¿QUÉ MISIÓN TIENE RUSIA EN LA HISTORIA?
Por FLAVIO MATEOS
(Capítulo del libro “Fátima y Rusia”, parte 2.)
“Para un gran
país, vivir no significa únicamente evitar la disolución y mantener el
equilibrio de su economía. Debe tomar también conciencia del fin que justifica
su existencia, comprender su misión en el mundo. Ahora bien, ¿Rusia tiene hoy
una misión?”[1]
IGOR CHAFARÉVITCH
“La nación,
miembro vivo de la Iglesia de Cristo, tiene una vocación particular designada
por la historia. Negarse a cumplirla es atraer sobre sí la ira de la
Providencia, que castiga los desvíos con las miserias engendradas por sus malas
acciones”.[2]
RUBÉN CALDERÓN BOUCHET
“Si las
energías espirituales de una nación se han agotado, ni las estructuras de
gobierno más perfectas ni el desarrollo industrial podrán salvarla: un árbol
con el interior podrido no puede mantenerse en pie”.[3]
ALEXANDER SOLZHENITSYN
“Hay países con misión, -escribió Juan Carlos
Goyeneche- con algo que decir al mundo. Hay naciones con energías ocultas que
pueden acrecentarse, como sucede con el bien, cuando algunos hombres despiertan
su vigor dormido para ponerlo al servicio de empresas altas y redentoras.
Entonces suceden los milagros; esos milagros históricos que equivalen a la
resurrección de un pueblo. A una oportunidad así nos estamos acercando; quizás
sea la última.”[4]
Habría que decir quizás que cada país o nación
tiene una misión específica o un sentido de su existencia, de cuyo cumplimiento
depende el seguir siendo nación o degradarse en mera factoría o “patio trasero”
de un imperialismo mercantil, en absoluta dependencia de otra nación que la
sojuzgue. Y esta misión va más allá de lo meramente material, puesto que la
vida de sus ciudadanos no se termina en esta tierra. “Ateniéndonos a una
vigorosa enseñanza de Pío XI, que en rigor procede de larga y tradicional data,
podríamos decir que las naciones y sus pueblos hallan su justificativo, y
garantizan su supervivencia, en el cumplimiento de su misión asignada por Dios”[5], lo cual se entronca con
aquello de Soloviev de que “la idea de una nación no es lo que ella piensa de
sí misma en el tiempo, sino lo que Dios piensa sobre ella en la eternidad”[6]. La gloria de un país está
en descubrir, asumir y cumplir esa misión recibida, luego de que tal ideal
reúna a sus integrantes en torno al cumplimiento de su destino. Ernesto Palacio
veía una trágica orfandad de ideal en las naciones hispánicas, originado
especialmente en la defección de las clases dirigentes españolas del siglo
XVIII. Eso ha puesto en peligro la existencia de estas naciones ya que han ido
perdiendo su identidad, por no conocer ya más su historia, y por lo tanto su
razón de ser, su arraigo en la Tradición que les ha dado origen. Ramiro de
Maeztu hablaba de ello en “Defensa de la Hispanidad”.
El Padre Castellani también afirmaba esta necesidad
imperiosa de toda nación:
“Toda nación
para existir decentemente debe tener una misión en el mundo, una idea
trascendental que realizar, llamada “el ideal nacional”, porque así como el
hombre no es fin de sí propio, tampoco las naciones”.[7]
En el caso de Rusia, pareciera que los rusos
siempre han sentido hondamente la necesidad de cumplir una misión trascendente,
pero nadie ha sabido definirla y llevarla a cabo hasta hoy[8],
salvo la “contra misión” o misión satánica de los comunistas, que nunca han
dudado de ello.
El Padre Osvaldo Lira sabía explicar muy bien la
relación entre ser y hacer de una nación, porque la identidad se manifiesta
haciendo, y si el país deja de hacer lo que debe, corre peligro de dejar de
ser, en tanto la nación es un ser accidental. En relación con Rusia hay un
carácter fundamental y necesariamente imperial. Así afirmaba Lira:
“Es evidente
que, para la nación considerada en su estricta razón formal, se ha de presentar
con mucha más urgencia que para los individuos la identidad indiscutible que,
en el plano dinámico de la operación, existe entre el ser y el hacer, ya que si
la persona individual llega a suspender toda manifestación de actividad intelectiva
o sensitiva, le queda por lo menos el recurso de refugiarse en su condición
fundamental de sustancia, la cual, a su vez, se encuentra asegurada
suficientemente por la persistencia en su seno de la actividad vegetativa. Para
la nación, en cambio, no existe ninguna posibilidad de optar, desde el momento
en que, contra lo que creyeron Hegel y Spengler, es una realidad de tipo moral,
no físico, y que, por consiguiente, se halla dotada de existencia puramente
accidental. El ser de la nación no viene a consistir, al fin de cuentas, más
que en la unidad que surge como fruto natural de la convergencia de los
entendimientos y voluntades –o, si se prefiere, de las almas- en torno a un
mismo ideal. Es ese carácter de accidente metafísico lo que le impone
precisamente la obligación de hallarse en continua actividad, porque si el acto
correlativo de la esencia sustancial es la existencia, el que corresponde al
accidente es la operación. Podemos mantener inactiva a nuestra esencia humana
por las condiciones entitativas de inmutabilidad y necesidad que la afectan,
como a todas las esencias; pero para una nación cualquiera, inactividad tiene
que sonar lo mismo que muerte, porque en ella la inactividad equivale pura y
simplemente a la inactualidad. Esto explica por qué a toda etapa de unificación
nacional ha de suceder siempre otra de aspiraciones imperiales”.[9]
En cuanto a la
Argentina, Goyeneche todavía confiaba –aunque como si fuese la última
oportunidad- en que asumiese al fin su misión, aquella que justifica su existencia.
