Un soplo de realidad
Por SANTIAGO
GONZÁLEZ
Soy
consciente de que va a parecer una barbaridad pero, por lealtad al lector, no
puedo dejar de decir lo que pienso. Cuando leí las primeras crónicas sobre la
incursión rusa en Ucrania experimenté una sensación de alivio, como la que se
tiene al abrir las ventanas luego de haber permanecido demasiado tiempo en una
habitación cerrada. Un bienvenido soplo de realidad en un mundo cada vez más
inasible y anómico. Una comprobación reconfortante como la del que toca fondo
en el agua, y cobra impulso para volver a emerger a la superficie. Cuando
truena el cañón, las mariconadas pusilánimes de la corrección política y las
solemnes estupideces de las ideologías se revelan como lo que son: mariconadas
y estupideces. Como la voz potente del padre que cancela el alboroto doméstico,
sofoca los reclamos cruzados y remite a cada uno a sus deberes, el trueno del
cañón impone orden, despeja las confusiones, modera las ambiciones, y obliga
también a cada uno a encontrar su lugar en el mundo.
El orden que
comienza a perfilarse luego de la invasión de Ucrania muestra un desplazamiento
hacia el Este del centro del poder mundial. Frente a Vladimir Putin y Xi
Yinping, los líderes occidentales -Biden, Macron, Johnson, Trudeau- exhiben la
consistencia de muñequitos de mazapán. Dada su incapacidad de respuesta
-política y militar-, los Estados Unidos ya no pueden reclamar el título de
superpotencia ni la Unión Europea sostener su pretensión histórica de ponérsele
a la par. Y no hay que lamentar esa incapacidad: sus últimas intervenciones
-las acciones de la OTAN en Kosovo en 1999 y de los Estados Unidos en Irak en
2003- fueron episodios miserables y vergonzosos, tan plagados de mentiras como
ricos en oportunidades de negocios.
NO CREEN EN
NADA
Occidente
sucumbe porque sus líderes -políticos, económicos, religiosos, artísticos e
intelectuales- en realidad no creen en lo que dicen que creen: no creen en la
libertad, no creen en la justicia, no creen en Dios, no creen en la belleza ni
creen en la verdad.
Huérfano de
un liderazgo con fe y convicciones, Occidente ha caído en manos de una
plutocracia arrogante, asesina y esclavista, envalentonada por el éxito
obtenido con su plandemia y con la vista puesta en la agenda 2030, que ocupa
posiciones no con el avance rotundo de tropas y tanques, cosa que
inmediatamente llamaría a la resistencia, sino mediante acciones de guerrilla
cultural, adormecedoras y persuasivas, intermediadas por una infinidad de ONGs
y organismos multilaterales, y libradas por un ejército irregular de políticos,
profesores y periodistas, micromilitantes progresistas de diferentes causas.
Las
pretensiones globalistas de esa élite plutocrática, y su intención de
convencernos a todos de que la historia marcha hacia la confusión de las
sociedades, unificadas en su ausencia de identidad, de valores, de historia, de
proyecto, de fe, acaban de topar contra la decisión nacional rusa de proteger
sus fronteras.
Tras la
implosión de la Unión Soviética, Occidente aprovechó la debilidad moscovita
para atraer a sus ex satélites a la esfera de la OTAN. Por razones geopolíticas
que ellos deben conocer, los rusos fijaron un límite a esa ambición en las
costas del Mar Negro: se apoderaron de Crimea e hicieron saber que nunca
aceptarían la inclusión de Ucrania en la OTAN. La respuesta de Occidente fue
una provocación constante y caprichosa, y la vista gorda respecto de las
refriegas raciales en las regiones ucranias fronterizas y prorrusas que dejaron
hasta 15.000 muertos en los últimos ocho años.
Del
otro lado de las necesidades defensivas de Rusia están, por supuesto, los
intereses nacionales ucranios, aun matizados por las diferencias étnicas y
lingüísticas en los distritos contiguos a Rusia. En estas horas, Ucrania está
aprendiendo por las malas que más le convenía un buen acuerdo con su poderosa
vecina, a la que la unen lazos de todo tipo, que atender a los cantos de sirena
de un Occidente sin fe ni valores, que la usó para hostigar a Moscú con fines
exclusivamente propagandísticos y que, como era previsible, como hizo siempre,
la abandonó a último momento.
"Estamos
defendiendo nuestro país solos'', se lamentó el presidente Volodímir
Zelensky cuando sus pedidos de auxilio sólo recibieron respuestas de
compromiso. "Las potencias miran el conflicto desde afuera".
Esperaba, o lo indujeron a esperar, otra cosa. Su error le causa al país
pérdidas de vidas, pérdidas económicas, pérdidas emocionales.
Y también le
causa perjuicios a Rusia, que no va a salir ilesa de una decisión que Putin
consideró "inevitable". Seguramente, Moscú sopesó de antemano los
riesgos de una operación semejante e hizo lo necesario para amortiguarlos. El
acuerdo firmado hace meses con China para venderle gas y petróleo preveía la
pérdida punitiva de los mercados europeos como respuesta a una acción en
Ucrania.
Hasta el momento, Rusia condujo militarmente esa acción de manera
impecable: rápida, quirúrgica y contundente. Ucrania no tuvo capacidad de
reacción. Lecciones sobre el valor de la defensa nacional: una nación no se
defiende con discursos, ni repartiendo fusiles a última hora, ni convocando a
voluntarios, sino con armas de guerra y con personal capacitado para
emplearlas, con poder bélico.
La guerra la libran los contendientes, la paz la sella el vencedor. Una mala
paz deja la guerra latente: lo vimos en Versalles. Rusia debe demostrar ahora
la misma sabiduría para definir la paz que la que exhibió para conducir la
guerra. Su influencia en Ucrania es histórica e innegable. "Los chicos,
además de español, hablan ruso y ucraniano, todos son bilingües aquí", le
dice a la corresponsal Elisabetta Piqué, y en referencia a sus hijos, una
pareja valenciana que misionaba en Kiev. Paradójicamente, las circunstancias
van a convertir a Rusia en el principal protector de la nación ucrania. Su
mesura y restricción serán indicio de su capacidad para ocupar en el mundo el
lugar que la historia parece ofrecerle. En la arena de la posguerra se ven los
líderes.
El cañón
lastima pero ordena, dirime fuerzas, llama a las cosas por su nombre, expone la
realidad, por desagradable que resulte. Sólo con orden puede multiplicarse el
ganado, y las mieses entregarse a la cosecha. No me cuesta compartir la
vehemencia castiza con la que la periodista rusa Inna Afinogenova pronunció en
estos días que "la guerra es una mierda". Pero también recuerdo
castellanamente con Francisco de Quevedo que "la vida empieza en lágrimas
y caca". Y voy todavía más atrás, hasta Heráclito, para quien, como es
sabido, "la guerra de todas las cosas es padre". Es cierto que no se
refería a esta clase de guerras, pero viene al caso. No parece una barbaridad:
es una barbaridad, pero estamos hechos así.
https://www.laprensa.com.ar/512707-Un-soplo-de-realidad.note.aspx