Texto oficial de Francisco que la Santa Sede ha enviado a
los obispos de todo el mundo (Fuente: https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=42982
):
Oh María,
Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación, recurrimos
a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que nos
preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado
tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre
nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros
hemos perdido la senda de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias
del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales.
Hemos desatendido los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos
traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes.
Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común.
Hemos
destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el
corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto
indiferentes a todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza
decimos: perdónanos, Señor.
En la
miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la
iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no
nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y
levantarnos de nuevo. Es Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu
Corazón inmaculado un refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su
bondad divina estás con nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de
la historia nos conduces con ternura.
Por eso
recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos
queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión.
En esta
hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros:
«¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tú sabes cómo desatar los enredos
de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en
ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no
desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo
hiciste en Caná de Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de
Jesús e introdujiste su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había
convertido en tristeza le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3).
Repíteselo
otra vez a Dios, oh Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza,
se ha desvanecido la alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la
humanidad, hemos estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de
violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh
Madre, nuestra súplica.
Tú,
estrella del mar, no nos dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca
de la nueva alianza, inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú,
«tierra del Cielo», vuelve a traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue
el odio, aplaca la venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos
de la guerra, preserva al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del
Rosario, despierta en nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de
la familia humana, muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de
la paz, obtén para el mundo la paz.
Que tu
llanto, oh Madre, conmueva nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que
has derramado por nosotros hagan florecer este valle que nuestro odio ha
secado. Y mientras el ruido de las armas no enmudece, que tu oración nos
disponga a la paz.
Que tus
manos maternas acaricien a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas.
Que tu abrazo materno consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y
su país. Que tu Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir
puertas y a hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa
Madre de Dios, mientras estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo
junto a ti, te dijo: «Ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti.
Después dijo al discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v.
27).
Madre,
queremos acogerte ahora en nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la
humanidad, agotada y abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita
encomendarse a ti, consagrarse a Cristo a través de ti.
El pueblo
ucraniano y el pueblo ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu
Corazón palpita por ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la
guerra, el hambre, las injusticias y la miseria.
Por eso,
Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu
Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de
manera especial Rusia y Ucrania.
Acoge este
acto nuestro que realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra,
provee al mundo de paz. El «sí» que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la
historia al Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz
llegará.
A ti,
pues, te consagramos el futuro de toda la familia humana, las necesidades y las
aspiraciones de los pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.
Que a
través de ti la divina Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce
latido de la paz vuelva a marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que
descendió el Espíritu Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios.
Tú que
eres «fuente viva de esperanza», disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú
que has tejido la humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de
comunión. Tú que has recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz.
Amén.
Respecto de este texto, remitimos a estos
comentarios críticos:
http://nonpossumus-vcr.blogspot.com/2022/03/texto-de-consagracion-que-usara-el-papa.html