valores cristianos que constituyen el fundamento de la civilización
occidental. Están negando los principios morales y toda identidad tradicional:
nacional, cultural, religiosa e incluso sexual. Están implementando
políticas que equiparan las familias numerosas con parejas del mismo sexo, la
fe en Dios con la fe en Satanás”. Y prosigue: “La gente en muchas naciones europeas se siente avergonzada
o temerosa de hablar de su filiación religiosa. Las fiestas religiosas
son abolidas o bien toman un nombre distinto; su significado permanece oculto,
tanto como su origen moral. Y se está tratando de exportar agresivamente este
modelo a todo el mundo”.
Hay, pues,
en la vieja Europa, un profunda degradación moral. “Sin los valores enraizados en el cristianismo…, sin las normas de
la moralidad que han tomado forma a lo largo de un milenio, los pueblos
perderán su dignidad humana. Nosotros consideramos natural y recto
defender esos valores. Uno debe respetar los derechos de las minorías, pero
los derechos de la mayoría no deben ser puestos en cuestión”. Y
concluye: “Yo creo profundamente que el desarrollo
personal, moral, intelectual y físico deben permanecer en el corazón de nuestra
filosofía. Antes de 1990 Solzhenistsyn afirmó que el objetivo principal de la
nación debería ser preservar a la población después de un muy dificultoso siglo
XX”.