Pero era el ya lejano año 1966, hoy pasados más de cincuenta, la Argentina se
desintegra penosamente. Castellani diría sobre la misión de nuestra patria que
“La historia más creíble de nuestra patria nos la muestra en dos actitudes
solamente: como una nación pastoril embaucada que trabaja para otro o bien como
una nación militante que redime desinteresadamente a otros. Todo indica que no
hay más alternativa que esos dos gestos contradictorios y totales. De hecho,
nunca ha habido otra. Lo ignora todo de la vida de las naciones los que se
tejen la ilusión de una posición intermedia que concilie el honor con la
comodidad, la riqueza con el descanso, la soberanía con el esfuerzo mínimo.” Alguna
otra vez, no recordamos dónde, escribió: “La Argentina es actualmente, por
imposición del Destino histórico, depositaría en la América del Sur de la idea
misionera de España. Es un destino serio, en estos momentos un destino bravo,
que no es para reír ni para jactarse sino para recibirlo de rodillas con las
dos manos sobre la cruz de la espada. El ideal nacional hispánico es el
establecimiento del derecho de gentes en el mundo, cuya formulación teórica
insuperada hizo, cuando la hispanidad nacía, el gran doctor dominico Francisco
de Vitoria. Frente al ideal del Progreso material indefinido, del comercio y
del confort, que inspira los modernos imperialismos, tenemos de herencia el
sagrado ideal de la realización en el mundo del derecho de gentes; o sea ese
respeto a la persona humana que no sea un antifaz sino una cosa tan sacra que
no necesitamos ni podemos tomarlo 50 veces al día en la boca, sino custodiarlo
silenciosamente en el corazón”. ¿Qué ha quedado de eso? La Argentina, “la otra
Argentina”, la que se ha dejado estar porque “tenía la vaca atada”, la que
nunca se tomó en serio a sí misma y miró siempre hacia Europa (esto es, París o
Londres), y que hoy (en simétrica estulticia) mira indistintamente hacia New
York, Miami, Caracas o La Habana, la enferma de liberalismo desarraigado,
esclavizada al yugo de la Sinagoga de Satanás, ayuna de clero antiliberal y
combativo (sobrepoblada de un clero de cuño liberal y ahora marxista, salvo sus
escasas excepciones), sin voluntad de cumplir su misión de nación militante y
rectora de las naciones del cono sur (como quiso Rosas), la que ha renegado de
su tradición, de su pasado, de su fe católica, de su combate en Malvinas, la
que ha matado a sus profetas, a sus hombres de valía, a sus reales talentos, se
ha dejado envilecer y estafar y ha perdido su condición de Nación hispano-católica,
para convertirse en una jaula-factoría, administrada por una banda
delincuencial demagógica, generalmente de muy baja estofa, bautizada peronista,
en todo caso siempre liberal. Demagogia, sentimentalismo y cobardía clerical,
se han rejuntado para asfixiar la patria, al compás de los bombos y los
reclamos frenéticos de las masas democráticas resentidas.
Cosa grave le ocurre también a los Estados Unidos,
país del que surgen ahora sus purulentas excrecencias crecidas a lo largo de
toda su bicentenaria trayectoria liberal, mercantil, masónica y judaizada. Es
por eso que si su “misión” democratizadora del mundo es en realidad un encargo
de las logias que se han apoderado de este país de la “Libertad”, quizás
recordar que antes estuvo haciendo pie firme por allí la España católica con
sus Santos y sus Héroes, quizás cuestionar su sistema democrático liberal
incuestionable, podría hacerle recobrar un sentido del combate patriótico
verdaderamente diestro que debe estar basado en principios sólidos, los cuales requieren
estar anclados en una Tradición, una Tradición que trajeron a estas tierras las
carabelas de Colón, y no el Mayflower con su secta de puritanos. Visto lo cual,
a diferencia de Rusia, si los Estados Unidos caen bajo las garras comunistas,
ya no tendría probablemente las reservas espirituales cristianas necesarias
para volver a levantarse y cumplir su misión en este mundo. Pero, ¿acaso la
conocen? Como dice Federico Ibarguren, “son los excepcionales quienes
espiritualizan la nacionalidad por dentro: Héroes y Santos”. ¿Los habrá?[10]
Expongamos el pensamiento de alguien que no sólo
tuvo lucidez para diagnosticar los males profundos del mundo, sino también el
coraje de enfrentarlos, sin quedarse en la mera postulación de las ideas,
Alexander Solzhenitsyn:
“Occidente ha
perdido la lucidez. Pero también ha perdido el coraje. Observa Solzhenitsyn que
para quien desde afuera llega al Occidente la declinación de la valentía parece
ser su característica más llamativa. Ello es particularmente perceptible en los
políticos y en las élites intelectuales. Por cierto que hay en Occidente muchos
individuos valerosos, pero carecen de influencia determinante en la vida
pública. Los que están en el poder son por lo general cobardes, y tiemblan ante
las naciones fuertes, al tiempo que se muestran despóticos frente a los países
débiles, que carecen de apoyo en la opinión pública internacional. No deja ello
de ser preocupante, dice Solzhenitsyn, ya que desde los tiempos antiguos, la
declinación del coraje ha sido considerada como un síntoma del comienzo del
fin”.[11]
Recordemos además que la Virgen en Fátima dijo que
varias naciones desaparecerán. ¿Serán aquellas que han renunciado a tener una
misión? ¿Serán las que se han abandonado a sí mismas, rechazando a Dios? ¿Las
que no podrán cumplir la misión que Dios tiene designada para ellas? ¿Las que
han cobardemente declinado seguir siendo soberanas y se han rendido al
vasallaje de sus enemigos? ¿Las que han perdido toda voluntad de resistencia a
los males que las oprimen? “La única convicción de tipo mesiánico que puede considerarse
aceptable para un pueblo no elegido de antemano por lo que es, es la de hacerse elegir por lo que haga. Tal es, si bien se mira, el caso del pueblo español. Porque
su mesianismo puede verlo todo aquel que sepa ver”.[12]
En cuanto a Rusia, desde temprano la Iglesia
cismática rusa ha tenido la pretensión de ser “la tercera Roma” (tras la
decadente Roma y la caída Bizancio). Lo declaraba el metropolitano Zósimo en
1492; en 1512 el monje Filoteo en su “Historia del mundo”, y los emperadores
Iván III el Grande e Iván IV el Terrible le dieron gran impulso a esa
concepción. “No es por azar si el enemigo del género humano ha elegido a Rusia
como punto de partida para “difundir a través del planeta las instituciones y
costumbres del ateísmo.”[13]
En efecto, esta idea de una misión mesiánica ha
servido para implantar muy bien –como ya hemos dicho, tras siglos de errores
doctrinales e influencia gnóstico-masónica- el mesianismo judeo-comunista:
“Parte de ese
pensamiento utópico tiene un aspecto religioso: la idea de que Rusia tiene una
misión mesiánica en el mundo, de que debe salvar a la humanidad. El bolchevismo
es un movimiento milenarista, que anuncia un paso de la luz a la oscuridad.
Encaja con ideas religiosas de justicia social arraigadas en el campesinado ruso,
pero también con el pensamiento sobre el papel de Rusia en el mundo, con la
creación de una fraternidad universal, como decía Dostoievski en su discurso
sobre Pushkin en 1880. Todas estas ideas forman parte de una concepción de la
función de Rusia como redentora de la humanidad. Y establecen una relación con
la tradición revolucionaria. La idea ortodoxa de presentar Rusia como la nueva
Roma que salva al Occidente caído se funde con el comunismo: hay una línea
directa que une esa idea ortodoxa de Moscú como tercera Roma con Moscú como
sede de la Tercera Internacional, que salvará al mundo con el comunismo. Está
unida a lo que podríamos llamar el atraso de Rusia, que ha permitido que los
revolucionarios hagan grandes promesas, que los demagogos aprovechen una
situación donde hay profundas esperanzas utópicas.”[14]
Diversos autores han podido advertir esta señalada
característica del país más vasto del mundo, una Rusia que nunca ha renegado de
un exacerbado misticismo redentor, de un impertérrito orgullo patriótico y del
afán de grandeza, que no quieren verse reducidos a ser meros peones avasallados
por un globalismo unipolar aplastante, homogeneizante y anticristiano.
“El cristianismo –explica Calderón Bouchet- enseñó
una neta orientación metafísica de la vida humana y como todas las necesidades
de nuestra vida anímica se proyectan en el plano de nuestra actividad social,
resulta imposible despojar al hombre de sus impulsos metafísicos sin
sustituirlos con otros equivalentes. La Revolución podrá liquidar la Iglesia
[en el sentido de su influencia social, aclaración nuestra] pero no el vacío
dejado por ésta en la existencia. Perdida la función social cumplida por la
religión, el Estado tratará de reemplazarla por la exaltación de la idea
nacional adscripta a su voluntad transformadora”.[15]
Hoy ocurre que para instalar el “Nuevo Orden
Mundial” se requiere que cada Estado abomine también del patriotismo o nacionalismo,
intentando llenar ese vacío mediante un utopismo igualitario que no termina de
interesar a las masas, por ser totalmente antinatural. De allí el peligro que
significa para las élites globalistas una reivindicación nacional de parte de
Rusia, y para colmo identificada con el cristianismo, y éste de una manera
crecientemente mesiánica, a medida que el propio país se ve amenazado por
Occidente.
Decía Nicolás Berdiaev: “El pensamiento
específicamente ruso contempla el problema escatológico del fin bajo un matiz
apocalíptico. Esto lo distingue del pensamiento occidental y, sobre todo, le
otorga el carácter de una filosofía religiosa de la historia.”[16]
“Ningún otro pueblo [como el ruso] tiene sentido
tan agudo e instintivo de no haber sido hecho para este mundo”, afirma el Padre Alfredo Sáenz en su
obra “De la Rus’ de Vladimir al ‘Hombre nuevo’ soviético”:"La
misión providencial de Rusia", publicado en 1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín.
Según el Padre Osvaldo
Lira[17],
“El alma rusa alimenta en lo más entrañado de su ser una especie de creencia
instintiva de hallarse predestinado para cierta misión trascendental por el
mismo Dios.”[18]
También Vladimir
Soloviev[19] hablaba
de la misión histórico-religiosa de Rusia: “El carácter eminentemente religioso
del pueblo ruso, así como la tendencia mística que se muestra en nuestra
filosofía, en las letras y en las artes, parecen reservar a Rusia una gran
misión religiosa.”[20] Afirmaba también que la
vocación peculiar de Rusia “consistía en llevar a su plenitud lo inaugurado por
Constantino y Carlomagno.”[21] Quizás ello finalmente
ocurra, pero no al modo imaginado por este filósofo ruso.
Igualmente Fedor Dostoievsky se encargó de destacar la misión universal de
Rusia. Por otra parte, la amenaza de Rusia sobre Europa había sido señalada por
Napoleón Bonaparte, por el marqués de Custine y por Donoso Cortés, entre otros.
Su presencia nunca ha pasado desapercibida para Europa occidental.
Siendo Rusia el país más grande del mundo, y dotado
de tal voluntad totalitaria, se comprende bien que dominado por una
religiosidad invertida y satánica como el comunismo, podría arrasar fácilmente
con Europa. Mucho más si se tiene en cuenta que ésta ha renegado de su
identidad cristiana. Decía Louis
Veuillot proféticamente:
“El mundo será socialista o será cristiano,
no será liberal. Si el liberalismo no sucumbe ante el catolicismo, que es su
negación, sucumbirá ante el socialismo, que es su consecuencia”. [22]
Leemos en un artículo al
escritor español Juan Manuel De
Prada:
“Dostoievski resume el designio ruso por boca del asceta Paisius
en Los hermanos Karamazov: «Ciertas teorías afirman que la
Iglesia debe convertirse, regenerándose, en Estado, dejándose absorber por él,
después de haber cedido a la ciencia, al espíritu de la época, a la
civilización. Si se niega a esto, sólo tendrá un papel insignificante y
fiscalizado dentro del Estado, que es lo que ocurre en la Europa de nuestros
días. Por el contrario, según las esperanzas rusas, no es la Iglesia la que
debe transformarse en Estado, sino que es el Estado el que debe mostrarse digno
de ser únicamente una Iglesia y nada más que una Iglesia». Dostoievski
profetizó la revolución bolchevique, anticipando su signo radicalmente
anticristiano e inhumano, como un castigo divino arrojado sobre Rusia, para
purificarla; y profetizó también la regeneración de Occidente, que sólo podría
alcanzarse a través de Rusia. Y así, escribió en Diario de un escritor:
«La caída de vuestra Europa es inminente (…) Todas esas doctrinas
parlamentarias, todas las teorías cívicas profesadas hoy en día, toda la
riqueza acumulada, todo eso será destruido en un instante y desaparecerá sin
dejar rastro». A los que están empachados de alfalfa tertulianesa estas
palabras de Dostoievski se les antojarán lucubraciones misticoides. Pero por
defender tales lucubraciones muchos rusos entregaron su sangre en el Gulag; y alguno
que sobrevivió al Gulag las siguió defendiendo después, como por ejemplo Solzhenitsyn, quien en El
roble y el ternero escribió: «En cuanto a Occidente, no hay
esperanza; es más, nunca debemos contar con él. Si conseguimos la libertad,
sólo nos la deberemos a nosotros mismos. Si el siglo XX comporta alguna lección
para con la humanidad, seremos nosotros quienes la habremos dado a Occidente, y
no Occidente a nosotros: el exceso de bienestar y una atmósfera contaminante de
sinvergonzonería le han atrofiado la voluntad y el juicio». [23]
Dostoievsky no fue el único, ni mucho menos,
intelectual ruso del siglo XVIII o XIX que entrevió la tragedia que se venía,
el nihilismo creciente en la sociedad rusa, el efecto explosivo que habían
tenido en un pueblo notablemente religioso, las ideas perversas del Occidente
que había renegado de Cristo (el talmudismo vehiculizado por el protestantismo,
ebrio de los delirios de la filosofía de la modernidad iluminista). Por el
contrario, había una tradición arraigada en Rusia de que el país sería muy malo
antes de ser muy bueno, es decir, de una conversión. K. Leontiev “creía que la
misión del pueblo ruso era engendrar al Anticristo. Previó que la Revolución
sería tiránica y sangrienta, atrayendo a la gente del Este y aniquilando al
mundo burgués del Oeste, provocando no el fin del mundo sino el fin de la época
del materialismo, el nacionalismo y el liberalismo. Chaadaev previó el triunfo
de lo barbarie en Rusia, diciendo: “No triunfará porque tenga razón, sino
porque nosotros estamos equivocados.” Otro escritor ruso del siglo XVIII que
vio en el futuro para Rusia la tragedia y la esperanza, fue Alexei Jomiakov.
(…) Jomiakov previó un alba en que Rusia
le daría la Fe a Europa y sería el medio de unir a Europa con el Asia. No
esperaba ver ese día, pero confiaba en que llegaría: “Debemos recordar que
ninguno de nosotros sobrevivirá hasta la época de la cosecha, pero que nuestros
afanes espirituales y ascéticos de arar, sembrar y desyerbar no son para Rusia
solamente, sino en bien del mundo entero. Sólo este pensamiento puede darles
durabilidad a nuestros esfuerzos. La vida rusa contiene numerosos
tesoros, no para su pueblo, sino para muchos otros, cuando no para todas las
naciones. (…) Aunque esos escritores del siglo XIX sabían que se acercaba la
rebelión contra Dios y que Rusia la acaudillaría, esclavizando a los hombres so
capa de liberación, estaban convencidos de que la arraigada fe del pueblo ruso sería un
día luz y faro del mundo” [24]
En los años todavía comunistas, el Padre Sáenz
escribía:
“El hecho de que el marxismo sea una
religión cosmovisional, si bien invertida, nos hace esperar que una vez que los
soviéticos se conviertan, conservarán ese sentido de totalidad, que nada tiene
que ver con el totalitarismo, y al abrazar de nuevo la religión, esta vez la
verdadera, no la recluirán en la sacristía sino que intentarán impregnar con
ella la totalidad de sus actividades”[25]
Y cita Sáenz estas notables palabras muy poco
difundidas del recordado obispo norteamericano Monseñor Fulton Sheen[26]:
“Cuando Rusia
reciba el don de la fe, su misión será la de un apóstol para el resto del
mundo. Convendrá dar fe al resto del mundo. ¿Por qué tenemos tanta esperanza en
Rusia? ¿Por qué ha de ser el medio de evangelizar a las naciones de la tierra?
Porque Rusia tiene fuego, Rusia tiene celo. Dios pudo hacer algo con el odio de
Saulo transformándolo en amor; pudo hacer algo con la pasión de Magdalena
convirtiéndola en celo; pero Dios no puede hacer nada con los que no son ni
ardientes ni fríos. A éstos los vomitará de su Boca.
“La gran
vergüenza de nuestro mundo, es que tenemos la verdad, pero no tenemos celo. Los
comunistas tienen celo, pero no tienen la verdad. El comunismo es como el fuego
que se difunde por sí mismo sobre todo el mundo; es casi un Pentecostés al
revés. Algún día, en lugar de inclinarnos hacia la tierra ese fuego comenzará a
quemar hacia arriba, ascendiendo, al genuino modo de Pentecostés, dando a los
hombres alegría, vida y paz, en lugar de odio, destrucción y muerte. Nuestro
mundo occidental carece de ese fuego. No hay ya profundos amores o abnegadas
entregas y consagraciones a las grandes causas…Somos fríos, opacos, apáticos”.[27]
Por su parte ha escrito el alemán eslavófilo Walter Schubart en “Europa y el alma de oriente” (1938):
“Hoy los
cristianos occidentales -los que lo son por rutina- hablan con horror de los
rusos profundamente caídos, pensando al mismo tiempo en su propia superioridad.
A pesar de todo, yo digo: precisamente así como es hoy ha de ser Rusia para dar
vida a la nueva fe. Hay que caer para subir, y hay que caer profundamente para
subir más alto. De los abismos del mal y del tormento parten caminos temerarios
que van a las cimas de la santidad. Esta es la psicología cristiana de la
culpa. De lo más inhumano puede salir lo más elevado. Cuando la maldad, en el
paroxismo del crimen se reconoce a sí misma, pasa de repente a voluntad de
regeneración. El cristiano occidental, cristiano por costumbre, podrá ser justo
y honrado, pero no fecundo. Es un burgués –y los burgueses son estériles-. Le
falta la corona de espinas. No es en el equilibrio del mundo burgués, sino en
medio de los truenos apocalípticos donde renacen las religiones” (…) «El Occidente brindó a la humanidad las formas más
estudiadas de la técnica, de la organización estatal y de las comunicaciones;
pero le robó el alma. Misión de Rusia es devolvérsela. Rusia posee precisamente
las fuerzas espirituales que Europa perdió o destruyó. Rusia es un trozo de
Asia y a la par un miembro de la comunidad cristiana de los pueblos; en ello
estriba lo peculiar y único de su misión histórica. Solamente Rusia reúne
condiciones para infundir nuevamente alma a una generación estragada por el
afán de poderío y anquilosada en el positivismo. (…) Parece una afirmación
atrevida, pero hay que hacerla con toda decisión: Rusia es el único país que
puede redimir y que redimirá a Europa, porque, respecto del conjunto del
problema de la vida, adopta una postura opuesta a la de todos los pueblos
europeos. Precisamente del fondo de su sufrimiento sin ejemplo sacará un
conocimiento más profundo del hombre y del sentido de la vida, y lo anunciará a
los pueblos de la tierra. El ruso tiene para ello condiciones psíquicas que
hoy día faltan a todos los pueblos occidentales.”
En 1817, un renombrado profeta de Francia, el Padre
Souffrand (1755-1828), de la diócesis de Nantes, decía: “Los Rusos vendrán a
abrevar sus caballos al Rhin, pero no lo atravesarán. Rusia se convertirá y
ayudará a Francia a dar la paz y la tranquilidad al mundo entero”. Por su parte
la ya mencionada Beata Ana María Taigi (1769-1837), que siempre apareció
acertada en sus profecías y que llevó una vida milagrosa, anunció que “los
Rusos se convertirán, así como Inglaterra y China”.
El benedictino
Dom Prosper Guéranger[28] también abordó este tema:
“La Rusia
Católica es el fin del Islam y el triunfo final de la Cruz en el Bósforo sin
ningún peligro para Europa; es el Imperio cristiano de Oriente elevado con un
brillo y un poder que nunca tuvo; es Asia evangelizada, no sólo por unos pocos
sacerdotes pobres y aislados, sino con el concurso de una autoridad más fuerte
que la de Carlomagno. Es, en fin, la gran familia eslava reconciliada en la
unidad de fe y de las aspiraciones de su propia grandeza. Esta
transformación será el mayor acontecimiento del siglo que la verá cumplir, y
cambiará la faz del mundo.”[29]
Y en otra
oportunidad, señalaba el Padre Sáenz:
“Pienso que Dios ha escogido el
comunismo para juzgar y castigar al Occidente. Rusia ha sufrido con una
intensidad desconocida en todo el transcurso de la historia. Ese sufrimiento no
caerá en saco roto. Los 66 millones de muertos, no pocos de ellos por causa de
la fe, serán la simiente de algo grande. Es una tradición en la literatura y el
pensamiento rusos que el sufrimiento es redentor. Por otra parte es una idea
que está en las Escrituras. Rusia redimirá por el sufrimiento. En el lagar –¿o
en el lager?- del sufrimiento el ruso ha acrisolado su fe. No en vano Nuestra
Señora, en sus apariciones de Fátima, le asigna a Rusia una relevante misión en
la historia, terrible ante todo, ya que propagará sus errores por el mundo,
promoverá guerras, perseguirá a la Iglesia, martirizará a los buenos,
aniquilará a varias naciones; pero gloriosa al fin, ya que su conversión,
ligada a la consagración que de ella haga el Papa en unión con el episcopado
universal, reportará grandes bienes para un Occidente hedonista y escéptico.”[30]
Nuevamente
escuchemos a Mons. Fulton Sheen:
“Ese fuego ruso tiene grandes
potencialidades. Los comunistas no niegan a Dios: Simplemente lo desafían…Los
soviéticos son militantes, luchan contra Él porque saben que existe. Algún día
lo amarán”.[31]
Monseñor
Cristiani escribía en 1959, distinguiendo entre la posesión diabólica de China
y la infestación que veía en Rusia:
“En Rusia, el Demonio está presente
en la conducción, en la política, en la enseñanza, en los designios de futuro
de los dirigentes. Pero lo que durante tanto tiempo se ha llamado "la
santa Rusia" permanece intacta, en una gran parte. La fe vive, la plegaria
actúa. Los embustes del Demonio no han alterado la fe intensa del pueblo ruso.
Las infestaciones son violentas y pérfidas, pero ineficaces en lo concerniente
al alma profunda de la nación. Todo lo que sabemos o creemos saber sobre Rusia
nos hace llegar a la conclusión de la dualidad esencial entre el partido
diabólico que ejerce el poder y las masas populares que siguen siendo
cristianas. Por su paciencia, por su fidelidad, por su apego a las viejas
tradiciones nacionales, Rusia no sólo resiste a los ataques del Demonio, sino
que se prepara, tal vez, por gracia de la Virgen María, la Panagia,
Toda-Santa, a una resurrección que asombrará al universo. En todo caso, en un
conflicto que abarcara al universo todo, no es seguro que avanzara con los
enemigos de Dios y de su Cristo, ¡que obedeciera a la voz de orden de Satán!”[32]
El destacado
historiador y sovietólogo Alberto Falcionelli, también sostenía que Rusia
tendría un papel decisivo en la renovación de la fe perdida en el “Occidente
cristiano”. Así decía en 1980, cuando nadie conjeturaba la caída del régimen
soviético, tan sólo una década más tarde:
“En lo que hace a Rusia –no digo:
Unión Soviética, digo: Rusia-, considero inadmisible que se niegue su
pertenencia a la misma civilización que nosotros. Mientras hubo civilización
cristiana, por supuesto. Más aún, sostengo que, cuando nosotros ya no hacíamos
referencia al cristianismo de nuestros mayores más que como a un recuerdo
nostálgico, o vergonzoso, según los casos objeto de lágrimas o de escarnio, los
rusos seguían y siguen afirmándose con firmeza y orgullo siempre mayores en la
fe de sus antepasados. Allá, pese a las persecuciones atroces (o en respuesta a
ellas) de que es objeto constante, la preocupación religiosa no es referencia
histórica, es renovación de la fe de los confesores que dieron su gloria a la
Iglesia y su vida a la nación. De suerte que –y esto lo sostengo desde hace
muchos años-, cuando queremos hablar de “civilización cristiana”, tomemos a
Rusia como punto de partida para nuestra resurrección por cuanto, mientras los
cristianos, los católicos que seguimos resueltos en nuestra fe en el Oeste,
estamos reducidos a luchar a la defensiva aun, a veces, contra la impaciencia
irritada de quienes deberían ser nuestros pastores; nuestros hermanos del Este
han optado por dar batalla y por darla atacando”.[33]
Nada que
objetar a unas palabras que cada día parecen más comprobadas por la actualidad
de Rusia.
Nuestro Jordán
Bruno Genta, dejó asentado:
“Creemos en la profunda devoción
mariana del pueblo ruso que el Poder Soviético, brutal en la negación y en el
exterminio, no ha podido destruir en las almas porque es indestructible.
Esta inconmovible certidumbre es el
fundamento de nuestra esperanza del retorno de Rusia a Cristo, negado también
en Occidente que ha renegado de la Verdad, y que, como Rusia, tiene un único
camino de salvación que es el retorno al que es principio y fin último, Creador
y Redentor del mundo”.[34]
Esa esperanza
de Genta se ha cumplido. Aunque no ha terminado su camino hacia Cristo. Quizás
Rusia, entonces, creyendo seguir su misión “santa”, encuentre su verdadera
misión, aquella que el Cielo, tras la consagración que realizará el Papa de la
Iglesia de Roma junto a los obispos, le dará, para afrontar los últimos tiempos
de la historia humana, la renovación de la Iglesia y la preparación para el
combate final contra el Anticristo. Mientras tanto y por el momento, puede que
simplemente Rusia tenga la misión transitoria de resistir al Gobierno Mundial
prescindente de los Estados-nación, impulsor de la contranatura, que busca
borrar el nombre de Cristo de la faz de la tierra.
En diversas ocasiones Rusia constituyó una valla
defensiva para la Cristiandad. Estamos muy lejos de la pretendida doctrina del
“Destino manifiesto” de los EE.UU., una elucubración de mercaderes y tenderos
puritanos bajo influencia de los designios masónicos, siendo los mismos EE.UU.
una creación de las logias trespúnticas. “La Rusia zarista, desde 1223 hasta
1917, aseguró la presencia cristiana en el este de Europa, libró parcialmente a
Occidente de la necesidad de defenderse contra el Islam, protegió a los
cristianos de los Balcanes, hizo posible la independencia de Grecia, nuestra
madre común, salvó la orden de los jesuitas expulsados de Europa en el siglo
XVIII, evangelizó Alaska…El balance no es despreciable. A los historiadores no
les gusta jugar al juego de los “si” y tienen razón. Con todo, supongamos a los
Rusos con y no contra Gengis Khan en el siglo XII; con y no contra los
Turcos en Lepanto en el XVI o bajo los muros de Viena en el XVIII… ¿Dónde
estaríamos?”.[35]
Si Rusia cumple su verdadera misión, será sólo tras
haber escuchado y comprendido las palabras de su hijo, convertido al
catolicismo y luego sacerdote, el Padre Agustín Shuvalov:
“Haz, ¡Dios
mío! que todos los que me leen se persuadan de que se puede ser católico y ruso
al mismo tiempo, católico y fiel súbdito del ilustrado y magnánimo príncipe que
nos gobierna. ¡Ah! que el emperador, a quien he dedicado una devoción eterna,
comprenda que es digno de su corazón tan noble, que es digno de nuestra
gloriosa patria no obstaculizar un alma católica en su relación con Dios.
¡Pueda Rusia comprender que el catolicismo no es contrario a la nacionalidad, y
que la verdad siempre será el más firme apoyo de la lealtad y el patriotismo!”[36]
[1] Igor
Chafarévitch, ¿Tiene Rusia futuro? (1974),
en Gladius N°14, Pascua de 1989.
[2] R.
Calderón Bouchet, Nacionalismo y
Revolución, Librería Huemul, Bs. As. 1983, pág. 44.
[3] A.
Solzhenitsyn, Reconstruyendo Rusia, cit. en J. Pearce, Solzhenitsyn. Un alma en el exilio, Ciudadela libros, Madrid, 2007.
[4] Juan
Carlos Goyeneche, Virtudes para los
tiempos de esperanza, en Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino,
Ediciones Dictio, Bs. As. 1976, pág. 277.
[5] A.
Caponnetto, Respuestas sobre la
independencia, pág. 66.
[6] V.
Soloviev, Intr. a L’idée Russe,
Perrin et Cie. Libraires-Éditeurs, Paris, 1888.
[7] L.
Castellani, “El Derecho de Gentes”, en Decíamos
ayer, p. 143.
[8] Excepto
tal vez Soloviev, que teorizó al respecto y para quien “Participar en la vida
de la Iglesia universal, en el desarrollo de la gran civilización cristiana, y
participar según sus fuerzas y capacidades particulares, he allí el solo
objetivo verdadero, la única misión verdadera de cada pueblo” (L’idée Russe, p. 17).
[9] Osvaldo
Lira, La vida en torno, Revista de
Occidente, Madrid, 1949, págs. 58-59.
[10] Para
comprender el papel de la masonería en la creación de los Estados Unidos, valga
este artículo:
http://syllabus-errorum.blogspot.fr/2015/04/que-son-los-estados-unidos.html
[11] P.
Sáenz, Rusia y su misión en la historia,
2, pág. 440.
[12] P. Lira,
ob. cit., pág. 81.
[13] P. Calmel, citado en La Russie se convertira, Dominicus, pág. 7.
[14]https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/entrevista-orlando-figes-lenin-enseno-los-paises-del-tercer-mundo-que-podian-tener-una-revolucion
[15] Calderón
Bouchet, R., Nacionalismo y Revolución,
p. 13.
[16] Berdiaev, N., El sentido de la historia. Ediciones
Encuentro, Madrid, 1979.
[17] José Luis Osvaldo Lira Pérez SS.CC.
(1904-1996), fue un sacerdote católico, filósofo y teólogo chileno, erudito,
defensor de la Tradición y la Hispanidad. Recordemos su opinión sobre el
Vaticano II: «El Concilio Vaticano II hay que borrarlo todo de un plumazo. No
hay nada que me interprete, salvo las cuestiones dogmáticas en que se cita a
concilios anteriores. Hay cosas que las pudo haber redactado el más pintado de
los liberales. Hubo malos manejos, hubo censura, hubo manipulación, se
alteraron las comunicaciones. Lo que no sea dogma puedo borrarlo de un plumazo
y no caer en herejía. Los papas que lo convocaron dijeron que era un concilio
puramente pastoral. Sólo los dogmas de fe uno está obligado a acatarlos.»
[Osvaldo Lira entrevista en 1993]
[18] O. Lira, ob. cit.
[19] Vladimir Soloviev (1853-1900) idealista,
poeta, escritor y crítico literario ruso. Su obra más conocida es Breve relato del Anticristo. Trabajó en
pos de la unificación entre la Iglesia ortodoxa rusa y la Iglesia católica.
[20] Rusia y la Iglesia universal, cit. por P. Alfredo
Sáenz, en “De la Rus’ de Vladimir al ‘Hombre nuevo’ soviético”.
[21] Id. ant.
[22] A.
Sáenz, Ibíd. ¿No es exactamente esto lo que estamos viendo hoy mismo a raíz de
la “pandemia”?
[23] “Por qué estamos con Rusia”, abc.es.
[24] Mons. F.
Sheen, El comunismo y la conciencia
occidental.
[25] P. Alfredo Sáenz, De
la Rus de Vladimir al Hombre nuevo soviético.
[26] Fulton John
Sheen (1895-1979), arzobispo norteamericano de la Iglesia católica, muy
destacado por sus alocuciones radiales y televisivas, escribió muchos y
exitosos libros. Estaba en curso su proceso de beatificación pero recientemente
el Vaticano modernista lo suspendió.
[27] P. Alfredo Sáenz, idem ant.
[28] Prosper-Louis-Pascal Guéranger
(1805–1875) fue un sacerdote francés, ilustre restaurador y abad del priorato
benedictino de Solesmes, y fundador de la Congregación de Francia de la Orden
de San Benito Abad. Su obra más difundida es El año litúrgico.
[29] Dom Prosper Guéranger, Année liturgique, 14 novembre, saint Josaphat.
[30] Alfredo Sáenz, Entrevista. La misión
providencial de Rusia, revista
Gladius N° 16, Navidad 1989, pág.146.
[31] Mons. Fulton Sheen, La vida merece vivirse…pp. 230-232, cit. en A. Sáenz, Rusia y su
misión en la historia, t.2, p. 849.
[32] Mons. Cristiani,
Presencia de Satán en el mundo moderno,
Ediciones Peuser, Bs. As. 1962.
[33] A.
Falcionelli, “Los signos de los tiempos”
(con perdón), Revista Moenia N° 1, Buenos Aires, Marzo 1980.
[34] J. B.
Genta, Libre examen y comunismo, pág.
146.
[35] Vladimir
Volkoff, Figaro-Magazine, 11 de junio de 1988, p. 22, cit en A. Sáenz, Rusia y
su misión en la historia, t. 2 p.528.
[36] P. Shouvaloff, Ma
conversión et ma vocation, Paris, Charles Douniol Libraire-Editeur, 1859,
Préface.